sábado, 16 de julio de 2022

El dinero habla … ¿Qué dice?


 “El dinero habla” es simplemente una versión moderna del antiguo proverbio: “El dinero sirve para todo” (Eclesiastés 10.19). Es el lenguaje internacional. ¿Sabes algo de japonés? ¿No? Pero conoces la palabra “yen”. ¿Y hebreo? Todos reconocemos la palabra “shekel”. Lo mismo pasa con “peso”, “euro" y “dollar”. Los viajeros que no pueden comunicarse por medio del dialecto local, simplemente tienen que alargar sus carteras... he instantáneamente, ¡todo el mundo comprende!

El dinero habla, pero ¿qué dice? El rey Salomón fue la persona que más dinero tenía para escucharlo hablar, y esto es lo que él oyó:

1. El dinero no puede evitar que el “gran evento” suceda. Aunque el sabio va a la muerte con los ojos abiertos y el necio se hunde en la oscuridad, el último enemigo es insobornable. “Un mismo suceso acontecerá al uno como al otro” (Eclesiastés 2:14). El dinero habla elocuentemente en la sala de juntas, es adulador en el banquete, pero mudo en el lecho de muerte.

2. El dinero no puede acompañarnos en nuestro viaje final (1 Timoteo 6.7). Dejamos el mundo con las mismas posesiones que cuando llegamos (Eclesiastés 5.15). Y así es trágicamente posible ser sabio para este mundo, pero necio para la eternidad.

3. Cuanto más dinero tengas, más importancia parece tener. Si el dinero va tomando más y más lugar en mi vida, entonces a esta misma medida él va expulsando gozo, amor y contentamiento de mi vida. El dinero hace un buen siervo, ¡pero un maestro cruel!

El hombre que “lo tenía todo” declaró: “todo es vanidad”. Luego, ¿es malo el dinero? Pues, lo necesitamos para funcionar. ¿Es malo vivir para el dinero? Claro que sí. Es la manera más segura de convertirse en uno que vive en la pobreza espiritual. Escucha a tu dinero y verás.

Un refrán dice: “Cuando el dinero habla, la verdad calla”, porque el dinero ha interferido muchas veces con la verdad, aun en las iglesias.

Jesucristo preguntó: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8.36). ¿Quieres ser realmente rico?  “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6.23). (En esto Pensad: http://asambleabetel.blogspot.com/2022/04/)

Limpieza del Templo

 


Ambas veces se trataba del ho­nor de Su Padre. Cuando se trató de tomar Su copa, nuestro Señor decididamente rechazó toda resis­tencia. Pero cuando se trató del honor del Padre, nuestro Señor fue muy radical. Estamos hablando de las dos limpiezas del Templo.

La primera limpieza del Tem­plo sucedió bastante al principio de la vida pública de Jesús, la se­gunda poco antes de Su muerte en el Gólgota (Jn 2; Mt 21). El Señor realizó ambas limpiezas del Tem­plo usando la violencia. En Juan 2:15, por ejemplo, dice: "Y hacien­do un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos..."

Llama la atención que tanto la primera como también la segunda limpieza del Templo, sucedieron inmediatamente antes de una cele­bración de la Pascua. Por esto, pa­rece que antes de la Pascua el Se­ñor quería purificar el Templo. En esto se encuentra un mensaje muy personal del Señor a nosotros.

Hace poco tiempo hemos cele­brado la Pascua, recordando nues­tro Cordero de Pascua, el Señor Je­sucristo, que fue sacrificado por nuestros pecados. La pregunta de­cisiva es: ¿Cómo festejamos la Pas­cua? ¿En la levadura de la maldad y la vileza, o en la masa sin levadu­ra de la pureza y la verdad (1 Co 5:8)? ¿Podría ser que necesitára­mos una limpieza del templo - una purificación de nuestros cora­zones - para poder celebrar la Pas­cua en pureza y verdad?

Visto del punto de vista del Nuevo Testamento, no somos na­da menos que templo de Dios: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1 Co 3:16). Y por eso es que tiene sentido hacer esta pregunta: ¿En qué condición está ese templo? Después de que Pablo escribiera estas palabras a los co­rintios, agregó la siguiente adver­tencia: "Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Co 3:17; cp2Co 6:16).

Deberíamos considerar nueva­mente que todos somos llamados a ser templo de Dios. Esto significa que Jesucristo desea morar en nos­otros por medio de Su Espíritu. Él de­sea llenarnos con toda Su gloria. Por eso 1 Corintios 5:7-8 nos llama a lo siguiente: "Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nos­otros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sin­ceridad y de verdad." Eso significa que deberíamos realizar una lim­pieza del templo. Y al hacerlo, de­beríamos ponernos de todo cora­zón en medio de la luz de Jesús. Después de todo, en el Nuevo Tes­tamento encontramos cuatro ve­ces el llamado: "Mirad por vosotros mismos" (Le 17:3; Hch 20:28; 1 Ti 4:16; 2 Jn 8). Por supuesto que estos cuatro llamados están cada uno en un contexto espe­cial, pero aun así queremos aplicar estas palabras en forma totalmente personal a nos­otros mismos.

