Las
distintas circunstancias en que vemos a Saúl con una espada nos proporcionan un
resumen de su vida desde cuando fue ungido como rey hasta su triste fin en el
monte Gilboa. Muy importantes son las lecciones que podemos aprender de esta
historia trágica e inspirada por el Espíritu Santo.
1.
La espada del valiente
Tomando un par
de bueyes, los cortó en trozos y los envió por todo el territorio de Israel, 1 Samuel 11.5 al 15
Este
pasaje relata el principio de la carrera de Saúl. Sabemos por los capítulos 9 y
10 que era hombre pobre y humilde, y que escondió su bagaje al principio. Era
industrioso, compasivo, fortalecido por el Espíritu, puntual, valiente y
cumplido. Son cualidades que han podido señalar un gran hombre, y efectivamente
Saúl conquistó la admiración de todo el pueblo.
Su
simpatía se despierta al recibir noticias de la gente de Jabes, quienes estaban
rodeados por un enemigo fuerte y cruel. Sin vacilar él ciñe su espada y,
fortalecido por el Espíritu, sale al frente de un ejército de liberación. Ataca
el enemigo y gana una victoria gloriosa.
Con
este gran principio, ¿por qué fracasó al fin? Samuel nos da la razón: “Aunque
eras pequeño en tus propios ojos”, 15.17. La humildad de Saúl se cambió en
soberbia, desobediencia y presunción. El perdió su espiritualidad y es tipo del
creyente carnal una vez dominado por la envidia y la malicia.
¿Cuál
es el antídoto para el creyente expuesto al mismo peligro? Nuestro Señor lo
tiene; dijo El: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”, Mateo 11.29.
La
historia se repite. ¿Cuántos jóvenes principian su vida cristiana con fervor,
pero terminan en naufragio? Como Saúl, todo verdadero creyente ha tenido un
buen principio. Hay un gran enemigo cerca, pero “mayor es él que está en
vosotros que el que está en el mundo”. El espíritu de Satanás está en el mundo
y el Espíritu de Dios en el creyente.
2.
La espada del perezoso
No se halló
espada ni lanza en mano de ninguno del pueblo que estaba con Saúl, 1 Samuel 13.22 al 14.2
¡Qué
cambio notamos ahora! El enemigo está avanzando. Jonatán hace proezas, pero
Saúl está debajo de un granado, inactivo. He aquí la estrategia del enemigo; el
pueblo de Dios desarmado, y sólo Saúl y Jonatán tienen espadas. Ellos no
permitieron al enemigo despojarles de sus armas.
Satanás,
el gran enemigo del creyente, está procurando quitarle su arma principal, que
es la Palabra de Dios, la espada del Espíritu. Por esto el apóstol Pedro
exhorta, “Velad y orad”. Más tarde, cuando Saúl dormía, David pudo quitarle su
espada.
En
días pasados en Caracas unos ladrones entraron en la casa de una señora que
dormía. Le rociaron la cara con una sustancia que la guardaba dormida, y ella
se despertó tiempo después para saber que los ladrones habían llevado una
cantidad de dinero y joyas. Temo que muchas “espadas” de los soldados de Jesucristo
están oxidadas por falta de uso. Es una cosa tener la Biblia en casa, pero es
otra cosa tener la Palabra guardada en el corazón.
Los
filisteos estaban invadiendo el país, pero Saúl estaba sentado bajo un granado
en Micmas con seiscientos hombres. Su hijo Jonatán tenía el ejercicio, valor y
fe para atacar al enemigo. Dios le honró y él logró una victoria maravillosa.
En
la parábola de la cizaña, nuestro Señor dijo que fue mientras dormían los
hombres que el enemigo sembró la cizaña entre el trigo. ¿Cómo podemos derrotar
al enemigo? Dice el Salmo 60: “Has dado a los que te temen bandera que alcen
por causa de la verdad”. Y: “En Dios haremos proezas, y él hollará nuestros
enemigos”. Por lo cual, levantemos las manos caídas y las rodillas paralizadas.
Hagamos sendas derechas para nuestros pies.
3.
La espada del desobediente
Tomó vivo a Agag
rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada, 1 Samuel 15.8
Encontramos
a Saúl ahora con 210.000 hombres, y ha llegado el día en que Dios quiere
arreglar las cuentas con los amalecitas. El exige una destrucción total.
“Destruiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él”, 15.3. Saúl
impuso su propia voluntad, que resultó en pecado de rebelión.
El
perdonó al rey de los amalecitas, Agag, quien mereció muerte más que todos
porque era hombre de sangre. Amalec es tipo de la carne en el creyente.
Hablando espiritualmente, el fracaso de Saúl se debía a su propósito de
perdonar a Agag. Le trajo consigo, y ¡ay del creyente que quiere andar con un
Agag — la carne — perdonado!
