VIII ¾ 5.21 al 6.24;
Algunas lecciones
prácticas
Ahora
Pablo se dirige a lo que alguien ha llamado la cuestión de las relaciones
terrenales en la familia celestial, introduciendo todo el tema con la
exigencia, “Someteos unos a otros en el temor de Dios”, 5.21. Lo dice porque lo
que escribe no es su propia exhortación privada, sino tiene la autoridad del
Señor y por lo tanto cualquier desobediencia es una cosa seria.
Habla de las esposas y los
esposos, los hijos y los padres, los trabajadores y los patronos. La secuencia
es significativa: primeramente, aquellos que se sujetan y luego aquellos a
quienes se sujetan. No se aboga por una tiranía, sino por lo que aporta a una
sociedad sana.
Esposas y esposos
Las esposas
deberían sujetarse a sus respectivos esposos como al Señor. Habrán leído en
esta carta que Cristo es Cabeza en relación con la Iglesia, y de esta verdad
pueden aprender la dirección del esposo en relación con su esposa. Así como la
Iglesia debe sujetarse a Cristo en todo, también la esposa a su esposo. Desde
luego, se trata de lo ideal, sin suponer que las obligaciones impuestas por el
esposo sean contravenciones de los deberes divinos. Al contrario, Cristo es el
Salvador (protector, resguardo) del cuerpo, y el esposo debería serlo para con
su esposa.
Por el
otro lado, al esposo se le exige amar a su esposa, y tiene como ejemplo la
devoción de Cristo a la Iglesia. Él la amó y se entregó a sí mismo por ella (la
cruz) con el fin de que la santifique (hacerla santa), habiéndola lavado por el
agua de la Palabra (una palabra hablada), 5.25,26. Así como la fuente de antaño
fue diseñada para permitir a los sacerdotes lavarse ante ella, la Palabra de
Dios está provista hoy día con el mismo fin, como aprendemos en Juan 15.3,
17.17.
Se visualiza aquí lo largo
de los tiempos, desde el comienzo de la historia de la Iglesia hasta su
consumación.
en el pasado hay el amor
y sacrificio propio de Cristo
en el presente hay su
limpieza con el fin de que sea santa
en el futuro habrá su
presentación a él, sin defecto ni indicio de vejez.
El
propósito de Dios habrá sido logrado a la postre; “nos escogió en él antes de
la fundación del mundo”, 1.4; “presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa”,
5.27. Cristo y la Iglesia son como Cabeza y cuerpo, y por esto son uno.
Esto
aplica también al esposo y la esposa, y está confirmado por su unión física.
Cada cual es una parte complementaria de una unidad. Por lo tanto, ningún
tercero debe intervenir. Por la parte del esposo debe haber un amor devoto y
singular, y por la parte de la esposa un temor sumiso, no en el sentido de
terror, sino en reconocimiento del papel de su esposo como cabeza.
Esto
es contrario a las ideas que prevalecen en nuestros días cuando se insiste en
la igualdad de la mujer con el varón. Pero estas pautas obligatorias no están
en desacuerdo con la igualdad. Si la cabeza de Cristo es Dios (un hecho que no
da a entender desigualdad, sino sumisión y dependencia), así debe ser en la
unión conyugal.
Es
difícil comprender cómo alguien puede inquietarse por el hecho de que la
Iglesia sea comparada a una esposa, en vista del pasaje que estamos
considerando. El conjunto es un relato de “amor, noviazgo y matrimonio”, el
amor mencionado en el versículo 25, el cuidado devoto, sustento y consuelo en
el versículo 29, y los preparativos para el día de las nupcias se notan en el
versículo 26 ¾ todo con miras a su presentación al Esposo (en este caso
por Él mismo) en el cercano día de la
cena del Cordero; Apocalipsis 19.7,8.
Se
ha sugerido que el lavamiento en el 5.26 es el bautismo, y la palabra hablada
es la interrogación y la respuesta a la misma. Pero a la luz de Tito 3.5 (“por
el lavamiento de la regeneración”) parece que se trata aquí de la regeneración.
Pablo
cita Génesis 2.23,24, mostrando que en la institución original del matrimonio
Dios tenía en mente un secreto que está revelado ahora ¾un misterio divino¾ con respecto a Cristo y
la Iglesia.
Hijos y padres
Así como en el caso de los cónyuges, donde se
dirige primero a las esposas aun cuando el esposo existía antes, en el caso de
su prole se dirige primero a los hijos aun cuando obviamente los padres tenían
la prioridad. Los padres pueden esperar obediencia de parte de sus hijos
solamente si sus mandamientos están de acuerdo con la voluntad del Señor; la
obediencia exigida es “en el Señor”. La frase no quiere decir “padres en el
Señor”. Si los padres van a ser honrados, ellos deben merecer la honra. Se
reconoce que hay misteriosas excepciones al cumplimiento de la promesa que
acompaña el quinto mandamiento (“Honra a tu padre y a tu madre ... para que te
vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”, 6.2,3) y que sus
explicaciones han sido escondidas de nosotros, pero en términos amplios la
declaración aplica.
El deber
de los padres es negativo y positivo a la vez. Ellos no deben provocar, pero sí
deben disciplinar a sus hijos por su conducta e instruirles en lo que necesitan
aprender. Nunca más que hoy hacían falta estas directrices a los hijos y los
padres.