Pregúntese seriamente: ¿Cómo se encuentra mi templo espiritual en este momento? Al hacerlo, to­me muy a pecho las palabras de Jesús: "¡No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!" Esto fue lo que dijo en la primera limpieza del Templo. O: "Mi casa, casa de oración será llamada; más vosotros la habéis hecho cueva de ladro­nes..."- esto lo dijo en la segunda limpieza del Templo.

Pablo escribió lo siguiente so­bre el Anticristo "Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hom­bre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es obje­to de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, hacién­dose pasar por Dios" (2 Ts 2:3-4).

Hace ya mucho que los teólo­gos discuten sobre el significado de este versículo. Nosotros no ne­cesitamos unirnos a esta disputa, sino que queremos considerar que también nosotros somos templo de Dios, y somos capaces de echarlo a perder (1 Co 3:17). Juzguémonos, por lo tanto, a nos­otros mismos. Puede que eso due­la, pero, después de todo, queremos celebrar la Pascua, y no queremos ha­cerlo en la vieja le­vadura, ni tampo­co en la levadura de la maldad y la vileza, sino en la masa sin levadura de la pureza y la verdad.

Marcel Malgo

Llamada de Medianoche

Cinco Pasos en la Restauración de Pedro


 Marcos L, Caín

Mensajero Mexicano, 2007/18


           


…[L]a negación de Pedro no fue algo instantáneo, sino un proceso. Así también... su restauración al servicio del Señor no fue inmediata, sino que tardó un poco de tiempo.

            Sabemos que cuando llega un pecado a nuestras vidas la comunión con nuestro Padre se rompe, y sentimos que hay una nube entre nosotros y el cielo. Estoy seguro que en el lapso de tiempo entre su negación y su restauración Pedro se sentía bastante triste, no solamente debido a su pecado, pero también pensando en la razón por la cual tuvo que morir Jesucristo.

            Pero, como sabemos, ¡la historia no termina así! Pedro llegó a ser bastante útil en la obra del Señor. Predicó el día de Pentecostés y vio el poder de Dios manifiesto en salvación.

            ¿Cómo es que empezó Pedro a reaccionar después de haber negado a Cristo? Bueno, primero hubo la MIRADA PENETRANTE de Cristo. Lucas 22:61 dice: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro.” Estoy convencido de que no fue una mirada condenadora, ni dura, sino una mirada de compasión y dolor. Comprendamos que nuestro Dios y Salvador no es duro, sino que nos ama y quiere ver nuestro bien. ¡Qué bueno es cuando nos fijamos en Él y entendemos que nos ve! Hebreos 12:2 “Puestos los ojos en Jesús.”

            Pero cuando Cristo le miró, empezó a funcionar la MEMORIA PROPIA. Dice Mateo 26:75 que “entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: antes que cante el gallo, me negarás tres veces.” Sé que estamos viviendo en diferentes días, pero ocupamos tener la Palabra de Dios, no solamente en nuestra memoria, sino también en nuestro corazón. Es la Palabra de Dios que nos va a ayudar cuando hayamos cometido un pecado y buscamos el camino de regreso a Dios. Salmo 119:49 “Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar.” Temo que muchas veces la fuente de nuestras fallas es la falta de tener la Palabra en nuestro corazón, pero a la vez la falta de restauración se debe a lo mismo.

            Después de haber recordado las palabras de Cristo, hubo en Pedro una MOLESTIA PROFUNDA. Mateo 26:75 nos informa que “saliendo fuera, lloró amargamente”. Podríamos llamar esta molestia el arrepentimiento. Pablo dice a los Corintios: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación”. (2 Corintios 7:10) Lo mismo aplica a la restauración después de pecar. Hay tristeza que no lleva al arrepentimiento, pero así no fue el caso con Pedro. Pedro reconoció, como nosotros tenemos que reconocer, lo grave que es el pecado. El mundo no ve el pecado como Dios lo ve, pero si vamos a ver restauración en nuestras vidas, veámoslo como algo grave que ofende la santidad de nuestro Dios.

