domingo, 18 de agosto de 2024

EL LLAMAMIENTO CELESTIAL DEL CREYENTE

 


Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial (Hebreos 3:1)

Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. (Hebreos 11:13)


Como creyentes en el Señor Jesús, no solo somos salvos del juicio, sino también somos llamados al cielo: "participantes del llamamiento celestial". El autor de la epístola no nos exhorta a participar del llamamiento celestial; él dice que somos participantes. El creyente es un hombre celestial, tanto como es un hombre salvo. Pero tenemos que decir, con vergüenza, que nuestra conducta no es siempre "celestial", así como no siempre nos comportamos como "salvos".

Reconocemos alegremente que nuestra salvación no es por obras, sino que "por gracia sois salvos por medio de la fe" (Ef. 2:8-9). De forma similar participamos del llamamiento celestial, no por nuestras obras, sino por Su gracia Así que leemos que Dios "nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús" (2 Ti. 1:9). Nuestro andar y nuestros caminos no podrán asegurar nuestra salvación, ni tampoco nos harán personas celestiales; sin embargo, el hecho de que somos salvos, y participantes del llamamiento celestial, debería afectar nuestro andar y nuestros caminos.

El pensamiento común, incluso en la cristiandad evangélica, es que el evangelio nos libra de nuestra culpa, y que luego nos establece en la tierra como hombres y mujeres mejorados, mejores ciudadanos y que finalmente somos llevados al cielo cuando morimos. Pero parece haber poca apreciación de esta gran verdad: el cristianismo nos saca completamente del mundo, nos da un lugar nuevo en el cielo, y, por lo tanto, nos convierte en extranjeros y peregrinos en la tierra.

En primer lugar, la gracia de Dios suple nuestras necesidades como pecadores, y nos libra de nuestra culpabilidad y el juicio que merecen nuestros pecados; en segundo lugar, la misma gracia nos Pone bajo un nuevo poder, el cual nos cuida y nos mantiene a la espera de la venida de Aquel que nos salvó; en tercer lugar, nos da un nuevo lugar en el cielo, de manera que, mientras estamos en esta tierra, somos participantes del llamamiento celestial.

Podemos preguntar: si abrazamos de todo corazón la gran verdad de que somos participantes del llamamiento celestial, ¿cuál será el efecto práctico en nuestra vida? ¿No vemos en la historia de los patriarcas lo que, en la práctica, fluye de la fe en esta verdad? Esto lo vemos relatado vívidamente en Hebreos 11: 13-16. En Abraham vemos a alguien que fue llamado a salir hacia una tierra que recibiría posteriormente. Tenía la promesa de una patria mejor, es decir, una celestial. Junto con Isaac y Jacob, ellos vieron por fe esta patria celestial a lo lejos, y se aferraban de corazón a la promesa de ese país.

Los resultados fueron: primero, se convirtieron en extranjeros y peregrinos en la tierra. Ellos vieron al Rey en su hermosura y la tierra que está a lo lejos, y sus vínculos con la ciudad celestial hicieron que sus lazos con la tierra se rompieran. En segundo lugar, al ser extranjeros y peregrinos, ellos se convirtieron en verdaderos testigos para Dios en este mundo, tal como leemos: "Porque los que esto dicen, claramente dan a entender, (v. 14), No fue simplemente lo que dijeron con sus labios; sus vidas eran las que hablaban a quienes los rodeaban. En tercer lugar, al ser testigos fieles, ellos huían de las trampas del enemigo, que buscaba hacerlos volver al mundo, ofreciéndoles oportunidades para volver—al declarar claramente que buscaban una Patria, y rechazando toda oportunidad de volver al mundo.

¡Qué ejemplo maravilloso tenemos en estos destacados personajes del Antiguo Testamento! De una forma mucho más directa, el llamamiento celestial nos ha sido abierto desde que Cristo vino a hablarnos de las cosas celestiales. Él murió para asegurarnos el cielo y hacernos aptos para tan excelso lugar. Somos llamados para el cielo Y hechos participantes del llamamiento celestial, Sin embargo, bien Podemos desafiar nuestros corazones y preguntarnos: ¿Hemos abrazado el llamamiento celestial?

Hamilton Smith

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