La Impaciencia
“Señor, dame paciencia—¡pero ya, por favor!”
¿Cuántas veces no hemos sido capaces de ver la ironía de una oración así?
La impaciencia se puede manifestar en casi
toda área de la vida: mi búsqueda de pareja, mi situación económica, mi
trabajo, mis estudios, mi matrimonio, el comportamiento de mis hijos, la
salvación o restauración de un ser querido, el crecimiento espiritual de otro
creyente, etc. Quizás sea obvio en nuestras actitudes cotidianas: en la fila en
el súper, en el semáforo, en la parada del camión, o al esperar la respuesta a
un mensaje de texto enviado hace 2 largos minutos...
Sería
útil definir la paciencia. Es “la capacidad de aceptar o tolerar la demora, los
problemas, o el sufrimiento, sin enojarse o desesperarse”. En la Biblia, la
paciencia implica sufrir, aguantar o esperar, como una determinación de la voluntad
y no solamente por necesidad. También es una virtud deseada en la vida de cada
creyente. La impaciencia realmente expresa mi insatisfacción con la provisión
de Dios, que pregunta: “¿Para qué he de esperar más a Jehová?” (2 R 6.33).
Aunque quizás nos gusta excusarnos, diciendo que “así soy”, realmente la
impaciencia es pecado. “El que es impaciente de espíritu enaltece la necedad”,
Proverbios 14.29.
Hay
varios ejemplos bíblicos tristes que nos ayudan a entender la seriedad y las
consecuencias de la impaciencia. Abram y Sarai eran viejos y no tenían hijos
cuando Dios les prometió una familia en Génesis 12. Después de esperar una
década completa, la impaciencia de ambos resultó en la concepción y el
nacimiento de un hijo a través de Agar, la criada de Saraí. Eso produjo
conflicto entre Saraí y Abram, entre Saraí y Agar, luego entre Ismael e Isaac,
y hasta el día de hoy, entre los judíos y los árabes. Tuvieron que esperar 15
años más hasta el nacimiento de Isaac, pero ¡qué bendición es ver la introducción
de la nación de Israel!
Esaú
es un ejemplo clásico de alguien que, por su impaciencia, perdió mucho. Por ser
impaciente y querer satisfacer su hambre física, vendió su primogenitura, que
no tenía precio. Luego Jacob y Rebeca, por su impaciencia, engañaron a Isaac,
lo cual resultó en una familia fracturada. Jacob tuvo que huir y nunca volvió a
ver a su madre.
La
impaciencia incluso puede afectar a una nación entera. Israel, recién liberada
de Egipto se impacientó por causa del viaje. Y el pueblo habló contra Dios y
Moisés: “¿Por qué nos han sacado de Egipto para morir en el desierto? Pues no
hay comida [pan] ni agua, y detestamos este alimento tan miserable” (Nm 21.4-5
NBLH). Tristemente, muchos de los impacientes murieron mordidos por las
serpientes ardientes ese día.
El
rey Saúl se adelantó y ofreció el holocausto, lo cual era el trabajo del
profeta Samuel. Saúl quiso justificar su desobediencia diciéndole a Samuel:
“Como vi que el pueblo se me dispersaba, que tú no llegabas dentro de los días
señalados y que los filisteos estaban reunidos... me vi forzado, y ofrecí el
holocausto” (1 S 13.11-12). Samuel le respondió: “Ahora tu reino no
perdurará... porque tú no guardaste lo que el Señor te ordenó” (1 S 13.14).
Marta
y María esperaron en vano que Jesús llegara a tiempo para sanar a su hermano.
Cuando por fin llegó el Señor, Lázaro ya tenía cuatro días que había sido
sepultado. Se lamentaron que “si hubieses estado... [él] no habría muerto”. En
su impaciencia, insinuaron que el Señor se había equivocado.
Entonces,
en resumen, la impaciencia debilita nuestra fe en Dios y en sus promesas, nos
hace valorar lo material más que las bendiciones espirituales, nos lleva a
despreciar la provisión de Dios, quiere justificar la desobediencia a la
Palabra de Dios, nos deja decepcionados cuando Dios no actúa como habíamos
esperado.
Por
supuesto, también hay buenos ejemplos bíblicos que nos animan: Abraham, que
vivía en tiendas, “esperaba la ciudad que tiene fundamentos” (Heb 11.10); José,
que por años sirvió en medio del sufrimiento, esperaba que Dios acomodara las
cosas; Moisés escogió “antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de
los deleites temporales del pecado... porque tenía puesta la mirada en el
galardón” (Heb 11.25-26); Pablo dijo: “Por amor a Cristo me gozo en las
debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias;
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte... con todo, las señales de
apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia... ” (2 Co 12.10, 12).
Cuando
somos impacientes con Dios por las circunstancias de la vida, nos olvidamos que
El mismo es paciente con nosotros. Nueve veces leemos que El es “tardo para la
ira”. Dice Pedro que “el Señor... es paciente para con nosotros, no queriendo
que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P 3.9). Y
dice el salmista que “no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades,
ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Sal 103.10).
El
escritor a los Hebreos nos exhorta a que “corramos con paciencia la carrera que
tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús... considerad a aquel que sufrió
tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se
canse hasta desmayar” (12.1-3).
La
impaciencia me llevará a pecar en una variedad de maneras: buscar una pareja
que no resulte en una unión “en el Señor”; por necesidad económica, buscar
ingresos a través de fuentes dudosas o en desobediencia directa a las
instrucciones bíblicas; tratar o hablar a los demás conductores en el tráfico
(o sobre ellos) con falta de consideración; hablar con dureza a los compañeros
de trabajo, los hermanos en Cristo, o la familia por no haber cumplido con mis
expectativas irracionales. ¿Puede usted identificar otras áreas en la vida
donde batalla con el pecado de la impaciencia?
¿Cómo puedo combatir la impaciencia?
“Tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas... habéis oído
de la paciencia de Job” (Stg. 5.10-11). Santiago dice también que la fe produce
paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis
perfectos...” (Stg 1.3-4), y Pablo concuerda: “nos gloriamos en las
tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia” (Ro 5.3). Según
ambos apóstoles, para combatir la impaciencia necesito un cambio de perspectiva
en cuanto a mi situación.
La
paciencia se tiene que cultivar en la vida del creyente y es evidencia de
madurez espiritual. Es resultado de la obra del Espíritu Santo que produce
semejanza a Cristo, “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en
todo, llevando fruto... y creciendo... para toda paciencia y longanimidad” (Col
1.10-11).
Hagamos
caso a la exhortación del apóstol: “Os rogamos, hermanos... que seáis pacientes
para con todos” (1 Ts 5.14).
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