domingo, 26 de febrero de 2023

La devolución del arca del testimonio

 

No daré sueño a mis ojos ... hasta que halle lugar para Jehová, Salmo 132.4,5


En este hermoso salmo David manifiesta su gran preocupación por el arca del testimonio, símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

En el libro de Éxodo leemos de la hechura del arca de madera forrada con oro puro. Sobre ella estaba el propiciatorio con querubines de oro, y Dios dijo que allí moraría El con su pueblo. El arca, con su propiciatorio estaban en el lugar santísimo de más adentro del tabernáculo. Allí entraba el sumo sacerdote una sola vez al año en el día de la expiación, cuando rociaba sangre de la víctima siete veces delante del arca y una vez sobre el mismo mueble; Levítico 16.14,15. Se realizó en esas ocasiones una expiación perfecta por los pecados del pueblo, y solamente en este caso podría Dios habitar en medio de Israel.

En 1 Samuel 4.11 leemos que el arca del testimonio cayó en manos de los filisteos, cuando fue llevada al campo de batalla por los dos malvados hijos de Elí. Ellos no tuvieron temor de Dios, pero sí tenían una superstición que el arca podría salvarles. Al contrario, lo que hicieron fue para su condenación. Por nuestra parte, gozamos de grandes libertades, pero éstas no deben convertirse en licencia. La exhortación apostólica en Hebreos 12 es que sirvamos a Dios agrandándole con temor y reverencia, porque, dice, Él es fuego consumidor.

Los filisteos colocaron el arca en el templo de su dios Dagón, y por la mañana vieron a éste postrado en tierra. Le devolvieron a su lugar y el día siguiente Dagón estaba caído de nuevo, postrado en tierra, degollado y con las manos cortadas. El arca pudo defenderse a sí misma ante los filisteos hasta que ellos fuesen vencidos por el temor de Dios. Él puede defender la gloria suya sin que nadie intervenga.

Al cabo de siete meses los filisteos resolvieron devolver el arca a la tierra de Israel. Lo colocaron sobre un carro tirado por dos vacas, cuyos becerros se quedaron encerrados “en casa”. Sin guía, las vacas dieron las espaldas a sus becerros y se dirigieron por el camino de Bet-semes. Los príncipes de los filisteos seguían tras las vacas hasta ese punto, sin duda convencidos que el Dios verdadero estaba con el arca. 1 Samuel 6.12.

 Hubo gran regocijo de parte de la gente de Bet-semes. Ellos sacrificaron las vacas, pero su fiesta terminó en tragedia, ya que los hombres tuvieron el atrevimiento de mirar dentro del arca. Fue una profanación que resultó en gran mortandad, y el pueblo lloró diciendo: “¿Quién podrá estar delante de Jehová el Dios santo?”

Luego los de Quiriat-jearim llevaron el arca a la casa de Abinadab, donde se quedó por veinte años. Al fin se levantó David con todo el pueblo para llevarlo a Jerusalén, pero ellos no obedecieron las instrucciones divinas.

En lugar de dejar que el arca fuese llevada sobre los hombros de los levitas, ellos ensamblaron un carro nuevo para ser tirado por bueyes al estilo de los filisteos. Uza, uno de los que guiaba el carro, extendió la mano para sostenerlo porque los bueyes tropezaron. Enseguida Dios le mató por su temeridad, y David tuvo que abandonar su propósito.

Los filisteos son una figura del mundo religioso, y nosotros no debemos copiar sus innovaciones. Algunos ejemplos serían los de un pastor asalariado, las copas individuales en la cena, la música instrumental, la presencia de la dama cristiana en las reuniones con cabeza descubierta, la participación de las mujeres en las reuniones públicas, y las colectas tomadas de todas las personas presentes. Nuestra obligación es de someternos al mismo orden establecido por los apóstoles.

Por falta de reverencia los moradores de Bet-semes y Uza fueron castigados por la mano de Dios. Por participar de la cena del Señor indignamente, siglos después, algunos en la asamblea de Corinto ya habían muerto cuando el apóstol escribió, y otros estaban debilitados.

En cambio, el arca estuvo en la casa de Obed-edom por tres meses y Jehová bendijo aquel hogar. Este hecho animó a David de nuevo, con toda la gente, a trasladar el arca de Dios hasta Jerusalén de la manera indicada. La historia está en 2 Samuel capítulo 6.

De todo esto podemos aprender cómo Dios en su santidad escogió habitar en medio de Israel, su pueblo redimido por la sangre del cordero pascual. A su vez, nuestro Señor ha dado su promesa que, estando dos o tres congregados en su nombre, Él está en medio de ellos; Mateo 18.20.

Para Israel era necesario mantenerse santificados y en obediencia a las leyes de Dios. El les dijo: “Sed santos porque yo soy santo”. Cuando la nación se apartó y el arca cayó en poder de los filisteos, la mujer de uno de los hijos de Elí, gritó al dar a luz, “¡Traspasada es la gloria de Israel!”

Cosa solemne es cuando por incumplimiento con nuestro Señor, su presencia y poder no se sienten en la asamblea y prevalece la condición de Laodicea. Es grande nuestro privilegio de gozar de la presencia suya en medio de la congregación, pero debemos apreciarlo. Cada individuo está en la obligación de aportar al bien de la asamblea, renunciando a la impiedad y los deseos mundanos para vivir en “este siglo” piadosamente; Tito 2.12. Así alcanzaremos la condición ideal que se ve en el Salmo 132.

Santiago Saword

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