Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial (Hebreos 3:1)
Conforme a la fe murieron todos estos
sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y
saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
(Hebreos 11:13)
Como creyentes en el Señor Jesús, no
solo somos salvos del juicio, sino también somos llamados al cielo:
"participantes del llamamiento celestial". El autor de la epístola no
nos exhorta a participar del llamamiento celestial; él dice que somos
participantes. El creyente es un hombre celestial, tanto como es un hombre
salvo. Pero tenemos que decir, con vergüenza, que nuestra conducta no es
siempre "celestial", así como no siempre nos comportamos como
"salvos".
Reconocemos
alegremente que nuestra salvación no es por obras, sino que "por gracia
sois salvos por medio de la fe" (Ef. 2:8-9). De forma similar participamos
del llamamiento celestial, no por nuestras obras, sino por Su gracia Así que
leemos que Dios "nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a
nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en
Cristo Jesús" (2 Ti. 1:9). Nuestro andar y nuestros caminos no podrán
asegurar nuestra salvación, ni tampoco nos harán personas celestiales; sin
embargo, el hecho de que somos salvos, y participantes del llamamiento
celestial, debería afectar nuestro andar y nuestros caminos.
El pensamiento común,
incluso en la cristiandad evangélica, es que el evangelio nos libra de nuestra
culpa, y que luego nos establece en la tierra como hombres y mujeres mejorados,
mejores ciudadanos y que finalmente somos llevados al cielo cuando morimos.
Pero parece haber poca apreciación de esta gran verdad: el cristianismo nos
saca completamente del mundo, nos da un lugar nuevo en el cielo, y, por lo
tanto, nos convierte en extranjeros y peregrinos en la tierra.
En primer lugar, la
gracia de Dios suple nuestras necesidades como pecadores, y nos libra de
nuestra culpabilidad y el juicio que merecen nuestros pecados; en segundo
lugar, la misma gracia nos Pone bajo un nuevo poder, el cual nos cuida y nos
mantiene a la espera de la venida de Aquel que nos salvó; en tercer lugar, nos
da un nuevo lugar en el cielo, de manera que, mientras estamos en esta tierra,
somos participantes del llamamiento celestial.
Podemos preguntar: si abrazamos de todo
corazón la gran verdad de que somos participantes del llamamiento celestial,
¿cuál será el efecto práctico en nuestra vida? ¿No vemos en la historia de los
patriarcas lo que, en la práctica, fluye de la fe en esta verdad? Esto lo vemos
relatado vívidamente en Hebreos 11: 13-16. En Abraham vemos a alguien que fue
llamado a salir hacia una tierra que recibiría posteriormente. Tenía la promesa
de una patria mejor, es decir, una celestial. Junto con Isaac y Jacob, ellos vieron
por fe esta patria celestial a lo lejos, y se aferraban de corazón a la promesa
de ese país.
Los
resultados fueron: primero, se convirtieron en extranjeros y peregrinos en la
tierra. Ellos vieron al Rey en su hermosura y la tierra que está a lo lejos, y
sus vínculos con la ciudad celestial hicieron que sus lazos con la tierra se
rompieran. En segundo lugar, al ser extranjeros y peregrinos, ellos se
convirtieron en verdaderos testigos para Dios en este mundo, tal como leemos:
"Porque los que esto dicen, claramente dan a entender, (v. 14), No fue
simplemente lo que dijeron
¡Qué
ejemplo maravilloso tenemos en estos destacados personajes del Antiguo
Testamento! De una forma mucho más directa, el llamamiento celestial nos ha
sido abierto desde que Cristo vino a hablarnos de las cosas celestiales. Él
murió para asegurarnos el cielo y hacernos aptos para tan excelso lugar. Somos
llamados para el cielo Y hechos participantes del llamamiento celestial, Sin
embargo, bien Podemos desafiar nuestros corazones y preguntarnos: ¿Hemos
abrazado el llamamiento celestial?
Hamilton Smith
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