domingo, 26 de febrero de 2023

¿Qué es el Evangelio? (8)

 


8 ¾ Los dos destinos

¿Qué significa la perdición?


Hemos notado ya que el camino ancho conduce a la perdición; Mateo 7.13. Jesús habló en cierta ocasión de dos hombres que murieron; véase Lucas 16.19 al 31. Uno de ellos, llamado Lázaro, fue a donde estaba Abraham, salvo en el Paraíso, Mateo 8.11. El otro al morir fue a los tormentos del Hades, el otro lugar de espera de los muertos. Al pedir misericordia —se trata de un hecho histórico— fue informado de que una grande sima está puesta entre él y el Paraíso, de manera que no le sería posible pasar de un lugar a otro.

De ese comienzo de la condenación no hay escape. Ni plegarias ni misas pueden rescatar al alma perdida. Lejos de desear que sus familiares le acompañasen donde se encontraba, ese hombre pidió que se les avisara para que no fueran a parar ellos en ese tormento.

En el porvenir habrá la resurrección del cuerpo, cuando los perdidos de todos los tiempos irán a su juicio final. Se trata de la segunda de las dos resurrecciones que expuso Jesús en Juan 5.28,29, una de vida y otra de condenación: “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán”.

En Apocalipsis 20 leemos del traslado de los perdidos en el Hades al Infierno. El apóstol Juan escribe en estos términos: “Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios, … y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras… La muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos… Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda”.

Este es el destino final de quien no tiene a Cristo. Se llama la muerte segunda, en contraste con el “nacer de nuevo”, o el segundo nacimiento que es la experiencia de ser salvo, de recibir a Cristo; Juan 3.3 al 8. Cada camino conduce irreversiblemente a su destino.

En el Infierno hay “el llorar y el crujir de dientes”, el remordimiento de la conciencia acusadora, y el tormento que resulta de la separación, soledad y desespero. “El humo de su tormento sube por los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche”, Apocalipsis 14.11.

¿Qué es el destino dichoso?

La persona salvada no teme el porvenir. Al partir de esta vida —al salirse el alma del cuerpo— la tal persona va a estar con Cristo, que es muchísimo mejor; Filipenses 1.23. “Confiamos … estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”, 2 Corintios 5.8. Jesús dijo a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay … voy, pues, a preparar lugar para vosotros”, Juan 14.1,2.

            Otro pasaje que trata de esto es 1 Pedro 1.3 al 5: “El Dios y Padre … nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, inconta­minada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros…”. Así las almas salvadas van a la Gloria, a esperar la primera resurrección de Juan 5.29.

Un día, quizás muy pronto, acontecerá algo maravilloso. Cristo vendrá al aire y resucitará los cuerpos de todos los muertos salvados. “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; … los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”, 1 Corintios 15.51,52.

En ese instante los demás salvos, viviendo aquí aún, serán trasladados al cielo sin morir, transformados ellos a la vez. “El Señor mismo, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”, 1 Tesalonicenses 4.16,17.

Ellos participarán en el eterno gozo de la ciudad celestial. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. No habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 21.4, 22.1-5.

¿Hay purgatorio?

El purgatorio es un invento de la religión humana. Los santos apóstoles nunca hablaron de él. El Señor Jesucristo habló de dos caminos y dos destinos, del Cielo y el Infierno, pero nunca de un purgatorio. El rico muerto, de quien usted leyó en Lucas 16, no tenía esperanza de expiar sus pecados para luego salir de sus tormentos.

 “El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”, Mateo 9.6. Después, no. “De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”, Hebreos 9.27. A uno que acudió a Él, dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”, Marcos 2.5. A otros: “Al que a mí viene, no le echo fuera”, Juan 6.37. Todavía el lugar de la purgación es, como si fuera, a los pies de Jesús. “Testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo”, 1 Juan 4.14.

Las dos caras de la espiritualidad

 

José, Josué, Daniel, Gayo


Esta virtud tiene dos fases que sólo se pueden conocer por los frutos que el creyente dé. Es el espiritual sincero quien podrá descubrir la faceta de una devoción aparente.

Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsi, fue el hombre que mostró mucho celo para con otro y mucha licencia para sí. Jehú es tipo del creyente que empieza corriendo, y corre al lomo de una bestia, o sea sobre patas ajenas. Así hay los que corren porque otros corren, se animan porque otro los anima. Cualquiera es inclinado a acompañar a Jehú y a defenderlo por las palabras autorizadas que le dijo al profeta cuando lo ungió. (2 Reyes 9:1-10)

En la vida y carácter de Jehú hay mucha astucia. Probó a los cortesanos del rey Acab por unas cartas llenas de malicia. (2 Reyes 10:1-18) Jehú tenía una política de “zorro”. Probó al pueblo con una arenga fingida para ver quién levantaba la voz de protesta, que sería una indicación que era amigo de Acab. (vv 9-12) Probó a Jonadab hijo de Recab con las palabras sondeadoras de un diplomático: “¿Es recto tu corazón como el mío es recto con el tuyo?” Viendo la sinceridad de Jonadab, y para probar qué influencia tenía este sobre el pueblo, “le hizo subir consigo en su carro, y le dijo: Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová”. (vv 15-16)

El silencio de Jonadab es prueba de su espiritualidad para reconocer que el celo y la espiritualidad de Jehú era exterior. “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe”. (1 Corintios 13:1)

Es cierto que Jehú ejecutaba un juicio justificado pero lleno de dolo. Ocupaba más el lugar de verdugo que de juez para lograr sus ambiciones. El corazón de Jehú no era recto para con Dios. El pasaje de 2° de Reyes 10:29,31 dan prueba patente de que su celo y prosperidad no eran espirituales, sino apariencia de piedad. Otro caso engañoso de prosperidad espiritual lo hallamos en Demas, el hombre que llega al punto de codearse con las prisiones del gran apóstol. (Filemón 23,24) Demas en su principio es considerado entre los grandes; su saldo a las iglesias es unido al del gran médico amado. (Colosenses 4:14) Todo esto da margen para pensar que Demas había trabajado, sufrido y mostrado celo en la obra del Señor, pero su falta de espiritualidad era evidente. Es triste descubrir su inconstancia e infidelidad, una demostración del corazón engañoso. “Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica”. (2 Timoteo 4:10)

“¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano”. (Gálatas 3:4)

Muy diferentes son aquellos que alcanzaron la verdadera espiritualidad por el temor reverencial y la afición exclusiva al servicio de su Dios.

