domingo, 22 de agosto de 2021

Nobleza Bereana

No todos somos iguales. En cuanto al carácter, muchas veces movidos por prejuicios, juzgamos a ciertas razas y culturas como si todos sus componentes fueran de la misma condición. Es decir, los ponemos a todos dentro de un mismo saco y lo sellamos con una etiqueta determinada bien grande e in­confundible. Estos prejuicios son pura nece­dad. La mala experiencia que acababa de tener el apóstol Pablo con los judíos en la sinagoga de Tesalónica, ciudad de la que tuvo que huir de noche, no le impide llegar a Berea e inmediatamente entrar en la sinagoga judía de aquella otra ciudad (Hechos 17:10).

            Alguno podría pensar que eso era salir de la sartén para caer en el fuego. ¿Por qué arriesgarse a sufrir la misma persecución otra vez? Pero Pablo tenía la comisión de “Id y predicad el evangelio a toda criatura” y él mismo confesó “¡Ay de mí si no predico el evangelio!”. Está en el plan de Dios que el evangelio se anuncie en todo el mundo y por eso el Espíritu Santo levanta misioneros que son enviados por la Iglesia (Hechos 13:2-3). Dios tiene en todo lugar a sus escogidos y éstos oirán llegado el momento. Esta era la confianza de Pablo y por la que estaba dispuesto a sufrir (2Timoteo 2:10).

            La sorpresa, si cabe llamarse así, fue la buena acogida que tuvo Pablo en la sinago­ga de Berea en comparación con la de Tesa­lónica. El texto bíblico se refiere a los bereanos como más nobles que los tesalonicenses, es decir, gente que actuaba de buena fe y sin doble intención. Por lo tanto, éstos recibieron la Palabra del evangelio con toda solicitud, con gran anhelo, con un deseo sincero de ser instruidos. Ahora bien, no estaban dispuestos a tragarse todo lo que se les enseñara, sino que escu­driñaban cada día las Escrituras para ver si las cosas que se les decía eran verdad (He­chos 17:11).

            Dos grandes principios se desprenden de la actitud bereana. El primero es el de pasar por el tamiz de las Escrituras cualquier enseñanza doctrinal que se presente como cristiana. Si lo que se nos predica no es de acuerdo a la Palabra revelada por Dios en la Biblia, no debemos aceptarla ni seguir escu­chando. Por muy carismático, simpático, persuasivo o renombrado que sea el porta­dor de tal enseñanza, al tal le diremos: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren confor­me a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20)

            En especial se ha de pasar por dicho tamiz de las Escrituras el propio evangelio, para que no se predique otro evangelio que no sea el de la gracia de Dios. La buena noticia del evangelio es la salvación gratuita ofreci­da por Dios al pecador, basada en la persona y en la obra de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien en la cruz pagó por nuestros pecados. Esta salvación perfecta y completa la recibe por medio de la sola fe el pecador que arre­pentido viene a Cristo implorando el perdón y la salvación. Las buenas obras o los méri­tos no son requeridos para recibir la salva­ción pues ya no sería por gracia. Es la salva­ción recibida la que produce en el creyente el andar en buenas obras. (Efesios 2:8-10)

            El segundo principio que se desprende de la actitud bereana es el del libre examen de las Escrituras. Toda persona tiene el dere­cho y el deber de examinar las Escrituras por sí mismo sin necesidad del permiso eclesiástico (Mateo 5:39). Durante siglos se prohibió la lectura de la biblia al pueblo porque, decían, sin la guía del magisterio eclesiástico no la entenderían. Pero cual­quiera que lea la Biblia entenderá, sin la menor duda, que en ella se enseña que el hombre es pecador y que Cristo es salvador. Que existe un castigo eterno para los impe­nitentes y una gloria eterna para los cre­yentes (Mateo 25:46)

            Ahora bien: el libre examen no significa “la libre interpretación de las Escrituras”. El libre examen no es tomar un texto o versículo aislado y acomodarlo a nuestra propia conveniencia dándole la interpretación que a uno le parezca. Sin embargo, el libre examen, sí nos da derecho a todos, a buscar el sentido de cualquier pasaje, con la ayuda del Espíritu Santo, de un diccionario y de una concordancia, teniendo el contexto histórico, el sentido gramatical y doctrinal de determinado versículo y estudiarlo por uno mismo (Hechos 17:11

            Por lo tanto, que nadie tema abrir la biblia, leerla, estudiarla y creerla. Transformará su vida. Esto es lo que sucedió en Berrea. Muchos creyeron la Palabra de Dios (Hechos 17:12). Curiosamente, cuando a los judíos de Tesalónica se enteraron de lo sucedido se desplazaron a Berea para provocar una revuelta contra Pablo. ¿Qué celo era este? ¿Celo por la gloria de palabra o meros celos humanos porque perdían adeptos? En su relato, Lucas no deja lugar a dudas en cuanto a que les movían celos humanos (Hechos 17:5) ¡Cuantas veces se ha disfrazado también el celo pecaminoso dentro de la iglesia, queriendo aparentar celo por las cosas de Dios!

            En este mundo caído, la palabra de mentira reina sobre los hijos de desobediencia desde el mismo Edén, rige la vida y conducta de aquellos que todavía escuchan la serpiente. En contraposición están los hijos de Dios, los que son guiados por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre. (1 Pedro 1:23). Finalmente, la verdad siempre triunfa porque es Libertadora. La perseguirán, prohibirán su lectura, denostarán a sus valedores, pero nadie podrá apresar la Palabra de Dios (2Timoteo 2:9).

            “Porque: Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; más la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Pedro 1:24-25).

En la Calle Recta, marzo 2021.

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