6.1 al 24: La buena pelea de la fe
El párrafo constituido por los
primeros nueve versículos del capítulo es la conclusión de las exhortaciones en
la carta a comportarnos de una manera acorde con nuestro alto llamamiento. En
el hogar los hijos deben obedecer, y los padres deben ser considerados pero
firmes. En el empleo diario tanto los patronos como los trabajadores deben
reconocer que están a la vista del Amo celestial.
Es inmensa la riqueza de
nuestra bendición espiritual. ¿Pero la disfrutamos? ¿Hemos perdido nuestro gozo
en el Señor, la orientación del Espíritu Santo y el poder para vivir como
deberíamos? Como los enemigos quitaron de Israel la herencia en Canaán que fue
dada por Dios, así las fuerzas invisibles intentan despojarnos de la herencia
nuestra. Y aquí se nos instruye cómo resistirlas.
Nuestra
lucha no es contra enemigos humanos. Los hombres, empleados por Satanás, tal
vez diluyan la verdad o sacudan nuestra fe en las Escrituras. Los maestros
falsos quizá nos hagan sentir autosuficientes. Pero la lucha es en realidad
contra opositores espirituales que son poderosos y sagaces; son “espíritus
engañadores”, 1 Timoteo 4.1. Con todo, Dios nos ha provisto de una
armadura completa, y debemos vestirla resueltamente.
Las armas
también son espirituales; 2 Corintios 10.4,5. Cada día debemos ceñirnos
con el cinturón de la verdad; tenemos que conocerla y aplicarla. “Si vosotros
permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, Juan 8.31,32.
Nos hace
falta la coraza al enfrentarnos con el enemigo, encontrándonos en buena actitud
ante Dios y el hombre. Debemos estar en condiciones de anunciar el evangelio de
la paz, llevando así la guerra al territorio del enemigo. Les decimos a las
gentes que la victoria fue ganada en el Calvario, de manera que ellos puedan
disfrutar de paz. “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae
alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que
publica salvación!” Isaías 52.7.
Más de
todo, la fe en Dios y en su palabra es una gran protección, como un escudo que
cubría el soldado romano. Puesta la esperanza en la consumación de la salvación
como un casco, tomamos la espada del Espíritu que es
Finalmente,
en todo tiempo y en toda crisis, debemos acercarnos a Dios en oración sincera.
No sólo a favor de nosotros mismos, porque “todos los santos” requieren apoyo,
aun los hombres como Pablo. Así es como la doctrina del cuerpo único de Cristo
se presenta de nuevo al final de
“La gracia
sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable”,
6.24.
K.T.C. Morris
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