No todos somos iguales. En cuanto al carácter, muchas veces movidos por prejuicios, juzgamos a ciertas razas y culturas como si todos sus componentes fueran de la misma condición. Es decir, los ponemos a todos dentro de un mismo saco y lo sellamos con una etiqueta determinada bien grande e inconfundible. Estos prejuicios son pura necedad. La mala experiencia que acababa de tener el apóstol Pablo con los judíos en la sinagoga de Tesalónica, ciudad de la que tuvo que huir de noche, no le impide llegar a Berea e inmediatamente entrar en la sinagoga judía de aquella otra ciudad (Hechos 17:10).
Alguno
podría pensar que eso era salir de la sartén para caer en el fuego. ¿Por qué
arriesgarse a sufrir la misma persecución otra vez? Pero Pablo tenía la
comisión de “Id y predicad el evangelio a toda criatura” y él mismo confesó
“¡Ay de mí si no predico el evangelio!”. Está en el plan de Dios que el
evangelio se anuncie en todo el mundo y por eso el Espíritu Santo levanta
misioneros que son enviados por la Iglesia (Hechos 13:2-3). Dios tiene en todo
lugar a sus escogidos y éstos oirán llegado el momento. Esta era la confianza
de Pablo y por la que estaba dispuesto a sufrir (2Timoteo 2:10).
La
sorpresa, si cabe llamarse así, fue la buena acogida que tuvo Pablo en la sinagoga
de Berea en comparación con la de Tesalónica. El texto bíblico se refiere a
los bereanos como más nobles que los tesalonicenses, es decir, gente que
actuaba de buena fe y sin doble intención. Por lo tanto, éstos recibieron la
Palabra del evangelio con toda solicitud, con gran anhelo, con un deseo sincero
de ser instruidos. Ahora bien, no estaban dispuestos a tragarse todo lo que se
les enseñara, sino que escudriñaban cada día las Escrituras para ver si las
cosas que se les decía eran verdad (Hechos 17:11).
Dos
grandes principios se desprenden de la actitud bereana. El primero es el de
pasar por el tamiz de las Escrituras cualquier enseñanza doctrinal que se
presente como cristiana. Si lo que se nos predica no es de acuerdo a la Palabra
revelada por Dios en la Biblia, no debemos aceptarla ni seguir escuchando. Por
muy carismático, simpático, persuasivo o renombrado que sea el portador de tal
enseñanza, al tal le diremos: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme
a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20)
En
especial se ha de pasar por dicho tamiz de las Escrituras el propio evangelio,
para que no se predique otro evangelio que no sea el de la gracia de Dios. La
buena noticia del evangelio es la salvación gratuita ofrecida por Dios al
pecador, basada en la persona y en la obra de Jesucristo, el Hijo de Dios,
quien en la cruz pagó por nuestros pecados. Esta salvación perfecta y completa
la recibe por medio de la sola fe el pecador que arrepentido viene a Cristo
implorando el perdón y la salvación. Las buenas obras o los méritos no son
requeridos para recibir la salvación pues ya no sería por gracia. Es la salvación
recibida la que produce en el creyente el andar en buenas obras. (Efesios
2:8-10)
El segundo principio que se desprende
de la actitud bereana es el del libre examen de las Escrituras. Toda persona
tiene el derecho y el deber de examinar las Escrituras por sí mismo sin
necesidad del permiso eclesiástico (Mateo 5:39). Durante siglos se prohibió la
lectura de la biblia al pueblo porque, decían, sin la guía del magisterio
eclesiástico no la entenderían. Pero cualquiera que lea la Biblia entenderá,
sin la menor duda, que en ella se enseña que el hombre es pecador y que Cristo
es salvador. Que existe un castigo eterno para los impenitentes y una gloria
eterna para los creyentes (Mateo 25:46)
Ahora
bien: el libre examen no significa “la libre interpretación de las Escrituras”.
El libre examen no es tomar un texto o versículo aislado y acomodarlo a nuestra
propia conveniencia dándole la interpretación que a uno le parezca. Sin
embargo, el libre examen, sí nos da derecho a todos, a buscar el sentido de
cualquier pasaje, con la ayuda del Espíritu Santo, de un diccionario y de una
concordancia, teniendo el contexto histórico, el sentido gramatical y doctrinal
de determinado versículo y estudiarlo por uno mismo (Hechos 17:11
Por lo tanto, que nadie tema abrir
la biblia, leerla, estudiarla y creerla. Transformará su vida. Esto es lo que
sucedió en Berrea. Muchos creyeron la Palabra de Dios (Hechos 17:12).
Curiosamente, cuando a los judíos de Tesalónica se enteraron de lo sucedido se
desplazaron a Berea para provocar una revuelta contra Pablo. ¿Qué celo era
este? ¿Celo por la gloria de palabra o meros celos humanos porque perdían
adeptos? En su relato, Lucas no deja lugar a dudas en cuanto a que les movían
celos humanos (Hechos 17:5) ¡Cuantas veces se ha disfrazado también el celo
pecaminoso dentro de la iglesia, queriendo aparentar celo por las cosas de
Dios!
En este mundo caído, la palabra de
mentira reina sobre los hijos de desobediencia desde el mismo Edén, rige la
vida y conducta de aquellos que todavía escuchan la serpiente. En
contraposición están los hijos de Dios, los que son guiados por la Palabra de
Dios que vive y permanece para siempre. (1 Pedro 1:23). Finalmente, la verdad
siempre triunfa porque es Libertadora. La perseguirán, prohibirán su lectura,
denostarán a sus valedores, pero nadie podrá apresar la Palabra de Dios
(2Timoteo 2:9).
“Porque: Toda carne es como hierba,
y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la
flor se cae; más la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la
palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Pedro 1:24-25).
En la Calle Recta, marzo 2021.
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