Cinco hombres de convicción
1. José, el
esclavo
Él
dijo, No a la tentadora, Génesis 39.7
al 9.
Este joven fue vendido por sus
hermanos, llevado a Egipto y comprado por un tal Potifar, oficial de Faraón. La
honradez de José le ganó la plena confianza de este amo, pero su buen parecer
despertó en la mujer de Potifar la concupiscencia. Ella hizo lo posible para
que él cayera con ella en la fornicación.
Aunque alejado de su hogar y de sus
padres, “Dios estaba con José”, y le fortaleció contra el ataque carnal. Le
dijo a la mujer, “¿Cómo pues haré yo este gran mal, y pecaría contra Dios?” El
ganó la victoria por su temor de Dios. Huyó del peligro y salvó su testimonio.
Oigamos
el consejo santo del gran apóstol a su hijo Timoteo: “Huye también de las
pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz”, 2 Timoteo
2.22. Hoy en día el joven creyente, sea varón o hembra, se halla rodeado de la
corrupción que está en el mundo. Pero, como José, no debe contemporizar con el
pecado, sino saber decir No.
2. Urías, el
soldado
Él
dijo, “Yo no haré tal cosa”, 2 Samuel 11.10,11.
En medio de un ambiente lúgubre, cuando
David había consumado su nefando pecado contra Dios y mayor crimen contra su
prójimo, la noble respuesta de Urías brilla como un rayo de luz entre las
tinieblas. El no cedió a la tentación de la flojera en tiempo de guerra. David
era culpable de flojera, quedándose en la casa cuando su patria le necesitaba
para enfrentarse al enemigo, pero no pudo influir en Urías para que éste
esquivara su deber como soldado.
Sus camaradas estaban peleando y de
corazón él estaba con ellos. “El arca e Israel y Judá están bajo tiendas, y mi
señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar en mi
casa para comer y beber?”
Así el apóstol exhorta a Timoteo,
“Pelea la buena batalla de la fe”, y “Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo”.
No hay tanta persecución en esta época, y la tentación es de abandonar las
filas y amistarse uno con el mundo. Fue así con Demas; no le agradó el rigor de
sufrir con Pablo en Roma, así que buscó una forma de vida más agradable. Sin
duda él perdió la corona.
El
apóstol, en cambio, peleó la gran batalla y su Capitán estaba esperando
recibirle en gloria para decirle, “Bien, buen siervo y fiel ... entra en el
gozo de tu Señor”, Mateo 25.21. Si sufrimos aquí, reinaremos con él allí.
3. Nabot, el
súbdito
Él
dijo, “Guárdeme Jehová de que yo te dé a ti la heredad de mis padres ... No te
daré la heredad de mis padres”, 1 Reyes 21.1 al 4.
Nabot era otro hombre de convicción. Su
viña había llegado a sus manos por disposición de Dios, y para él era una
posesión sagrada que no debía vender. Por lo tanto, él no cedió a la solicitud
— o la amenaza — del rey.
Todo creyente en Cristo ha recibido una
herencia espiritual. La obra de la cruz le ha traído bendiciones y privilegios
que no puede comprar con dinero. Ha recibido el conocimiento de la verdad y no
debe venderlo. Ha sido separado del mundo y, si ha sido congregado al nombre
del Señor Jesucristo, está en la responsabilidad de guardarse en la comunión.
Judas Iscariote vendió al Señor, y
Satanás quiere negociar con el creyente como en el caso de Esaú.
Lamentablemente hay quienes cambian su herencia espiritual por las cosas
materiales. Se ausentan de la cena del Señor, abandonan la oración colectiva,
descuidan la lectura de la Palabra y hasta cambian su oración privada por una
especie de rezo. En Filipenses 3.18,19 leemos de una clase de gente que “sólo
piensan en lo terrenal”.
El
verdadero creyente no perderá su vida ni saldrá del tribunal de Cristo con
pérdida. Nabot murió a manos de la sangrienta reina Jezabel, pero fue un mártir
para la gloria de Dios. “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de
vida”, Apocalipsis 2.10.
4. Mardoqueo,
el consejero
Él
pudo decir No al compromiso de arrodillarse ante Amán, Ester 5.9.
Amán el agagueo era enemigo de Dios y
su pueblo, y quería que Mardoqueo se humillara ante él. Los demás siervos del
rey lo hacían, porque así lo había mandado el rey mismo, pero la conciencia de
Mardoqueo no le permitía hacer tal cosa, aunque corriera peligro de muerte por
su resistencia.
Su firmeza provocó la ira y venganza de
Amán quien, siguiendo el consejo de su mujer y amigos, mandó hacer una horca
para colgar a Mardoqueo en ella; véase Ester 3.5 al 14.
No aparece el nombre de Dios en todo el
libro de Ester, pero se ve su mano invisible actuando a favor de este hombre
santo. Mardoqueo llegó a saber de un complot para asesinar al rey. Lo denunció;
los conspiradores fueron ahorcados; y, todo fue escrito en el registro del rey.
Así se puso fin al asunto, pero cierta noche Dios no permitió al rey dormir. El
mandó traer el libro y supo lo que había hecho el judío. “¿Qué honra se le hizo
a Mardoqueo por esto?” quiso saber el mandatario. Sin entrar en detalles, vemos
ensalzado por el rey al hombre que no quiso rebajar el nombre de su Dios, y
encontramos a Amán encargado del asunto.
