Los tesalonicenses dieron pruebas indiscutibles de una verdadera conversión; la persecución contra ellos fue agresiva y contundente.
En 1 Tesalonicenses 4:13-18 parece que algunos habían muerto por su fe
en Cristo y Pablo consuela a los vivos con la esperanza de la venida del Señor
para levantar primero a los que han muerto en El y por El. En 2 Tesalonicenses
capítulo 1 estaban soportando sus tribulaciones con tanta paciencia y fe que
los apóstoles estaban maravillados. Era grande la hostilidad de parte de sus
propios conterráneos; abundaban en la seguridad de su salvación que nada les
amilanaba.
El evangelio fue extendido por ellos en aquellas regiones, de modo que
ya no había a quién predicarle. El diablo quiso apagar en ellos el fuego del
amor, atizando el fuego de la maldad y de la sevicia, pero no lo consiguió,
porque los tesalonicenses estaban unidos de tal manera que el apóstol Pablo no
tuvo que escribirle respecto a esto: “Mas acerca de la caridad fraterna, no
habéis menester que os escriba: porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios
que os améis los unos a los otros.” (1 Tesalonicenses 4:9)
Nos causa regocijo nuestra meditación cómo los hermanos tesalonicenses
no solamente mostraron la santidad de Dios para con el mundo y sus adversarios
(1 Tesalonicenses 1:3), sino que su santidad fue practicada en tres maneras
más, muy destacadas.
·
Santificación
personal: “Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación.” (1
Tesalonicenses 4:3)
El hermano debe tener presente a cada paso que un día atrás en su vida
hubo el momento de su consagración al Señor: “Porque sois comprados por precio:
glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son
de Dios.” (1 Corintios 6:20)
Es muy fácil mostrar santidad personal cuando estamos delante de
nuestros hermanos, pero ser diablos a espaldas de ellos. Esta es la santidad
del fariseo. ¿No eran así que estaban haciendo Ophni y Finees? Oficiaban en el
tabernáculo y dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo
de testimonio. (1 Samuel 4:4, 2:22) ¿No era así que estaban haciendo algunos de
los corintios? Participaban de la mesa del Señor y comunicaban con la mesa de
los demonios. (1 Corintios 10:20,21)
Acordémonos que, semejantes al sacerdote antiguo, nuestros oídos, manos
y pies fueron consagrados con la sangre preciosa del Cordero para obedecer,
para servir y para andar en la senda del Señor.
·
Santificación
conyugal: “Que cada uno de vosotros sepa tener su vaso en santificación y
honor.” (1 Tesalonicenses 4:4)
La santificación progresiva de los tesalonicenses llegó al hogar.
Algunos evangélicos cambian muy poco de las costumbres que traen del romanismo.
Dan ocasión a Satanás por su incontinencia; traen al mundo hijos de la carne, y
como resultado muy poca se ve en la familia.
El hogar santificado tiene su principio en el estudio familiar. Entre
muchos hogares bíblicos de imitar, están los hijos de Recab, el hogar de
Zacarías y Elizabet, el hogar de Loida y Eunice y el hogar de Cornelio.
(Jeremías 35, Lucas 1, 2 Timoteo 1.4:5, Hechos 10:1)
·
Santificación
fraternal: “Que ninguno oprima ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor
es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y protestado. Porque no nos ha
llamado Dios a inmundicia, sino a santificación.” (1 Tesalonicenses 4:6,7)
La santidad progresiva de los tesalonicenses trascendía a la
fraternidad. Con nuestros hermanos debemos ser limpios. “Considerémonos los
unos a los otros para provocarnos al amor y a las buenas obras.” (Hebreos
10:24)
José Naranjo
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