Cuando
Samuel le reclamó a Saúl el no haber cumplido con su comisión, éste no quiso
reconocer su falta. “Antes bien he obedecido la voz de Jehová”, dijo, y quiso
echar la culpa sobre los demás. Pero era imposible engañar a Dios, y por fin el
rey confesó, “Yo he pecado”.
El
profeta le mostró qué ha debido hacer con Agag; le cortó en pedazos. Así el
creyente tiene que usar la espada del Espíritu, juzgando los deseos y las
pasiones carnales, “sabiendo que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con Cristo ... a fin de que no sirvamos más al pecado”, Romanos 6.6.
Dijo Pablo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo
sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”, 1 Corintios 9.27.
En
2 Samuel 1 notamos un gran contraste entre David y Saúl. David había derrotado
a los amalecitas, pero tres días más tarde se presentó delante de él un joven
de ese pueblo, trayendo la corona de Saúl y confesando que había ultimado a
aquel rey. El joven tenía por objeto congraciarse con David, pero el resultado
fue lo contrario; recibió la justa sentencia de muerte.
Saúl,
pues, perdonó al rey amalecita y murió a manos de uno de ese pueblo. David no
perdonó a ese pueblo y sentenció a muerte a uno de ellos que mató a su propio
rey. La lección solemne es que el creyente que hace tregua con la carne corre
el peligro de ser vencido por esa misma naturaleza pecaminosa, perdiendo su
corona ante el Señor.
En
Santiago 1.14,15 aprendemos cómo se desarrolla el pecado: uno es atraído y
seducido, y el pecado es concebido y consumado. El creyente debe huir de aun la
apariencia del pecado — 1 Tesalonicenses 5.22 — como José evitó la fornicación
con aquella mujer en Egipto. Uno halla lo que busca, y la lepra fea de la
fornicación es un ejemplo. Si uno busca las inmundicias de la carne, las
encontrará; pero si pone su mira en las cosas de arriba, va a encontrar la
espiritualidad y la comunión con el Señor.
4. La espada
del miedoso
Oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del
filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo, 1 Samuel 17.11
Saúl era el
hombre más alto y grande entre todos y a él le tocó salir a pelear contra el
gigante Goliat. Pero estaba amedrentado.
El
pecado quita el valor moral del creyente. Saúl estaba dispuesto a dar su espada
a David — 17.38,39 — pero no le agradó cuando la gente le atribuyó a David la
honra de la victoria. Hay algunos todavía que quieren que otros hagan el
trabajo pero que ellos disfruten de los beneficios; es como el refrán que el
cachicamo hace cueva para la lapa.
Pero
la espada del miedoso Saúl no sirvió para el valiente David. La humilde honda y
una piedrecita, dirigidas por la mano de Dios, efectuaron lo que no se podía
hacer con la espada de Saúl. Dios puede hacer mucho más con un instrumento
humilde y limpio que con uno pretencioso y carnal.
Este
noble episodio en la vida de David anima al creyente a confiar en su Señor y no
en el brazo del hombre. Saúl era fuerte, pero con corazón débil, y no tenía el
ojo puesto en Dios. Nuestro Señor exhortó a los suyos a “tener fe en Dios”, y
en Hebreos 11 hay un resumen de las hazañas de hombres y mujeres que salieron
victoriosos, creyendo en él y en su Palabra. Mayor es el que está en nosotros
que el que está en el mundo, y el apóstol afirmó que “en todas estas cosas
somos más que vencedores”. El perfecto amor echa fuera el temor. Romanos 8.37;
1 Juan 4.18
5.
La espada del cruel
Es por causa
de Saúl, y por aquella casa de sangre, 2 Samuel 21.1,2
La
crueldad de este hombre está a la vista en el caso de los gabaonitas y en el
caso de los sacerdotes. Llevado por un celo falso, Saúl violó el pacto solemne
que garantizaba seguridad a los gabaonitas. (Josué 9.15,21, etc). El derramó
sangre injustamente (no sabemos cuándo o cómo), trayendo maldición sobre su
país y tragedia sobre su posteridad. La historia está en 2 Samuel 21. Abiatar
dio aviso a David de cómo Saúl había dado muerte a los sacerdotes de Jehová, 1
Samuel 22.21.
Nos
hace recordar la advertencia de Romanos 14.7: “Ninguno de nosotros vive para
sí, y ninguno muere para sí”. Una generación venidera cosechará lo que nosotros
sembremos. ahora.
Hemos
llegado al capítulo más espeluznante en la historia de Saúl. Su ira contra
David ha llegado a su cenit y se desborda en furor desenfrenado. En su huida de
Saúl, David se presenta en la casa del sacerdote Ahimelec, y por medio de una
mentira capta la confianza de éste. De buena fe Ahimelec le da la espada de
Goliat y pan para David y sus mozos.
