domingo, 12 de diciembre de 2021

La Trampa de las Transgresiones Toleradas

 La Impaciencia 


Timoteo Woodford

“Señor, dame paciencia—¡pero ya, por favor!” ¿Cuántas veces no hemos sido capaces de ver la ironía de una oración así?


La impaciencia se puede manifestar en casi toda área de la vida: mi búsqueda de pareja, mi situación económica, mi trabajo, mis estudios, mi matrimonio, el comportamiento de mis hijos, la salvación o restauración de un ser querido, el crecimiento espiritual de otro creyente, etc. Quizás sea obvio en nuestras actitudes cotidianas: en la fila en el súper, en el semáforo, en la parada del camión, o al esperar la respuesta a un mensaje de texto enviado hace 2 largos minutos...

            Sería útil definir la paciencia. Es “la capacidad de aceptar o tolerar la demora, los problemas, o el sufrimiento, sin enojarse o desesperarse”. En la Biblia, la paciencia implica sufrir, aguantar o esperar, como una determinación de la voluntad y no solamente por necesidad. También es una virtud deseada en la vida de cada creyente. La impaciencia realmente expresa mi insatisfacción con la provisión de Dios, que pregunta: “¿Para qué he de esperar más a Jehová?” (2 R 6.33). Aunque quizás nos gusta excusarnos, diciendo que “así soy”, realmente la impaciencia es pecado. “El que es impaciente de espíritu enaltece la necedad”, Proverbios 14.29.

            Hay varios ejemplos bíblicos tristes que nos ayudan a entender la seriedad y las consecuencias de la impaciencia. Abram y Sarai eran viejos y no tenían hijos cuando Dios les prometió una familia en Génesis 12. Después de esperar una década completa, la impaciencia de ambos resultó en la concepción y el nacimiento de un hijo a través de Agar, la criada de Saraí. Eso produjo conflicto entre Saraí y Abram, entre Saraí y Agar, luego entre Ismael e Isaac, y hasta el día de hoy, entre los judíos y los árabes. Tuvieron que esperar 15 años más hasta el nacimiento de Isaac, pero ¡qué bendición es ver la introducción de la nación de Israel!

            Esaú es un ejemplo clásico de alguien que, por su impaciencia, perdió mucho. Por ser impaciente y querer satisfacer su hambre física, vendió su primogenitura, que no tenía precio. Luego Jacob y Rebeca, por su impaciencia, engañaron a Isaac, lo cual resultó en una familia fracturada. Jacob tuvo que huir y nunca volvió a ver a su madre.

            La impaciencia incluso puede afectar a una nación entera. Israel, recién liberada de Egipto se impacientó por causa del viaje. Y el pueblo habló contra Dios y Moisés: “¿Por qué nos han sacado de Egipto para morir en el desierto? Pues no hay comida [pan] ni agua, y detestamos este alimento tan miserable” (Nm 21.4-5 NBLH). Tristemente, muchos de los impacientes murieron mordidos por las serpientes ardientes ese día.

            El rey Saúl se adelantó y ofreció el holocausto, lo cual era el trabajo del profeta Samuel. Saúl quiso justificar su desobediencia diciéndole a Samuel: “Como vi que el pueblo se me dispersaba, que tú no llegabas dentro de los días señalados y que los filisteos estaban reunidos... me vi forzado, y ofrecí el holocausto” (1 S 13.11-12). Samuel le respondió: “Ahora tu reino no perdurará... porque tú no guardaste lo que el Señor te ordenó” (1 S 13.14).

            Marta y María esperaron en vano que Jesús llegara a tiempo para sanar a su hermano. Cuando por fin llegó el Señor, Lázaro ya tenía cuatro días que había sido sepultado. Se lamentaron que “si hubieses estado... [él] no habría muerto”. En su impaciencia, insinuaron que el Señor se había equivocado.

            Entonces, en resumen, la impaciencia debilita nuestra fe en Dios y en sus promesas, nos hace valorar lo material más que las bendiciones espirituales, nos lleva a despreciar la provisión de Dios, quiere justificar la desobediencia a la Palabra de Dios, nos deja decepcionados cuando Dios no actúa como habíamos esperado.

            Por supuesto, también hay buenos ejemplos bíblicos que nos animan: Abraham, que vivía en tiendas, “esperaba la ciudad que tiene fundamentos” (Heb 11.10); José, que por años sirvió en medio del sufrimiento, esperaba que Dios acomodara las cosas; Moisés escogió “antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado... porque tenía puesta la mirada en el galardón” (Heb 11.25-26); Pablo dijo: “Por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte... con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia... ” (2 Co 12.10, 12).

            Cuando somos impacientes con Dios por las circunstancias de la vida, nos olvidamos que El mismo es paciente con nosotros. Nueve veces leemos que El es “tardo para la ira”. Dice Pedro que “el Señor... es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P 3.9). Y dice el salmista que “no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Sal 103.10).

            El escritor a los Hebreos nos exhorta a que “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús... considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (12.1-3).

            La impaciencia me llevará a pecar en una variedad de maneras: buscar una pareja que no resulte en una unión “en el Señor”; por necesidad económica, buscar ingresos a través de fuentes dudosas o en desobediencia directa a las instrucciones bíblicas; tratar o hablar a los demás conductores en el tráfico (o sobre ellos) con falta de consideración; hablar con dureza a los compañeros de trabajo, los hermanos en Cristo, o la familia por no haber cumplido con mis expectativas irracionales. ¿Puede usted identificar otras áreas en la vida donde batalla con el pecado de la impaciencia?

            ¿Cómo puedo combatir la impaciencia? “Tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas... habéis oído de la paciencia de Job” (Stg. 5.10-11). Santiago dice también que la fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos...” (Stg 1.3-4), y Pablo concuerda: “nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia” (Ro 5.3). Según ambos apóstoles, para combatir la impaciencia necesito un cambio de perspectiva en cuanto a mi situación.

            La paciencia se tiene que cultivar en la vida del creyente y es evidencia de madurez espiritual. Es resultado de la obra del Espíritu Santo que produce semejanza a Cristo, “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto... y creciendo... para toda paciencia y longanimidad” (Col 1.10-11).

            Hagamos caso a la exhortación del apóstol: “Os rogamos, hermanos... que seáis pacientes para con todos” (1 Ts 5.14).

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