            Interesante es notar que antes de ser totalmente restaurado al servicio, hubo una MANIFESTACION PRIVADA de Cristo a Pedro. No sabemos nada de los detalles de ese encuentro, pero Pablo es el que comenta “y que apareció a Cefas (Pedro), y después a los doce”. (1 Corintios 15:5) La restauración es algo privado que sucede entre el creyente que haya pecado y su Padre. David pudo orar “límpiame de mi pecado...reconozco mis rebeliones...contra ti, contra ti solo he pecado...vuélveme el gozo de tu salvación”. (Salmo 51) El reconocía que en el caso de su pecado no hubo sacrificio acepto, pero fue directamente a Dios y habló con Él. Cristo, en su abundante gracia, apareció a Pedro en el camino y los dos hablaron. Seguramente corrieron lágrimas de parte de Pedro en la confesión de su pecado, pero Cristo le manifestó su gracia de nuevo en aquel día inolvidable.

            Recuerde que en cierta manera la negación de Pedro fue pública. Lleguemos a la playa unos días después y veamos a Cristo manifestándose a los discípulos por tercera vez. Les da a comer y mira a Simón Pedro. “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” Tres veces Pedro escucha la misma pregunta. Tres veces contesta que sí. Ahora Cristo le está dando un MANDATO PUBLICO, delante de los otros apóstoles: “Apacienta mis ovejas”. (Juan 20:15) Creo que esto fue el último paso, y muy necesario, para que no solamente Pedro, pero también sus hermanos en la fe, supieran que Cristo le estaba dando un encargo especial, habiéndole perdonado por su pecado. Obviamente hay casos cuando la restauración no es tan pública, porque el pecado no fue público y no afectó en manera grave al testimonio de la asamblea. Pero, debemos de recordar que Cristo perdona y quiere que sigamos en su servicio.

            Más allá de los límites de esta meditación está la tarea de buscar en las Escrituras otros ejemplos en los cuales vemos cómo hombres y mujeres de la antigüedad le fallaron al Señor, pero también descubrieron la dicha de que se les concediera una segunda oportunidad. ¿Qué de Abraham, Jacob David, Noemí, Jonás o Juan Marcos?

            Dios es rico en misericordia y él nos perdona. No viva, querido creyente, sumergido en la zozobra de que alguna vez le falló a Dios. ¡Levántese! y, como Pedro ya restaurado al Señor, empiece hoy a vivir para Dios como nunca lo ha hecho antes.               

El señor nuestro pastor

 El señor nuestro pastor



Es muy agradable a nuestro espíritu considerar el carácter del Señor Jesús como nuestro Pastor, en cualquiera de sus aspectos, ya sea como: “el buen pastor” (Juan 10:11) dando su vida por las ovejas; “el gran pastor” (Heb. 13:20) saliendo de la tumba, habiendo ya - en la grandeza de su fortaleza - despojado a la muerte de su aguijón y al sepulcro de su victoria; o, como “el príncipe de los pastores” (1Ped. 5:4), rodeado por todos sus pastores subordinados, quienes, por amor a Su persona adorable, y por la gracia de Su espíritu, hayan vigilado y cuidado de la grey. De los cuales ceñirá las sienes con diademas de gloria. En todos los aspectos de la historia de nuestro Pastor divino, es muy agradable y edificante pensar en Él.

            Ciertamente, hay algo en el carácter de nuestro Señor como Pastor que se adapta de manera peculiar a nuestra condición actual. Por la gracia somos constituidos en “pueblo de su prado, y ovejas de su mano” (Sal. 95:7); y como a tales, precisamos de manera bien especial de un pastor. Como pecadores, culpables y arruinados, le necesitamos como el “Cordero de Dios” (Juan 1:29,36); su sangre expiatoria nos encuentra en aquel punto de nuestra historia y satisface nuestra urgente necesidad. Como adoradores, le necesitamos como al “gran sacerdote” (Heb. 10:21), cuyas vestiduras, la expresión comprensiva de sus atributos y requisitos, demuestran a nuestras almas de la manera más bendita cuán eficazmente Él se encarga de este oficio. Como ovejas, expuestas a peligros innumerables en nuestro peregrinaje a través del desierto oscuro en este día sombrío y tenebroso, verdaderamente podemos escuchar la voz de nuestro Pastor, cuya vara y cayado nos proporcionan la seguridad y estabilidad para poder caminar hacia el hogar celestial.

            Ahora bien, en estos siete versículos de Lucas cap. 15, hallamos al Pastor presentado a nosotros en un aspecto profundamente interesante con respecto a su obrar bondadoso: se ve aquí buscando la oveja perdida. La parábola tiene un significado especial debido al hecho de que fue colocada juntamente con la segunda acerca de la dracma perdida y la tercera acerca del hijo pródigo, como argumento a favor de las acciones de Dios repletas de gracia, en pro de los pecadores. (Es una sola “parábola”).