· En José se destaca el temor a su Dios.

“¿Cómo haré este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:7-20) Este hombre de Dios pasó por pruebas muy duras desde su juventud; pasó de trece a catorce años en la cárcel acusado injustamente. ¡Qué de bacanal se permitía a la mujer de Potifar, mientras a su víctima José “afligieron sus pies con grillos”! (Salmo 105:17-22) La integridad de José le hizo alcanzar la medida que Dios pide. (Génesis 39:2,23, capítulo 41)

· En Josué se destaca la obediencia a su Dios.

Este es otro hombre de Dios que empieza bien y termina bien. (Josué 1:7,8) Josué hizo “las guerras de Jehová”. Habiendo introducido al pueblo de Israel en la tierra de Canaán, ya para sus últimos días dirige un discurso que apela a la conciencia para que hagan una elección voluntaria, porque el Señor no tiene ni admite rival.

Entre las palabras más conspicuas de Josué se encuentran éstas: “Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová”. (Josué 24:15)

· En Daniel se destaca la comunión con su Dios.

Daniel era un hombre de oración (Daniel 1:17-21), limpio de impurezas morales. Se realiza en su vida la fe en su Dios, la cual le llenaba de confianza y valor para enfrentarse a aquellos déspotas, obedeciendo a Dios primero que a los hombres. Daniel por el estudio de las Escrituras se concentra en las grandes profecías referentes al Mesías, al anticristo, a las naciones gentilicias, a la dispersión y restauración de Israel. Con oportunidad de conseguir grandes riquezas, él las despreció. Dijo delante del rey: “Tus dones sean para ti; y las recompensas dadas a otro”. Y, le anunció la justicia de Dios. (Daniel 5:17-30)

· En Gayo se destaca el amor que mostró a sus hermanos.

El espíritu de Gayo debía de estar contrariado por la actitud que mostraba Diótrefes en la iglesia, pero el alma de Gayo era próspera porque todo él estaba impregnado del amor de Cristo. Las buenas obras no pueden quedar ocultas. (1 Timoteo 5:25) Juan le escribe a Gayo lo siguiente: “... los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje”. (3 Juan 6)

La espiritualidad verídica se muestra por “el amor no fingido”. (1 Pedro 1:22); por “palabras no fingidas” (2 Pedro 2:3), por piedad no fingida: “¿por qué te finges otra?” (1 Reyes 14:6), “por fe no fingida” (1 Timoteo 1:5, 2 Timoteo 1:5).
José Naranjo

La Casa de Dios: La Iglesia (Hechos 2)

 Ya hemos trazado la historia de la casa de Dios desde Éxodo hasta la conclusión de la dispensación Mosaica. Sin embargo, durante la vida de nuestro Señor en la tierra hubo premoniciones del cambio que venía. Hablando a los judíos Él dijo, "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré...Mas", el evangelista nos dice, "él hablaba del templo de su cuerpo." (Juan 2: 19, 21). Además, Él dijo a Pedro, cuando él confesó que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." (Mateo 16: 16-18). Si pasamos ahora al día de Pentecostés, veremos que Dios comenzó en aquel entonces a morar en la tierra de una manera nueva y doble: "Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen." (Hechos 2: 1-4).

Ahora bien, esto tuvo lugar según la expresa promesa del Señor a Sus discípulos: "He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto." (Lucas 24:49). Y, además, Él "les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días." (Hechos 1: 4, 5). Entonces el Espíritu Santo descendió en Pentecostés conforme a la palabra del Señor, y el resultado fue que Dios hizo Su templo por el Espíritu en el creyente individual (véase asimismo 1a. corintios 6:19); y que Él hizo Su habitación con los creyentes de manera colectiva, tal como Pablo escribe a los Efesios, "vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu." (Efesios 2:22). Por lo tanto, los creyentes eran ahora, tal como su Señor había sido mientras estuvo en la tierra, el templo de Dios, y la casa de Dios, la cual es la iglesia del Dios viviente, fue ahora formada. Es esta última verdad la que va a ocupar nuestra atención, y con este objetivo nos proponemos examinar más detenidamente la enseñanza de este capítulo (Hechos 2).

Hablando de manera general, nosotros tenemos tres cosas en esta Escritura — la edificación de la casa de Dios, el modo de ingreso, y las ocupaciones de aquellos que están adentro, o, para ser más precisos, de aquellos que la forman.

1.   La edificación de la casa. Nosotros leemos con respecto al templo de Salomón que, "la casa, mientras se edificaba, se construía de piedras preparadas en la cantera; y no se oyó ni martillo ni hacha ni ningún instrumento de hierro en la casa mientras la construían." (1°. Reyes 6:7 - LBLA). Lo mismo se ve con respecto a la casa de Dios cuando fue edificada en Pentecostés. Los discípulos estaban todos juntos en un mismo lugar; ¿y quiénes eran ellos? Ellos eran los ciento veinte mencionados en el capítulo anterior, todos los cuales (porque Judas ya no formaba parte de la compañía, habiéndose desviado para irse al lugar que le correspondía), eran piedras vivas que por la gracia de Dios habían sido llevadas a estar en contacto salvador con Cristo, y hechos así partícipes de la vida eterna. Y el mismo poder divino que los había salvado por medio de la fe en el Señor Jesús, los reunió en este día, y los colocó silenciosamente en sus lugares designados sobre la única piedra fundamental para formar la habitación de Dios en la tierra por el Espíritu. El edificio fue erigido así. Cristo, según Su palabra, había edificado Su iglesia, y la había preparado para su Habitante divino.

