sábado, 23 de noviembre de 2024

Tres despertamientos, en Isaías

 Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Jehová; despiértate como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados, Isaías 51.9

Es el lenguaje de los fieles de Israel en una época futura, suplicando a Dios de todo corazón por una manifestación de su poder a favor de Sión y la nación. Entendemos que en este caso “el brazo de Jehová” es una persona: Cristo. Un espíritu de confesión y súplica precederá aquella grandiosa obra de Dios a favor de Israel en los días de la gran tribulación.

¿No podemos aprender nosotros también, en estos días en que vivimos, que, si deseáramos restauración, avivamiento y bendición, debe haber primeramente un espíritu de confesión y súplica?

                Aquellos suplicantes le hacen a Dios recordar los tiempos antiguos — varios miles de años — cuando El destruyó los ejércitos de Faraón para sacar a su pueblo “por camino seco en medio de las profundidades del mar”. Para ellos Dios nunca ha perdido su poder. Al comienzo del capítulo leemos: “No se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír”.

Dios en su clemencia se tarda muchas veces en “cobrar la cuenta”. Pero en el caso de Israel en este capítulo, aquella nación ha tenido que cosechar lo que sembró, encontrándose ya en los tres años y medio de gran aflicción. Si nosotros, su pueblo redimido, quisiéramos evitar la mano castigadora de nuestro Padre celestial, debiéramos confesar nuestro pecado y apartarnos de él. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

Despierta, despierta, levántate, oh Jerusalén, que bebiste de la mano de Jehová el cáliz de su ira, Isaías 51.17

La respuesta del Señor al clamor de su pueblo es una llamada a Jerusalén a levantarse. Ahora Dios está dispuesto a abogar por los suyos; dice el versículo 22 que El aboga por ellos. La cosa será al revés: sus enemigos serán angustiados y beberán del cáliz de la ira divina.

Se trata de esto en Apocalipsis 19, donde vemos al Señor Jesucristo saliendo del cielo montado sobre un caballo blanco, con toda su magnificencia de Rey de reyes y Señor de señores. El pisotea a sus enemigos y libra a Jerusalén y a los fieles de la nación de Israel de aquellos que los destruían.

En aquel día los ejércitos celestiales acompañarán a su glorioso Señor, y nosotros seremos manifestados con él. “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”, Colosenses 3.4. Su venida se acerca, y El nos llama ahora: “Levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”, Lucas 21.28.

Despierta, despierta, vístete de poder, oh Sion; vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo, Isaías 52.1

El profeta puede ver a lo largo de los siglos venideros el cumplimiento pleno de la súplica angustiosa de Israel a su Dios: “Vístete de poder, oh brazo de Jehová”. El reloj profético tocará la hora para la restauración de Sión y su preparación para recibir al gran Rey. Dios es un Dios de orden; El no hace las cosas precipitadamente, ni actúa antes del tiempo ni después del tiempo.

Una de las razones porque ha transcurrido tanto tiempo desde el cumplimiento de la profecía de Isaías es que primeramente el Señor Jesucristo ha de venir y llevar su Iglesia al cielo. La formación de la Iglesia ha sido una obra lenta pero segura, y está llegando rápidamente a su consumación.

No se puede ignorar que hay indicaciones en los acontecimientos mundiales que apoyan esta creencia. Hay el movimiento nacionalizador de Israel, el movimiento ecuménico en el romanismo y el protestantismo, el mercado común en Europa con la aparente restauración del antiguo imperio romano, y se hace palpante entre los que se congregan en el nombre del Señor el espíritu de tibieza cual Laodicea.

“Velad, pues”, advierte El en Mateo 25.13, “porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”. Tomemos a pecho, como una llamada divina a nosotros, las palabras del versículo 2 de este capítulo en Isaías: “Sacúdete del polvo ... suelta las ataduras de tu cuello”. O sea, librémonos de los amarres de este mundo, las cosas de la carne y las cosas materiales que nos impiden dar al Señor la prioridad de nuestro tiempo y nuestras vidas. El tiempo es corto.

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