domingo, 18 de agosto de 2024

CINCO HOMBRES DE CONVICCIÓN

 

Cinco hombres de convicción


1. José, el esclavo

Él dijo, No a la tentadora, Génesis 39.7 al 9.

Este joven fue vendido por sus hermanos, llevado a Egipto y comprado por un tal Potifar, oficial de Faraón. La honradez de José le ganó la plena confianza de este amo, pero su buen parecer despertó en la mujer de Potifar la concupiscencia. Ella hizo lo posible para que él cayera con ella en la fornicación.

Aunque alejado de su hogar y de sus padres, “Dios estaba con José”, y le fortaleció contra el ataque carnal. Le dijo a la mujer, “¿Cómo pues haré yo este gran mal, y pecaría contra Dios?” El ganó la victoria por su temor de Dios. Huyó del peligro y salvó su testimonio.

Oigamos el consejo santo del gran apóstol a su hijo Timoteo: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz”, 2 Timoteo 2.22. Hoy en día el joven creyente, sea varón o hembra, se halla rodeado de la corrupción que está en el mundo. Pero, como José, no debe contemporizar con el pecado, sino saber decir No.

2. Urías, el soldado

Él dijo, “Yo no haré tal cosa”, 2 Samuel 11.10,11.

En medio de un ambiente lúgubre, cuando David había consumado su nefando pecado contra Dios y mayor crimen contra su prójimo, la noble respuesta de Urías brilla como un rayo de luz entre las tinieblas. El no cedió a la tentación de la flojera en tiempo de guerra. David era culpable de flojera, quedándose en la casa cuando su patria le necesitaba para enfrentarse al enemigo, pero no pudo influir en Urías para que éste esquivara su deber como soldado.

Sus camaradas estaban peleando y de corazón él estaba con ellos. “El arca e Israel y Judá están bajo tiendas, y mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar en mi casa para comer y beber?”

Así el apóstol exhorta a Timoteo, “Pelea la buena batalla de la fe”, y “Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo”. No hay tanta persecución en esta época, y la tentación es de abandonar las filas y amistarse uno con el mundo. Fue así con Demas; no le agradó el rigor de sufrir con Pablo en Roma, así que buscó una forma de vida más agradable. Sin duda él perdió la corona.

El apóstol, en cambio, peleó la gran batalla y su Capitán estaba esperando recibirle en gloria para decirle, “Bien, buen siervo y fiel ... entra en el gozo de tu Señor”, Mateo 25.21. Si sufrimos aquí, reinaremos con él allí.

3. Nabot, el súbdito

Él dijo, “Guárdeme Jehová de que yo te dé a ti la heredad de mis padres ... No te daré la heredad de mis padres”, 1 Reyes 21.1 al 4.

Nabot era otro hombre de convicción. Su viña había llegado a sus manos por disposición de Dios, y para él era una posesión sagrada que no debía vender. Por lo tanto, él no cedió a la solicitud — o la amenaza — del rey.

Todo creyente en Cristo ha recibido una herencia espiritual. La obra de la cruz le ha traído bendiciones y privilegios que no puede comprar con dinero. Ha recibido el conocimiento de la verdad y no debe venderlo. Ha sido separado del mundo y, si ha sido congregado al nombre del Señor Jesucristo, está en la responsabilidad de guardarse en la comunión.

Judas Iscariote vendió al Señor, y Satanás quiere negociar con el creyente como en el caso de Esaú. Lamentablemente hay quienes cambian su herencia espiritual por las cosas materiales. Se ausentan de la cena del Señor, abandonan la oración colectiva, descuidan la lectura de la Palabra y hasta cambian su oración privada por una especie de rezo. En Filipenses 3.18,19 leemos de una clase de gente que “sólo piensan en lo terrenal”.

El verdadero creyente no perderá su vida ni saldrá del tribunal de Cristo con pérdida. Nabot murió a manos de la sangrienta reina Jezabel, pero fue un mártir para la gloria de Dios. “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida”, Apocalipsis 2.10.

4. Mardoqueo, el consejero

Él pudo decir No al compromiso de arrodillarse ante Amán, Ester 5.9.

Amán el agagueo era enemigo de Dios y su pueblo, y quería que Mardoqueo se humillara ante él. Los demás siervos del rey lo hacían, porque así lo había mandado el rey mismo, pero la conciencia de Mardoqueo no le permitía hacer tal cosa, aunque corriera peligro de muerte por su resistencia.

Su firmeza provocó la ira y venganza de Amán quien, siguiendo el consejo de su mujer y amigos, mandó hacer una horca para colgar a Mardoqueo en ella; véase Ester 3.5 al 14.

No aparece el nombre de Dios en todo el libro de Ester, pero se ve su mano invisible actuando a favor de este hombre santo. Mardoqueo llegó a saber de un complot para asesinar al rey. Lo denunció; los conspiradores fueron ahorcados; y, todo fue escrito en el registro del rey. Así se puso fin al asunto, pero cierta noche Dios no permitió al rey dormir. El mandó traer el libro y supo lo que había hecho el judío. “¿Qué honra se le hizo a Mardoqueo por esto?” quiso saber el mandatario. Sin entrar en detalles, vemos ensalzado por el rey al hombre que no quiso rebajar el nombre de su Dios, y encontramos a Amán encargado del asunto.