A
veces parece cosa fácil salir de un apuro diciendo una mentira, que para
algunos no representa mayor cosa, pero aquí tenemos un ejemplo de cuán funestos
pueden ser los resultados. El desenlace de aquella mentira de David fue la
matanza de 85 personas inocentes, sacerdotes de Dios, sus familias en el pueblo
de Nob, y aun niños de pecho. David tendría que lamentar después, “Yo he
ocasionado la muerte a todas las personas de la casa de tu padre”.
Que sintamos un
santo temor de mentir.
El
rey Saúl mandó a sus siervos matar a los sacerdotes, pero ellos no quisieron
extender la mano para hacerlo. Entonces el rey mandó a Doeg el edomita llevar a
cabo la matanza y él lo hizo sin escrúpulo. (También era edomita el rey
Herodes, quien mandó matar a todos los niños de dos años o menores en Belén y
sus alrededores). Doeg era el instrumento; Saúl fue el autor intelectual del
crimen. Cuando leemos más adelante del triste fin de Saúl, no se despierta en
nuestros corazones lástima en vista de lo que hizo aquí.
Según
el retrato divino de la raza humana, “sus pies se apresuran para derramar
sangre”. Hay la misma naturaleza cruel en todos los hijos de Adán, y solamente
la gracia de Dios puede transformarnos. Saulo de Tarso era “lobo rapaz”, de una
naturaleza fiera, pero después de su conversión fue “el amado del Señor”,
amando a la vez al pueblo de Dios. El escribió a los santos en Éfeso,
exhortándoles a quitar de sí toda amargura, enojo, ira, gritería y
maledicencia, y toda malicia.
En
2 Samuel 21.1 leemos: “Hubo hambre en los días de David ... por causa de Saúl,
y por aquella casa de sangre, por cuanto mató a los gabaonitas”. Su motivo fue
un celo carnal, que fue condenado por Dios. El violó un pacto hecho a favor de
esa gente, y Dios tuvo que cobrar la cuenta años después, con la muerte de algunos
de sus descendientes.
Saulo
de Tarso, a quien hemos hecho referencia, tuvo celo cuando perseguía a los
creyentes, pero después reconoció que era de la carne. Es posible aparentar un
celo por las cosas de Dios que depende de la carne, hiriendo a nuestros
hermanos. A veces es una exhortación en la energía de la carne que contrista al
Espíritu y hace más mal que bien. Diótrefes mostraba mucho celo en el asunto de
la recepción a la asamblea, 3 Juan 9, pero era celo carnal que llegó al extremo
de no querer recibir al apóstol Juan.
Debemos
tratar a nuestros hermanos en la fe como a aquellos por los cuales Cristo
murió. Son comprados a precio de su sangre, y los estimamos como dignos de ser
servidos.
6.
La espada del abandonado
Tomó Saúl la
espada, y echóse sobre ella, 1 Samuel 31.4
El
último capítulo de 1 Samuel nos presenta uno de los cuadros más lúgubres de la
Biblia: el fin triste de Saúl. Él había tenido un comienzo favorable; de joven
gozaba de vigor y salud, fue aplicado en trabajo honroso y se le brindaban
grandes posibilidades para el porvenir. Pero, como hemos visto, su
desobediencia, envidia y carnalidad le llevaron al extremo de ser abandonado
por Dios.
En
su desespero él buscó una bruja, pero en lugar de conseguir aliento para la
batalla, se quedó aplastado por completo en espíritu. En su última batalla con
los filisteos él vio a sus tres hijos muertos, y allí en la soledad tomó su
propia espada, se echó sobre ella y se mató a sí mismo. Los filisteos le
cortaron la cabeza y le despojaron de sus armas.
Al
principio Saúl fue guiado por la palabra de Dios; Samuel le dijo, “Espera tú un
poco para que te declare la palabra de Dios”, 1 Samuel 9.27. Al final consultó
con una hechicera. Le vemos al principio rodeado por sus hijos, oficiales y
soldados. Al fin su ejército huyó, sus hijos fueron muertos y él quedó
abandonado por Dios y hombre.
¿Por
qué aparecen en la sagrada página historias tan lamentables? Estas cosas les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a
quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar
firme, mire que no caiga. Porque las cosas que se escribieron antes, para
nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la
consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. 1 Corintios 10.11, Romanos
15.4
Saúl
es tipo del “hombre viejo” en el creyente. Si le dejamos reinar en nuestras
vidas, inevitablemente terminaremos mal. 2 Samuel empieza con el rey nuevo,
David, figura del “hombre nuevo”, hombre según el corazón de Dios y tipo de
nuestro Señor Jesucristo. David nunca perdió una batalla porque buscaba consejo
de Dios y procuraba hacer su voluntad. Sólo si reina en nuestras vidas “el
nuevo hombre” podemos contar con el apoyo y la bendición del Señor.
Santiago Saword