Trabajadores y patronos
Esta
carta fue escrita en tiempos de esclavitud, y si bien ni el Señor ni sus
apóstoles atacaron el sistema, sí enseñaban de tal manera que se creaba una
atmósfera adversa a su sobrevivencia. En nuestros días de negociación laboral
los principios siguen vigentes. El trabajador cristiano debe guardar su ojo
puesto siempre en el Señor, con “temor” y “temblor” ante su palabra. Su motivo
debe ser uno solo y su servicio para Cristo no más. Es indigno de nuestro
elevado llamamiento que rebajemos el empleo al nivel de meramente complacer a
los hombres.
Nunca
perdamos de vista que nuestras acciones son como el bumerang; ellas vienen de
regreso y dejan su marca sobre nuestro carácter. Sea lo que hagamos “el bien”
del 6.8 o “la injusticia” de Colosenses 3.25, sea del tipo que fuere ¾ “lo que haya hecho
mientras estaba en el cuerpo”, 2 Corintios 5.10¾ todo recibirá de nuevo
lo que se hizo acá. En esto no hay parcialidad; aplica a todos por igual, sean
esclavos o libres, trabajadores o patronos.
La guerra cristiana
Pasamos
ahora al 6.10 al 20. La panoplia ¾la armadura entera¾ está provista por Dios.
No se nos llama a hacerla, sino a tomarla y vestirla. La armadura es la divina
provisión objetiva y nuestro uso de ella es la expresión subjetiva de la misma.
Hay un enemigo sutil con quien nos enfrentamos mano a mano, y él emplea
artimañas”, 4.14, o, si éstas no bastan, “dardos de fuego”, 6.16.
No se
trata de un choque físico, sino uno experimentado en la esfera de los espíritus
que intentan robarnos de la realización de nuestro verdadero lugar en lo
celestial. No nos atrevemos a entrar en la contienda en nuestra propia fuerza,
pero vestidos de la armadura divina podemos ganar la victoria. Con todo,
debemos estar preparados para el próximo encuentro: “habiendo acabado todo,
estar firmes”, 6.16.
Toda la
armadura es defensiva excepto “la espada del Espíritu”, versículo 17, que es la
palabra de Dios hablada (la palabra apropiada para la ocasión). Fue ésta que el
Señor mismo empleó con efectos dramáticos al ser tentado en el desierto. No hay
armadura para la espalda; Dios no hace provisión para fugitivos.
Pero
cuán fácilmente el enemigo puede ganar ventaja si el creyente carece de verdad
y santidad en su vida, sin tener “ceñidos los lomos con la verdad”, y sin haber
puesto “la coraza de justicia”, 6.14. Fácilmente sus agentes propagarán sus
filosofías erróneas si el hijo de Dios no está dispuesto a comunicar “el
evangelio de la paz”, versículo 15, Romanos 10.15. Cuán seguro está el creyente
si está vestido del escudo tamaño cuerpo que es fe, la cual acepta y aplica sin
reserva para sí todo lo que está encerrado en la fe.
Dos
veces se le ha dicho que él es salvo, 2.5,8, y que es por fe; ahora debe poner
“el yelmo de salvación” que le protegerá de las inquietudes y dudas. En 1
Tesalonicenses 5.8 es “la esperanza de salvación como yelmo”, con miras a la
ira venidera, cosa aún futura. Pero en el pasaje delante de nosotros es un
hecho presente a ser apropiado y experimentado por fe. Y como un cubre todo hay
la oración y súplica, constante y dirigida por el Espíritu, todo inclusive y
específico, Efesios 6.18.19.
Estas
son instrucciones giradas a todos por igual en la Iglesia, y no solamente a
esposos y esposas, padres e hijos, o patronos y trabajadores. Todos están en el
campamento de Dios y están provistos de la armadura, porque hay el campo del
enemigo también; “el maligno” no es superior en fuerza, pero sí es sagaz y
violento. Es la suerte de todo creyente en toda parte. No hay nada local o
parroquial en cuanto a este peligro.
Pablo se
describe como un “embajador en cadenas”, pero ninguna cadena para su cuerpo
podía cerrar sus labios. Los santos deberían orar a favor suyo que le fuese
dada expresión apropiada, para que hablara con denuedo (libertad de expresión)
el misterio del evangelio. En capítulos anteriores hemos visto qué era aquel
“misterio”. El “evangelio” no es una cosa limitada, restringida a sólo los
puntos esenciales de la fe cristiana, sino abarca “todo el consejo de Dios”,
Hechos 20.27.
“Como
debo hablar”, 6.20, son palabras que Pablo debería decir, ya que él reconoció
un compromiso solemne que le condujo a decir en otra ocasión, “¡Ay de mí si no
anunciare el evangelio!” 1 Corintios 9.16.
Palabras de conclusión
Se
concluye con una mención breve de Tíquico, quien entregaría la carta y su
contenido precioso. Él era “amado” de parte de los creyentes y “fiel” delante
del Señor, y les informaría personalmente acerca de la condición de Pablo y de
esta manera consolaría sus corazones. Qué percepción del sentir comprensivo que
ellos guardaban para el apóstol a quien, bajo Dios, debían su existencia como
creyentes y como iglesia local. ¡Y cómo se sentía Pablo hacia ellos y cuánto
deseaba su consuelo! ¿Acaso él también no necesitaba ser consolado?
“Paz” era el saludo común de los judíos y “gracia” el de los gentiles. Aquí
Pablo menciona ambas, pero no yuxtapuestas, versículos 23 y 24. Ya había
advertido a los ancianos que de entre ellos se levantarían algunos hablando
“cosas perversas” y que penetrarían su compañía “lobos rapaces”, Hechos
20.29,30, pero él está confiado que hay aquellos que “aman a nuestro Señor
Jesucristo con amor inalterable” ¾o, en sinceridad¾ y para los tales él
desea paz, amor, fe y gracia.
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