Este fiel siervo de Dios era sacerdote en Judá, pero Dios le escogió como su profeta desde antes de nacer. Al morir el buen rey Josías a la edad de treinta y nueve años, la nación iba corriendo desenfrenadamente tras los ídolos y el culto abominable de los paganos, hasta que Dios tenía que llevar a cabo la más terrible forma de castigo contra ella. Desde el rey y la reina hasta los sacerdotes y falsos profetas, apostataron. Mediante su siervo Jeremías, Dios procuró con paciencia, ruegos, promesas y amenazas volverlos a los caminos suyos.
Jeremías
se llama “el profeta de lágrimas” y es un precioso tipo del Señor Jesucristo,
el Varón de dolores experimentado en quebranto. Tuvo un corazón tierno y amable
de verdadero pastor, y a la vez un celo inapagable por la gloria de Dios. Como
la gente se ponía sorda a los mensajes de Dios, él tuvo que hablarles por medio
de parábolas, como hizo también nuestro Señor Jesucristo en el Nuevo
Testamento.
Veamos
el relato en Jeremías 13 sobre el cinto del profeta.
El pueblo de
Dios
“Me
dijo Jehová: Ve y cómprate un cinto de lino”. En el versículo 10 vemos que el
cinto era como la nación de Judá. Fue comprado, y la nación había sido redimida
de la esclavitud de Egipto a precio de la sangre del cordero. Nosotros también
hemos sido comprados a precio infinito, y pertenecemos a Cristo de espíritu,
alma y cuerpo.
“Cíñelo
sobre tus lomos”, indicando así la relación íntima entre Dios y su pueblo, Juan
17.23: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”.
El
cinto de lino simboliza los privilegios y servicios sacerdotales. Bajo la ley
el sacerdocio fue limitado a una sola familia, la de Aarón, pero bajo la gracia
todos los redimidos, varones y hembras, somos un sacerdocio santo y real, 1
Pedro 2.5,9.
La
contaminación
“No
lo metas en agua”. El lino blanco se mancha fácilmente. Recuerdo que en cierta
ocasión fui a visitar la casa de un creyente y me pusieron una vieja silla de
cuero. Al terminar la visita me levanté para salir cuando un amigo me llamó la
atención al hecho que había una mancha grande en el asiento de mi pantalón como
también en las espaldas de mi saco. Era de humo y grasa que no se podía quitar
fácilmente. Fue preciso regresar a casa y cambiar de flux.
Para
estar en la presencia de Dios el sacerdote tenía que lavarse las manos y los
pies y estar santificado, o de otro modo moriría. En 1 Corintios 11 el apóstol
amonesta a los creyentes en cuanto a la necesidad del examen propio, la
confesión y el apartamiento del pecado antes de ir a la Cena del Señor. Algunos
de los corintios habían faltado en esto, y por lo tanto “muchos” estaban
enfermos y “muchos” habían muerto. Así se ve cuán fatales pueden ser las
consecuencias de faltar reverencia y santo temor por las cosas de Dios.
En Juan 13 vemos a nuestro Señor en el
aposento alto ocupado en su ministerio sacerdotal, lavando los pies de sus
apóstoles y dejándoles un ejemplo del amor hermanable puesto en práctica
mutuamente en cuanto al estado espiritual los unos con los otros.
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido
en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de
mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”,
Gálatas 6.11.
El alejamiento
Jeremías tuvo que emprender un viaje
muy largo desde Jerusalén hasta el río Éufrates, para meter el cinto en la
hendidura de una peña. Después de muchos días tuvo que regresar al sitio donde
estaba escondido el cinto, y “he aquí, el cinto se había podrido; para ninguna
cosa era bueno”.
Judá estaba lejos en corazón de su Dios
y “encuevado como una lapa” en su rebelión y soberbia. Había dejado de servir
al Dios verdadero y estaba metido en tierra (el mundo); se había podrido y
“para ninguna cosa era buena”. ¡Qué cuadro solemne de lo que puede suceder con
el creyente que va alejándose de corazón de los caminos del Señor, hasta que se
encuentra hundido en el mundo, com-pletamente inutilizado para Dios, podrido
por su soberbia y listo solamente para ser botado!
¿Es posible que un creyente verdadero
puede llegar a tal extremo, por el descuido y por resistir la voz del Señor
cuando le llama al arrepentimiento y la restauración? Sí, es posible. Tenemos
los casos de Lot (encuevado, por cierto), Sansón, Salomón, Demas y “algunos” de
1 Timoteo 1.19 que naufragaron en cuanto a la fe.
El
ministerio especial de Jeremías fue para volver al pueblo de Judá de su camino
de perdición y efectuar en ellos una verdadera restauración de corazón a su
Dios. Gracias al Señor, que después de setenta años en Babilonia, un remanente
de fieles subió con Esdras, Nehemías y Zorobabel, ¡pero ay de aquellos que
nunca regresaron!
El remanente
Dios tiene siempre su remanente. Aun
cuando Elías creía que era el único que había quedado fiel, y él mismo se metió
en una cueva por temor y desanimación, Dios le informó que Él tenía siete mil
hombres cuyas rodillas no se doblaron ante el ídolo Baal; 1 Reyes 19.18.
Queridos hermanos, no hay que desanimarse,
aunque la mayoría se haya apartado de su primer amor. Dios siempre tendrá su
remanente fiel. Cristo pudo decir a la iglesia de Filadelfia: “Tienes poca
fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre”. Lo que agrada al
Señor es la calidad antes de la cantidad. No debemos descuidar nuestra
condición espiritual sino llevar siempre un testimonio sin mancha delante de
Dios y los hombres. No debemos abandonar nuestro sacerdocio espiritual sino
tener siempre ceñidos nuestros lomos con el cinto blanco de la verdad. “Estad
pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad”, Efesios 6.14.
Santiago Saword
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