JUAN 14
Los
discípulos en relación con Cristo (Juan 14:1-3)
El
discurso se inicia con las delicadas y conmovedoras palabras «No se turbe
vuestro corazón». Solo el Señor podía pronunciarlas en gracia ante la
solemnidad del momento. Justo antes había predicho la triple negación de Pedro,
y por cuanto esta predicción iba precedida por las palabras «me seguirás más
tarde» va seguida poco después por estas otras: «No se turbe vuestro corazón».
Conociendo de primera mano la traición que había cometido Judas y la negación
de Pedro, los discípulos tenían todos los motivos para sentirse turbados.
En
esta primera parte del discurso el Señor habla de tres cosas que pueden quitar
del corazón nuestra turbación. En primer lugar, se sitúa ante nosotros como el
Objeto de fe en la gloria: «Creéis en Dios… (creemos en el Dios que jamás hemos
visto y ahora el Señor se apartará de la vista de ellos para pasar a la
gloria), …creed también en mí». Como Hombre en la gloria, Cristo viene a ser
nuestro recurso y nuestra áncora del corazón. Todo lo que es terrenal nos
decepcionará y el mundo no dejará de tentarnos, como la carne, que mirará de
traicionarnos, pero Cristo en la gloria seguirá siendo el recurso inagotable de
nuestra fe. Como alguien ha dicho: «no existe consuelo duradero fuera de
Cristo». Unos leales amigos cristianos y una familia que nos quiera, unas circunstancias
favorables, una buena salud y unas óptimas perspectivas de futuro son todo
producto de esta tierra, y por este mismo motivo están abocados al fracaso, pero
solo Cristo en la gloria es en quien la fe descansa y encuentra el recurso
inagotable para su pueblo mientras dure la dilatada noche de su ausencia.
v.
2. Acto seguido, y a fin de consolar nuestros corazones, el
Señor nos revela el nuevo hogar: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;
si no, ya os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros».
Además de tenerlo a Él como único recurso en la gloria, tenemos la casa del
Padre como nuestro hogar de residencia. Tomemos nota de que la palabra
mansiones significa realmente moradas, es decir, un hogar del que nunca más
saldremos una vez hayamos entrado, y allí es donde moraremos. En la tierra no
tenemos ninguna residencia duradera, somos peregrinos y extranjeros aquí.
Nuestro hogar de morada está en la casa del Padre, donde hay muchas
habitaciones. En la Tierra no hubo sitio para Cristo, y dispusieron de muy poco
aquellos que eran de Él, pero en la casa del Padre hay sitio para todos los que
son de Cristo, grandes y pequeños. Si no fuera así, Él se lo habría dicho a los
discípulos. No los habría reunido apartándolos de este mundo si en realidad no
los estuviera guiando a una escena de felicidad bien conocida por Él, como era
la casa del Padre. En la cruz preparó a su pueblo para dicho lugar, y hacia
allí iba, a fin de preparar con Su presencia en la gloria el lugar para su
pueblo. Somos transportados de esta evanescencia terrenal hasta las escenas
cambiantes del tiempo para entrar en espíritu en un mundo mejor y encontrarnos
con un hogar preparado en la casa del Padre.
v. 3. Después, el Señor pone
ante nosotros, para consuelo de nuestros corazones, su venida para recibirnos
en el hogar. Cuando sea oportuno veremos otros pasajes que nos revelarán el
orden de los acontecimientos en relación a su venida, pero ahora veremos lo que
significa el gozo supremo de que Él venga y dé por terminado nuestro
peregrinaje en este desierto. Su venida curará todos los cismas del pueblo de
Dios y reunificará a los santos dispersados y divididos. Pondrá fin al
sufrimiento, a las pruebas y a las labores denodadas de su pueblo. Nos sacará
de una escena de tinieblas y muerte para mostrarnos la entrada a un hogar de
luz, vida y amor. Y por encima de todo, nos introducirá en la compañía de Jesús
para que gocemos de ella: «Os tomaré conmigo, para que donde yo estoy vosotros también
estéis». ¿Qué sería el cielo si no estuviera Jesús? Sin ninguna duda, será algo
muy bendito hallarnos en una escena donde «nunca más habrá muerte, ni dolor ni
llanto», donde abundarán la santidad y la perfección, pero si Jesús no
estuviera presente el corazón no estaría satisfecho. La felicidad suprema de su
venida es que nosotros estaremos con Él. Mientras tanto nos acompaña por este tenebroso
mundo de muerte, y en la casa del Padre estaremos con Él en un hogar de vida eterna.
El más noble aspecto de su venida es el que también nos
revela los anhelos secretos de su corazón. De las palabras del Señor se
desprende un profundo deseo de querer tener a su pueblo consigo para su gozo y
satisfacción. Si tenemos nuestro tesoro en el cielo, su tesoro lo tiene Él en
esta tierra. Cristo se ha ido, pero el corazón de Cristo sigue aquí. Como
alguien dijo una vez: «si su corazón está aquí Él no puede estar lejos». Con
qué consuelo llenan estos primeros versículos los corazones turbados. Cristo es
en la gloria nuestro recurso inagotable. Allí tenemos un hogar que nos espera y
un Hombre que nos está aguardando.
Veamos también qué bendición se desprende de las enseñanzas
del Señor, y lo poco que se asemejan a las maneras de enseñar del hombre. En
breve nos instruirá en cuanto al viaje a través de este mundo y nos avisará
acerca de las pruebas y persecuciones, pero antes que nada nos revela su fin
glorioso. Deberíamos esperar hablar de estos temas tan elevados al final de
este discurso; sin embargo, el Señor utiliza una manera mejor y más perfecta de
revelárnoslos. No dejará que hagamos el viaje solos a través de un mundo hostil
hasta no haber dado la seguridad a nuestros corazones de que tenemos un hogar
de residencia con Él en la casa del Padre, ya que quiere que transitemos bajo
la luz del hogar al cual conduce. Bien cierta es la afirmación que «la travesía
por este valle muda de color cuando más allá se ve el horizonte».
Estas revelaciones trascendentales del mundo invisible nos
son presentadas con palabras sencillas y familiares. Unas verdades que dejan en
su asombro a los más inteligentes y que cualquier niño creyente en Jesús puede
llegar a entender.
Hamilton Smith
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