X — El ensalzamiento de Cristo
por J.B. Watson
Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi
diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Salmo 110.1
Indiscutiblemente
David es el autor de este pronunciamiento profético. Indiscutiblemente,
decimos, para todo aquel que se somete a la autoridad de Cristo. El no sólo
especificó que David fue el escritor y el Espíritu Santo el inspirador, sino
que basó su pregunta a sus opositores sobre esta premisa doble y les confundió
con el argumento que dedujo de la misma; Mateo 22.41 al 45.
El
texto en el Salmo consiste en tres miembros o divisiones:
- el señalamiento
por David de Cristo como Señor: Jehová
dijo a mi Señor
- el
ensalzamiento por Dios de Cristo: Siéntate
a mi diestra
- el propósito
divino para el futuro: tus enemigos
por estrado de tus pies
En el Nuevo Testamento se emplea
esta profecía de maneras diversas y llamativas, y proponemos verlas ahora.
Jehová
dijo a mi Señor ...
Es Cristo mismo quien expone el
pasaje. Habiendo respondido al interrogatorio de sus opositores, les plantea
una pregunta que a primera vista parece elemental: “¿Qué pensáis del Cristo?
¿De quién es hijo?” Mateo 22.42. Todo muchacho judío tenía la respuesta;
parecía casi un insulto pedir a esos fariseos sabios que contestaran una
pregunta tan sencilla. Pero ellos respondieron: “De David”.
El
Señor vuelve a preguntar: “¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor?” Haciéndolo en Espíritu, no
habría posibilidad de equivocación. David había dicho: “Dijo el Señor a mi
Señor…” Ahora, “Si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo?”
Aquí
sí había un dilema para los doctores: el Mesías sería hijo de David y Señor de
David a la vez. Hijo es un título que
conlleva ideas de sucesión y subordinación; Señor
es un título que se reserva generalmente en las escrituras sagradas para Dios
mismo, y siempre comunica pensamientos elevados de prioridad y superioridad.
¿Cómo
podrían aplicarse simultáneamente ambos títulos a Aquel que vendría? Un
descendente de David, pero anterior a David; un vástago del linaje de David,
pero con el nombre de Señor, ¡muy por
encima de la cabeza de aquella genealogía! Aquellos hombres no tenían respuesta
para ese acertijo. Se quedaron quietos y nunca más le preguntaban al profeta de
Nazaret.
Es
que, con todo su orgullo por el conocimiento que tenían, ellos no conocían a
Jesús el Mesías, ni las palabras de los profetas que se leían todos los días de
reposo; Hechos 13.27. Estaban tan satisfechos consigo mismo que nunca entró en
sus pensamientos la posibilidad de esperar humildemente un alumbramiento de
Dios sobre escrituras tan misteriosos como, por ejemplo, los capítulos 18 y 32
del Génesis. En el primero de éstos un visitante es llamado un varón en el
versículo 2 y Jehová en el 13: en el otro capítulo es “un varón” en el 24 y
“Dios” en el 30.
Tampoco
indagaron aquellos hombres sobre el sentido de las palabras de Isaías: “Un niño
nos es nacido, hijo nos es dado”, 9.6; ni las de Miqueas, “Saldrá el que será
Señor en Israel, y sus salidas son desde el principio, desde los días de la
eternidad”, 5.2.
Si
ellos hubieran asumido una actitud diferente, para andar humildemente con su
Dios, quizás les hubiera sido revelado que el Mesías que esperaban se vestiría
de legítima humanidad cual hijo de David y a la vez tendría derecho a sentarse
donde sólo la Deidad puede estar, sobre el trono de aquel que ha dicho: “Yo
Jehová ... a otro no daré mi gloria”, Isaías 42.8.
Siéntate
a mi diestra ...
Son ricas aquellas citas y
referencias a estas palabras que encontramos en el Nuevo Testamento. Veamos
siete.
(a) Se usan
como prueba de la deidad de Cristo. Él pregunta a los hebreos: “¿A cuál de los
ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos
por estado de tus pies?” 1.13. Es la piedra angular del argumento del primer
capítulo de la Epístola.
