domingo, 15 de diciembre de 2024

El cinto de lino de Jeremías

 Este fiel siervo de Dios era sacerdote en Judá, pero Dios le escogió como su profeta desde antes de nacer. Al morir el buen rey Josías a la edad de treinta y nueve años, la nación iba corriendo desenfrenadamente tras los ídolos y el culto abominable de los paganos, hasta que Dios tenía que llevar a cabo la más terrible forma de castigo contra ella. Desde el rey y la reina hasta los sacerdotes y falsos profetas, apostataron. Mediante su siervo Jeremías, Dios procuró con paciencia, ruegos, promesas y amenazas volverlos a los caminos suyos.

Jeremías se llama “el profeta de lágrimas” y es un precioso tipo del Señor Jesucristo, el Varón de dolores experimentado en quebranto. Tuvo un corazón tierno y amable de verdadero pastor, y a la vez un celo inapagable por la gloria de Dios. Como la gente se ponía sorda a los mensajes de Dios, él tuvo que hablarles por medio de parábolas, como hizo también nuestro Señor Jesucristo en el Nuevo Testamento.

Veamos el relato en Jeremías 13 sobre el cinto del profeta.

El pueblo de Dios

“Me dijo Jehová: Ve y cómprate un cinto de lino”. En el versículo 10 vemos que el cinto era como la nación de Judá. Fue comprado, y la nación había sido redimida de la esclavitud de Egipto a precio de la sangre del cordero. Nosotros también hemos sido comprados a precio infinito, y pertenecemos a Cristo de espíritu, alma y cuerpo.

“Cíñelo sobre tus lomos”, indicando así la relación íntima entre Dios y su pueblo, Juan 17.23: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”.

El cinto de lino simboliza los privilegios y servicios sacerdotales. Bajo la ley el sacerdocio fue limitado a una sola familia, la de Aarón, pero bajo la gracia todos los redimidos, varones y hembras, somos un sacerdocio santo y real, 1 Pedro 2.5,9.

La contaminación

“No lo metas en agua”. El lino blanco se mancha fácilmente. Recuerdo que en cierta ocasión fui a visitar la casa de un creyente y me pusieron una vieja silla de cuero. Al terminar la visita me levanté para salir cuando un amigo me llamó la atención al hecho que había una mancha grande en el asiento de mi pantalón como también en las espaldas de mi saco. Era de humo y grasa que no se podía quitar fácilmente. Fue preciso regresar a casa y cambiar de flux.

Para estar en la presencia de Dios el sacerdote tenía que lavarse las manos y los pies y estar santificado, o de otro modo moriría. En 1 Corintios 11 el apóstol amonesta a los creyentes en cuanto a la necesidad del examen propio, la confesión y el apartamiento del pecado antes de ir a la Cena del Señor. Algunos de los corintios habían faltado en esto, y por lo tanto “muchos” estaban enfermos y “muchos” habían muerto. Así se ve cuán fatales pueden ser las consecuencias de faltar reverencia y santo temor por las cosas de Dios.

En Juan 13 vemos a nuestro Señor en el aposento alto ocupado en su ministerio sacerdotal, lavando los pies de sus apóstoles y dejándoles un ejemplo del amor hermanable puesto en práctica mutuamente en cuanto al estado espiritual los unos con los otros.

“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”, Gálatas 6.11.

El alejamiento

Jeremías tuvo que emprender un viaje muy largo desde Jerusalén hasta el río Éufrates, para meter el cinto en la hendidura de una peña. Después de muchos días tuvo que regresar al sitio donde estaba escondido el cinto, y “he aquí, el cinto se había podrido; para ninguna cosa era bueno”.

Judá estaba lejos en corazón de su Dios y “encuevado como una lapa” en su rebelión y soberbia. Había dejado de servir al Dios verdadero y estaba metido en tierra (el mundo); se había podrido y “para ninguna cosa era buena”. ¡Qué cuadro solemne de lo que puede suceder con el creyente que va alejándose de corazón de los caminos del Señor, hasta que se encuentra hundido en el mundo, com-pletamente inutilizado para Dios, podrido por su soberbia y listo solamente para ser botado!

¿Es posible que un creyente verdadero puede llegar a tal extremo, por el descuido y por resistir la voz del Señor cuando le llama al arrepentimiento y la restauración? Sí, es posible. Tenemos los casos de Lot (encuevado, por cierto), Sansón, Salomón, Demas y “algunos” de 1 Timoteo 1.19 que naufragaron en cuanto a la fe.

El ministerio especial de Jeremías fue para volver al pueblo de Judá de su camino de perdición y efectuar en ellos una verdadera restauración de corazón a su Dios. Gracias al Señor, que después de setenta años en Babilonia, un remanente de fieles subió con Esdras, Nehemías y Zorobabel, ¡pero ay de aquellos que nunca regresaron!

El remanente

Dios tiene siempre su remanente. Aun cuando Elías creía que era el único que había quedado fiel, y él mismo se metió en una cueva por temor y desanimación, Dios le informó que Él tenía siete mil hombres cuyas rodillas no se doblaron ante el ídolo Baal; 1 Reyes 19.18.

Queridos hermanos, no hay que desanimarse, aunque la mayoría se haya apartado de su primer amor. Dios siempre tendrá su remanente fiel. Cristo pudo decir a la iglesia de Filadelfia: “Tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre”. Lo que agrada al Señor es la calidad antes de la cantidad. No debemos descuidar nuestra condición espiritual sino llevar siempre un testimonio sin mancha delante de Dios y los hombres. No debemos abandonar nuestro sacerdocio espiritual sino tener siempre ceñidos nuestros lomos con el cinto blanco de la verdad. “Estad pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad”, Efesios 6.14.

Santiago Saword

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