La condición desleal e incrédula del pueblo de Israel
El autor del Salmo 22 es David, y en ese salmo cuenta
de sus propias experiencias y relata con anticipación por el Espíritu de los
sufrimientos vividos, sentidos y cumplidos de nuestro Señor Jesucristo. Pablo
cita este salmo en Hebreos 2:9-12 aludiendo a Cristo que “no se avergüenza de
llamarlos hermanos”. Aunque los redimidos eran unos perdidos y miserables
pecadores, ahora limpiados en su sangre y santificados, nos ha capacitado y no
se avergüenza de llamarnos hermanos.
David nunca se avergonzó de confesar el nombre de su
Dios. Confiesa el Señor ante el pueblo (1 Samuel 17:26), confiesa a su Dios
ante el rey y sus cortesanos, vv 31-37, confiesa a su Salvador ante su poderoso
enemigo, vv 45-47. Semejante a David hubo otros que dentro de la nación o en el
destierro confesaron y no se avergonzaron de su Dios. “Hablaré de sus
testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaré”. (Salmo 119:46) Pablo,
el más ejercitado de los siervos de Cristo, hizo célebres sus cadenas en el
pretorio romano porque no se avergonzó de Cristo su Salvador. Ante la crítica y
la burla de los filósofos griegos no se avergonzó de confesar a Cristo
resucitado y Juez del universo. Dijo de Onesíforo que “muchas veces me
confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino cuando estuvo en Roma me buscó
solícitamente y me halló”. (Filipenses 1:12-14, Hechos 17:16-32, 2 Timoteo
1:16-18)
Los ejemplos citados, y la confesión de fe en Cristo
de hombres y mujeres sencillos como nobles en los días presentes, nos hace
expresar más abajo la condición desleal e incrédula del pueblo de Israel que ha
entrado en Palestina.
Vino a Caracas en meses pasados el general Arie
Shahar, un israelí a quien se le atribuye parte de la victoria alcanzada en
estos días en la derrota del ejército árabe en el Sinaí. Un reportero le
preguntó a qué factores él atribuía el triunfo relámpago de las tropas de
Israel. El general contestó relacionando este golpe de Israel sobre los árabes
al golpe certero de muerte que atestó David al gigante Goliat. Dijo que los
árabes se habían convertido en un gigante armado con material bélico procedente
de Rusia y el ejército árabe había sido adiestrado en las tácticas para la guerra
por instructores rusos.
Llama la atención que el pueblo israelí, al celebrar
la victoria, lloraron unos y cantaron otros, leyendo los salmos por las calles,
pero este general no contestó que su triunfo sólo se atribuye al Dios de
gracia, como lo hizo David en sus días que no se avergonzó de confesar y dar a
Dios la gloria por el éxito de sus victorias.
Es el orgullo de los judíos que los hace incrédulos.
Ante el crecimiento del cristianismo callan, y se avergüenzan de dar la gloria
al Señor, confesando sus pecados y admitiendo que todos estos siglos estaban
equivocados. Las pruebas se acumulan para que Israel fuera convencido que
nuestro Señor Jesucristo es el Mesías y Redentor, pero tendrán que ser
fuertemente castigados.
Esta victoria de Israel no es la victoria final;
tendrán que pasar por muchos dolores. “Meteré en el fuego la tercera parte y
los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El
(Israel) invocará mi nombre; y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá:
Jehová es mi Dios”. ¿Cuándo será esto? Cuando Israel preguntará al Señor: “¿Qué
heridas son estas en tus manos?” Y Él responderá: “Con ellas fui herido en casa
de mis hermanos”. (Zacarías 13:9,6)
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