            Dios, en la persona del Señor Jesús, había venido tan cerca del pecador, que el legalismo y el fariseísmo (representados por escribas y fariseos), se ofendieron por ello: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. Aquí residía la ofensa de que la gracia divina fue imputada en el tribunal del corazón legal y orgulloso del hombre que se reputa justo a sí mismo. Pero el recibir así a los pecadores era la misma gloria de Dios - Dios manifestado en carne - Dios había descendido a la tierra. Fue por eso que Él bajó a este mundo arruinado. No dejó su trono en los cielos para bajar en búsqueda de los justos, pues ¿por qué tendría que buscar a los tales? ¿Quién pensaría en buscar cosa alguna sino solamente lo que se había perdido? Con toda seguridad la misma presencia de Cristo en este mundo demostró que había venido en busca de algo, y, además, que ese algo estaba perdido. “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10).

            El alma debería regocijarse en gran manera por el hecho de que fue como cosa perdida que provocó la gracia y la piedad del corazón del Pastor. Podemos preguntarnos qué fue lo impulsó el corazón de Jesús hacia nosotros, tal como somos; sí, podemos preguntárnoslo, pero solamente la eternidad nos descifrará la respuesta de este enigma. Podríamos preguntar al pastor de la parábola por qué pensaba más en aquella oveja solitaria y perdida que en las noventa y nueve restantes no perdidas. ¿Cuál sería su respuesta? --- La oveja perdida es mía, es de gran valor para mí, y tengo que hallarla. Jesús podía ver - Él sólo - en un pecador desvalido, un objeto de valor para sí y por el cual se viera impelido a descender del trono de gloria del Padre para salvarlo.

CHM.

Preguntas y Respuestas

 por Fred Wurst

1. ¿Qué dice Pablo acerca de la obra de cada cual?

àViene el día en que la obra de cada cual será manifestada y probada (léase 1 Co 3:13).

2. Si la obra de alguno resistiere la prueba y permaneciere, ¿qué recibirá el tal?

àRecibirá recompensa (1 Co 3:14).

3. Si la obra de alguno que edificare sobre este fundamento no resistiere y fuere quemada, ¿qué pérdida tendrá el tal?

à«Él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque, así como por fuego» (1 Co 3:15).

4. También hay un enemigo obrando, valiéndose de pretensos (supuestos) siervos de Cristo para dañar o destruir el templo de Dios. ¿Qué dice el apóstol, que hará Dios a los tales?

àDios destruirá a los tales (1 Co 3:17).

5. ¿Cómo es contemplada la Asamblea en Primera a Timoteo?

àComo la Asamblea de Dios, con todo perfectamente en orden. Estaba integrada por verdaderos creyentes, que se cuidaban de sostener la verdad (1 Ti 3:15).

6. ¿Cómo es contemplada la Asamblea en Segunda a Timoteo?

àComo la Asamblea de Dios en un desorden absoluto. Constaba de una masa de profesos creyentes, y es descrita como, «una casa grande» en la cual no sólo hay vasos para honra, sino que también para deshonra (2 Ti 2:19-21).

7. ¿En qué parte de la Biblia encontramos prevista la historia de la Asamblea profesante?

àEn los mensajes a las siete asambleas en Apocalipsis, capítulos 2 y 3.

8. ¿Cuál era la condición espiritual de la Asamblea al fin de la edad apostólica, cuando Juan escribió?

àLa de Éfeso había dejado su primer amor, indicando eso el comienzo de la decadencia espiritual (Ap 2:4).

9. ¿Cuál será la condición espiritual de la Asamblea profesante al final de su historia? y ¿qué dice el Señor que hará con ella?

àAl final de la historia terrenal de la profesa Asamblea, ésta será tibia, por tanto, dice el Señor, que la vomitará de Su boca (Ap 3:16).

10. Dios ha dado dones a la Asamblea para su edificación. Si estos dones han de ser provechosos para la Asamblea, ¿qué debe haber para el ejercicio de los mismos?

àDebe haber libertad y oportunidad para ejercerlos.

11. ¿Dónde, en la Biblia, se halla abundante información sobre los dones y cómo ha de ser el ejercicio de éstos?

àEn 1 Co 12-14.

Para siempre La seguridad eterna del creyente verdadero

 

David L. Adams
Pinar del Río, Cuba, 1955

Las obras de Dios son eternas

            Todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá. Así escribió en Eclesiastés 3.14 el más sabio de los sabios antiguos, Salomón el rey, poeta, filósofo, compositor de más de mil canciones y autor de tres mil proverbios. Su sabiduría le condujo a la aseveración conclusiva de que las obras de Dios son eternas.

            La creación misma lo corrobora a lo largo de muchos milenios, demostrando que, si bien la materia cambia de forma en muchas maneras, no es destruida. La tierra antigua pereció, anegada en agua, y la que ahora es, con los cielos, está reservada por la misma palabra de Dios, guardada para el fuego en el día del juicio. Mas no por esto cesará de haber tierra y cielos: Esperamos cielos nuevos y tierra nueva, los cuales, dice Dios, permanecerán delante de Él. Véanse 2 Pedro 3.7, 13 e Isaías 66.22. La creación, pues, será para siempre.  Es obra de Dios.

