Santiago Saword
Mejor es el muchacho pobre y sabio que el rey viejo y necio que no
admite consejos, Eclesiastés 4.13
Si tú anduvieres delante de mí como anduvo David tu
padre, en integridad de corazón y en equidad, haciendo todas las cosas que yo
te he mandado, y guardando mis estatutos y mis decretos, yo afirmaré el trono
de tu reino sobre Israel para siempre ... Mas si obstinadamente os apartareis
de mí vosotros y vuestros hijos, y no guardareis mis mandamientos y mis
estatutos que yo he puesto delante de vosotros, sino que fuereis y sirviereis a
dioses ajenos, y los adorareis; yo cortaré a Israel de sobre la faz de la
tierra que les he entregado ...1 Reyes
9
Un
enigma es una cosa difícil de entender. De veras es asombrosa la diferencia
entre el principio y el fin de la vida del gran rey Salomón. El lector hará
bien en leer primeramente los primeros nueve versículos de 1 Reyes capítulo 9.
Luego veremos la primera y la última etapa de la vida de Salomón.
Joven y consagrado
En 1
Reyes 3 leemos de su buen principio: “Salomón amó a Jehová”. Su corazón estaba
en buena condición; el motivo de su vida se manifestó en amor al Señor. La vida
espiritual siempre empieza con amor al Señor: “Le amamos a él, porque él nos
amó primero”. Por eso Jehová se le apareció a Salomón y le presentó la
oportunidad de escoger. Su petición fue admirable y Dios no solamente se la
concedió, sino que añadió bendiciones.
Salomón
confesó su propia ineptitud para desempeñar el cargo tan formidable que le
correspondía. El reconoció que su necesidad apremiante era asunto del corazón y
no de la cabeza, cosa que nosotros debemos reconocer también. Dios le dio un
corazón sabio y entendido, y este hombre tuvo un principio extraordinariamente
favorable para servirle. Si pudiéramos examinar el corazón de Salomón en su
juventud por el rayo X divino, no hallaríamos nada fallo.
Sin
embargo, la promesa de Dios fue condicional: “Si anduvieres en mis caminos ...
yo alargaré tus días”. El creyente en Cristo empieza su carrera con las
preciosas y grandísimas promesas de Dios a su favor — 2 Pedro 1.4 — para
asegurar su buen éxito en vivir por Cristo y cumplir su voluntad.
Pero allí también hay una
amonestación: “Porque haciendo estas cosas no caeréis jamás”, 1.10.
Viejo y necio
A medida
que Salomón iba engrandeciéndose y ganando fama, iba apartándose de los caminos
del Señor y de la copia de la ley de Dios que todo rey debía leer todos los
días de su vida; véase Deuteronomio 17.19. De la misma manera nosotros debemos
leer la Palabra de Dios diariamente y esconderla en nuestro corazón para no
pecar contra Dios.
En su
soberbia Salomón desatendió por completo los mandamientos del Libro:
> en traer una princesa egipcia a reinar con él
> en entrar en un yugo desigual
> en aumentar caballos, cambiando su confianza en
el brazo de Jehová por la fuerza del caballo en tomar muchas mujeres para sí,
no solamente desmoralizándose físicamente sino llegando también a la bancarrota
espiritual
> en desarrollar una codicia insaciable por el
oro y las riquezas. Es claro que para vivir él con tanta extravagancia y lujo
el país tuvo que sufrir, y especialmente los pobres.
A los
sesenta años Salomón ya era hombre caduco, gobernado por mujeres paganas que
“inclinaron su corazón tras dioses ajenos”, llevándole tras Astoret, Milcom y
otros ídolos con prácticas abominables y corruptas. Le cambiaron en un pobre
apóstata. Si fuera posible practicar una autopsia en el corazón suyo cuando
viejo, lo hallaríamos lleno de codicia y corrupción moral, pero nada para Dios.
Naufragio al
final
No
obstante, lo mucho escrito por la pluma de Salomón, no encontramos ni un salmo
de penitencia o arrepentimiento como en el caso de David. No hay nada para
hacernos creer que él volvió a Dios. Nos hace pensar en un lujoso
transatlántico que se hunde al fondo del mar; así fue el naufragio lamentable
de Salomón. El único fruto de su vida sensual fue un hijo soberbio y necio que
dividió la nación.
La
Palabra de Dios hace una referencia muy breve a la muerte de Salomón, en
contraste con la muerte del buen rey Ezequías, quien “fue sepultado en el lugar
más prominente de los sepulcros de los hijos de David, honrándole en su muerte
toda Judá y toda Jerusalén”, 2 Crónicas 32.33.
Él había
escrito: “Mejor es el fin del negocio que su principio”, Eclesiastés 7.8, pero
con él fue al revés; mejor fue su principio que su fin. Escribió también: “Yo
sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia”,
pero dejó el temor de Dios por el pecado. En lugar de alcanzar el premio que
Dios le ofreció de alargar sus días, él incurrió en el enojo de Dios, de manera
que fueron recortados sus días, muriendo a los sesenta años.
La
historia de Salomón figura en la Biblia con el propósito de infundir el temor
de Dios en nuestros corazones y salvarnos de semejante naufragio en nuestras
vidas, las cuales pertenecen al Redentor. Si ponemos la mira en él seremos
salvos de la seducción de Satanás y los deseos de la carne. En sus primeros
años Salomón animó a sus súbditos a ser obedientes a su Dios, pero él mismo
fracasó porque no puso por práctica lo que recomendó a los demás.
¡Que el
Señor nos guarde! Él es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarnos sin
mancha delante de su gloria con gran alegría.
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