domingo, 29 de junio de 2025

La Reunión de Oración

 


En el Nuevo Testamento no vemos ninguna reunión de jóvenes, ni ninguna reunión de mujeres. Toda la iglesia se reúne, como vemos en el siguiente texto: "Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones". Hechos 2.42.

Todos los que toman la Cena del Señor deben también reunirse para "orar". La oración es un privilegio y a la vez una responsabilidad de los que están en comunión en una asamblea. El patrón apostólico incluye todo lo que vemos en Hechos 2.42. Los que se reúnen para partir el pan deben estar también en la reunión para el ministerio de la Palabra, y en la reunión de oración.

Es curioso que los musulmanes van a la mezquita para orar 5 veces cada día, o sea, 35 reuniones cada semana.  En cambio, a veces a los cristianos les cuesta acudir a orar sola una vez cada semana. Revisemos nuestras prioridades. (Mt. 6.33; He. 10.25).

Dios Revelado

 

Dios revelado en la creación

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.”

Salmo 19:1

Nuestro Dios es el Dios vivo, no es un Dios lejano e incomprensible que nos ha dejado sin una revelación de sí mismo. Al contrario, se ha manifestado en tres formas diferentes: a través de la creación, de la Biblia y de Cristo.

Estos tres aspectos de la revelación divina se presentan de manera sorprendente en el Salmo 19, como un extraordinario registro de los tres libros que Dios ha utilizado para revelarse: los cielos, las Escrituras y el Salvador.

La primera revelación de Dios se encuentra en la creación misma, específicamente en los cielos que el salmista llama “la obra de sus manos”. En la actualidad, los astrónomos han adquirido un mayor conocimiento sobre la inmensidad del universo creado. Sabemos acerca de las enormes distancias que conforman los cielos estelares y de las innumerables galaxias que contienen miles de millones de estrellas, muchas de ellas mucho más grandes que nuestro sol. Los científicos utilizan el término «principio antrópico» para describir cómo el universo parece estar afinado y adaptado de manera precisa para el ser humano. Todos estos descubrimientos no hacen más que confirmar y reforzar lo que ya sabemos: Dios creó el universo y nos colocó en él para que le diéramos gloria.

“No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz,” (vv. 3-4). La creación tiene voz y habla a la conciencia del ser humano, o al menos debería hacerlo. Por eso, el apóstol Pablo les habló de la creación de Dios a los paganos e idólatras atenienses (véase Hch. 17:23-27). Aunque no tenían la Biblia, ellos tenían el libro de la creación. Lamentablemente, el ser humano ignora, muchas veces voluntariamente, este testimonio del “eterno poder y deidad” de Dios, lo que lo hará “inexcusable” en el día del juicio (véase Ro. 1:19-20).

¡Qué grande es nuestro Dios! Su poder y entendimiento es infinito (Sal. 147:5).

 

Dios revelado en la Biblia

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.” Salmo 19:7

En la primera parte de este salmo, el libro de la revelación de Dios en la creación, David utiliza el nombre divino El, que significa Poderoso. Él es el Dios poderoso que se muestra en la creación y que es observado por las naciones paganas. Pero, en el resto del salmo, utiliza el nombre Jehová (vv. 7-14). El uso del nombre Jehová aquí es significativo, pues es el nombre que Dios utiliza en relación con su pueblo.

El filósofo y teólogo alemán, Immanuel Kant, escribió una vez en una de sus obras filosóficas más conocidas: «Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». La primera parte de esta afirmación es correcta, como vemos en los primeros seis versículos de este salmo. Sin embargo, la segunda parte demuestra los límites de la filosofía humana. Debido a que la teología liberal de Kant tenía una baja estima de la inspiración de las Escrituras, esta se apartó de la Biblia y se dirigió a la conciencia humana en busca de dirección, la cual es claramente deficiente. En la Biblia, Dios nos ha dado una guía confiable, a diferencia de la ley moral del hombre caído o de sus filosofías.