Además de todo esto, leemos del nefando
propósito de Amán de exterminar a todos los judíos en el imperio de los medos y
persas. La mano de Satanás estaba detrás del asunto para destruir “la simiente
de la mujer” para que no viniera el Salvador del mundo. Otra vez Dios impone su
soberano poder, y por medio de la intercesión de Ester todo sucede al revés.
Como resultado del
arrepentimiento, humillación y amargo clamor de los judíos — incluso de
Mardoqueo, 4.1,3,16 — Dios concede a su pueblo terrenal una victoria aplastante
sobre todos sus enemigos. Amán fue ahorcado sobre la misma estructura que él
mandó a preparar para Mardoqueo.
“Mía es la venganza. Yo pagaré, dice el
Señor”, Romanos 12.19.
En una de las tres
tentaciones leemos que Satanás llevó a nuestro Señor a un monte muy alto, y le
ofreció la gloria de todos los reinos si postrado le adorara. La noble
respuesta fue: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás,
y a él solo servirás”. Como Mardoqueo, El no dobló la rodilla ante el dios de
este siglo. Satanás es todavía el príncipe de la potestad del aire y sigue
ofreciendo buena remuneración a los que están dispuestos a negar a su Dios y
doblar la rodilla a él.
No lo haga, hermano o
hermana, por halagüeñas que sean las ofertas o grandes las amenazas. Dios ha
dicho, “Honraré a los que me honran”, 1 Samuel 2.30. Hay hermanas que se doblan
ante el dios de la moda, y hay varones que doblan la rodilla ante el dios de la
política, apartándose ambos de la senda de la separación del mundo.
En cambio, pensamos en
los días de Elías el profeta, cuando Israel estaba dándole las espaldas a Dios
y sirviendo a Baal con sus prácticas abominables. El profeta pensaba que sólo
él había quedado fiel, pero Dios le contestó que había siete mil más que tampoco
habían doblado la rodilla ante Baal.
Tomemos aliento; en toda época Dios
puede contar con hombres y mujeres cuyo amor para con él es fiel en hechos
además de palabras. ¡Que el Señor nos permita figurar en el grupo hasta que El
venga!
5.
Daniel, el sabio
Primeramente, él
propuso en su corazón no contaminarse con la comida del rey, Daniel 1.8.
La convicción de
abstenerse de las viandas reales fue motivada por el temor de Jehová. El
salmista dijo: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”, y Daniel
no era solamente hombre sabio por sus conocimientos científicos sino en lo
espiritual también. Desde muchacho fue convertido a Dios y, como Timoteo,
“sabio para la salvación”.
El libro de Daniel
empieza con la entrega del impío rey Joacim a Nabucodonosor de parte de Dios.
Fue encadenado. En el undécimo año de su reinado él murió y fue dado “la
sepultura de un asno”, que quiere decir que su cuerpo fue arrastrado fuera de
la ciudad para pudrirse en el campo raso; Jeremías 22.19.
Parece cosa rara que
de ese ambiente de impiedad salieran jóvenes de la excelencia de Daniel,
Sadrac, Mesac y Abed-nego, pero debemos tener presente que había una luz en
medio de la oscuridad durante el reinado del infame Joacim. Hombres fieles de
Dios, como Jeremías, Baruc, Elnatán, Delaía y Gemarías — véase Jeremías 36.25 —
protestaron enérgicamente contra la apostasía e iniquidad de su época.
Daniel salió de
Jerusalén sin haber sido contaminado por lo que le rodeaba, y al llegar a
Babilonia fue fortalecido para sostenerse limpio y puro para Dios. No obstante,
el hambre que sin duda había, tanto en el asedio de Jerusalén como en el largo
camino a pie a Babilonia, este cautivo pudo resistir la gran tentación de comer
lo que el rey le enviaría.
¿Por qué? Daniel sabía que la comida y
el vino habían sido ofrecidos primeramente a ídolos y por lo tanto eran
contaminados. Él y sus compañeros escogieron comer legumbres y beber agua,
obedeciendo a su conciencia antes que a su apetito. Al cabo de diez días de
prueba el jefe eunuco vio que sus rostros evidenciaban una salud mayor que la
de aquellos que comieron las viandas reales.
Daniel ganó la primera prueba, la de su
comida. La segunda fue un propuesto cambio de nombre. Se proponía darle el
nombre de Beltsasar, identificándole con Bel, el dios del rey pagano. Otra vez,
por convicción, salió vencedor. Si Daniel hubiera aceptado ese cambio de
nombre, hubiera ganado favor ante otros, pero su propio nombre significaba,
“Dios es mi juez”, y cada paso suyo fue ordenado por disposición divina.
El tercer cambio que otros procuraron
imponer fue en cuanto a su fe en el Dios vivo y verdadero. Los gobernadores
dijeron en el 6.5: “No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para
acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios”. Su
convicción fue tan firme, y su comunión tan íntima, que él prefirió pasar la
noche en el foso con los leones hambrientos que negar a su Dios.
Otra vez ganó la
prueba, y Dios pudo revelar a su siervo los detalles más profundos de su
programa profético. Le fue otorgada una distinción sublime cuando el ángel se
dirigió a él con las palabras, “Muy amado”, o, “Varón de mi delicia”. ¡Cuán
contento quedó el corazón de Dios con su siervo que le honró en todo!
Que estos cinco ejemplos de hombres destacados por
su convicción sean una inspiración para nosotros en procurar vivir para la
gloria de Dios.
Santiago Saword
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