miércoles, 23 de febrero de 2022

LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS (8)

 


VIII ¾ 5.21 al 6.24;

Algunas lecciones prácticas


            Ahora Pablo se dirige a lo que alguien ha llamado la cuestión de las relaciones terrenales en la familia celestial, introduciendo todo el tema con la exigencia, “Someteos unos a otros en el temor de Dios”, 5.21. Lo dice porque lo que escribe no es su propia exhortación privada, sino tiene la autoridad del Señor y por lo tanto cualquier desobediencia es una cosa seria.

            Habla de las esposas y los esposos, los hijos y los padres, los trabajadores y los patronos. La secuencia es significativa: primeramente, aquellos que se sujetan y luego aquellos a quienes se sujetan. No se aboga por una tiranía, sino por lo que aporta a una sociedad sana.

Esposas y esposos

            Las esposas deberían sujetarse a sus respectivos esposos como al Señor. Habrán leído en esta carta que Cristo es Cabeza en relación con la Iglesia, y de esta verdad pueden aprender la dirección del esposo en relación con su esposa. Así como la Iglesia debe sujetarse a Cristo en todo, también la esposa a su esposo. Desde luego, se trata de lo ideal, sin suponer que las obligaciones impuestas por el esposo sean contravenciones de los deberes divinos. Al contrario, Cristo es el Salvador (protector, resguardo) del cuerpo, y el esposo debería serlo para con su esposa.

            Por el otro lado, al esposo se le exige amar a su esposa, y tiene como ejemplo la devoción de Cristo a la Iglesia. Él la amó y se entregó a sí mismo por ella (la cruz) con el fin de que la santifique (hacerla santa), habiéndola lavado por el agua de la Palabra (una palabra hablada), 5.25,26. Así como la fuente de antaño fue diseñada para permitir a los sacerdotes lavarse ante ella, la Palabra de Dios está provista hoy día con el mismo fin, como aprendemos en Juan 15.3, 17.17.

            Se visualiza aquí lo largo de los tiempos, desde el comienzo de la historia de la Iglesia hasta su consumación.

en el pasado hay el amor y sacrificio propio de Cristo

en el presente hay su limpieza con el fin de que sea santa

en el futuro habrá su presentación a él, sin defecto ni indicio de vejez.

            El propósito de Dios habrá sido logrado a la postre; “nos escogió en él antes de la fundación del mundo”, 1.4; “presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa”, 5.27. Cristo y la Iglesia son como Cabeza y cuerpo, y por esto son uno.

            Esto aplica también al esposo y la esposa, y está confirmado por su unión física. Cada cual es una parte complementaria de una unidad. Por lo tanto, ningún tercero debe intervenir. Por la parte del esposo debe haber un amor devoto y singular, y por la parte de la esposa un temor sumiso, no en el sentido de terror, sino en reconocimiento del papel de su esposo como cabeza.

            Esto es contrario a las ideas que prevalecen en nuestros días cuando se insiste en la igualdad de la mujer con el varón. Pero estas pautas obligatorias no están en desacuerdo con la igualdad. Si la cabeza de Cristo es Dios (un hecho que no da a entender desigualdad, sino sumisión y dependencia), así debe ser en la unión conyugal.

            Es difícil comprender cómo alguien puede inquietarse por el hecho de que la Iglesia sea comparada a una esposa, en vista del pasaje que estamos considerando. El conjunto es un relato de “amor, noviazgo y matrimonio”, el amor mencionado en el versículo 25, el cuidado devoto, sustento y consuelo en el versículo 29, y los preparativos para el día de las nupcias se notan en el versículo 26 ¾ todo con miras a su presentación al Esposo (en este caso por Él mismo) en el cercano día de la cena del Cordero; Apocalipsis 19.7,8.

            Se ha sugerido que el lavamiento en el 5.26 es el bautismo, y la palabra hablada es la interrogación y la respuesta a la misma. Pero a la luz de Tito 3.5 (“por el lavamiento de la regeneración”) parece que se trata aquí de la regeneración.

            Pablo cita Génesis 2.23,24, mostrando que en la institución original del matrimonio Dios tenía en mente un secreto que está revelado ahora ¾un misterio divino¾ con respecto a Cristo y la Iglesia.

Hijos y padres

Así como en el caso de los cónyuges, donde se dirige primero a las esposas aun cuando el esposo existía antes, en el caso de su prole se dirige primero a los hijos aun cuando obviamente los padres tenían la prioridad. Los padres pueden esperar obediencia de parte de sus hijos solamente si sus mandamientos están de acuerdo con la voluntad del Señor; la obediencia exigida es “en el Señor”. La frase no quiere decir “padres en el Señor”. Si los padres van a ser honrados, ellos deben merecer la honra. Se reconoce que hay misteriosas excepciones al cumplimiento de la promesa que acompaña el quinto mandamiento (“Honra a tu padre y a tu madre ... para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”, 6.2,3) y que sus explicaciones han sido escondidas de nosotros, pero en términos amplios la declaración aplica.

            El deber de los padres es negativo y positivo a la vez. Ellos no deben provocar, pero sí deben disciplinar a sus hijos por su conducta e instruirles en lo que necesitan aprender. Nunca más que hoy hacían falta estas directrices a los hijos y los padres.

