El "Primer
Hombre" y el "Segundo Hombre" (continuación)
EL
SEGUNDO HOMBRE
El Señor es el "segundo
Hombre" y el "Postrer Adán". Como "segundo
Hombre", Su
humanidad fue de un
origen totalmente nuevo al ser concebido por el Espíritu Santo a través de una virgen.
("El ángel le respondió y le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también lo santo que
va a nacer será llamado Hijo de Dios". Lucas 1: 35 - RV1977). Hubo una
unión de las naturalezas divina y humana (pero sin pecado) que formó este nuevo
orden de humanidad que es visto en Cristo. Cuando el Señor resucitó de entre
los muertos llegó
a ser la Cabeza de la
nueva raza de hombres como el "Postrer Adán". Esta raza se
caracteriza por lo que es "espiritual" más que por lo que es
"natural". Ella es:
·
Celestial en cuanto a origen (1ª
Corintios 15: 47).
·
Celestial en cuanto a carácter (v. 48).
·
Celestial en cuanto a destino (v. 49).
El Señor no trajo Su
humanidad desde el cielo cuando Él vino a este mundo; Él era el que era "del
cielo" — es decir, Él era una Persona celestial. Nótese también que el
versículo 48 dice que también nosotros somos "celestiales".
Estamos esperando que nuestros cuerpos traigan la imagen del celestial cuando
el Señor venga (versículo 49), pero no tenemos que esperar para ser
celestiales, — somos criaturas celestiales ahora. (Versículo 48). Como parte de
esta nueva raza celestial nosotros debemos valorar todo lo que lleva su sello y
cultivar esas gracias y cualidades celestiales en nuestras vidas y en la
asamblea.
Algunas consideraciones prácticas
Puesto que somos parte
de esta raza celestial de nueva creación que ha sustituido a la primera raza
bajo Adán, nosotros debemos andar como tales. Siendo criaturas celestiales
necesitamos tener cuidado de no introducir nada del primer orden de hombre en
la esfera del nuevo. Lo que es del primer hombre no debe interferir en las
cosas divinas. Pensar meramente en líneas terrenales y naturales es andar por
debajo de lo que somos como seres celestiales. Las gracias naturales, el
intelecto humano, el sentimiento humano, etc. no son malos, pero estas cosas
emanan del primer hombre y no tienen lugar alguno en la asamblea. La
intromisión de estas cosas naturales era un problema en la asamblea Corintia.
De hecho, en este mismo capítulo (1ª Corintios 15), Pablo estuvo tratando con
esto. Los corintios, con su intelecto humano, estaban tratando de entender
"cómo" resucitan los muertos (versículo 35). Puesto que no
podían entenderlo algunos de ellos no creían que hubiera una resurrección de
los muertos.
Nosotros podemos
aplicar el intelecto y la razón humanos en las cosas de Dios y seguramente ello
nos llevará al error. ¿Acaso no nos hemos sentado en reuniones de cuidado de la
asamblea y hemos oído ideas y opiniones humanas, por muy bien intencionadas que
ellas sean? Tales intromisiones no deben ser utilizadas en el ámbito espiritual
donde la Palabra de Dios debe ser nuestra única guía.
Introducir música en
la adoración a Dios en una asamblea cristiana sería una intrusión del "primer
hombre" en las cosas de Dios. La habilidad humana para interpretar
música hermosa es algo que es natural. Es aceptable en su lugar, pero no
pertenece al ámbito de las cosas espirituales en la asamblea. Por otra parte,
expresarse con soberbia y vanagloria es una característica del "viejo hombre"
y ciertamente tampoco tiene lugar en la asamblea.
Los sentimientos
humanos y las emociones humanas que emanan del primer hombre pueden afectar
nuestras acciones en la asamblea y llevarnos a oponernos a la Palabra de Dios.
Un ejemplo sería alguien abrazando afectuosamente a una persona que ha sido
excomulgada por algún mal (con quien la Escritura dice que no debemos tener
comunión) porque ellos sienten lástima por esa persona.
Además, lo que es
decente y respetable en el "primer hombre" puede ser aceptado
y se le puede dar un lugar en la asamblea. Existe una tendencia a valorar a un
hermano que tiene encanto natural, gracia y poderes intelectuales en lugar de
valorarlo por sus cualidades espirituales.
B. ANSTEY
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