La velocidad, la impaciencia, el ritmo alocado y vertiginoso, son las características que predominan en nuestros días. Observamos asombrados la cantidad de accidentes automovilísticos que se Producen a diario, especialmente en los caminos ruteros. Todos quieren pasar adelante, llegar pronto a destino. Muchos no llegan, pues les sorprende la muerte o quedan físicamente disminuidos. A veces se justifica, como excepción, un viaje urgente por enfermedad u otro motivo poderoso. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones priva la inconsciencia y la irreflexión y no sirven de advertencia y escarmiento tantos sucesos dolorosos. Ante tales hechos, se cae en la encrucijada de no saber si corresponde aplaudir o censurar los adelantos técnicos de la industria automotriz, que ha alcanzado niveles tan elevados en cuanto a velocidad. Claro que todo corre paralelo a esta época espacial, en que el hombre ha llegado a la Luna y los aviones supersónicos acortan distancias en tiempos inverosímiles.
El hombre sin Dios vive obsesionado e
intranquilo: quiere "ganarle la delantera" a la vida y, en
contraposición, suele encontrar la muerte y la perdición. Aunque se supone que
sabe a dónde quiere ir, pretende llegar demasiado aprisa, a veces con sus
sentidos físicos embotados. Y espiritualmente hablando, corre la carrera de la
vida vertiginosamente, con sus sentidos adormecidos, aletargados, y lo que es
más grave, sin una meta definida.
El llamado de atención de Dios es:
"Paraos en los caminos, y Mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cual
sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra
alma" (Jerem. 6:16). Y nuestra reflexión desea profundizar en esta
pregunta: nosotros, los creyentes en el Señor, ¿no solemos caer en este ritmo
violento de la vida moderna? No solamente con respecto a la conducción de
nuestros vehículos automotores —con los que a veces cometemos excesos con
riesgo de nuestra integridad física y la de nuestros semejantes —sino también
en nuestro sistema de vida, que no siempre sometemos a la conducción sabia y
segura de nuestro Padre Celestial, que debe ser el Dueño y contralor de
nuestras acciones.
Nos
apuramos, estamos impacientes
Dice
la Palabra de Dios: . . . ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los
fuertes... sino que TIEMPO y OCASION acontece a todos" (Eccl. 9:1 1). Es
un lamentable error nuestro pretender adelantarnos a los propósitos de Dios.
Todo llegará a cada uno en su tiempo y oportunidad.
Si algún peligro nos acecha, si
la
carne se quiere revelar, oímos al Señor que nos dice: "No habrá para que
vosotros peleéis en este TROS CORAZONES: PORQUE LA caso: paraos, estad quedos,
y ved VENIDA DEL SEÑOR SE ACERCA" la salud de Jehová con vosotros. . . no
temáis ni desmayéis… " (2 Crón. 20:17).
"PUES, HERMANOS, TENED PACIENCIA
HASTA LA VENIDA DEL SEÑOR... CONFIRMAD VUESTROS CPRAZONES: PORQUE LA VENIDA DEL
SEÑOR SE ACERCA” (Sgo. 5:7,8).
S.
J. Alonso, Sana Doctrina, 1971
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