Por eso, como cuando Moisés hubo completado el tabernáculo, y también como cuando Salomón hubo terminado el templo, la gloria de Jehová llenó la casa de Dios (Éxodo 40; 2°. Crónicas 5), así también aquí, "de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados." (Hechos 2:2 - RVA). Dios tomó, de manera manifiesta, posesión de la casa que había sido erigida aquel día. Otros podrían entrar y de hecho serían introducidos, para formar parte de la casa ("Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos." (Hechos 2:47)); pero aun así la casa fue edificada. Por lo tanto, el apóstol pudo decir a los Efesios, "vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios por el Espíritu" (Efesios 2:2 - RVR1865); y a los Corintios, "vosotros sois el templo del Dios viviente." (2a. Corintios 6:16). En este aspecto la casa de Dios es contemplada siempre como estando completa, y sin embargo otros creyentes son continuamente introducidos para ocupar sus lugares designados en el edificio. Esto será entendido de inmediato si por un minuto nosotros cambiamos el término y usamos "iglesia" en lugar de "casa."

Y el hecho de que el propio Señor contempló la casa como estando ahora edificada se ve de la conexión entre el segundo y el tercer capítulo de Hechos. Al principio de Hechos 3 nosotros leemos acerca de Pedro y Juan subiendo juntos al templo a la hora de la oración; pero el Señor tenía para ellos una lección, así como para nosotros, en lo que les ocurrió por el camino. Había un hombre cojo de nacimiento, el cual llevaban y ponían diariamente, no adentro, sino a la puerta del templo, para pedir limosna a los que entraban para orar y adorar. Él pidió limosna a Pedro y Juan, los cuales estaban, al igual que muchos otros, a punto de entrar en el templo. El Espíritu de Dios usó la circunstancia guiando a Pedro a sanar al hombre cojo, como un testimonio rendido al poder del Cristo resucitado, para enseñanza del apóstol y nuestra. El hombre, repítase, está afuera del templo, y fue allí — afuera — donde él recibió la bendición. La nueva casa de Dios había sido formada recién, y el Espíritu Santo testifica ahora que la bendición está afuera de la casa vieja y en relación con la nueva, una lección que Pedro y Juan podían no haber logrado aprender en el momento, pero una que ha sido escrita para la edificación de todos aquellos cuyos ojos han sido abiertos por el Espíritu de Dios. Sí, en efecto, allí en Jerusalén, y en el día de la fiesta, sin sonido alguno de martillo o hacha o ningún otro instrumento de hierro, en medio de una generación incrédula, y mientras el templo de Herodes estaba allí delante de sus ojos, y era el objeto de la veneración de los corazones carnales de ellos, el verdadero Salomón había edificado Su Iglesia de piedras preciosas, cuyos lustre y hermosura sólo podían ser apreciada por Aquel que las había colocado en su lugar designado sobre la principal piedra del ángulo.

Se ha de recalcar también que aquí solamente había piedras vivas, en consideración que la casa en este capítulo es edificada por el propio Señor (versículo 47). Hasta aquí, por tanto, el cuerpo de Cristo, aunque la revelación de esta verdad estuvo reservada hasta otro día — hasta que su ministro designado hubiese sido llamado y calificado— y la casa de Dios son coincidentes. Es decir, cada piedra de este edificio era también un miembro del cuerpo de Cristo, aunque esto aún no se entendía; porque en este día, incluyendo las tres mil almas que se arrepintieron bajo la poderosa operación del Espíritu Santo a través de la predicación de Pedro, ni una sola de ellas fue introducida que no estuviese realmente convertida. Todos eran creyentes genuinos. Fueron los que recibieron la Palabra los que fueron bautizados, y fueron los del mismo carácter a quienes el Señor añadió después diariamente. Este hecho debe ser claramente puesto de manifiesto, y firmemente mantenido.

 

2.   Habiendo sido edificada la casa de Dios, nosotros encontramos muy claramente indicado el modo mediante el cual las almas habían de ser introducidas en ella. Un sencillo comentario puede quizás despejar una dificultad para algunos antes que abordemos esta parte de nuestro tema. A menudo se asume apresuradamente que Dios introduce almas secretamente, por así decirlo, a Su casa; es decir, que, si Él convierte un alma, esa alma es introducida de ese modo a Su habitación en la tierra. Cambiemos entonces por un momento el término "casa" por una 'compañía de creyentes', porque recuerden que es la compañía de creyentes que tiene una existencia muy clara y separada en Hechos 2 la que forma la casa de Dios, y podemos preguntar entonces, ¿un alma que ha nacido de nuevo es introducida de ese modo en la compañía de creyentes? NO, dicha alma puede ser desconocida para ellos, y en ese caso no podría decirse que sea uno de ellos. Otra cosa es que Dios conozca a un tal como siendo un creyente; pero el asunto es, como hemos visto, con respecto a la habitación de Dios en la tierra. Y en vista de que ella está en la tierra, hay, como veremos también, un modo designado de incorporación a la compañía que compone esta habitación.

Consideremos en primer lugar las diferentes clases de personas que nos son presentadas. Están los ciento veinte que en este día han constituido la Iglesia — la asamblea de Dios. Están los judíos que estaban cerca — los "judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo" (Hechos 2:5), a quienes Pedro predicó después. Luego, por último, estaban aquellos a quienes Pedro se refiere en su discurso — "todos los que están lejos", un bien conocido término Escritural para referirse a los Gentiles. Tenemos, entonces, esta triple división que el Espíritu de Dios hace en otra parte — la Iglesia, los judíos, y los Gentiles (1a. Corintios 10:32), una representación, por tanto, del mundo entero.

