domingo, 4 de diciembre de 2022

“En medio de la congregación te alabaré”

 La condición desleal e incrédula del pueblo de Israel


El autor del Salmo 22 es David, y en ese salmo cuenta de sus propias experiencias y relata con anticipación por el Espíritu de los sufrimientos vividos, sentidos y cumplidos de nuestro Señor Jesucristo. Pablo cita este salmo en Hebreos 2:9-12 aludiendo a Cristo que “no se avergüenza de llamarlos hermanos”. Aunque los redimidos eran unos perdidos y miserables pecadores, ahora limpiados en su sangre y santificados, nos ha capacitado y no se avergüenza de llamarnos hermanos.

David nunca se avergonzó de confesar el nombre de su Dios. Confiesa el Señor ante el pueblo (1 Samuel 17:26), confiesa a su Dios ante el rey y sus cortesanos, vv 31-37, confiesa a su Salvador ante su poderoso enemigo, vv 45-47. Semejante a David hubo otros que dentro de la nación o en el destierro confesaron y no se avergonzaron de su Dios. “Hablaré de sus testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaré”. (Salmo 119:46) Pablo, el más ejercitado de los siervos de Cristo, hizo célebres sus cadenas en el pretorio romano porque no se avergonzó de Cristo su Salvador. Ante la crítica y la burla de los filósofos griegos no se avergonzó de confesar a Cristo resucitado y Juez del universo. Dijo de Onesíforo que “muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino cuando estuvo en Roma me buscó solícitamente y me halló”. (Filipenses 1:12-14, Hechos 17:16-32, 2 Timoteo 1:16-18)

Los ejemplos citados, y la confesión de fe en Cristo de hombres y mujeres sencillos como nobles en los días presentes, nos hace expresar más abajo la condición desleal e incrédula del pueblo de Israel que ha entrado en Palestina.

Vino a Caracas en meses pasados el general Arie Shahar, un israelí a quien se le atribuye parte de la victoria alcanzada en estos días en la derrota del ejército árabe en el Sinaí. Un reportero le preguntó a qué factores él atribuía el triunfo relámpago de las tropas de Israel. El general contestó relacionando este golpe de Israel sobre los árabes al golpe certero de muerte que atestó David al gigante Goliat. Dijo que los árabes se habían convertido en un gigante armado con material bélico procedente de Rusia y el ejército árabe había sido adiestrado en las tácticas para la guerra por instructores rusos.

Llama la atención que el pueblo israelí, al celebrar la victoria, lloraron unos y cantaron otros, leyendo los salmos por las calles, pero este general no contestó que su triunfo sólo se atribuye al Dios de gracia, como lo hizo David en sus días que no se avergonzó de confesar y dar a Dios la gloria por el éxito de sus victorias.

Es el orgullo de los judíos que los hace incrédulos. Ante el crecimiento del cristianismo callan, y se avergüenzan de dar la gloria al Señor, confesando sus pecados y admitiendo que todos estos siglos estaban equivocados. Las pruebas se acumulan para que Israel fuera convencido que nuestro Señor Jesucristo es el Mesías y Redentor, pero tendrán que ser fuertemente castigados.

Esta victoria de Israel no es la victoria final; tendrán que pasar por muchos dolores. “Meteré en el fuego la tercera parte y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El (Israel) invocará mi nombre; y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios”. ¿Cuándo será esto? Cuando Israel preguntará al Señor: “¿Qué heridas son estas en tus manos?” Y Él responderá: “Con ellas fui herido en casa de mis hermanos”. (Zacarías 13:9,6)

    Así que no será todo el pueblo, sino “el Israel de Dios” que ha pasado por el crisol de la prueba que se humillará. Como en los días de Samuel el pueblo reconoció sus errores y en Mizpa confesaron sus pecados (1 Samuel 7:6), en aquel día no se avergonzarán; confesarán con su lengua: “Grandes cosas han hecho Jehová con nosotros, estaremos alegres”. (Salmo 16:1-3).
José Naranjo

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