domingo, 26 de febrero de 2023

¿Qué es el Evangelio? (8)

 


8 ¾ Los dos destinos

¿Qué significa la perdición?


Hemos notado ya que el camino ancho conduce a la perdición; Mateo 7.13. Jesús habló en cierta ocasión de dos hombres que murieron; véase Lucas 16.19 al 31. Uno de ellos, llamado Lázaro, fue a donde estaba Abraham, salvo en el Paraíso, Mateo 8.11. El otro al morir fue a los tormentos del Hades, el otro lugar de espera de los muertos. Al pedir misericordia —se trata de un hecho histórico— fue informado de que una grande sima está puesta entre él y el Paraíso, de manera que no le sería posible pasar de un lugar a otro.

De ese comienzo de la condenación no hay escape. Ni plegarias ni misas pueden rescatar al alma perdida. Lejos de desear que sus familiares le acompañasen donde se encontraba, ese hombre pidió que se les avisara para que no fueran a parar ellos en ese tormento.

En el porvenir habrá la resurrección del cuerpo, cuando los perdidos de todos los tiempos irán a su juicio final. Se trata de la segunda de las dos resurrecciones que expuso Jesús en Juan 5.28,29, una de vida y otra de condenación: “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán”.

En Apocalipsis 20 leemos del traslado de los perdidos en el Hades al Infierno. El apóstol Juan escribe en estos términos: “Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios, … y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras… La muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos… Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda”.

Este es el destino final de quien no tiene a Cristo. Se llama la muerte segunda, en contraste con el “nacer de nuevo”, o el segundo nacimiento que es la experiencia de ser salvo, de recibir a Cristo; Juan 3.3 al 8. Cada camino conduce irreversiblemente a su destino.

En el Infierno hay “el llorar y el crujir de dientes”, el remordimiento de la conciencia acusadora, y el tormento que resulta de la separación, soledad y desespero. “El humo de su tormento sube por los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche”, Apocalipsis 14.11.

¿Qué es el destino dichoso?

La persona salvada no teme el porvenir. Al partir de esta vida —al salirse el alma del cuerpo— la tal persona va a estar con Cristo, que es muchísimo mejor; Filipenses 1.23. “Confiamos … estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”, 2 Corintios 5.8. Jesús dijo a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay … voy, pues, a preparar lugar para vosotros”, Juan 14.1,2.

            Otro pasaje que trata de esto es 1 Pedro 1.3 al 5: “El Dios y Padre … nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, inconta­minada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros…”. Así las almas salvadas van a la Gloria, a esperar la primera resurrección de Juan 5.29.

Un día, quizás muy pronto, acontecerá algo maravilloso. Cristo vendrá al aire y resucitará los cuerpos de todos los muertos salvados. “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; … los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”, 1 Corintios 15.51,52.

En ese instante los demás salvos, viviendo aquí aún, serán trasladados al cielo sin morir, transformados ellos a la vez. “El Señor mismo, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”, 1 Tesalonicenses 4.16,17.

Ellos participarán en el eterno gozo de la ciudad celestial. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. No habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 21.4, 22.1-5.

¿Hay purgatorio?

El purgatorio es un invento de la religión humana. Los santos apóstoles nunca hablaron de él. El Señor Jesucristo habló de dos caminos y dos destinos, del Cielo y el Infierno, pero nunca de un purgatorio. El rico muerto, de quien usted leyó en Lucas 16, no tenía esperanza de expiar sus pecados para luego salir de sus tormentos.

 “El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”, Mateo 9.6. Después, no. “De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”, Hebreos 9.27. A uno que acudió a Él, dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”, Marcos 2.5. A otros: “Al que a mí viene, no le echo fuera”, Juan 6.37. Todavía el lugar de la purgación es, como si fuera, a los pies de Jesús. “Testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo”, 1 Juan 4.14.

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