Ahora bien, fue en relación con este círculo más cercano, esta compañía central, la iglesia de Dios, que Pedro, poniéndose de pie con los once, rindió este testimonio a Cristo. Las manifiestas operaciones del Espíritu — manifiestas incluso para los judíos incrédulos — habían producido perplejidad en las mentes de algunos, y para otros llegó a ser una ocasión para el escarnio y la burla. Pedro entonces, guiado por el Espíritu Santo, se dirigió a la multitud que se reunió. En primer lugar, él explicó, a partir de las Escrituras, el carácter de las manifestaciones que ellos habían presenciado (Hechos 2: 16-21); luego, él testificó de "Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis." Les habló del consejo de Dios en cuanto a Su muerte, y la iniquidad de ellos en Su crucifixión; de Su resurrección, que había sido predicha en sus propias Escrituras, y de lo cual Pedro y los que estaban con él eran testigos (Hechos 2: 22-32). Entonces él concluyó con estas palabras notables: "Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice:

Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,

Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." (Hechos 2: 33-36).

Este fue un testimonio muy claro. Jesús de Nazaret, rechazado y crucificado por el hombre, había sido resucitado de los muertos, exaltado a la diestra de Dios, y hecho Señor y Cristo. ¡Qué contraste entre el pensamiento de Dios y el pensamiento del hombre! ¿Y qué podía demostrar más claramente la culpabilidad y la condición del hombre? Verdaderamente la cruz de Cristo lo puso todo a prueba, y no solamente expresó lo que había en el corazón de Dios, sino también lo que había en el corazón del hombre. Este testimonio de Pedro tocó profundamente las conciencias de los que oían, y, compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los otros apóstoles, "Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare." (Hechos 2: 37-39). Ahora bien, es la respuesta a estos judíos arrepentidos lo que requiere nuestra cuidadosa atención. Había que hacer dos cosas en aquel entonces, y como consecuencia de ello dos bendiciones iban a ser recibidas. Ellos debían arrepentirse, y ser bautizados en el nombre del Señor Jesús. Supongamos por un minuto que estos judíos se habían arrepentido verdaderamente, y aun así rechazaran ser bautizados en el nombre del Señor Jesús. ¿No es evidente, en vista de esta Escritura misma, que en un caso tal, cualquiera que hubiese sido el estado de corazón de ellos delante de Dios, y a pesar de que ellos pudiesen haber nacido de nuevo verdaderamente, ellos no podían haber sido recibidos a la compañía de creyentes que estaba ante ellos — no es evidente que, en otras palabras, ellos no podían haber sido introducidos en la casa de Dios en la tierra? Porque, ¿qué implicaba su bautismo en el nombre de Jesucristo? "¿O no sabéis", dice el apóstol Pablo, "que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?" (Romanos 6:3).

Ello sería, por lo tanto, no solamente creer el testimonio concerniente a Su muerte, resurrección, y lugar actual a la diestra de Dios, sino que sería también la identificación de ellos con Él en Su muerte; de modo que, aceptando la muerte para ellos mismos, se disociarían así, en figura, del hombre, y serían llevados al terreno de asociación con la muerte de Cristo, para que de aquel momento en adelante ellos mismos aceptarían el lugar de estar muertos — muertos con Cristo — en este mundo. Por consiguiente, el apóstol pudo escribir a los Colosenses — "si habéis muerto con Cristo... ¿por qué, como si vivieseis en el mundo?" etc. (Colosenses 2:20). Y esta muerte con Cristo es el terreno cristiano, y en vista de que el bautismo es el modo de ingreso divinamente designado de entrar en él, no hay, por lo tanto, ninguna otra manera de entrar en la casa de Dios en la tierra. Por consiguiente, era necesario que estos judíos se arrepintiesen y fuesen bautizados en el nombre del Señor Jesús. Lo primero sería producido por el Espíritu de Dios obrando a través del testimonio que ellos habían oído; mediante lo segundo ellos serían separados públicamente de la nación que había crucificado al Señor Jesús — desde ese momento dejarían de ser judíos, y serían llevados a formar parte del número de aquellos que eran sus seguidores en la tierra; y estos, como hemos visto, componían la casa de Dios.

Tras el arrepentimiento y el bautismo de ellos se prometían dos bendiciones. La primera era el perdón de los pecados, y la segunda era la recepción del Espíritu Santo. Estas dos cosas están relacionadas, tal como una o dos palabras mostrarán. Nosotros entendemos que el perdón de los pecados es aquello que los apóstoles fueron facultados para administrar ante el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro señor Jesucristo. Ante la profesión de esto, y siendo bautizados en el nombre de Jesucristo, no solamente se accedía al perdón de los pecados como estando delante de Dios, relacionado por Él con el arrepentimiento y la fe, sino que ello era también anunciado con autoridad por sus siervos. (Véase Juan 20:23; Hechos 22:16). Además, estaba el don del Espíritu Santo. Tal como ya hemos dicho, estas dos cosas estaban relacionadas. En todas partes en las Escrituras el don del Espíritu Santo es consecutivo al perdón de los pecados. Limpiados por la sangre preciosa de Cristo (como se ve también en figura en la consagración de los sacerdotes y la limpieza del leproso (Éxodo 29; Levítico 14), Dios sella (unge) a los así limpiados con el Espíritu Santo. (Véase Hechos 10; Romanos 5; 2a. Corintios 1; Efesios 1, etc.).