En Hebreos 1 se cita dos versículos
de Salmos, el 2.7 y el 89.26, para mostrar que Dios se dirige a Cristo como
Hijo. Se cita Salmo 97.7 (o quizás es más bien Deuteronomio 32.43) para mostrar
que Dios manda a los ángeles que adoren a Cristo. Se cita Salmo 45.6 para
mostrar que Dios mismo se dirige al Hijo como Dios. Se cita Salmo 102.25 para
mostrar que los poderes y atributos de Cristo incluyen la creación y la
inmutabilidad. Y finalmente se corona la serie con la profecía ya citada como testimonio
de que Cristo es Dios porque ocupa un lugar al cual la criatura jamás podrá ser
ascendido.
(b) El
descenso del Espíritu Santo es un indicio seguro del ensalzamiento de Cristo.
“Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la
promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque
David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor,
Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”.
El dador del Espíritu Santo es el Cristo
sentado sobre el trono, según consta su propia palabra: “Si me fuere, os lo
enviaré”, refiriéndose al Consolador, el Espíritu; Juan 16.7. El Espíritu no
pudo ser dado hasta que un Cristo glorificado hubiese ocupado su puesto en las
alturas, Juan 16.7, 7.39, pero desde ese momento en adelante, toda iniciativa
de gracia y poder que se ve en la vida y el servicio de los creyentes en Cristo
sobre la tierra es prueba de un Señor que reina sentado en el puesto de poder supremo.
Él “ha derramado esto que vosotros
veis y oís”, Hechos 2.33.
(c) Este
ensalzamiento da testimonio a que el sacrificio por el pecado es definitivo,
suficiente y eficaz.
“Habiendo
efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, [el Hijo]
se sentó a la diestra de la Majestad de Dios en las alturas”, Hebreos 1.3.
“Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los
pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”, Hebreos 10.12.
La
ofrenda del Calvario ha realizado gloriosamente su objetivo, ha tratado el
pecado de una manera que trae gloria a Dios, ha respondido a todo aquel que
confía en esa ofrenda. La declaración jurada de todo esto existe en el hecho
que el que se ofreció ha recibido a su vez el lugar del más exaltado favor y
del esplendor de la presencia divina.
(d)
El
ensalzamiento de Cristo es la garantía que su pueblo será defendido y guardado
a salvo.
“Tenemos tal sumo sacerdote, el cual
se sentó a la diestra de la Majestad en los cielos”, Hebreos 8.1. “Cristo es el
que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de
Dios, el que también intercede por nosotros”, Romanos 8.34.
Es maravillosa que los intereses de
su pueblo sean el interés suyo en el alto lugar de su ensalzamiento. Si Él
ocupa un trono de poder real, es también un sacerdote, uniendo estos dos
oficios en sí por el bien de los que todavía está acosados por debilidad en su
andar de fe en este mundo aquí abajo. Él está allí por ellos, y siempre está
allí. Las fuerzas y habilidades suyas no disminuyen; para todas las
generaciones sucesivas que se acercan a Dios por medio de él, hay disponible el
poder de Uno que es el mismo ayer, y hoy, y por la eternidad.
Allá en la gloria, delante del gran trono,
Jesús mi abogado intercede por mí.
Mi causa en sus manos siempre prevalece;
también abogado será Él para ti.
(e) El
ensalzamiento de Cristo es la revelación de la posición del creyente ante Dios.
“... para que sepáis ... la
supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la
operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los
muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales”, Efesios 1.19,20.
La
suprema manifestación de la aplicación de la fuerza infinita de Dios fue la
resurrección de Cristo y su ascensión a la diestra del centro de poder. El
trozo citado pone de manifiesto que al hacerle esto a Cristo, Dios lo hizo
también a nosotros que estamos “en Cristo”. Yacíamos en delitos y pecados, pero
Dios nos dio vida en un Cristo revivificado, levantándonos en asociación con él
en resurrección y colocándonos al lado suyo en su exaltación en gloria. Este
modo de ver divino es verídico, no obstante, las apariencias del momento. Está
destinado a quedar manifiesto históricamente una vez que se realice el consejo
eterno de Aquel que invoque la aplicación de lo que es, pero no parecía ser.
Cristo,
en la magnífica altura sentado,
esperas
el día glorioso, anhelado,
en
el que seráte este mundo sujeto,
y
el plan de tu Padre hallaráse completo.
G.M.J.
