No dice que Dios nos
acepta si nosotros hacemos lo mejor que podamos; sino, “Nos hizo aceptos”.
Ni tampoco dice que Él nos hará aceptos en el Justo, porque, aunque esto es
cierto, no es la verdad que aquí se expresa; sino, “Él nos hizo aceptos en
el AMADO”. El apóstol, cuando fue guiado por el Espíritu Santo para
escribir esas palabras, no se refería sólo a sí mismo, sino a todos en todo
lugar que confíen en Jesús como su Salvador. Sin embargo, hay multitudes en las
iglesias modernas que no creen que ellos han sido aceptados en lo absoluto; hay
multitudes que piensan que son aceptados de acuerdo con la medida de sus
oraciones y esfuerzos y buenas obras; y pocos, por desgracia, muy pocos,
entienden por simple fe en la Palabra de Dios que ellos son aceptados de
acuerdo con la medida del amor del Padre a Su Hijo.
Antes de que se
establecieran los fundamentos de la Tierra, Él era el deleite de Su Padre, regocijándose
delante de Él todo el tiempo. (Pro. 8:30); y cuando Él caminó entre los
hombres, una y otra vez el cielo se abrió, como si Dios reprimiera Sus deseos
de pronunciar con voz audible Su amor que se desbordaba por Aquél que vino a
hacer Su voluntad. En Su bautismo, y en el Monte de la Transfiguración, se
escuchó una voz del cielo diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia” (Mat 3:17; 17:5); y Él podría responder con verdad perfecta, “El
que me envió es conmigo: el Padre no me ha dejado solo; porque yo siempre hago las
cosas que le agradan” (Jn 7:29). Cuán amado es para el Padre ahora que Él
ha lo ha satisfecho y lo ha glorificado sobre la tremenda cuestión del pecado,
ninguna lengua puede decirlo, ninguna imaginación puede concebirlo.
Nosotros sabemos que
cuando Él estaba aquí abajo, Él habló de Sí mismo como el Hijo Unigénito y muy
amado. (Jn 3:16; Mar 12:6); y desde que Él ha sido exaltado a la mano derecha de
la Majestad en las alturas, nosotros estamos seguros de que Él no es menos
amado por el Padre, a quien Él obedeció y honró. Él es amado con un amor
infinito, y es en Él, siendo tan amado, que el creyente más débil y más indigno
es aceptado. Por lo tanto, no es la verdad completa decir que nosotros somos
aceptos de acuerdo con la estimación que Dios pone sobre Su obra consumada, o
de acuerdo con el valor que Él pone sobre Su preciosa sangre; sino que nosotros
somos aceptos de acuerdo con Su amor por Jesús, quien es más para Él, y más
cercano a Él que todo el universo a Su alrededor.
Esto es lo que nuestro
Señor enseña simplemente en la sublime oración intercesora que cierra Su
discurso de despedida a los discípulos. Siete veces Él usa las palabras de
comparación ASI y COMO para indicar a todos los que creen en Su Nombre que
tienen su propio lugar y porción, y Él finaliza y corona su maravillosa
exhibición de gracia diciendo, “para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. (Jn
17:23).
No, nosotros tenemos
algo adicional al amor que el Padre otorgó a Su Hijo, porque Él agrega, “que
el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (v26). Con
dichas declaraciones saliendo de sus propios labios, no podemos sorprendernos
de escuchar al Apóstol exclamando movido por el Espíritu Santo, “En esto se
ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del
juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo.” (1Jn 4:17)
De aquí se deduce que
la medida de Su aceptación con el Padre es la medida de nuestra aceptación; y
la medida de Su cercanía al seno del Padre, y al trono del Padre, es justo la
medida de nuestra cercanía; porque nosotros permanecemos no sólo en la
aceptabilidad de Su obra, sino en toda la aceptabilidad de Su persona. Si
nosotros pasáramos nuestros pensamientos de nuestra indignidad a Su amor
perfecto, nosotros tendríamos confianza en lugar de alarma al pensar en el
juicio; porque nunca, hasta que sea manifestado en Su tribunal, sabremos
nosotros lo que Él ha hecho por nosotros, lo que Él ha sido para nosotros, y lo
que Él ha soportado de nosotros. Entonces, en la presencia de Su gloria,
nosotros veremos el resplandor de amor que se manifestó en la paciente gracia y
bondad incansable en medio de nuestros constantes fracasos; y nosotros nos
retiraremos de la escena sobrecogidos, no con terror, sino con un despliegue de
todo su amor.
¡Que Él abra nuestros
corazones suspicaces y enderezados para tomar ahora más de este amor maravilloso,
y estar más ocupados con Su suficiencia en nosotros, y Su Palabra para
nosotros, y menos con nuestras debilidades y deficiencias! Ciertamente,
nosotros lo deshonramos y lo contristamos cuando nos descarriamos y somos
mundanos y caminamos como los hombres; pero si realmente confiamos en Él para
librarnos del pecado y de la ira, y deseamos vivir en la luz sin nubes de la
comunión con nuestro Señor, es una afrenta y dolor más grande al Amigo que es
más cercano que un hermano, cuando Él nos ve cuestionando Su amor inmerecido, y
rehusando tomar el lugar de un hijo aceptado, lo que Él da a cada pecador
creyente.
Que cada duda,
cristiano atribulado, en la lectura de la bendita seguridad y las promesas consoladoras
de la Biblia, digan siempre, “Yo tengo todo esto o nada”
Verdades para nuestros días, Sep.
2010
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