miércoles, 23 de febrero de 2022

El hombre cumplido

 

Integridad en el cristiano

            La integridad es virtud exclusiva de los sinceros de corazón, y es gracia que uno no se aprende en el colegio, ni en convento, ni es transmitida por tiernos sentimientos, pues es modelo de Dios que conoce los corazones.

            ¡Cuánto ejemplo de integridad le mostraría el rey Ezequiel a su hijo Manasés! Con todo, aquel hijo se inclinó a la perversidad. En cambio, una persona nacida de nuevo por recibir a Cristo como su Salvador personal experimenta un gran cambio en su vida. Antes era informal, inconstante, pero el Espíritu Santo le induce en su nuevo corazón a perfeccionar su carácter hasta ser íntegro en las diferentes facetas de su vida nueva.

            Cuando era muchacho trabajé en Valencia en una molienda de café. El dueño me hacía tostar por cada 46 kilos de café 20 kilos de maíz, a escondidas de la Sanidad. Después de molido, aquel hombre hacía una amalgama y, empaquetados, los sacamos en dos latas para ser vendidos al comercio. La propaganda de aquel hombre era: “Café del más puro caracolito, de tal modo que un jurado está elaborando una insignia de honor por la integridad de mi café.”

            Esto me hace pensar cuántos serían engañados con el programa de Ananías y Safira. Posiblemente me hicieron saber a algunos de los hermanos sus propósitos: Hay muchas viudas en la iglesia; los apóstoles son pobres; el Señor viene pronto; hemos resulto vender la hacienda y poner todo el producto a los pies de los apóstoles como lo hizo Bernabé. La gente estaría dando gracias a Dios por la liberalidad de Ananías. Pero delante de Dios no había integridad en ellos.

            Cuando David hablaba de su integridad, no lo hacía por petulancia. “Júzgame, oh Jehová, porque yo en mi integridad he andado.” (Salmo 26:1)

            Cuando hablamos de íntegro, pensamos en lo que es puro, entero, completo, lleno, todo. Atributos estos que sólo el Señor Jesucristo los cumplió. Él era puro en su carácter. Jamás dijo sí y no. Él era entero en su consagración. “Yo hago siempre lo que al Padre agrada.” (Juan 8:29) Él era completo, sin, pero: “Señalado entre diez mil ... todo él codiciable.” (Cantar 5:10,16) Él era lleno de gracia y verdad, de Espíritu Santo y de potencia, de humildad, de amor y de sabiduría. Él era todo en el pasado, todo en el presente, todo en la eternidad.

            Aunque en toda perfección humana hay defectos, por ahora quiero citar varios hombres en los cuales vemos su lado íntegro:

·  José y su integridad moral: “El dejó su ropa ... y huyó.” (Génesis 39:12)

            Muchos no han podido o no han querido luchar con la tentación. Prefieren perder el testimonio y llevar el vestido manchado. David fue uno. (2 Samuel 12:14) Rubén fue otro descalificado. (Génesis 49:34) En Corinto hubo otro que hizo llorar al apóstol Pablo. Y: “Tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras.” (Apocalipsis 3:4)

·  Pedro y su integridad de conciencia en las finanzas: “Tu dinero perezca contigo.” (Hechos 8:20)

            Pedro no tenía dinero cuando el cojo le pidió limosna. Tampoco quiso dinero cuando Simón se lo ofreció. El codicioso hubiera dicho, “Esto me lo mandó Dios,” y hubiera explotado la mina que Simón le ofrecía. Balaam llevaba la codicia escondida en el corazón; pensaba que Dios iba a cambiar.

            Mucho daño hace la codicia escondida. Algunos, no contentos con lo presente, empiezan a jugar loterías, terminales, caballos, rifas, sanes, etcétera. Estos con sus licencias hacen apartar a otros del camino, y para ellos mismos es, “tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición.” (1 Timoteo 6:9)

·  Samuel y la integridad de su vida pública: “Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre.” (1 Samuel 12:4)

            De muy pocas personas se puede hablar así; el testimonio del extraño y no de i propia boca. Hay cristianos con una especialidad en su espiritualidad de adaptarse al ambiente en su pureza que le es peculiar. Pablo se hizo siervo, se hizo libre, se hizo con ley (a los judíos), se hizo sin ley (a los gentiles). A todos se hizo todo, con el fin de salvar algunos.

·  Isaac y su integridad conyugal: “Había salido Isaac a meditar en el campo ... Tomó a Rebeca por mujer y la amó.” (Génesis 24:63,67)

            Fueron pocos los patriarcas que tuvieron una sola mujer. la integridad de Isaac consistía en dos baluartes poderosos: la oración a su Dios y el amor a su mujer. Sus riquezas no le inclinaron a extravagancias y usos indebidos. Cuando nuestros caminos están delante del Señor, no caben en el creyente las vacilaciones. Íntegros debemos ser en nuestros negocios y compromisos. “El que, aun jurando en daño suyo, no por eso cambia.” (Salmo 15:4)

·  Pablo y la integridad de sus convicciones: “De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo.” (Hechos 20:24)

 

            Nada lo hacía volver atrás. Había puesto la mira en el blanco y hacia allá iba. Mucha era la oposición, pero seguía confiando en el que había prometido: “No te desampararé, ni te dejaré.” (Hebreos 13:5)

            Hay margen para creer que los que vuelven atrás, es porque no son íntegros. No llevan el poder secreto; son de corazón doble. Los pequeños obstáculos los miran como montañas insalvables. “No mires tras ti. Acordaos de la mujer de Lot.” Se íntegro en tu vocación a Cristo, para con tu patria, con tu familia, con tus amigos, con tu novia, con los que te fían, con y en tu trabajo.
José Naranjo

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