Deléitate
asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Salmo
37:4
Dios tiene su contentamiento en Cristo,
y nuestra aspiración constante debería ser presentar a Dios aquello en lo que
él tiene su contentamiento. Cristo debería ser siempre el objeto de nuestro
culto, y lo será en la proporción en que seamos guiados por el Espíritu de
Dios.
¡Cuántas veces sucede todo lo
contrario, lamentablemente! Ya sea en el culto público o en lo particular, muy
a menudo el tono es débil y el espíritu triste y pesado, ya que nos ocupamos de
nosotros en vez de ocuparnos de Cristo. Entonces el Espíritu Santo, en lugar de
cumplir su obra comunicándonos las cosas de Cristo, se ve obligado a dirigir
nuestra atención a nosotros mismos para que nos juzguemos, porque nuestra
conducta no ha sido correcta.
Todo esto debe ser lamentado y reclama
nuestra atención, ya sea en cuanto a nuestras reuniones públicas o en cuanto a
nuestra devoción privada. ¿Por qué el tono de nuestras reuniones frecuentemente
es tan lánguido y débil? ¿Por qué los himnos y las oraciones no son lo que
deberían ser? ¿Por qué hay entre nosotros tan pocas cosas de las que Dios pueda
decir: “Mi ofrenda, mi pan con mis ofrendas encendidas, en olor grato a mí”?
Porque al estar ocupados en nosotros mismos, en nuestras necesidades, en nuestras
dificultades, somos incapaces de ofrecer a Dios el pan de su sacrificio. En
realidad, le robamos lo que le corresponde y lo que su corazón desea (Mal.
1:6-14).
Deberíamos procurar mantenernos en un
estado del alma que nos hiciera capaces de ofrecer a Dios lo que a él le agradó
llamar “mi pan”.
Ocupémonos, pues, constantemente en
Cristo como olor agradable a Dios.
C. H. Mackintosh
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