            De la misma fragua divina, de la misma mano creadora, el hombre recibió ser. Por lo tanto, el hombre también ha de permanecer eternamente. Aunque su cuerpo muere y se deshace en el sepulcro, su alma y espíritu son trasladados por un tiempo al lugar de los muertos, sea de pena o de gloria, todos serán resucitados en una u otra ocasión, reunidos alma y cuerpo por la potencia limitadísima de su Creador. Pasarán a su morada eterna, bien sea el cielo, bien el lago de fuego eterno. Cada ser humano, por ser obra de la mano divina, permanecerá para siempre.

La salvación es una de sus obras eternas

            De todas las obras divinas, ninguna debe más su origen y consumación a la voluntad y poder de Dios que la salvación del alma. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, escribió en Filipenses 2.13, refiriéndose a la salvación, que Dios es el que produce así el querer como el hacer por su buena voluntad. A otros dijo que por gracia eran salvos, por la fe, y esto no de ellos, pues es don de Dios, no por obras. Somos hechura suya en Cristo Jesús. Efesios 2.8 al 10

            Con esto concuerdan las palabras del apóstol Santiago: "De su voluntad nos hizo nacer", 1.18. Y otra vez las palabras de 2 Timoteo 1.9, que dicen que Dios nos salvó no conforme a nuestras obras sino según el propósito suyo. De modo que es claro que nuestra salvación es obra divina de la cual se puede decir que son intocables los dones y el llamamiento de Dios, Romanos 11.29. O sea, será perpetua.

            De que algunos ya tengan la seguridad de esta salvación y posean la vida eterna, es cierto por lo siguiente: En oración a su padre, Cristo dijo de sí mismo, "Le has dado la potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste", como antes dijo: "Yo soy el pan de vida ... si alguno comiere de este pan vivirá para siempre". De los que no la tienen Él dijo: "Vosotros no creéis porque no sois mis ovejas ... Mis ovejas oyen mi voz yo las conozco, y me siguen y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano". Juan 17.2; 6.48,51; 10.26 al 28

            El apóstol Juan, hablando con igual claridad, escribió en su primera epístola: "Muy amados, ahora somos hijos de Dios", como también dijo Pablo a los gálatas en el 3.36: "Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús", y a los efesios en el 2.8: "Por gracia sois salvos". La salvación, pues, es disfrutada ya por los que son de Cristo.

            Nuestra salvación es obra divina. Comenzó cuando Dios según beneplácito nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, Efesios 1.4, y es efectuada por su propia voluntad y hechura en los que creemos.

Es falso pensar que se la pierde

Siendo así, ¿cómo enseñan algunos que, habiendo sido salvos por la fe en nuestro Señor Jesucristo, es posible –o aun cierto, afirman ellos– que perdamos esta salvación debido a la falta de fe o el pecado e infidelidad en nosotros? ¿Acaso la recibimos al principio por nuestros propios méritos o piedad?

            Proponemos, pues, enseñar que tal doctrina ni es bíblica ni es digna de la gracia munífica de Dios nuestro Salvador por la cual fuimos redimidos. Preciso es aclarar cuál sea el fundamento de la salvación tan grande y de esta vida eterna.

            ¿Será porque el que la busca cumple la ley de Dios, o sea, los diez mandamientos? Tal esperanza y tal procedimiento reciben su respuesta categórica en Romanos 3.20: "Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él, porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado". O sea, no cumplimos con la ley del Antiguo Testamento. Otra vez: "Nada perfeccionó la ley", y: "Queda ... abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad", Hebreos 7.18,19.

            Pero este mismo versículo habla de la introducción de una esperanza mejor por la cual nos acercamos a Dios. Esta esperanza es, como dice Tito 1.1, la de la vida eterna. Dios, que no miente, la prometió desde antes de los siglos en Cristo nuestro Señor.

            Tal es su sacrificio a favor de los que en Él confían que de ellos se dice: "Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados", 1 Corintios 6.11. En Hebreos capítulo 10 leemos que somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre, porque con una ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Se ve que todo se basa en la perfección del sacrificio de nuestro Salvador, quien, habiendo ofrecido para siempre un solo sacrificio, se ha sentado a la diestra de Dios.

            Ahora, pues, el justo y santo Dios puede decir de los que son de la fe de Jesús: "Nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades, pues donde hay remisión de éstos no hay más ofrenda por el pecado". El creyente, por su parte, puede usar el lenguaje de Efesios 1.7: "Nos hizo aceptos en el Amado, en el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia".

