Encontramos diez promesas firmes en el Salmo 101:
1. A ti cantaré yo, oh Jehová.
Desde el momento de la salvación
comienza en el creyente un cántico nuevo de alabanza a Dios. “Verán esto
muchos, y temerán, y confiarán en Jehová”, Salmo 40.3. Aunque este salmo es
profético de nuestro Señor en resurrección, se pueden aplicar estas palabras al
creyente. Cuando Pablo y Silas cantaban a media noche en la cárcel de Filipos,
los presos oyeron y sin duda temieron. El mundo tiene envidia de un creyente
que canta, porque reconoce que tiene un gozo superior. En cambio, el mundo
denuncia al creyente quejoso porque es una negación de lo que debe ser.
2. Entenderé el camino de la perfección.
Otra versión expresa el trozo de
esta manera: “Me comportaré prudentemente en el camino perfecto”. Después de su
ejercicio en adoración, se produce en David un propósito de corazón en cuanto a
su manera de vivir.
Después de haber estado en la cena
del Señor el creyente sale con seriedad y el deseo de agradar a aquél a quien
debe todo. Donde hay liviandad después de la cena, es prueba de que la persona
no ha sentido la presencia del Señor. “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis,
no como necios sino como sabios”, Efesios 5.15.
3. En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi
casa.
Aquí encontramos el propósito de
David en cuanto a su vida en el hogar. El sintió como cabeza de la casa su
responsabilidad de dar un buen ejemplo. El hogar es donde debemos manifestar
más la paciencia, benignidad, abnegación, hospitalidad y piedad. Es donde
debemos dar un buen testimonio verbal, pero es donde más fracasamos.
¡Qué triste aquel día cuando David
no se contentó con andar en medio de su casa, sino que se extravió en la senda
de la tentación! En 1 Crónicas 18 leemos dos veces que Jehová le daba el
triunfo a David dondequiera que iba, pero cuando abandonó el camino de la
voluntad de Dios y buscó el del pecado, sufrió su más aplastante derrota. “No
tentarás al Señor tu Dios”, Mateo 4.7.
4. No pondré delante de mis ojos cosa injusta.
Los ojos son una vía que conduce al
alma. El dios de este siglo tiene tantos encantos seductivos para retratarlos
en la tela sensible de nuestras almas, que fácilmente se corrompe. Pedro en su
carta a los creyentes les hizo recordar que habían huido de la corrupción que
hay en el mundo a causa de la concupiscencia.
Cristo se dio a sí mismo por
nuestros pecados para librarnos del presente mundo malo, Gálatas 1.4. El oró al
Padre, no para que nos quitara del mundo, sino que nos guardara del mal, Juan
17.15. Nuestra oración al Señor debe ser siempre, “Aparta mis ojos, que no vean
la vanidad”. Ni en la televisión.
5. No conoceré al malvado.
Hay dos sentidos en que podemos
conocer a una persona: por percepción y por comunión. Este último es el sentido
en que habla el salmista. El resuelve evitar la compañía de los malvados. La
clase de compañeros que buscamos es un indicio de lo que somos.
Aun los cristianos carnales pueden
perjudicarnos espiritualmente si nos hacemos compañeros de ellos. Debemos amar
a todo el pueblo del Señor, pero reprender en ellos lo que no es de Dios. Si el
joven creyente, por ejemplo, quiere guardar sus vestiduras sin mancha para la
venida del Señor, le será necesario buscar bien y con oración con quiénes anda.
6. El que solapadamente infame a su prójimo, yo le
destruiré.
Como el primer magistrado del país,
David tenía autoridad para llevar la espada de justicia y sentenciar al
delincuente. Para él la calumnia era un crimen que merecía la pena capital. El
creyente debe condenar la calumnia y separarse de quien la practique.
7. No sufriré al de ojos altaneros y de corazón
vanidoso.
A David le correspondían honores y
majestad como rey, pero no quiso tener en su corte a gente orgullosa. Toda su
vida él se comportó con humildad y sujeción a Dios. Que el Señor nos guarde de
toda tendencia pretenciosa de engrandecernos en los ojos de los demás, sea por
modo exagerado de vestido, peinado pomposo o sortija conspicua; sea por hogar
lujoso, o aun locales evangélicos de mucho ornato. Dios resiste a los soberbios
y da gracia a los humildes, Santiago 4.6.
8. Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para
que estén conmigo.
Esta es la clase de gente que fue
preferida por David. En el mundo los eruditos, los prósperos, los famosos, las
encantadoras son la gente admirada por el público. Ante Dios es la fidelidad
que vale.
Ahitofel era un estadista destacado
pero infiel; se volvió traidor del rey. El humilde Husai, que sólo figuraba
como “amigo de David”, fue fiel hasta el fin; cuando llegó la prueba suprema,
él arriesgó su propia vida para salvar a su rey. Seamos fieles a nuestro Señor,
nuestro cónyuge y nuestra asamblea. El ojo del rey nos mirará con su aprobación
divina.
9. No habitará dentro de mi casa el que hace fraude.
¡Cuán fácil es practicar el engaño y
la mentira en el círculo familiar! David se opuso a eso. Es el deber de padres
cristianos reprender a sus hijos por cualquier acto de mentira o engaño. A
veces son los mismos padres que tienen la culpa, dando mal ejemplo en falta de
rectitud ante sus hijos.
10. De mañana destruiré a todos los impíos de la tierra.
David propuso adoptar medidas
severas para limpiar la tierra de impíos, y estaba apurado por hacerlo. Nuestra
esfera no es como la de David, “de la tierra”, sino espiritual. Dios nos manda
tomar acción decisiva contra las cosas que nos estorban en el servicio y
testimonio para Cristo.
Así nos enseña 2 Corintios 10.4,5:
“Derribando razonamientos soberbios y toda cosa elevada que se ensalza contra
el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la
obediencia de Cristo”. Es una lucha espiritual y a los vencedores les espera un
galardón.
Santiago Saword
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