sábado, 16 de julio de 2022

MEDITACIÓN

 

LA DIGNIDAD DEL CORDERO Y LA SANGRE DEL CORDERO

“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su san­gre...a Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5-6) “Vi...en medio del trono...un Cordero.”            (Apocalipsis 5:6)

¡Bendito Señor! No tengo nada sino tu amor, un amor que me lleva directo a la casa del Padre para estar contigo donde se manifiesta la plena expresión de aquel amor. Tal amor es algo tan poderoso cuando entra en el corazón, que conduce los pies a caminar de una forma muy diferente a la de un hombre que no lo posee. Puedo mirar a aquel Cristo y decir que nada me puede perturbar; Cristo glorificado en la presencia de Dios es el terreno de mi paz. Lo conozco como Aquel que llevó mis pecados en la cruz y me reveló la gloria de Dios; estoy en relación con Él como el Hombre de dolores, con Él, quién descendió a la tumba, que resucitó y vive para siempre a la diestra de Dios. Y allí, en Él, encontramos nuestro lugar ante Dios.

A medida que pasan los años nos damos cuenta que estas cosas mantienen su valor; ¿pero qué estimación del valor de esa sangre puede tener un pobre pecador? ¿Cómo será cuando lleguemos al hogar, y nos demos cuenta que estamos allí dentro, llevados por aquella sangre a la comunión de lo que Dios es? Y mientras camine­mos a través de la casa del Padre y entremos en la plenitud de gozo reservada para nosotros, veremos que todo está relacionado con los mismos elementos con los que nos otorgó gozo aquí, mientras nos conducía a través del desierto.

¿Cuáles serán las primeras y dulces expresiones que oiremos cuando entremos en el cielo? ¡La dignidad del Cordero y la sangre del Cordero! ¡Qué terrible debe ser el pecado como para necesitar la sangre del mismo Hijo de Dios! Allí arriba, en la presencia de Dios, aprendo algo acerca de la infinidad del pecado, y solamente la san­gre del Hijo de Dios puede sacar la mancha de aquel pecado, y ella lo ha hecho completamente.

G. V. Wigram

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