Trabajadores y patronos

            Esta carta fue escrita en tiempos de esclavitud, y si bien ni el Señor ni sus apóstoles atacaron el sistema, sí enseñaban de tal manera que se creaba una atmósfera adversa a su sobrevivencia. En nuestros días de negociación laboral los principios siguen vigentes. El trabajador cristiano debe guardar su ojo puesto siempre en el Señor, con “temor” y “temblor” ante su palabra. Su motivo debe ser uno solo y su servicio para Cristo no más. Es indigno de nuestro elevado llamamiento que rebajemos el empleo al nivel de meramente complacer a los hombres.

            Nunca perdamos de vista que nuestras acciones son como el bumerang; ellas vienen de regreso y dejan su marca sobre nuestro carácter. Sea lo que hagamos “el bien” del 6.8 o “la injusticia” de Colosenses 3.25, sea del tipo que fuere ¾ “lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo”, 2 Corintios 5.10¾ todo recibirá de nuevo lo que se hizo acá. En esto no hay parcialidad; aplica a todos por igual, sean esclavos o libres, trabajadores o patronos.

La guerra cristiana

            Pasamos ahora al 6.10 al 20. La panoplia ¾la armadura entera¾ está provista por Dios. No se nos llama a hacerla, sino a tomarla y vestirla. La armadura es la divina provisión objetiva y nuestro uso de ella es la expresión subjetiva de la misma. Hay un enemigo sutil con quien nos enfrentamos mano a mano, y él emplea artimañas”, 4.14, o, si éstas no bastan, “dardos de fuego”, 6.16.

            No se trata de un choque físico, sino uno experimentado en la esfera de los espíritus que intentan robarnos de la realización de nuestro verdadero lugar en lo celestial. No nos atrevemos a entrar en la contienda en nuestra propia fuerza, pero vestidos de la armadura divina podemos ganar la victoria. Con todo, debemos estar preparados para el próximo encuentro: “habiendo acabado todo, estar firmes”, 6.16.

            Toda la armadura es defensiva excepto “la espada del Espíritu”, versículo 17, que es la palabra de Dios hablada (la palabra apropiada para la ocasión). Fue ésta que el Señor mismo empleó con efectos dramáticos al ser tentado en el desierto. No hay armadura para la espalda; Dios no hace provisión para fugitivos.

            Pero cuán fácilmente el enemigo puede ganar ventaja si el creyente carece de verdad y santidad en su vida, sin tener “ceñidos los lomos con la verdad”, y sin haber puesto “la coraza de justicia”, 6.14. Fácilmente sus agentes propagarán sus filosofías erróneas si el hijo de Dios no está dispuesto a comunicar “el evangelio de la paz”, versículo 15, Romanos 10.15. Cuán seguro está el creyente si está vestido del escudo tamaño cuerpo que es fe, la cual acepta y aplica sin reserva para sí todo lo que está encerrado en la fe.

            Dos veces se le ha dicho que él es salvo, 2.5,8, y que es por fe; ahora debe poner “el yelmo de salvación” que le protegerá de las inquietudes y dudas. En 1 Tesalonicenses 5.8 es “la esperanza de salvación como yelmo”, con miras a la ira venidera, cosa aún futura. Pero en el pasaje delante de nosotros es un hecho presente a ser apropiado y experimentado por fe. Y como un cubre todo hay la oración y súplica, constante y dirigida por el Espíritu, todo inclusive y específico, Efesios 6.18.19.

            Estas son instrucciones giradas a todos por igual en la Iglesia, y no solamente a esposos y esposas, padres e hijos, o patronos y trabajadores. Todos están en el campamento de Dios y están provistos de la armadura, porque hay el campo del enemigo también; “el maligno” no es superior en fuerza, pero sí es sagaz y violento. Es la suerte de todo creyente en toda parte. No hay nada local o parroquial en cuanto a este peligro.

            Pablo se describe como un “embajador en cadenas”, pero ninguna cadena para su cuerpo podía cerrar sus labios. Los santos deberían orar a favor suyo que le fuese dada expresión apropiada, para que hablara con denuedo (libertad de expresión) el misterio del evangelio. En capítulos anteriores hemos visto qué era aquel “misterio”. El “evangelio” no es una cosa limitada, restringida a sólo los puntos esenciales de la fe cristiana, sino abarca “todo el consejo de Dios”, Hechos 20.27.

            “Como debo hablar”, 6.20, son palabras que Pablo debería decir, ya que él reconoció un compromiso solemne que le condujo a decir en otra ocasión, “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” 1 Corintios 9.16.

Palabras de conclusión

            Se concluye con una mención breve de Tíquico, quien entregaría la carta y su contenido precioso. Él era “amado” de parte de los creyentes y “fiel” delante del Señor, y les informaría personalmente acerca de la condición de Pablo y de esta manera consolaría sus corazones. Qué percepción del sentir comprensivo que ellos guardaban para el apóstol a quien, bajo Dios, debían su existencia como creyentes y como iglesia local. ¡Y cómo se sentía Pablo hacia ellos y cuánto deseaba su consuelo! ¿Acaso él también no necesitaba ser consolado?

“Paz” era el saludo común de los judíos y “gracia” el de los gentiles. Aquí Pablo menciona ambas, pero no yuxtapuestas, versículos 23 y 24. Ya había advertido a los ancianos que de entre ellos se levantarían algunos hablando “cosas perversas” y que penetrarían su compañía “lobos rapaces”, Hechos 20.29,30, pero él está confiado que hay aquellos que “aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable” ¾o, en sinceridad¾ y para los tales él desea paz, amor, fe y gracia.

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