Recordemos el orden divino presentado aquí. Tras el arrepentimiento para con Dios estaba el bautismo en el nombre de Jesucristo, por medio del cual los así bautizados eran sacados de entre los judíos que habían rechazado a su Mesías, y eran introducidos en el número de aquellos que formaban la casa de Dios. El perdón de los pecados les fue anunciado por parte de Dios, y ahora, en la esfera donde Dios mora por el Espíritu, ellos mismos recibieron el Espíritu Santo; y entonces ellos no sólo eran una parte de la casa de Dios, sino también, tal como vemos acerca de los discípulos al principio del capítulo (Hechos 2:4), el Espíritu Santo moró en ellos. Las palabras del Señor a Sus discípulos se cumplieron de esta manera: "Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (Juan 14: 16, 17).

Había aún más en la gracia abundante de Dios, "porque", Pedro dijo, "para vosotros (vosotros judíos) es la promesa (la promesa de estas bendiciones que han sido consideradas), y para vuestros hijos (estos no iban a ser excluidos), y para todos los que están lejos (los Gentiles — véase Efesios 2: 11-13); para cuantos el Señor nuestro Dios llamare." (Hechos 2:39). La Iglesia — la habitación de Dios — habiendo sido edificada, el don de gracia es anunciado tanto a judíos como a Gentiles, y fue anunciado el modo mediante el cual el judío y el Gentil, en la gracia soberana de Dios, podían salir de los dos círculos exteriores — círculos que estaban ambos en el reino de las tinieblas, donde Satanás reinaba — a la nueva esfera que había sido formada aquel día, donde el Espíritu de Dios actuaba y moraba.

3.    Llamamos ahora a prestar atención, más brevemente, a las ocupaciones de aquellos que forman la casa de Dios, y están adentro de ella. Para este propósito podemos añadir un pasaje de 1a. Pedro. El apóstol dice, "vosotros también, como piedras vivas, sois edificados en un templo espiritual, para que seáis un sacerdocio santo; a fin de ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por medio de Jesucristo." (1a. Pedro 2:5 - VM). En vista de que Pedro trata acerca del sacerdocio de los creyentes — el nuevo orden de sacerdotes, el cual toma el lugar de la familia de Aarón en la tierra — una dignidad que se aplica ahora a todos los santos sin excepción, él es guiado a señalar la ocupación de ellos con el sacrificio de alabanza. Ya no se trata de sacrificios de toros o machos cabríos, sino de sacrificios aptos para la casa espiritual de la cual ellos formaban parte, así como para los que adoraban a Dios en espíritu y en verdad. De hecho, ellos debían ofrecer el sacrificio de alabanza a Dios continuamente; es decir, el fruto de sus labios, dando gracias a Su nombre. La alabanza y la adoración perpetuas debían ser oídas en esta nueva y espiritual habitación de Dios. (Compárese con 1°. Crónicas 9:33).

Volviendo al libro de los Hechos, nosotros tenemos otro aspecto de la ocupación de los santos. La Escritura dice, "Y continuaban perseverando todos en la enseñanza de los apóstoles, y en la comunión unos con otros, en el partir el pan, y en las oraciones." Hechos 2:42 - VM). Ellos perseveraban en conocer el pensamiento y la voluntad de Dios tal como era comunicada por Sus siervos (porque en aquel momento no existía ninguna de las Escrituras del Nuevo Testamento), y por tanto ellos eran llevados al disfrute de la comunión con los apóstoles (compárese con 1a. Juan 1:3), en la cual los recién convertidos se deleitaban en el hecho de encontrarse. Además, ellos se reunían alrededor del Señor a Su mesa para conmemorar Su muerte, esa muerte que era el fundamento de todas las bendiciones a las cuales ellos habían sido introducidos; y juntos perseveraban también en reunirse para derramar sus corazones en oración a Dios.

Al contemplar este hermoso retrato de la casa de Dios, de la energía del Espíritu Santo produciendo oración y alabanza constantes, así como obediencia a la Palabra, podemos decir ciertamente, en el lenguaje del salmista, pero con otro significado, "¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!... Bienaventurados los que habitan en tu casa; Perpetuamente te alabarán." (Salmo 84).

¿Quién es un cristiano?

La palabra "cristiano" es utilizada tres veces en el Nuevo Testamento — en Hechos 11:26; Hechos 26:28, y 1 Pedro 4:16. Los seguidores de Jesucristo fueron llamados "cristianos " primero en Antioquía debido a que su comportamiento, actividad y forma de hablar, fueron como los de Cristo. (Hechos 11:26). Literalmente la palabra cristiano significa "perteneciente al partido de Cristo" o "partidario o seguidor de Cristo", lo cual es muy similar a la manera en la que el Diccionario Webster lo define.

Desafortunadamente con el paso del tiempo, la palabra "cristiano" ha perdido mucho de su significado y a menudo es utilizada para describir a alguien religioso o que tiene altos valores morales, en lugar de un verdadero seguidor de Jesucristo. Mucha gente que no cree ni confía en Jesucristo, se considera cristiana simplemente porque asiste a la iglesia o vive en una nación "cristiana". Pero asistir a la iglesia, servir a aquellos menos afortunados que uno, o ser una buena persona, no lo hace a uno un cristiano. "Asistir a la iglesia no hace a uno un cristiano, al igual que ir a un garaje no hace a uno un automóvil". Ser un miembro de una iglesia, asistir a los servicios regularmente, y dar para la obra de la iglesia, no lo hacen cristiano.

La Biblia nos enseña que las buenas obras que hacemos no nos pueden hacer aceptables a Dios. Tito el capítulo 3 y versículo 5 nos dice que "Dios nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo". De manera que, un cristiano es alguien que ha sido nacido de nuevo por Dios (espiritualmente hablando) y ha puesto su fe y confianza en Jesucristo. Esto lo vemos en Juan 3:3,7, y en 1 Pedro 1:23. En Efesios 2:8 leemos que "Por gracia somos salvos por medio de la fe y esto no procede de nosotros, sino que es un regalo, un don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe ni se jacte".

