La Esposa de Manoa
“Que aquel varón de Dios nos enseñe lo que hayamos
de hacer con el niño que ha de nacer”. (Jueces 13.8). La historia está en
Jueces 13.
El
libro de Jueces es uno de los más tristes de la Biblia. Por séptima vez en el
libro está escrito el comentario: “Los hijos de Israel hicieron lo malo”. Esta
vez Dios permitió que los filisteos subyugaran a los israelitas por cuarenta
años, el tiempo más largo de sufrimiento en su historia. La idolatría del
pueblo y la opresión del enemigo entristecían a los fieles, y las familias que
creían en Dios sufrían.
Manoa
y su esposa vivían en un pueblo pequeño. Las Escrituras no dan el nombre de la
mujer, solamente comenta que no podía tener hijos. La esterilidad era un
reproche severo para una mujer en Israel y aun el Ángel de Jehová que la visitó
le dijo: “Tú eres estéril, y nunca has tenido hijos”. Parecía que aquella
humilde mujer no iba a tener un lugar importante en los propósitos de Dios.
A
veces es fácil sentirse insignificante hoy día en un mundo que se fija en la
apariencia de la mujer, en su éxito en su carrea o en el mundo de los negocios.
Pero debemos estimar nuestro propio valor más bien a la luz de la Palabra de
Dios y así vivir de tal manera que le traiga gloria a Él. Quizás la esposa de
Manoa poseía una vida más activa espiritualmente de lo que tenía Manoa, porque
el Ángel de Jehová se comunicó dos veces con ella antes de dirigirse a él.
Algunas
de las más asombrosas historias en las Escrituras son las de las apariciones de
Jesucristo en el Antiguo Testamento. Recordamos la aparición del Ángel de
Jehová a Agar, la esclava egipcia en el desierto y las visitas del Ángel a
Abraham en el libro de Génesis. La Biblia declara que “a Dios nadie le vio
jamás” (Juan 1.18), entonces es claro que el Ángel de Jehová era Jesucristo
antes de que Él tomara cuerpo humano. El “Jehová” del Antiguo Testamento es el
Jesucristo del Nuevo Testamento.
¡Cuán
maravilloso fue el mensaje del Señor Jesucristo para aquella mujer de fe!
“Concebirás, y darás a luz un hijo... este niño será nazareo a Dios desde su
nacimiento”. Leemos en Números 6 del nazareato de los que se dedicaban al
servicio del Señor. El nazareato de Sansón y el de su madre fueron por orden
divina. Había ciertos requisitos para el hijo y también para la madre,
empezando desde el embarazo. La devoción del hijo debía mostrarse en la madre y
a ellos se les instruyó que se abstuvieran de tomar vino, de comer cosa impura
y de cortarse el pelo.
La
mayor parte de lo que le dijo el Visitante a la esposa, ésta se lo contó a
Manoa. Él oró a Jehová pidiéndole que volviera este Varón de Dios, no para
confirmación sino porque quería recibir instrucciones para él mismo en cuanto a
la crianza del niño. El Señor apareció otra vez a la mujer y ella buscó
rápidamente a su esposo, pero más instrucciones no fueron dadas.
Pensando
que el Visitante había sido un mero hombre, Manoa ofreció prepararle una
comida, pero el Ángel (Cristo) rehusó comerla, diciéndole a Manoa que podía
ofrecer una ofrenda a Dios. Cuando Manoa le preguntó su nombre, Él respondió:
“¿Por qué preguntas por mi nombre, que es Admirable?” (éste es uno de los
nombres dados al Señor Jesucristo en Isaías 9.6: “hijo nos es dado... y se
llamará su nombre Admirable”). Parece que el Señor no le dijo más de lo que
necesitaba saber.
Manoa
ofreció el cabrito y la ofrenda a Dios, y el Señor hizo un milagro delante de
ellos cuando subió al cielo en la llama del altar.
Así estaba mostrando
que lo sucedido había sido una aparición del Señor Jesucristo mismo. Al verlo,
Manoa y su esposa se postraron en adoración porque habían visto al Señor.
Cuando el Ángel de Jehová apareció
delante de la mujer, ella se mostró reverente, silenciosa y obediente a la voz
divina. Pero Manoa tuvo miedo y se puso triste, y luego dijo: “Ciertamente
moriremos, porque a Dios hemos visto”. La esposa se mantuvo firme en su fe y le
dijo que ellos habían visto al Señor pero que no morirían porque el Señor había
aceptado sus ofrendas y les había prometido que iban a tener un hijo.
En
esta mujer vemos a una esposa que quería compartir con su esposo lo que Dios le
había revelado a ella, una verdadera ayuda idónea para su marido. En su libro “Lo
que la Biblia enseña: Jueces”, John Ritchie comenta que parecía que no había
espíritu de competencia entre ellos sino armonía, por la manera en que se
comunicaron acerca de lo que les fue revelado. En ellos hubo el deseo de
conocer la voluntad de Dios y hacerla.
Nosotras,
como creyentes en Cristo, con el Espíritu Santo para guiarnos y las Sagradas
Escrituras a la mano, tenemos mucha más luz espiritual de la que poseían los
que vivieron antes de que Jesucristo tomara cuerpo humano y viviera en este
mundo. Pero leemos en Hebreos 11.39 de muchos fieles del Antiguo Testamento que
alcanzaron la aprobación de Dios, y su buen ejemplo supone un verdadero reto
para nosotras, mujeres privilegiadas.
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