domingo, 26 de febrero de 2023

MUJERES DE FE DEL ANTIGUO TESTAMENTO (14)

 


Rut

“Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”. (Rut 1.16)




La historia está en el libro de Rut.


El bello relato de este libro muestra la intervención y el cuidado de Dios en las vidas de algunos que confiaban en Él. Aunque la inmoralidad prevalecía en aquellos tiempos, vemos la gracia de Dios en las experiencias de unas personas humildes. También vemos en la historia de Rut una ilustración de la redención efectuada por el Señor Jesucristo.

Cinco veces la protagonista es llamada “Rut la moabita”, porque había nacido en Moab y Moab era un país enemigo de Israel. A pesar de la insistencia de Noemí de que ella regresara al hogar de sus padres, Rut no lo hizo. Estaba determinada a dejar lo suyo y los suyos en su tierra natal, compartir su incierto futuro con su suegra y confiar en el Dios verdadero.

Por esta razón Rut expresó su firme decisión con esta noble confesión: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada”. “Rut escogió su destino, su morada, su pueblo, su Dios, y aun su sepultura”.

Viendo Noemí que Rut estaba resuelta a ir con ella, no dijo más.

Las dos viudas, mujeres sin nada, llegaron a Belén al comienzo de la cosecha. Necesitando alimentos para las dos, Rut tomó la iniciativa y fue al campo a espigar, siguiendo a los obreros. Dios había hecho provisión para los necesitados, las viudas y extranjeras, dándoles el derecho de recoger las gavillas que los segadores dejaban en las esquinas de los campos (Deuteronomio 24.19).

Por la misericordia de Dios el dueño del campo donde trabajó Rut fue Booz, un hombre rico e influyente, pariente de la familia de Elimelec, el difunto esposo de Noemí. Aquel hombre de carácter espiritual trataba a sus empleados con consideración. Booz ya había oído de la conversión a Dios de aquella joven mujer y de su buen comportamiento con su suegra. Sabiendo que la joven que trabajaba en su campo era nuera de Noemí, le habló cariñosamente, aconsejándole que siguiera espigando allí y que no fuera a otro campo.

Por supuesto Rut no tenía necesidad de ir a otro campo y exponerse a peligros cuando había abundante protección, granos y agua para tomar en el campo de Booz. Para nosotras, como creyentes en Cristo, no hay razón de ir a los campos del mundo cuando en la congregación de los santos podemos gozar de protección y abundante alimento espiritual.

Así que, Rut humildemente bajó su rostro e inclinándose a la tierra preguntó por qué él se había fijado en ella, una mujer extranjera. Booz respondió que sabía cómo ella se había portado con su suegra desde que murió su esposo y como dejó su patria para venir a un país extraño y que se había convertido a la verdadera fe en Dios. Él le dijo: “Tu recompensa sea cumplida de parte del Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rut 2.8-12).

A los obreros Booz dio órdenes de dejar caer manojos que ella pudiera recoger, y al final del día Rut le llevó a su suegra lo que había espigado. Al saber Noemí que Rut había recibido los granos en el campo de Booz, se contentó y empezó a pensar en cómo él podría redimir la propiedad de Elimelec y “hallar hogar” para Rut. Vemos la manera desinteresada en que su suegra aconsejó a Rut, habiendo renunciado a sus propios derechos, y cómo fue contestada su oración de que Rut hallara descanso (seguridad) en casa de su marido.

Pasaron unos tres meses y Noemí, creyendo que la buena mano del Señor estaba con ellas, aconsejó a Rut en lo que ella debía hacer según la cultura judía de aquel tiempo, para que Booz cumpliera sobre ella, diciéndole que era una mujer virtuosa, o como decimos nosotros, espiritual. Noemí, una anciana prudente, confiaba que Booz iba a proceder con honradez y aconsejó a Rut estar quieta y esperar.

Booz dijo de los deberes del pariente redentor: “El mismo día que compres las tierras de mano de Noemí, debes tomar también a Rut la Moabita, mujer del difunto, para que restaures el nombre del muerto sobre su posesión”.

Los ancianos del pueblo se congregaron a la puerta de la ciudad para actuar como testigos. El familiar más cercano pasó por allí, y le dijo a Booz que él no podía redimir la herencia. Tal vez pensaba que al hacerlo podría perder su propia herencia. Entonces Booz anunció que él sí iba a redimir lo que era de Elimelec y sus hijos. También él iba tomar a Rut la moabita por esposa y así preservar el nombre de su difunto esposo Mahlón.

Entonces Booz se casó con Rut y cumplió su propia oración acerca de ella: “Jehová recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová”. Los que estuvieron presentes dijeron: “Testigos somos”, y pronunciaron su bendición, deseándoles una numerosa descendencia como la de Raquel y Lea.

Dios recompensó la fidelidad de Rut y Booz dándoles un hijo, cuyo nombre fue Obed. Booz era descendiente de Rahab. (En la genealogía de Mateo 1 la palabra engendró quiere decir “fue padre de”). “Salmón engendró de Rahab a Booz”, y eso concuerda con Rut 4.21-22: “Booz engendró a Obed, Obed engendró a Isaí, e Isaí engendró a David”. La lista de nombres no está completa, pero podemos ver que Obed figura en la genealogía de Jesucristo. Vemos la gracia de Dios cuando Rahab, siendo antes una ramera, y Rut, una moabita, fueron incluidas en el linaje del Señor Jesucristo.

La historia de Rut es una ilustración de la redención que el Señor Jesucristo efectuó en la cruz del Calvario. Redimir quiere decir comprar otra vez para poner en libertad. Rut era una viuda sin recursos, miembro de una sociedad inmoral y pagana. Noemí podía aconsejar a su nuera, pero no podía redimirla, ni tampoco podía el otro pariente. Pero Booz, un hombre compasivo, estaba resuelto a pagar el precio y llevó a cabo su propósito. Así él nos hace pensar en nuestro Redentor.

Ciertamente la gracia del Señor Jesucristo fue infinitamente mayor que la de Booz. El pagó el precio de la culpa de nuestro pecado cuando murió en la cruz. “En otro tiempo no éramos pueblo, pero ahora somos pueblo de Dios, y hemos alcanzado misericordia”

(1 Pedro 2.10). Un día Él llevará a su Esposa, la Iglesia Universal compuesta de todos los que han puesto su fe y confianza en Él, a las Bodas del Cordero en el cielo (Apocalipsis 19.7). Ojalá que cada uno de los que lee este libro esté entre los redimidos en aquel día.

El predicador del evangelio Albert Hull escribió: Las mujeres consagradas al Señor son de mucha estima en la congregación de los santos. Rut es un ejemplo singular en cuanto a su determinación y devoción. Aquella humilde mujer nunca habría pensado que unos tres mil años después de su vida su biografía sería leída. Hay lecciones espirituales y prácticas que debemos aprender de aquella mujer, cuyo amor y lealtad fueron el resultado de su sencilla confianza en Dios.

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