Un verdadero cristiano es una persona que ha puesto su fe y confianza en la persona de Jesucristo, que reconoce que Él murió en la cruz como pago por todos los pecados personales de cada uno de nosotros y que resucitó al tercer día para obtener la victoria sobre la muerte, para dar la vida eterna a todos los que creamos en Él. Juan 1:12 nos dice: "Más a todos lo que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios". Un verdadero cristiano es en verdad un hijo de Dios, una parte de la verdadera familia de Dios, y uno a quien le ha sido dado una nueva vida en Cristo. La marca de un cristiano verdadero es demostrar amor hacia los demás y la obediencia a la Palabra de Dios. Esto lo vemos en las Sagradas Escrituras en 1 Juan 2:4 y en 1 Juan 2:10

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EL TRIUNFO DE LA CRUZ DEL CALVARIO

 Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron. Y Él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. (Juan 19:16-18)


“Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron”: Aquí es donde la culpabili­dad del hombre alcanzó su punto más alto. “Y Él, cargando su cruz, salió...”: Aquí es donde se manifestó la gran victoria del amor divino sobre el odio humano. Él no fue arrastrado ni empujado; Él (de su voluntad) “salió”. Ningún hombre le quitó la vida; Él de sí mismo la puso (cf. Jn. 10:18). De su parte no hubo resistencia ni pesar; cada paso que Él dio hacia el Gólgota hizo temblar el reino del diablo.

Y allí “le crucificaron”; y el Cristo crucificado es la respuesta de Dios a la mentira del diablo en Edén. Si Dios hubiese dejado que cosechá­semos los amargos frutos de nuestra rebelión y pecado, no podría­mos habernos quejado; pero, en lugar de eso, se propuso disipar las tinieblas y derribar el poder del diablo por medio de esta poderosa y convincente prueba de su amor hacia nosotros. Satanás le hizo creer a los hombres que Dios era un Señor severo. Dios probó que está lleno de amor. ¿Cómo lo hizo? Dándonos el don más preciado que había en el cielo: Su propio Hijo amado. Desde el mismo momento en que la gloriosa luz de este amor resplandece en los corazones de los hombres, la esclavitud de Satanás llega a su fin. Jesús fue levantado en la cruz y aquel levantamiento proclamó toda la verdad. Desnu­dada la mentira y disipadas las tinieblas de la ignorancia, Dios triunfó.

¡Cuán grandioso es el esplendor del Calvario! Así como cuando el sol se levanta por la mañana, hemos sido despertados de nuestra noche somnolienta. Hemos sido forzados a exclamar: «¡A pesar de todo, Dios nos amaba! La penetración de su Palabra nos dio luz, y con la luz llegó la libertad. Las cortinas de tinieblas se han des­garrado y nuestras almas se han adentrado en el día. ¡En la cruz se manifestó el perfecto amor!

J. T. Mawson

El Señor está Cerca

Disfrute su Biblia (14)

 

ESTUDIOS ESPECIALES

William Macdonald

 


“No existe nada más extraño que la gente”, dijo una granje­ra estadounidense una vez. Y tenía razón. También, podríamos poner la palabra interesante en lugar de la palabra extraño.

La Biblia está repleta de biografías de personas alegres, crue­les, devotas, engreídas, humildes, hermosas y terribles. La palabra biografía viene de las palabras griegas que significan “escri­tura de la vida”.

Otra verdad que encaja con las biografías es el viejo dicho, “La verdad es más extraña que la ficción”. Las historias de José, Ester, David, y muchos otros son impresionantes y, aun así, creíbles.

Las novelas que incluyen varias “biografías” dentro de las cuales encontramos los libros de Dickens, tienen cierto aire de realidad en ellas. ¿Por qué? Porque están basadas en una minuciosa observación de la vida real. Todas las biografías en la Biblia son verdaderas, pero están interpretadas para ense­ñar una verdad divina. Hay mucho sin detallar, ninguna es completa.

Algunas “biografías” son cortas y amenas. Por ejemplo,

Enoc: Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Después que engendró a Matusalén, caminó Enoc con Dios trescientos años, y engendró hijos e hijas. Así, todos los días de Enoc fueron trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque lo llevó Dios (Gén. 5:21-24).

Jabes: Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: “Por cuanto lo di a luz con dolor”. Invocó Jabes al Dios de Israel diciendo: “Te ruego que me des tu bendición, que ensanches mi territorio, que tu mano esté conmigo y que me libres del mal, para que no me dañe”. Y le otorgó Dios lo que pidió (1 Cron. 4:9-10).

Del otro lado del espectro tenemos cuatro evangelios. Estos son también selectivos, y remarcan la última semana de la vida de nuestro Señor, su muerte, resurrección, y su ministerio de 40 días posterior a la resurrección.

La mayoría de las historias de vida en la Palabra de Dios se ubican entre Enoc y el Señor Jesús en cuanto a extensión.

Personas como Noé, Abraham, Sara, Jacob, José, Rut, Ezequías, Ester, María, Pedro, Pablo, todas tienen material sufi­ciente para construir buenas biografías de ellos en el texto.

Aquí veremos cómo construir una mini biografía a partir del texto. Hemos escogido a Sara.

Paso 1: Busque el nombre de la persona en una concordancia

Podemos ver enseguida que Sara aparece varias veces en la Biblia, principalmente entre Génesis 17 y 49, pero también una vez en Isaías y tres veces en el Nuevo Testamento. La forma posesiva aparece dos veces en Génesis y una en Romanos.

Debajo de éstas podemos encontrar también el nombre Sarai. Puede que no supiéramos que éste era el nombre original de Sara, aunque cuando leemos sus primeras referencias en Génesis 17:15 podemos darnos cuenta de ello. Desde Génesis 11:29 hasta el 17:15 aparece el nombre Sarai, lo cual sugiere un cambio importante en su historia de vida.

Paso 2: Busque, lea, y tome notas de los diferentes eventos en la vida de la persona.

Primer Pasaje (Gen. 11:29-31): Sarai se casa con Abraham, pero no puede tener hijos.