            Es inconcebible que el pecador arrepentido, una vez perdonado, quien sólo en Cristo confía y cuyo perdón es ratificado por la Palabra divina, sea acusado otra vez de la culpabilidad de estos mismos pecados. La Biblia nunca limita los pecados perdonados a los de antes de salvarse uno, sino que lo son todos. ¿Cómo será posible que esa persona, habiendo sido santificada por el sacrificio de su Sustituto, vuelva a ser condenada por no haber cumplido con su Señor como es debido? Desde un principio la tal persona fue aceptada y salvada solamente por gracia, pese a sus deméritos propios.

            ¿Será impuesta de nuevo sobre el alma, una vez salvada, la carga de sus pecados, cuando al morir los expió el Redentor? ¿Acaso Jehová no cargó en Él el pecado de todos nosotros, y que quedasen algunos pecados por expiar por obra humana? Tal cosa sería una negación declarada de la suficiencia y la perfección del sacrificio de Cristo. Esta perfección es atribuida en toda su plenitud al creyente, ya que la Palabra insiste: "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia", Tito 3.5.

Depende de Dios y no del creyente

            Claro está que no cabe duda en cuanto a la responsabilidad del creyente en Cristo de:

·         andar dignamente de la vocación con que es llamado, Efesios 4.l

·         renunciar a los deseos mundanos, Tito 2.12

·         no conformarse al modo de ser del mundo sin Cristo, Romanos 12.2

·         ser santo en toda conversación y vida, 1 Pedro 1.15

            Todo eso, y más, la Biblia afirma. Es más: el creyente incumplido sufrirá pérdida grande y duradera a causa de su infidelidad hacia el Señor y su desobediencia a la Palabra.

            Empero no hay tal enseñanza de que se pierda el creyente que una vez se entregó al Salvador y fue regenerado por el Espíritu de nuestro Dios, como lo son todos los salvos por su gracia; 1 Corintios 12.13. Aun si ese creyente se haya enfriado y hasta alejado de su Señor, queda vigente la promesa de 2 Timoteo 2.13: "Si fuéremos infieles, Él permanece fiel".

            Nos ha hecho Dios un pacto eterno por la sangre de la cruz; Hebreos 12.24. ¿Invalidará, pues, nuestra infidelidad ese pacto, confirmado por la eficacia de la sangre preciosa de nuestro Redentor? Por el Espíritu de Dios somos constituidos miembros del solo cuerpo de Cristo, del cual Él es la cabeza y su pueblo los miembros; Romanos 12.5, 1 Corintios 12.12,13. ¿Será, pues, desmembrado el cuerpo de Cristo cada vez que un creyente en Él le niega o le desobedece?

            Tan estrecha es la unión que enlaza al Señor con los suyos que la Palabra dice que el que santifica y los que son santificados de uno son todos, Hebreos 2.11. Y, en 1 Corintios 6.17 dice que el que se une al Señor, un espíritu es con Él. ¿Será dirimida esta unión y anulada esa relación por la imperfección de los que fueron hechos participantes de ella? La contestación a tales preguntas es obvia.

            ¿Pero qué le sucederá al creyente desobediente e infiel? Aunque el regreso del Señor para su Iglesia le encuentre durmiendo en cuanto a su responsabilidad y deber cristiano, el tal irá juntamente con el Señor, y así nos asegura 1 Tesalonicenses 5.10: " ... quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con Él".

            La pérdida será de la recompensa y aprobación que el Señor dará a sus siervos fieles según sean sus obras, y no de la vida eterna. Esta vida es exclusivamente la dádiva de Dios según expresa Romanos 6.23; no es recompensa ni ganancia por los méritos de quien la recibe.

            El creyente infiel sufrirá el ser quemadas sus obras. Perderá su galardón, "si bien él mismo será salvo, aunque, así como por fuego", 1 Corintios 3.12 al 15.

            Así que la suma del asunto es que los que reposan confiadamente en Cristo como su único y exclusivo Salvador pueden decir con toda seguridad: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". La resurrección de Cristo es la prueba suprema de su obra intercesora.

            "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? ... Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro". Romanos 8

            De modo que decimos con el gran apóstol: "Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día", 2 Timoteo 1.12. Y con otro gran apóstol: "Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada...", 1 Pedro l. 5

            A la vez escuchamos las palabras de nuestro mismo Salvador en Juan 6.39: "Esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada ...". Y en el 3.15: "... todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna". En el día postrero Él volverá a decir, contemplando con gozo a todos sus hijos en la gloria sempiterna, comprados, salvados y lavados en su sangre preciosa: "A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición", Juan 17.12.

            Esta obra de salvación, como las demás obras de Dios, es para siempre. "A aquel, pues, que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaras sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén". Judas 24, 25.

