miércoles, 23 de febrero de 2022

La hermosura del Señor

 

Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré: que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo. Salmo 27.4.


La casa

            La casa a la cual se refería David, al manifestar el anhelo de su corazón, era la tienda de campaña que levantó en el monte de Sión, donde colocó el arca del pacto al llevarla de la casa de Obed-edom a Jerusalén; véase 2 Samuel 6.17: “Metieron, pues, el arca de Jehová, y la pusieron en su lugar en medio de una tienda que David le había levantado; y sacrificó David holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová”.

            Él no estaba pensando en un templo con una gloria y hermosura material, sino en aquel lugar donde se hallaba presente su Dios y Señor. Allí David esperaba ver la hermosura del Señor mismo. Dios le concedió su deseo, pues sus salmos contienen muchas revelaciones preciosas de la hermosura del Señor que fueron experiencias transformadoras de su vida.

            Moisés en sus días clamó al Señor que le mostrara su gloria, Éxodo 33.18, y no solamente fue contestada su oración, sino que la gloria del Señor se vio reflejada en su rostro, 34.35. En el Salmo 90 — “una oración de Moisés” — su petición es: “Aparezca en tus siervos tu obra, y tu gloria sobre sus hijos, y sea la luz”. La Versión Moderna traduce las últimas palabras como “… sobre los hijos de ellos aparezca tu gloria”. Esta oración de Moisés va más allá de la petición de David; para él no es solamente ver la hermosura, sino que la misma estuviera sobre el pueblo de Dios.

            Para nosotros hoy día, la casa de Dios no es un edificio tangible sino el conjunto de creyentes. Donde éstos se congreguen en el nombre del Señor, El revela su hermosura a nosotros y en nosotros: “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”, 2 Corintios 3.17,18.

            No es una transformación exterior en la carne, sino una interior. Es obra del Espíritu Santo por la Palabra. De parte nuestra, miramos con cara descubierta, en actitud de franqueza, sin disimulación, permitiendo que la Palabra cual espejo nos revele lo que somos. La Palabra va revelando a Cristo, lo cual produce el cambio progresivo en nuestro ser interior.

            En Romanos 12 leemos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios”. El diablo, la carne y el mundo son estorbos serios en esta transformación espiritual del creyente, pero con propósito de corazón, meditación en la Palabra, el ministerio del Espíritu Santo y la oración, el creyente puede prevalecer.

            El testimonio de Esteban delante de sus acusadores revela cuán influenciado era por las Sagradas Escrituras. Estas habían transformado su ser interior hasta tal punto que todos vieron su rostro como el de un ángel. También hay el caso de las potestades eclesiásticas quienes, habiendo examinado a Pedro y Juan, reconocieron que ellos habían estado con Jesús.

La reina

            El Salmo 45 nos introduce a Cristo como el Rey y como el más hermoso de los hijos de los hombres. La segunda parte del mismo se ocupa de la hermosura de la reina, o la que va a ser la esposa de él: “Oye, hija, mira, e inclina tu oído; olvida tu pueblo y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu señor”.

            Notemos primero el oído conquistado. ¡Cuán necesario es oír su voz! Cuando el Padre dio testimonio de su Hijo en el monte de la transfiguración, añadió: “A él oíd”. Las ovejas del Buen Pastor oyen su voz y le siguen. Segundo, “Olvida tu pueblo y la casa de tu padre”. Esto nos enseña que nuestra relación con Cristo es superior a nuestros nexos naturales. Él es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, para que en todo Él tenga el primado. Tercero, “Deseará el rey tu hermosura”. Gozaremos de comunión con él. Cuarto: “Inclínate”. Aquí encontramos el alma conquistada, y la verdadera adoración.

            Luego vemos que ella es todo gloriosa adentro al llegar el momento de ser llevada al rey. No quedará nada del pecado adentro ni de la vieja naturaleza; no habrá mancha ni arruga por fuera. El Señor mismo transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria. El vestido es de lino fino, limpio y brillante, “porque el lino fino son las justificaciones de los santos”, Apocalipsis 19.8. Así será aparejada la esposa para las bodas del Cordero.

            En vista de la proximidad de aquel momento glorioso, ¡cuánto nos conviene estar apercibidos! “Oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia que seáis hallados por él sin mácula, y sin reprensión, en paz”, 2 Pedro 3.14.

Santiago Saword

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