Segundo Pasaje (Gen. 12:5): Sarai parte hacia Canaán con Abraham y su familia.

Tercer Pasaje (Gen. 12:10-20): La hermosa Sara es llevada a la casa del Faraón luego de que Abraham dijera que era su hermana (una verdad a medias). Dios castiga a Faraón y él manda a Abraham y Sarai de regreso.

Cuarto Pasaje (Gen. 16:1-9): Sarai persuade a su marido de tener un bebé para ella con su criada egipcia, Agar. Esta era una costumbre aceptable en aquellos días, según notas y diccionarios bíblicos. Sarai, siendo despreciada por Agar por ser estéril, la trata con rudeza y la pobre criada egipcia huye. Luego es persua­dida a volver bajo la autoridad de Sara por el ángel del Señor.

Quinto Pasaje (Gen. 17:15-19): Dios cambia el nombre de Sarai a Sara (“Princesa”) pues Él la escogió para ser la madre de la nación del pacto, aun a su edad avanzada.

Sexto Pasaje (Gen. 18:6-15): Sara sirve a tres visitantes celes­tiales en su tienda. Ella se rió mientras escuchaba la noticia de que tendría un hijo a esa edad. Por temor, Sara niega haberse reído.

Séptimo Pasaje (Gen. 20:1-18): Por la decepción de Abraham, Sara es tomada por Abimelec, rey de Gerar, a causa de su belleza. Otra vez, un incrédulo sufre por el pecado de un siervo de Dios, Abraham. Sara es repudiada por el rey (v. 16).

Octavo Pasaje (Gen. 21:1-8): Sara da a luz a Isaac (que significa “él ríe”).

Noveno Pasaje (Gen. 21:9-12): Ismael se burla de Isaac, por lo que Sara echa a Agar y su hijo del lugar. Dios le dice a Abraham que escuche la voz de Sara, pues Isaac es el heredero de la promesa.

Décimo Pasaje (Gen. 23:1-19): Sara muere a la edad de 127 en Quiriat-arba (= Hebrón). Sara es sepultada en la cueva de Macpela, comprada a Efrón. Algunos comentarios o diccio­narios bíblicos dirán que la tumba de Abraham y Sara aún está allí en Israel. Abraham y su hijo hacen duelo por Sara (23:2), y luego Isaac lleva a su desposada a la tienda de su madre (24:67). (Gén. 25:12 no pertenece a la historia de Sara). Luego Abraham, Isaac y Rebeca, Lea (49:31), y en su momento Jacob (50:13) se unen a Sara en su tumba.

Décimo primer Pasaje (Isa. 51:1-2): Isaías anima a los justos a ver sus raíces en Abraham y Sara. Referencias de Sara en el Nuevo Testamento:

Décimo segundo Pasaje (Rom. 4:19): La esterilidad del vientre de Sara no fue impedimento para la fe de Abraham en la promesa de Dios.

Décimo tercer Pasaje (Rom. 9:9): Pablo cita Génesis 18:10 para ilustrar que Sara es la madre del linaje prometido del Mesías.

Décimo cuarto Pasaje (Gal. 4:21-31): (Nota: Este texto importante no será encontrado en la concordancia, ya que el nombre de Sara no se utiliza. Lo único que puede alertarlo res­pecto a su existencia es una referencia, conocimiento previo, un comentario o diccionario bíblico.)

Pablo usa a Sara y Agar como una alegoría de la ley y la gracia, la esclavitud y la libertad, la carne y el espíritu. Sara tiene el honor de representar los buenos aspectos en cada caso.

Décimo quinto Pasaje (Heb. 11:11): Puede verse cómo Sara ejercita su fe en concebir a su edad avanzada (algunas ver­siones retraducidas, dan todo el crédito a Abraham, pero cree­mos que la versión RV es preferible a la luz de dicho pasaje).

Décimo sexto pasaje (1 Pe. 3:5-6): Sara se describe como una mujer santa que confiaba en Dios (fe), y que era sumisa al liderazgo de su esposo. Su belleza incluía un espíritu tranquilo (v. 4).

Tales mujeres, hoy en día pueden ser llamadas “hijas de Sara.”

Paso Tres: Realice un esquema de los eventos y elabore la historia, acorde al texto escritural, y permitiendo perspectivas históricas y arqueológicas cuando sea válido.

Los puntos principales puede que sean la propia Historia de Sara (Gén. 11-49) y el Legado Espiritual de Sara (Isa. 51:2 y el Nuevo Testamento).

Su historia puede dividirse en el 17:15, cuando su nombre es cambiado de Sarai a Sara.

Una lección de Escuela Dominical, una clase bíblica, men­saje o estudio para mujeres, o un sermón biográfico son ideas que pueden derivarse de estas notas.

MUJERES DE FE DEL ANTIGUO TESTAMENTO (14)

 


Rut

“Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”. (Rut 1.16)




La historia está en el libro de Rut.


El bello relato de este libro muestra la intervención y el cuidado de Dios en las vidas de algunos que confiaban en Él. Aunque la inmoralidad prevalecía en aquellos tiempos, vemos la gracia de Dios en las experiencias de unas personas humildes. También vemos en la historia de Rut una ilustración de la redención efectuada por el Señor Jesucristo.

Cinco veces la protagonista es llamada “Rut la moabita”, porque había nacido en Moab y Moab era un país enemigo de Israel. A pesar de la insistencia de Noemí de que ella regresara al hogar de sus padres, Rut no lo hizo. Estaba determinada a dejar lo suyo y los suyos en su tierra natal, compartir su incierto futuro con su suegra y confiar en el Dios verdadero.

Por esta razón Rut expresó su firme decisión con esta noble confesión: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada”. “Rut escogió su destino, su morada, su pueblo, su Dios, y aun su sepultura”.

