A veces los cristianos jóvenes preguntan por qué se da tanta importancia a la comunión con los hermanos en la asamblea. Puntualicemos: es bueno preguntar siempre que reconozcamos que solamente el Dios que nos creó y nos salvó conoce lo que es mejor para nosotros. En otras palabras, nuestras preguntas sólo podrán ser contestadas cuando nos sujetamos a las Escrituras de Verdad.
La
necesidad básica de compañerismo para el hombre nace con su creación. Dios dijo
de Adán, “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18). Somos hechos de
tal manera que ansiamos los beneficios del compañerismo (Eclesiastés 4:9 al
12), y cuando somos salvos por su gracia, la nueva criatura siente la necesidad
de una nueva compañía que atañe al pueblo de Dios. Es importante notar que los
discípulos fueron llamados en grupo (Marcos 3:13,14), y a éste el Señor lo
preparó, protegió y comisionó para llevar su mensaje (Mateo 28:18 al 20).
También es significativa la cantidad de cartas en el Nuevo Testamento que
mayoritariamente van dirigidas a asambleas y no a particulares. Como ves, la
congregación de individuos es peculiaridad de Dios. Tras haber rescatado a los
pecadores por la sangre preciosa de su Hijo, Él los colocó en la gloriosa
compañía de los redimidos, el Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). Es un
hecho.
Pero
Él también espera, y de hecho manda, que se reúnan juntos en grupos conocidos
comúnmente como iglesias locales o asambleas. Mateo 18:17 al 20, Hechos 2:41 al
42 y Hebreos 10:25 confirman la existencia de un grupo reconocible de creyentes
que se congregaban regularmente para bendición recíproca en obediencia a la
Palabra.
Estamos
enfatizando que el concepto bíblico de comunión con los hermanos, llámese una
confraternidad, no puede separase de la realidad de la asamblea local. En un
mundo donde nuevas organizaciones, sociedades y misiones “cristianas” surgen
del día a la noche, ha de ser repetido y firmemente establecido que el
asentamiento escriturario para toda actividad y crecimiento espiritual es la
iglesia local. La Palabra de Dios no reconoce otro. Además, a pesar de lo que
ha sido afirmado a favor de cualquier organización paraeclesial, como por
ejemplo la Unión Bíblica de Estudiantes y los Gedeones, nuestra prioridad ha de
ser la asamblea, mientras alabamos a Dios por sus bendiciones a través de
aquéllas.
Pero,
¿qué significa eso de la comunión con los hermanos? Es de sospechar que muchos
de nosotros utilizamos términos bíblicos sin comprenderlos adecuadamente, así
que vamos a definir nuestra expresión. Significa el comportamiento o
participación. “Asociación” la define particularmente bien, trasladando el
énfasis del privilegio deleitable (que la mayoría asocia acertadamente con la
comunión de los hermanos) a una responsabilidad solemne (un aspecto desdeñado
con demasiada frecuencia). Ser cristiano implica deberes y responsabilidades
serios, tanto hacia el Señor (1 Corintios 1:9) como hacia su pueblo (2
Corintios 8:4).
Teniendo
en mente que este término da a entender una asociación que es esencial para
todos los creyentes, y que está ineludiblemente ligado a la asamblea local,
¿qué conlleva?
1.
Trabajo Si formo parte de una asociación, no puedo
sentar-me cómodamente para no hacer nada. ¡Debo trabajar!
En
Filipenses 4:3 Pablo subraya el esfuerzo implícito en una entrega genuina hacia
una asamblea. Habla agradecido de un compañero fiel y de dos damas que
combatieron juntamente con él en el evangelio, llamándolos colaboradores suyos.
Son palabras dinámicas. Tanto hombres como mujeres fueron llamados a tomar
parte de manera abnegada, llenos de fe y constancia en las labores de la
asamblea del Señor. Quizá haríamos bien en preguntarnos cuán valiosa es nuestra
contribución en la iglesia en que el Señor nos ha colocado. ¿Estamos
construyendo o destruyendo? ¿Puede decirse de nosotros, “El pueblo tuvo ánimo
para trabajar?” (Nehemías 4:6)
2.
Cordialidad ¡Cuán reconfortante es el calor del
fuego en un día frío! La comunión con los hermanos es igualmente alentadora y
consoladora, porque ¿de qué manera podríamos seguir adelante sin el ánimo
amoroso de nuestros hermanos y hermanas? Muchos de nosotros podemos dar
testimonio del valor de una comunión firme con los hermanos como un tónico para
nuestra debilidad y un correctivo para nuestros errores. La marca que
distinguía a los primeros cristianos era el amor mutuo (Juan 13:35) y esto
ciertamente era patente en las primeras asambleas (Filipenses 1:9, Colosenses
1:4). Desde luego, para disfrutar de esta reconfortante experiencia, hemos de
reunirnos frecuentemente con nuestros hermanos. ¿Estás manteniendo este calor
en ti?
3.
Adoración El Padre busca adoradores (Juan
4:23), y uno de los grandes privilegios de ser salvo es nuestra facultad de
alabar y dar gracias al Dios que tanto ha hecho por nosotros. Aunque podemos y
debemos dedicar tiempo a solas a la adoración a nuestro Señor, tanto el Antiguo
Testamento como en el Nuevo indican el valor sobresaliente de la adoración
colectiva. De ahí las reuniones de los discípulos de Troas el primer día de la
semana, principalmente para “partir el pan” en memoria del Salvador, y no para oír
a Pablo (Hechos 20:7). Sin apoyar la costumbre de referirse a esa reunión como
“el culto de adoración” (ya que todos los cultos cristianos incluyen la
adoración), hemos de reconocer que este sencillo recordatorio del Maestro es la
más sublime ocupación del creyente.
4.
Testimonio El evangelismo en el Nuevo Testamento
iba siempre encaminado a establecer o fortalecer a una asamblea. Es una de las
razones por la cual algunos de nosotros somos un tanto escépticos ante las
grandes “cruzadas”. Su historia es un triste testimonio de nuestro fracaso en
la evangelización. La iglesia local debe ser siempre un centro de avance
evangelístico. Algunos encuentran muy difícil decir algo, o mucho, a favor de
nuestro Señor, pero como una compañía hemos a apoyarnos los unos a los otros y
disfrutar de la “comunión del evangelio” (Filipenses 1:5). Perdida ella, perdido
todo.
5.
Lucha El joven cristiano pronto descubre que no
está envuelto en un juego casual, sino en un arduo conflicto contra enemigos
espirituales (Efesios 6:12). Para luchar contra Satanás, cada soldado cristiano
necesita el máximo apoyo. Después de haber sido amenazados por las autoridades
judías, los apóstoles regresaron “a los suyos” (Hechos 4:23) para unirse en
ferviente oración, pidiendo valentía para perseverar en la verdad. Como ves, el
mejor remedio para el miedo o la derrota es la reunión de oración, donde el
pueblo del Señor cierra sus filas para protegerse y alejar al enemigo.
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