Lear
Ven
pronto para conducir tu Iglesia de este suelo,
para
ocupar su eterno hogar contigo allí en el cielo.
A.
Jenkins
(f) El
Cristo entronado constituye un magnífico imán para los afectos del creyente.
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”,
Colosenses 3.1.
Todos nuestros más legítimos intereses y
anhelos están en el cielo, ya que están allí neutras posesiones ni corrompen ni
deterioran. Son nuestros debido a él y porque Él se los dio. ¡Súrsum corda! [“Elevad vuestros
corazones”]. ¡Oh creyente! no deje que sus afectos corran por las sendas a mero
nivel terrenal, ni que busquen lo que perece con el uso.
¡Cristiano
mira arriba!
Cerca
del fin estás
de
tu terreno viaje
con
todo su pesar.
En
casa de tu Padre
con
Cristo morarás.
No
hay noche allí ni penas,
do
el mal no puede entrar.
A.L.
Hunt
(g) El
Cristo entronado es un fuerte consuelo para el peregrino pueblo de Dios.
“...puestos
los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto
delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios”, Hebreos 12.2.
Sus pies han caminado la senda de fe
antes de nosotros. Toda oposición que tal vez encontremos, todo contratiempo y
tentación, Él ya lo experimentó, y en una medida que nosotros nunca tendremos
que experimentar. En dependencia de su Dios, persiguió con propósito firme,
dejando atrás el oprobio y dedicándose a la enorme tarea que era su razón de
estar acá. Era necesario que padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria;
Lucas 24.26.
En la gloria levantado, puedes hoy salvar
por tu obra consumada, y guardar ...
Porque entonces la riqueza toda se verá,
que la cruz con su tristeza te dará.
James
Clifford
Cuando parece que estamos por
fallar, o perder el ánimo, o querer renunciar la carga, se nos anima a “poner
los ojos en Jesús” y considerar a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores
contra sí mismo. Él prometió: “Al que venciere, el daré que se siente conmigo
en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”,
Apocalipsis 3.21.
(h) El
ensalzamiento de Cristo asegura un eficaz apoyo a nuestro testimonio en el
mundo.
“El Señor ... fue
recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Y ellos,
saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la
palabra con las señales que la seguían”, Marcos 16.19,20.
Él está allá, pero está acá con sus
heraldos. El asiento de la Majestad es suyo, pero Él cumple a la vez con su
promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Los
suyos no testifican por su propia cuenta, sin soporte. Él obra aún en el mundo,
pero empleando nuestros labios, manos y pies. Tome aliento, humilde obrero: al
lado suyo está nadie menos que el Todopoderoso, revistiendo su débil testimonio
de la unción divina y confirmándola con fruto espiritual.
... tus enemigos por estrado de tus pies
Veamos brevemente la tercera parte
de nuestra profecía. El propósito de Dios es que el Cristo ensalzado gobierne
un imperio universal.
Aun ahora las jerarquías celestiales
reconocen su autoridad: “... a él están sujetos ángeles autoridades y
potestades”, 1 Pedro 3.22. Se acerca el día cuando Dios le dirá: Levántate,
toma tu poder para dominar gloriosamente de mar a mar, del río hasta los
confines de la tierra. Véase Salmo 72.8. Su reino a la postre está avalado por
la sujeción que le ha sido encomendada en cielo y tierra: “Es preciso que él
reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies”, 1
Corintios 15.25. Es inconcebible que puede tener éxito duradero una rebelión
contra la autoridad suya en este mundo.
De manera que aceptamos el tiempo establecido
en los consejos de Dios hasta que sea cumpla la última profecía del Salmo 110;
cuando Cristo, en un despliegue estrépito de fuerza irresistible y de gloria,
aplastará toda oposición y toda otra autoridad. Los enemigos al estrado de sus
pies, Él dará inicio a su reinado de esplendor y paz; el mundo habrá entrado en
la Edad de Oro por la cual gime actualmente.
Mientras tanto, estemos de acuerdo
con David en reconocerle como Señor.
Acordémosle en nuestros corazones el lugar que Dios le ha dado: el trono.
Exaltadle, exaltadle,
ricos triunfos trae Jesús,
en los cielos entronado
en la refulgente luz.
Coronadle, coronadle,
coronadle Rey de reyes.
Homenaje tributadle,
tributad al Salvador.