“Según el Nuevo Testamento, ¿cuántas veces resuena el ALELUYA sobre la Tierra?” Esta pregunta la hizo un predicador amigo, a un hermano que con impertinencia interrumpía sus prédicas voceando de voz en cuello “¡Aleeeluuuya!” en los momentos más inoportunos durante el sermón.
“¿Qué
cuántas veces resuena el aleluya en la tierra?” “Pues...
muchas, muchas veces”, respondió el hermano. “Pues vea”, le dijo el predicador:
“Aleluya no resuena en la tierra ni una sola vez en el Nuevo
Testamento. Resuena solo en el cielo y esto únicamente en un solo capítulo del
último libro de la Biblia”.
Pese a ese limitado uso, aquí en la
tierra escuchamos el Aleluyeo en cantidades
astronómicas. Algunos lo usan superficialmente como si se tratara de un
estribillo o de un refrán. Otros para hacer demostraciones de espiritualidad.
Predicadores hay que cuando se les acaba la gasolina apelan al Aleluya como
relleno para tomar impulso; como una pausa de punto y coma en lo que se les va
ocurriendo más palabrerío para proseguir. Hay quienes lanzan aleluyas
repetidamente, fuertemente, atronadoramente, como si fueran saetas
incendiarias. Las envían para incitar emotivamente a los oyentes. En turno,
éstos se las devuelven con estrepitosas andanadas como si se tratase de un
ametrallamiento entre dos bandos. La gritería sube tanto de volumen y de color
que es capaz de intimidar al más bravucón do de ensordecer a cualquiera.
El modelo de predicadores, Jesucristo,
pronunció su sin igual Sermón del Monte de los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo sin
usar el recurso de los Aleluyas ni una sola vez.
Los Aleluyas estuvieron ausentes de su brillante Sermón
del Monte Olivar del capítulo 24. Lo mismo hizo su fogoso discípulo Pedro
cuando le tocó predicar el histórico sermón del día de Pentecostés y su
productivo mensaje en la casa del centurión Cornelio. Notamos la ausencia de
los Aleluyas en el sermón de San Pablo a los filósofos sobre el
Areópago ateniense y en sus discursos de defensa frente a los gobernadores
Félix y Porcio Festo y ante los reyes Agripa y Berenice. Los predicadores
contemporáneos más destacados, sustanciosos y fructíferos, tampoco incluyen
los Aleluyas en sus mensajes.
Con amargo espíritu de juicio hay
quienes se permiten clasificar de “fríos” los cultos donde
el Aleluya brilla por su ausencia. Para ellos la
temperatura de un culto se mide A l e l u y a m e n t e. Aún los
creyentes individualmente son enjuiciados de “fríos” o
absueltos como “calientes” dependiendo del número y del
volumen con que truenen sus A l e l u y a s en el culto. Esta
desafortunada consigna arroja resultados negativos. Promueve entre los nuevos
convertidos un aceleramiento desproporcionado por aprender rápido lo que ellos
perciben ser las leyes del juego y el carnet de pase a la aceptación.
¿Resultado? que muy pronto se les ve en el pleno descargue de Aleluyas al
por mayor y detalle.
Este estado de cosas es por demás
triste, deprimente e innecesario. Se hace intolerable al que llega a discernir
que se puede llegar a este y a cualquier otro aspaviento sin tener raíz, ni
profundidad en la vida espiritual. Cualquiera puede hacer esto. No es tan
difícil condicionar la emoción, ni descargarla por el tubo de la rutina.
Resulta contraproducente cuando
en medio de un sermón en el que el predicador dice “si no te arrepientes irás
al infierno”, la gritería responda: “¡Amén! ¡Aleluya!” como si dijera: “¡Qué
bueno que ese va para el infierno! ¡Así sea alabado Dios por
ello!” A veces el orador narra con destreza e intensidad emocional
una volcadura de automóvil en la que pierden la vida sus ocupantes.
Ilustraciones de esta naturaleza suponen evocar en el auditorio un profundo sentimiento
de pena, de identificación con la desdicha de los accidentados, pero... ¿cómo
se responde? “¡Aleluya, gloria a Dios!”
Quede claro que no estamos
inculpando a los que Aleluyan como quienes hacen estas ina-propiadas
intervenciones con intenciones de producir efectos negativos. Eso nunca. Todo
lo que este asunto demuestra es que se puede ser víctima de psicosis, y que
ésta puede estar barrenada tan hondamente, que ésta apriete el gatillo
inconscientemente. Una vez sale este disparo, ya no se le puede hacer regresar.
Pero es el caso que el uso inoportuno, inapropiado, indiscriminado de esta
significativa palabra de alabanza, además de ser absurdo, deja impresiones muy
desfavorables en el ánimo de las gentes. El sabio Salomón en Proverbios 25.11
exhorta: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como
conviene”. Las palabras dichas con sazón en el tiempo adecuado son como la
combinación de estos dos metales preciosos cuando se confecciona un ornamento.
