Integridad en el cristiano
La integridad es virtud exclusiva de
los sinceros de corazón, y es gracia que uno no se aprende en el colegio, ni en
convento, ni es transmitida por tiernos sentimientos, pues es modelo de Dios
que conoce los corazones.
¡Cuánto ejemplo de integridad le
mostraría el rey Ezequiel a su hijo Manasés! Con todo, aquel hijo se inclinó a
la perversidad. En cambio, una persona nacida de nuevo por recibir a Cristo
como su Salvador personal experimenta un gran cambio en su vida. Antes era
informal, inconstante, pero el Espíritu Santo le induce en su nuevo corazón a
perfeccionar su carácter hasta ser íntegro en las diferentes facetas de su vida
nueva.
Cuando era muchacho trabajé en
Valencia en una molienda de café. El dueño me hacía tostar por cada 46 kilos de
café 20 kilos de maíz, a escondidas de
Esto me hace pensar cuántos serían
engañados con el programa de Ananías y Safira. Posiblemente me hicieron saber a
algunos de los hermanos sus propósitos: Hay muchas viudas en la iglesia; los
apóstoles son pobres; el Señor viene pronto; hemos resulto vender la hacienda y
poner todo el producto a los pies de los apóstoles como lo hizo Bernabé. La
gente estaría dando gracias a Dios por la liberalidad de Ananías. Pero delante
de Dios no había integridad en ellos.
Cuando David hablaba de su
integridad, no lo hacía por petulancia. “Júzgame, oh Jehová, porque yo en mi
integridad he andado.” (Salmo 26:1)
Cuando hablamos de íntegro, pensamos
en lo que es puro, entero, completo, lleno, todo. Atributos estos que sólo el
Señor Jesucristo los cumplió. Él era puro
en su carácter. Jamás dijo sí y no. Él era entero
en su consagración. “Yo hago siempre lo que al Padre agrada.” (Juan 8:29) Él
era completo, sin, pero: “Señalado
entre diez mil ... todo él codiciable.” (Cantar 5:10,16) Él era lleno de gracia y verdad, de Espíritu
Santo y de potencia, de humildad, de amor y de sabiduría. Él era todo en el pasado, todo en el presente,
todo en la eternidad.
Aunque en toda
perfección humana hay defectos, por ahora quiero citar varios hombres en los
cuales vemos su lado íntegro:
· José y su integridad moral: “El dejó su ropa ... y huyó.”
(Génesis 39:12)
Muchos no han podido o no han
querido luchar con la tentación. Prefieren perder el testimonio y llevar el
vestido manchado. David fue uno. (2 Samuel 12:14) Rubén fue otro descalificado.
(Génesis 49:34) En Corinto hubo otro que hizo llorar al apóstol Pablo. Y:
“Tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras.”
(Apocalipsis 3:4)
· Pedro y su integridad de conciencia en las finanzas: “Tu
dinero perezca contigo.” (Hechos 8:20)
Pedro no tenía dinero cuando el cojo
le pidió limosna. Tampoco quiso dinero cuando Simón se lo ofreció. El codicioso
hubiera dicho, “Esto me lo mandó Dios,” y hubiera explotado la mina que Simón
le ofrecía. Balaam llevaba la codicia escondida en el corazón; pensaba que Dios
iba a cambiar.
Mucho daño hace la codicia
escondida. Algunos, no contentos con lo presente, empiezan a jugar loterías,
terminales, caballos, rifas, sanes, etcétera. Estos con sus licencias hacen
apartar a otros del camino, y para ellos mismos es, “tentación y lazo, y en muchas
codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y
perdición.” (1 Timoteo 6:9)
· Samuel y la integridad de su vida pública: “Nunca nos has
calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre.” (1
Samuel 12:4)
De muy pocas personas se puede
hablar así; el testimonio del extraño y no de i propia boca. Hay cristianos con
una especialidad en su espiritualidad de adaptarse al ambiente en su pureza que
le es peculiar. Pablo se hizo siervo, se hizo libre, se hizo con ley (a los
judíos), se hizo sin ley (a los gentiles). A todos se hizo todo, con el fin de
salvar algunos.
· Isaac y su integridad conyugal: “Había salido Isaac a
meditar en el campo ... Tomó a Rebeca por mujer y la amó.” (Génesis 24:63,67)
Fueron pocos los patriarcas que
tuvieron una sola mujer. la integridad de Isaac consistía en dos baluartes
poderosos: la oración a su Dios y el amor a su mujer. Sus riquezas no le
inclinaron a extravagancias y usos indebidos. Cuando nuestros caminos están
delante del Señor, no caben en el creyente las vacilaciones. Íntegros debemos
ser en nuestros negocios y compromisos. “El que, aun jurando en daño suyo, no
por eso cambia.” (Salmo 15:4)
· Pablo y la integridad de sus convicciones: “De ninguna cosa
hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo.” (Hechos 20:24)
Nada lo hacía volver atrás. Había
puesto la mira en el blanco y hacia allá iba. Mucha era la oposición, pero
seguía confiando en el que había prometido: “No te desampararé, ni te dejaré.”
(Hebreos 13:5)
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