No daré sueño
a mis ojos ... hasta que halle lugar para Jehová, Salmo 132.4,5
En este hermoso
salmo David manifiesta su gran preocupación por el arca del testimonio, símbolo
de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
En
el libro de Éxodo leemos de la hechura del arca de madera forrada con oro puro.
Sobre ella estaba el propiciatorio con querubines de oro, y Dios dijo que allí
moraría El con su pueblo. El arca, con su propiciatorio estaban en el lugar
santísimo de más adentro del tabernáculo. Allí entraba el sumo sacerdote una
sola vez al año en el día de la expiación, cuando rociaba sangre de la víctima
siete veces delante del arca y una vez sobre el mismo mueble; Levítico
16.14,15. Se realizó en esas ocasiones una expiación perfecta por los pecados
del pueblo, y solamente en este caso podría Dios habitar en medio de Israel.
En
1 Samuel 4.11 leemos que el arca del testimonio cayó en manos de los filisteos,
cuando fue llevada al campo de batalla por los dos malvados hijos de Elí. Ellos
no tuvieron temor de Dios, pero sí tenían una superstición que el arca podría
salvarles. Al contrario, lo que hicieron fue para su condenación. Por nuestra
parte, gozamos de grandes libertades, pero éstas no deben convertirse en
licencia. La exhortación apostólica en Hebreos 12 es que sirvamos a Dios
agrandándole con temor y reverencia, porque, dice, Él es fuego consumidor.
Los filisteos colocaron el arca en el templo de su dios Dagón, y por la mañana vieron a éste postrado en tierra. Le devolvieron a su lugar y el día siguiente Dagón estaba caído de nuevo, postrado en tierra, degollado y con las manos cortadas. El arca pudo defenderse a sí misma ante los filisteos hasta que ellos fuesen vencidos por el temor de Dios. Él puede defender la gloria suya sin que nadie intervenga.
Luego
los de Quiriat-jearim llevaron el arca a la casa de Abinadab, donde se quedó
por veinte años. Al fin se levantó David con todo el pueblo para llevarlo a
Jerusalén, pero ellos no obedecieron las instrucciones divinas.
En
lugar de dejar que el arca fuese llevada sobre los hombros de los levitas,
ellos ensamblaron un carro nuevo para ser tirado por bueyes al estilo de los
filisteos. Uza, uno de los que guiaba el carro, extendió la mano para
sostenerlo porque los bueyes tropezaron. Enseguida Dios le mató por su
temeridad, y David tuvo que abandonar su propósito.
Los
filisteos son una figura del mundo religioso, y nosotros no debemos copiar sus
innovaciones. Algunos ejemplos serían los de un pastor asalariado, las copas
individuales en la cena, la música instrumental, la presencia de la dama
cristiana en las reuniones con cabeza descubierta, la participación de las
mujeres en las reuniones públicas, y las colectas tomadas de todas las personas
presentes. Nuestra obligación es de someternos al mismo orden establecido por
los apóstoles.
Por
falta de reverencia los moradores de Bet-semes y Uza fueron castigados por la
mano de Dios. Por participar de la cena del Señor indignamente, siglos después,
algunos en la asamblea de Corinto ya habían muerto cuando el apóstol escribió,
y otros estaban debilitados.
En
cambio, el arca estuvo en la casa de Obed-edom por tres meses y Jehová bendijo
aquel hogar. Este hecho animó a David de nuevo, con toda la gente, a trasladar
el arca de Dios hasta Jerusalén de la manera indicada. La historia está en 2
Samuel capítulo 6.
De
todo esto podemos aprender cómo Dios en su santidad escogió habitar en medio de
Israel, su pueblo redimido por la sangre del cordero pascual. A su vez, nuestro
Señor ha dado su promesa que, estando dos o tres congregados en su nombre, Él
está en medio de ellos; Mateo 18.20.
Para
Israel era necesario mantenerse santificados y en obediencia a las leyes de
Dios. El les dijo: “Sed santos porque yo soy santo”. Cuando la nación se apartó
y el arca cayó en poder de los filisteos, la mujer de uno de los hijos de Elí,
gritó al dar a luz, “¡Traspasada es la gloria de Israel!”
Cosa solemne es
cuando por incumplimiento con nuestro Señor, su presencia y poder no se sienten
en la asamblea y prevalece la condición de Laodicea. Es grande nuestro
privilegio de gozar de la presencia suya en medio de la congregación, pero
debemos apreciarlo. Cada individuo está en la obligación de aportar al bien de
la asamblea, renunciando a la impiedad y los deseos mundanos para vivir en
“este siglo” piadosamente; Tito 2.12. Así alcanzaremos la condición ideal que
se ve en el Salmo 132.
Santiago Saword
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