¿Qué es el Evangelio?

 

1 ¾ La Biblia


¿Quién escribió la Biblia?

            La Biblia es la Palabra de Dios; Él es su autor. En 2 Timoteo 3.16 dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios”. Ciertos hombres pusieron por escrito las palabras que Dios ordenó que escribiesen. Leemos en 2 Pedro 1.21: “Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

            A veces la Biblia se llama “las Escrituras”.

            En el Nuevo Testamento, Mateo, Marcos, Lucas y Juan escribieron los cuatro libros llamados los Evangelios. Pablo escribió el mayor número de libros. Santiago, Pedro y Judas (hermano de Jacobo) son los otros tres autores humanos. Eran apenas instrumentos usados por Dios, inspirados en el sentido que Él les reveló la verdad y les dirigió en comunicarla a nosotros.

            Además, la Biblia es la única obra escrita que es de plena inspiración divina. Apocalipsis 22.18,19, al final de la Biblia, nos advierte de las consecuencias de añadir o quitar de ella. Por esto sabemos que ningún hombre ha hablado después con la aprobación de Dios para ampliar o cambiar lo que la Biblia dice. Ella es la única autoridad en los asuntos espirituales.

¿Cuántas Biblias hay?

            una sola. Básicamente no hay diferencia en las traducciones de la Biblia usadas por los católicos romanos y las que usan los evangélicos. Las Escrituras originales fueron redactadas casi de un todo en hebreo (el Antiguo Testamento) y griego (el Nuevo Testamento). En las distintas traducciones al español, los traductores emplean algunas voces diferentes, pero, si han hecho bien su labor, el sentido debe ser el mismo. Algunas de estas “versiones” son más fieles que otras.

            Muchas ediciones aprobadas por la iglesia romana, y algunas no católicas, tienen notas en el margen o al pie de la página. Son pensamientos humanos y no forman parte de la revelación divina; por lo tanto, pueden ser buenos y útiles, o pueden ser falsos.

¿Qué es el gran tema de la Biblia?

            La Biblia contiene toda la revelación divina que es necesaria para la salvación del ser humano. Su tema principal es Jesucristo y su obra salvadora. Juan 20.31 dice: “Se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo… y creyendo, tengáis vida en su nombre”. 1 Juan 5.13 dice: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”.

¿Qué es el contenido de la Biblia?

            La Biblia se compone del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento fue escrito siglos antes del naci­miento del Señor Jesucristo. Este relata cómo Dios creó el universo, y la historia del mundo antiguo. Contiene también los Salmos y los escritos proféticos acerca del Mesías llamado el Cristo. Dios usó a unos treinta autores para escribir sus treinta y siete secciones o “libros”.

            Jesús mismo no escribió trozo alguno con su propia mano, pero utilizó a sus apóstoles para que escribiesen después de su muerte. Los Evangelios tratan de la vida, pasión y muerte de Jesús; los Hechos de los Apóstoles relatan el principio de la Iglesia verdadera; las Epístolas enseñan sobre la vida cristiana; y, el Apocalipsis anuncia aconteci­mientos futuros. En los veintisiete “libros” del Nuevo Testamento leemos del cumplimiento de muchas profecías expresadas en el Antiguo Testamento.

 

¿Por qué leer la Biblia?

Siendo la Biblia la revelación o explicación que Dios nos da de sí mismo y de su Hijo, debemos leer el libro con interés. Además, nos incumbe estudiarlo. Hechos 17.11 dice que los hombres de cierta ciudad eran nobles porque examinaron cada día las Escrituras para ver si era verdad lo que les fue enseñado por otros.

            Jesús dijo: “Escudriñad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí”, Juan 5.39. Hoy día hay muchas opiniones acerca de las cosas de Dios, y cada persona está en el deber de comprobar su creencia a la luz de la misma Palabra de Dios. El apóstol Pablo le recordó a Timoteo: “Las Sagradas Escrituras… te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”, 2 Timoteo 3.15.

            Así que, no ha de considerarse la Biblia como apenas un texto de ciencia, historia o filosofía. Leámosla con reverencia, buscando la verdad con corazón sincero. Dios no engaña; Él quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad, como dice 1 Timoteo 2.4. 

Nuestra pascua… ya fue sacrificada por nosotros

 La cena del Señor exige normas


            Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois;
porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. (1 Corintios 5:7)

            Si hubo un gran movimiento e inquietud entre los hebreos el día 14 de mes de abid en toda la región de Gosen en Egipto, fue porque aquella noche se iba a dar principio a la pascua: La muerte del cordero, cuya sangre untaba en el dintel y en los dos postes de la puerta, daría seguridad los que estaban adentro de la casa, para no ser tocados del ángel destructor: “Verá la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto”. (Éxodo 1:13) Garantía era también que desde aquella noche en adelante empezarían a formar una nación libre del yugo de Faraón. La pascua sería para Israel la fiesta nacional de más resonancia.