Son palabras sobre ruedas que se mueven, ensanchan su benéfica influencia, y no
mueren. El proverbista subraya en su libro de que bajo el sol hay tiempo
oportuno para todo. Esta filosofía debía servir como una saludable lección. San
Pablo por su parte anima a los cristianos Colosenses a “andar
sabiamente para con los de afuera” y para ello les recomienda: “Sea
vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” [4.5-6].
¿QUÉ SIGNIFICA ALELUYA?
Aleluya es un vocablo hebreo compuesto
del verbo Alelu que significa load y el nombre Ya que
es una abreviación de Yavéh, Yaué, Yajué o Jehová. El nombre
de la Deidad que invoca la palabra Aleluya, hace de ella una
palabra de un significado profundo, muy profundo. Tan profundo como la
inmensidad del Ser que forma parte de su estructura. Aleluya es
tan sublime como el Dios a quien supone va dirigida su alabanza. El nombre de
Yavéh que incluye la invocación de este vocablo debe hacernos pensar dos veces
antes de ametrallar a mansalva a un auditorio con esta sagrada palabra. Aleluyar sin
ninguna consideración, sin ninguna ciencia o discriminación, solo para darnos a
conocer como cristianos o quizás solo para ser vistos u oídos, o para producir
ruido, o para impresionar a otros de nuestra espiritualidad, para aparentar que
“estamos en la cosa” o para “calentar” un culto, nos pone en el riesgo de usar
el nombre de Yavéh en vano. Aleluya, repito, significa alabad a
Yavéh. Yavéh es Dios, alto, sublimado, y su carácter es reverendo o reverenciable.
Los judíos tenían un concepto
tan elevado y un escrúpulo tan profundo en cuanto al uso del Nombre del
Inefable, que eran en demasía puntillosos observando la prohibición del tercer
mandamiento de la ley de Dios. Este mandamiento dice: “No tomarás el
nombre de Yavéh tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yavéh
al que tomare su nombre en vano” [Éx. 20.7]. Poseídos de un profundo
sentimiento de reverencia al Nombre de Yavéh, los judíos se abstenían de
pronunciar este nombre y preferían substituirlo con otras designaciones como
Adonai o Elohim. Al transcribir las Sagradas Escrituras cuando estas contenían
el nombre Yavéh, los escribas pausaban y se lavaban mucho las manos antes de
transcribir el nombre de la Deidad.
La única porción del Nuevo
Testamento que contiene la palabra Aleluya en el capítulo 19
de Apocalipsis. En sus primeros seis versos encontramos una gran multitud en el
cielo que la trae a colación cuatro veces. La primera vez se encuentra en el
verso uno y dice: “Después de esto oí una gran voz de gran multitud en
el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honor y gloria y poder
son del Señor Dios nuestro”. Como bien señaló el finado predicador
canadiense, Boyd Nicholson, este es el Aleluya de redención o
de salvación si se quiere. Lo entonan con regocijo los redimidos por la sangre
del Cordero que ahora moran en la casa celestial.
La segunda vez se halla en el
verso tres donde se lee: “Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella
sube por los siglos de los siglos”. Este es el Aleluya de retribución o
de juicio sobre la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su
fornicación, vengando la sangre de sus siervos de la mano de ella.
La tercera mención de la palabra
se hace en el verso 4 y éste dice: “Y los veinticuatro ancianos y los
cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba
sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!” Este es el
Aleluya de adoración que entonan los veinticuatro ancianos y
los cuatro seres vivientes que se postran ante el trono de Yavéh - Yavéh - para
adorarlo.
La cuarta y última mención
de Aleluya la hace el verso 6 en estos términos: “Y oí
como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la
voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios
Todopoderoso reina!” Este es el Aleluya de subordinación a
la majestad, al señorío, al reinado del Señor Dios Todopoderoso.
Aleluya, amigo
nuestro, es una palabra para el uso exclusivo de los redimidos, de los que
conocen al Señor, le aman, y le reverencian. Si usted lee este tratado ahora y
todavía no ha sido redimido de sus pecados por la sangre preciosísima de
Jesucristo, quiero invitarle a arrodillarse en cuerpo, y a inclinarse en
espíritu ante la majestad de Dios, y allí, arrepentido de sus pecados, pídale a
Él que lo perdone y lo reciba en su familia. La Biblia nos asegura que a los
que reciben al Hijo de Dios como Salvador, Él los hace hijos de Dios, a los que
creen en su nombre. Acepte a Jesucristo hoy y aprenda en la sinceridad y en la
profundidad de su corazón a decirle: ¡ALELU - YA!
Mariano González V.
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