miércoles, 23 de febrero de 2022

MUJERES DE FE DEL ANTIGUO TESTAMENTO (2)

 

2. Sara

“Sin fe es imposible agradar a Dios”. (Hebreos 11.6)

La historia está en Génesis 11 - 23, Hechos 7.1-5, 1 Pedro 3.6 y Hebreos 11.11.


            Sara, la bella y distinguida esposa del patriarca Abraham, estaba sentada en su tienda de pieles de camellos. Algo muy extraño había sucedido aquel día y seguramente ella se quedó pensativa. Tres varones que ella nunca había visto antes llegaron al mediodía. A las órdenes de su esposo, Sara preparó panes para los visitantes y él les sirvió la comida. Leemos en Hebreos 13.2 acerca de hospedar ángeles sin saberlo.

            Dos de ellos eran ángeles, y el otro, el Señor Jesucristo mismo, en una maravillosa visitación antes de tomar cuerpo humano.

            Sentada a la puerta de su carpa, Sara oyó al Señor decirle a Abraham que en un año Él iba volver y para ese tiempo Sara tendría un hijo. “No puede ser”, pensaba Sara. “Yo tengo 89 años y mi esposo 99, y no es posible que yo pueda dar a luz al hijo que hemos esperado por tantos años”. Entonces ella se rio por incredulidad.

            El Señor le preguntó a Abraham: “¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será cierto que he de dar a luz siendo vieja? ¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” Sara lo negó, diciendo: “No me reí”, porque tuvo miedo. El Señor le respondió: “No es así, sino que te has reído”. Los visitantes se fueron, pero sin duda Sara siguió pensando en el Dios Todopoderoso, en sus palabras y en los años de su peregrinación.

            Ciertamente en su larga vida Sara había recibido muchas veces la intervención de Dios. El Dios de la gloria se le apareció a su esposo, Abraham, cuando ellos vivían en Ur de los caldeos, una ciudad de comercio y cultura. “Sal de tu tierra y ven a la tierra que Yo te mostrare”, dijo Dios. Entonces Sara, aparentemente sin queja alguna, se despidió de sus familiares y se puso en marcha con Abraham y los suyos. Dejaron una ciudad rica y cómoda para vivir el resto de sus vidas en carpas como extranjeros y peregrinos.

            La vida de Sara tuvo altibajos. Al salir de Ur, y luego de Harán, su manera de vivir era nómada: vivieron en Siquem, Betel, Hebrón, Berseba, Egipto y Gerar. Sara no podía tener hijos, sufrió de escasez, del peligro de las riquezas y de la separación de Lot. Cuando llegaron a Canaán, el país estaba poblado de gente pagana y los campos eran áridos.

            Dios hablaba directamente con Abraham, un hombre de fe, pero tanto él como Sara sufrieron por deslices. Parece que pasaron muchos años antes de que Sara llegara a ser “una santa mujer que esperaba en Dios”, como el apóstol la describe en 1 Pedro 3.5. En dos ocasiones Abraham le pidió a Sara que dijera una media mentira para proteger su vida, y ella lo hizo. La belleza de Sara les causó problemas a los dos.

Aunque las Escrituras enseñan que la esposa debe estar sujeta a su marido, si el hombre está envuelto en un engaño la mujer creyente nunca debe ser copartícipe. Sara colaboró con Abraham, mintiéndole a Faraón en Génesis 12 y también al rey Abimelec en Génesis 20. Parece que su pecado no fue confesado, pero Dios, en su misericordia, los protegió.

            Pero Sara era la esposa de Abraham, y Dios los había escogido para ser los progenitores de Israel, su pueblo terrenal. Pasaron diez años, Sara era estéril, y el heredero que el Señor había prometido todavía no había nacido. En vez de confiar en Dios y esperar su voluntad, ella sugirió una manera de apurar el asunto y conseguir un heredero diciéndole a Abraham que tuviera relaciones sexuales con Agar, su sierva egipcia. En vez de ser una ayuda idónea para su esposo, le dio

            Las consecuencias de esa impaciencia de parte de Sara resultaron en enormes problemas. Cuando Agar concibió y quedó encinta, miraba a Sara con desprecio y Sara le echó la culpa a Abraham. ¡Cinco mil años después de aquel hecho todavía hay enemistad entre los judíos descendientes de Isaac y los árabes islámicos descendientes de Ismael!

            No obstante, cuando Abraham tenía 99 años Dios en su gracia se comunicó con él otra vez y bendijo a Abraham y a Sara, prometiendo que ella iba dar a luz un hijo y que sería “madre de naciones”. Abraham se rio de gozo y poco después el Señor Jesucristo apareció en la entrada de la tienda de Abraham, en una visitación antes de su encarnación, y repitió la promesa.

            En 1 Pedro 3.6 se nos dice que Sara llamaba a Abraham “señor”, pero la única ocasión cuando hallamos eso fue cuando ella se rio y dijo: “¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?”

            No pierda la lección que el Espíritu de Dios solícitamente nos ha dado. En aquel momento cuando Sara ha fallado, Dios encuentra en ella algo que podía alabar: ella llamó a Abraham su señor.

            Por eso, al año siguiente, en el tiempo determinado por Dios, nació Isaac. Su nombre significa “risa” y Sara dijo: “Dios me ha hecho reír, y todos los que sepan se reirán conmigo”. A pesar de la incredulidad de Sara Dios cumplió su propósito en ella.

            Vemos que la vida de Sara es una historia de la gracia de Dios. “Por la fe la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido” (Hebreos 11.11). ¿Cuándo aprendió Sara a confiar de todo corazón en el Dios Todopoderoso? Tal vez fue aquel día cuando, con la mentira todavía en sus labios, ella oyó al Señor preguntar si había algo difícil para Dios.

            Sara murió antes que su esposo, a la edad de 127 años, y Abraham, el anciano patriarca, hizo duelo y lloró. Isaac también se entristeció por su muerte (Génesis 24.67). Además de ser una buena esposa para Abraham, Sara llegó a ser una verdadera mujer de fe en Dios. En Hebreos 11 el nombre de Sara aparece junto con los nombres de Abraham, Isaac y Jacob, quienes “esperaban una ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”.

            Nosotras, creyentes en Cristo, somos llamadas a ser hijas espirituales de Sara al mostrar nuestra confianza en Dios, con un comportamiento suave y apacible, que es de mucho valor delante de Dios (1 Pedro 3.4).

Rhoda Cumming

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