            Si hubo un gran movimiento e inquietud en toda la nación hebrea, fue la noche que el Señor Jesucristo fue entregado, porque se iba a dar fin a la pascua antigua de los hebreos para dar cumplimiento a la realidad, e inaugurar la cena del Señor. “Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. (1 Corintios 5:7)

            El Señor y los discípulos estaban grandemente preocupados por la celebración. “¿Dónde quiere que preparemos para que comas la pascua?” (Mateo 6:17, Lucas 22:15) Todo esto induce a pensar que la preocupación no era tanto por lo que iba a ser establecido en figura de la muerte del Señor. Dos cosas tenían que recordar Israel en la pascua al esparcir la sangre: liberación de la muerte y, al comer del cordero, liberación política y ciudadana. Dos cosas estableció el Señor, el pan y el vino, con el fin de grabar un acicate de dos cosas en su Iglesia por toda su peregrinación en la tierra. “Tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma. Haced esto en memoria de mí”. (Isaías 6:8, 1 Corintios 11:4,5)

            Por tanto, la cena del Señor, siendo tan solemne en su cumplimiento y obediencia, exige varias normas de mucha consideración.

· Es una tradición invariable

            “Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado”. (1 Corintios 11:23) Pablo observó mucho celo y cuidado con aquel depósito de enseñanzas que tal vez recibió en los montes de Arabia, y sin cambiar en nada enseñó para que la Iglesia practique lo mismo en todos los tiempos. Pablo se interesó mucho que Timoteo siguiera sus pisadas: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”. (2 Timoteo 1:13,14)

· Es una institución santa

            “El Señor tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió. Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido”. (1 Corintios 11:4) Fue nuestro Señor Jesucristo quien la instituyó; no fue Pablo, ni los apóstoles, ni la Iglesia. Los discípulos de Emmaús nunca podrían olvidar aquellas manos como “anillo de oro engastas en jacinto”. Muy adentro por la ventanilla de su corazón marcó el Señor su huella cuando le vieron partir el pan. Frecuentemente se oye entre los hermanos adoradores palabras que no son a tono con el acto. Dicen: “Aquí estamos rodeando o al contorno de la mesa ... Vamos a partir y a comer este santo pan”. No es la mesa que rodeamos, sino el Señor. No es santo el pan, sin Cristo el santo y nosotros los santificados por Él.

· El motivo es la memoria

            “Haced esto en memoria de mí”. (1 Corintios 11:25) No podemos figurar a Cristo por uno de esos de retrato, de busto, o de estampas. El hortelano podría tener algún parecido con Jesús, pero María Magdalena dijo: “Si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré”. Contemplamos por la fe a un Cristo, no según la carne, sino al Señor glorificado: “En medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta sus pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil”. (Apocalipsis 1:13, Cantares 5:10-16)

· Es una responsabilidad colectiva

            “Así, pues, todas las veces que comieres este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga”. (1 Corintios 11:26) Más que un deber, es el amor a Cristo que nos hace juntar a la cena del Señor. Esos símbolos sobre la mesa son representativos de unidad y comunión. Si ocupamos nuestro lugar a la cena del Señor, establecemos que no somos disidentes a la unidad. Sólo tres motivos impedían al israelita celebrar la pascua: viaje, inmundicia o enfermedad. “Todas las veces que esto hiciereis” está ligado con, “para que cada uno reciba según haya hecho mientras estaba en el cuerpo”. (2 Corintios 5:10)

· Necesita una preparación personal

            “De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor”. (1 Corintios 11:27) Participar de la cena del Señor es privilegio de todos los redimidos, pero mira cómo lo hagas. Dios no da por inocente al que viola su santuario. Participar de la cena del Señor descuidadamente, con pecado no confesado, pleito no arreglado, cuerpo no lavado, ropa desaseada: esa es la “mosca muerta en el perfume del perfumista”. Así, como en la iglesia de los corintios, hoy también muchos están llevando en su cuerpo la consecuencia de su imprudencia. Enfermedad, incompatibilidad en la familia, situación precaria de su economía, son a veces el resultado de participar impuro de la cena del Señor.

· Es para que el Señor sea glorificado

            “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos no seríamos juzgados; más siendo juzgados, somos castigados del Señor, para que no seamos condenados con el mundo”. (1 Corintios 11:30-32) Hermanos, ninguna felicidad terrena puede compararse ni impedir la comunión con el Señor. Entonces merece la pena sacrificar cualquier goce temporal, y decir como el salmista: Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las [grandezas] moradas de maldad”. (Salmo 84:10)