martes, 29 de agosto de 2023

MUJERES DE FE DEL ANTIGUO TESTAMENTO (20)

 

La Sunamita

Según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos” (Gálatas 6:10).

La historia está en 2 Reyes 4:8-37 y 8:16.

Por Rhoda Cumming

La mujer que invitó al profeta Eliseo a comer en su casa es llamada en las Escrituras una mujer “importan-te”, queriendo decir que era una mujer acomodada y de influencia. Pero su historia muestra que ella poseía otras características importantes: su fe, su silencio y su sabiduría. Como vivía en el pueblo de Sunem, es llamada la sunamita.

Cuando el profeta pasaba por allí, esa mujer observó que Eliseo, por su conducta, era un santo hombre de Dios. Por eso un día le dijo a su esposo: “Hagamos un pequeño aposento... y pongamos allí cama, mesa, silla, y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él”. Así sucedió que el profeta consiguió alojamiento en la casa de esta mujer y su esposo.

Debemos cultivar este espíritu de percepción, de observar dónde hay necesidad y actuar. La mujer consultó con su esposo primero, un hombre mayor. ¡Cuántas mujeres cristianas han abierto sus corazones y sus casas para hospedar a los obreros del Señor y luego han sido ricamente bendecidas! “Hospedaos los unos con los otros sin murmuraciones” (1 Pedro 4.9).

Agradecido por su bondad, Eliseo mandó a preguntar si había algo que ella deseaba tener como recompensa. Pero la mujer indicó que ella estaba satisfecha con la vida que llevaba, que estaba contenta. Giezi, el siervo del profeta, le sugirió a Eliseo que tal vez ella quería tener un hijo a pesar de que su esposo era un hombre ya mayor.

nació su hijo.

Con el tiempo el niño creció, pero un día, cuando estaba en el campo con su papá, sufrió un fuerte dolor de cabeza. El padre le ordenó a un criado que se lo llevara a su madre, pero al mediodía el niño murió en los brazos de ella. La sunamita llevó a su niño muerto a la cama del profeta y cerró la puerta.

Entonces, sin decir porqué, le dijo a su marido que iba ir donde estaba el hombre de Dios. Al hombre le pareció extraño que su esposa quisiera ir cuando no era un día religioso. Pero ella se puso en marcha e hizo el largo viaje al Monte Carmelo donde estaba el profeta.

Al verla llegando, Eliseo mandó a su siervo Giezi que le preguntara por su familia y ella contestó: “Bien”, sin decir que su hijo estaba muerto. Había perdido a su hijo, pero no su fe. Nunca pidió un hijo, pero Dios le dio uno y ella no podía creer que le fuera tomado irremediablemente. Sabiendo que Giezi no iba a hacer nada, pero que el hombre de Dios sí podría resucitar al niño, ella le dijo a Eliseo: “Vive Jehová, no te dejaré”.

Luego Eliseo acompañó a la mujer a su casa donde estaba el niño muerto, cerró la puerta de su habitación y oró al Señor. Después, se extendió sobre el cuerpo del niño, poniendo su boca sobre la boca de él y el niño revivió. Llamaron a la madre y ella, tan agradecida, recibió a su hijo como un milagro por segunda vez. Primero fue un don de Dios por nacimiento, luego lo recibió resucitado.

Un tiempo después, cuando el país fue amenazado por el hambre, Eliseo le advirtió a la sunamita acerca del peligro. Ella y los suyos tuvieron que irse a vivir en la tierra de los filisteos. Al cabo de siete años, cuando regresaron a su país, la mujer fue al rey para rogarle que le devolviera su casa y sus terrenos.

En esos momentos el rey estaba oyendo de la boca de Giezi, el siervo de Eliseo, la historia de la resurrección del niño. Así que Giezi, el siervo dijo: “Esta es la mujer y éste es su hijo”. Luego le fue devuelto todo lo que le pertenecía, con lo que había ganado su hacienda durante el tiempo que ella había estado fuera.

La sunamita mostró su iniciativa como anfitriona de Eliseo, su serenidad frente a la muerte de su hijo y su firmeza después de la pérdida de sus bienes.

Las historias de la viuda de Sarepta (1 Reyes 17), la otra viuda pobre (2 Reyes 4.1-7) y la sunamita muestran el cuidado de Dios hacia las mujeres que le obedecían. Esto ocurrió cuando en los países del Medio Oriente las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres. Aquellas mujeres pasaron por pruebas, pero Dios recompensó su fe con creces.

En Hebreos 11, el capítulo de la fe, leemos de mujeres que “recibieron sus muertos mediante resurrección”. El escritor J. M. Flanigan escribió lo siguiente acerca de la mujer de 1 Reyes 17.8-24 y la de 2 Reyes 4.8-41:

Una mujer era pobre; la otra era rica. Una era israelita; la otra no. Una era de Sarepta; la otra era de Sunem. Una era viuda; la otra tenía marido. Una recibió de vuelta a su hijo por el ministerio de Elías; la otra por el ministerio de Eliseo. Hemos visto que la fe no conoce límites y este hecho se ilustra otra vez en los casos de estas dos. Una pobre viuda de Sarepta y una mujer rica de Sunem compartirán por igual las bendiciones que la fe puede aportar. Del mismo modo recibieron de vuelta a sus hijos muertos, devueltos de nuevo a la vida.

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