Viendo Noemí que Rut estaba resuelta a ir con ella, no dijo más.

Las dos viudas, mujeres sin nada, llegaron a Belén al comienzo de la cosecha. Necesitando alimentos para las dos, Rut tomó la iniciativa y fue al campo a espigar, siguiendo a los obreros. Dios había hecho provisión para los necesitados, las viudas y extranjeras, dándoles el derecho de recoger las gavillas que los segadores dejaban en las esquinas de los campos (Deuteronomio 24.19).

Por la misericordia de Dios el dueño del campo donde trabajó Rut fue Booz, un hombre rico e influyente, pariente de la familia de Elimelec, el difunto esposo de Noemí. Aquel hombre de carácter espiritual trataba a sus empleados con consideración. Booz ya había oído de la conversión a Dios de aquella joven mujer y de su buen comportamiento con su suegra. Sabiendo que la joven que trabajaba en su campo era nuera de Noemí, le habló cariñosamente, aconsejándole que siguiera espigando allí y que no fuera a otro campo.

Por supuesto Rut no tenía necesidad de ir a otro campo y exponerse a peligros cuando había abundante protección, granos y agua para tomar en el campo de Booz. Para nosotras, como creyentes en Cristo, no hay razón de ir a los campos del mundo cuando en la congregación de los santos podemos gozar de protección y abundante alimento espiritual.

Así que, Rut humildemente bajó su rostro e inclinándose a la tierra preguntó por qué él se había fijado en ella, una mujer extranjera. Booz respondió que sabía cómo ella se había portado con su suegra desde que murió su esposo y como dejó su patria para venir a un país extraño y que se había convertido a la verdadera fe en Dios. Él le dijo: “Tu recompensa sea cumplida de parte del Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rut 2.8-12).

A los obreros Booz dio órdenes de dejar caer manojos que ella pudiera recoger, y al final del día Rut le llevó a su suegra lo que había espigado. Al saber Noemí que Rut había recibido los granos en el campo de Booz, se contentó y empezó a pensar en cómo él podría redimir la propiedad de Elimelec y “hallar hogar” para Rut. Vemos la manera desinteresada en que su suegra aconsejó a Rut, habiendo renunciado a sus propios derechos, y cómo fue contestada su oración de que Rut hallara descanso (seguridad) en casa de su marido.

Pasaron unos tres meses y Noemí, creyendo que la buena mano del Señor estaba con ellas, aconsejó a Rut en lo que ella debía hacer según la cultura judía de aquel tiempo, para que Booz cumpliera sobre ella, diciéndole que era una mujer virtuosa, o como decimos nosotros, espiritual. Noemí, una anciana prudente, confiaba que Booz iba a proceder con honradez y aconsejó a Rut estar quieta y esperar.

Booz dijo de los deberes del pariente redentor: “El mismo día que compres las tierras de mano de Noemí, debes tomar también a Rut la Moabita, mujer del difunto, para que restaures el nombre del muerto sobre su posesión”.

Los ancianos del pueblo se congregaron a la puerta de la ciudad para actuar como testigos. El familiar más cercano pasó por allí, y le dijo a Booz que él no podía redimir la herencia. Tal vez pensaba que al hacerlo podría perder su propia herencia. Entonces Booz anunció que él sí iba a redimir lo que era de Elimelec y sus hijos. También él iba tomar a Rut la moabita por esposa y así preservar el nombre de su difunto esposo Mahlón.

Entonces Booz se casó con Rut y cumplió su propia oración acerca de ella: “Jehová recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová”. Los que estuvieron presentes dijeron: “Testigos somos”, y pronunciaron su bendición, deseándoles una numerosa descendencia como la de Raquel y Lea.

Dios recompensó la fidelidad de Rut y Booz dándoles un hijo, cuyo nombre fue Obed. Booz era descendiente de Rahab. (En la genealogía de Mateo 1 la palabra engendró quiere decir “fue padre de”). “Salmón engendró de Rahab a Booz”, y eso concuerda con Rut 4.21-22: “Booz engendró a Obed, Obed engendró a Isaí, e Isaí engendró a David”. La lista de nombres no está completa, pero podemos ver que Obed figura en la genealogía de Jesucristo. Vemos la gracia de Dios cuando Rahab, siendo antes una ramera, y Rut, una moabita, fueron incluidas en el linaje del Señor Jesucristo.

La historia de Rut es una ilustración de la redención que el Señor Jesucristo efectuó en la cruz del Calvario. Redimir quiere decir comprar otra vez para poner en libertad. Rut era una viuda sin recursos, miembro de una sociedad inmoral y pagana. Noemí podía aconsejar a su nuera, pero no podía redimirla, ni tampoco podía el otro pariente. Pero Booz, un hombre compasivo, estaba resuelto a pagar el precio y llevó a cabo su propósito. Así él nos hace pensar en nuestro Redentor.

Ciertamente la gracia del Señor Jesucristo fue infinitamente mayor que la de Booz. El pagó el precio de la culpa de nuestro pecado cuando murió en la cruz. “En otro tiempo no éramos pueblo, pero ahora somos pueblo de Dios, y hemos alcanzado misericordia”

(1 Pedro 2.10). Un día Él llevará a su Esposa, la Iglesia Universal compuesta de todos los que han puesto su fe y confianza en Él, a las Bodas del Cordero en el cielo (Apocalipsis 19.7). Ojalá que cada uno de los que lee este libro esté entre los redimidos en aquel día.

El predicador del evangelio Albert Hull escribió: Las mujeres consagradas al Señor son de mucha estima en la congregación de los santos. Rut es un ejemplo singular en cuanto a su determinación y devoción. Aquella humilde mujer nunca habría pensado que unos tres mil años después de su vida su biografía sería leída. Hay lecciones espirituales y prácticas que debemos aprender de aquella mujer, cuyo amor y lealtad fueron el resultado de su sencilla confianza en Dios.