“Tus pecados te son perdonados... Tu fe
te ha salvado, ve en paz” (Lucas 7.48, 50)
La
historia está en Lucas 7.36-50.
Cada uno de los escritores de los
cuatro Evangelios relató la historia de María de Betania ungiendo al Señor
Jesucristo. La historia de Lucas 7 es diferente y sucedió más temprano en el
ministerio del Señor. No sabemos el nombre de esta mujer ni nada más acerca de
ella, solamente que era pecadora. En vez de ponerle como título a este capítulo
“Una mujer pecadora”, lo llamamos “Una mujer que vino”, porque el Salvador
dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6.37).
Un fariseo llamado Simón invitó al
Señor a comer en su casa. La costumbre era quitarse las sandalias al llegar a
una casa y reclinarse con las piernas extendidas hacia atrás cuando uno comía a
una mesa. Los pies de los huéspedes eran lavados al llegar.
Jesús estaba a la mesa cuando llegó
aquella mujer. Parece que la mujer ya había oído los mensajes del Salvador
cuando Él le decía a la gente a su alrededor: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar”, y ella había recibido el perdón
de sus muchos pecados. Al saber que Jesús estaba allí, ella entró, llevando
consigo su frasco de alabastro con un perfume costoso.
En seguida ella empezó a llorar de
gratitud y sus lágrimas mojaron los pies de Jesús. Con sus largos cabellos ella
secó sus pies, los besó y los ungió con el perfume del frasco. No era la
costumbre de aquel tiempo que una mujer se soltara el cabello en público, pero
esta
Cuando Simón vio lo que hizo la mujer,
pensó que, si Jesús fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer era la
que le tocaba, que era pecadora. Pero él sabía solamente que la mujer antes era
una pecadora de la peor clase. Por eso Jesús le contó el caso de dos deudores;
uno debía mucho más que el otro, pero ninguno de los dos podía pagar su deuda.
Entonces el acreedor les perdonó la deuda a ambos. Cuando el Señor preguntó
cuál de los deudores amaría más a aquel que los había perdonado, Simón contestó
que sería aquel a quien se le había perdonado más.
Entonces
Jesús le dijo a Simón que él no le había dado agua para lavarse los pies,
aceite para ungir su cabeza, ni beso, porque no tenía aprecio por el Señor. La
mujer lavó sus pies, los besó y los ungió con perfume. El Salvador también le
dijo a la mujer tres cosas:
“Tus
pecados te son perdonados”, “tu fe te ha salvado”, y “ve en paz”. Viendo la
sinceridad de la mujer, Jesús le habló a ella de su fe. Pero Simón no podía ver
la fe de ella, así que el Señor se refirió a lo que ella había hecho. No fue
porque amaba mucho que sus pecados fueron perdonados, sino que como sus pecados
habían sido perdonados ella sentía gratitud y amaba a su Salvador.
La
mujer vino a Jesús y mostró su amor con sus hechos y su sacrificio. ¿Cuándo fue
la última vez que hicimos un sacrificio mostrando nuestra gratitud a nuestro
Señor Jesucristo?
Rhoda Cumming
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