Además de todo esto, leemos del nefando propósito de Amán de exterminar a todos los judíos en el imperio de los medos y persas. La mano de Satanás estaba detrás del asunto para destruir “la simiente de la mujer” para que no viniera el Salvador del mundo. Otra vez Dios impone su soberano poder, y por medio de la intercesión de Ester todo sucede al revés.

Como resultado del arrepentimiento, humillación y amargo clamor de los judíos — incluso de Mardoqueo, 4.1,3,16 — Dios concede a su pueblo terrenal una victoria aplastante sobre todos sus enemigos. Amán fue ahorcado sobre la misma estructura que él mandó a preparar para Mardoqueo.

“Mía es la venganza. Yo pagaré, dice el Señor”, Romanos 12.19.

En una de las tres tentaciones leemos que Satanás llevó a nuestro Señor a un monte muy alto, y le ofreció la gloria de todos los reinos si postrado le adorara. La noble respuesta fue: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”. Como Mardoqueo, El no dobló la rodilla ante el dios de este siglo. Satanás es todavía el príncipe de la potestad del aire y sigue ofreciendo buena remuneración a los que están dispuestos a negar a su Dios y doblar la rodilla a él.

No lo haga, hermano o hermana, por halagüeñas que sean las ofertas o grandes las amenazas. Dios ha dicho, “Honraré a los que me honran”, 1 Samuel 2.30. Hay hermanas que se doblan ante el dios de la moda, y hay varones que doblan la rodilla ante el dios de la política, apartándose ambos de la senda de la separación del mundo.

En cambio, pensamos en los días de Elías el profeta, cuando Israel estaba dándole las espaldas a Dios y sirviendo a Baal con sus prácticas abominables. El profeta pensaba que sólo él había quedado fiel, pero Dios le contestó que había siete mil más que tampoco habían doblado la rodilla ante Baal.

Tomemos aliento; en toda época Dios puede contar con hombres y mujeres cuyo amor para con él es fiel en hechos además de palabras. ¡Que el Señor nos permita figurar en el grupo hasta que El venga!

5. Daniel, el sabio

Primeramente, él propuso en su corazón no contaminarse con la comida del rey, Daniel 1.8.

La convicción de abstenerse de las viandas reales fue motivada por el temor de Jehová. El salmista dijo: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”, y Daniel no era solamente hombre sabio por sus conocimientos científicos sino en lo espiritual también. Desde muchacho fue convertido a Dios y, como Timoteo, “sabio para la salvación”.

El libro de Daniel empieza con la entrega del impío rey Joacim a Nabucodonosor de parte de Dios. Fue encadenado. En el undécimo año de su reinado él murió y fue dado “la sepultura de un asno”, que quiere decir que su cuerpo fue arrastrado fuera de la ciudad para pudrirse en el campo raso; Jeremías 22.19.

Parece cosa rara que de ese ambiente de impiedad salieran jóvenes de la excelencia de Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego, pero debemos tener presente que había una luz en medio de la oscuridad durante el reinado del infame Joacim. Hombres fieles de Dios, como Jeremías, Baruc, Elnatán, Delaía y Gemarías — véase Jeremías 36.25 — protestaron enérgicamente contra la apostasía e iniquidad de su época.

Daniel salió de Jerusalén sin haber sido contaminado por lo que le rodeaba, y al llegar a Babilonia fue fortalecido para sostenerse limpio y puro para Dios. No obstante, el hambre que sin duda había, tanto en el asedio de Jerusalén como en el largo camino a pie a Babilonia, este cautivo pudo resistir la gran tentación de comer lo que el rey le enviaría.

¿Por qué? Daniel sabía que la comida y el vino habían sido ofrecidos primeramente a ídolos y por lo tanto eran contaminados. Él y sus compañeros escogieron comer legumbres y beber agua, obedeciendo a su conciencia antes que a su apetito. Al cabo de diez días de prueba el jefe eunuco vio que sus rostros evidenciaban una salud mayor que la de aquellos que comieron las viandas reales.

Daniel ganó la primera prueba, la de su comida. La segunda fue un propuesto cambio de nombre. Se proponía darle el nombre de Beltsasar, identificándole con Bel, el dios del rey pagano. Otra vez, por convicción, salió vencedor. Si Daniel hubiera aceptado ese cambio de nombre, hubiera ganado favor ante otros, pero su propio nombre significaba, “Dios es mi juez”, y cada paso suyo fue ordenado por disposición divina.

El tercer cambio que otros procuraron imponer fue en cuanto a su fe en el Dios vivo y verdadero. Los gobernadores dijeron en el 6.5: “No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios”. Su convicción fue tan firme, y su comunión tan íntima, que él prefirió pasar la noche en el foso con los leones hambrientos que negar a su Dios.

Otra vez ganó la prueba, y Dios pudo revelar a su siervo los detalles más profundos de su programa profético. Le fue otorgada una distinción sublime cuando el ángel se dirigió a él con las palabras, “Muy amado”, o, “Varón de mi delicia”. ¡Cuán contento quedó el corazón de Dios con su siervo que le honró en todo!

Que estos cinco ejemplos de hombres destacados por su convicción sean una inspiración para nosotros en procurar vivir para la gloria de Dios.

Santiago Saword

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