La segunda revelación de Dios se encuentra en la Biblia. La Palabra de Dios tiene un valor indescriptible. Es más valiosa que el oro refinado y más dulce que la miel. Restaura el alma, instruye a los sencillos, alegra el corazón, ilumina los ojos y limpia la vida (vv. 7-9). Todo aquel que lee la Biblia puede afirmarlo. A través de las Escrituras, el siervo de Dios es amonestado. Pablo le dijo algo similar a Timoteo, expresando que la Palabra de Dios es “útil para enseñar, para redargüir, para corregir”, con el propósito de que el hombre de Dios esté completamente preparado para toda buena obra (2 Ti. 3:16-17).

En el Salmo 19, el “siervo de Dios” es amonestado por la Palabra de Dios, mientras que en 2 Timoteo 3, el “hombre de Dios” es instruido y preparado por ella. En cualquier caso, el mensaje es claro: debemos valorar y conocer su contenido.

 

Dios revelado en el Redentor

“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” Salmo 19:14

Hasta ahora hemos visto como, en el Salmo 19, Dios se ha revelado a través del libro de la creación y a través de la Ley. Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos (vv. 1-6), mientras que la Ley de Jehová es perfecta, la cual hace sabio al sencillo (vv. 7-11). Sin embargo, ninguno de estos libros puede salvar nuestras almas. La grandeza de los cielos nos permite conocer el poder y la deidad de Dios, pero no su amor. La Ley, aunque es santa, justa y buena (véase Ro. 7:12), no puede redimirnos. De hecho, a través de la Ley adquirimos “el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20).

La tercera parte del salmo aborda el asunto del pecado (vv. 12-14). Se trata de una oración para ser purificados del pecado oculto y guardados del pecado voluntario. Como cristianos, hemos sido justificados por la preciosa sangre de Cristo, quien nos ha limpiado de todo pecado, por lo que no es necesario repetir esta obra. Sin embargo, la confesión diaria es una parte importante de una vida cristiana saludable y vibrante, ya que nos ayuda a mantener nuestra comunión con Dios. El versículo 12 hace referencia a los pecados de ignorancia, pero David también ora para ser guardado de los pecados voluntarios en el versículo 13. Al seguir estos pasos de cuidado y confesión, seremos preservados de caer en “gran rebelión” (v. 13) y evitaremos caídas repentinas en el pecado, aunque siempre debemos estar alerta, porque siempre tendemos a deslizarnos gradualmente.

En el último versículo de este salmo, David llama a Jehová “roca mía” y “redentor mío”. Esta última expresión se utiliza tan solo dos veces en la Biblia, siendo David y Job (véase Job 19:25) los únicos que la utilizan. Este salmo comienza con el Creador y termina con el Redentor (comp. Ap. 4:11; 5:9).

Finalmente, David concluye con una hermosa oración que resalta a nuestro maravilloso Redentor: que las palabras de nuestra boca y la meditación de nuestro corazón sean agradables a él.

Brian Reynolds

El Señor Está Cerca

¿Qué cosas no se encuentran en el las iglesias del nuevo Testamento?

 



En el nuevo testamento no encontramos:

v  El templo,

v  los edificios consagrados,

v  los altares,

v  el candelero,

v  las velas,

v  el incienso,

v  el aceite de unción,

v  los sacrificios de animales,

v  los sacerdotes levíticos,

v  las comidas prohibidas,

v  los instrumentos musicales,

v los coros, cantantes y directores de alabanzas

v un calendario religioso de días festivos

v los diezmos

Tales cosas pertenecen al viejo pacto, no a la iglesia, y fueron "impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas"(He. 9.10). En el lenguaje de Hebreos: "vamos adelante" (He. 6.1).

El diablo, la carne y el mundo

 

El diablo tienta, la carne tienta


Estas tres potestades tienen un vínculo muy íntimo entre sí, y todas trabajan en una combinación asidua y tenaz para la ruina y perdición de los hombres. La carne es la carroza y el mundo es el escenario donde el diablo anda y opera. Con todo esto, cada una de estas potestades tiene su esfera autónoma para obrar en el campo que los hombres le facilitan.

La mayoría de las veces el hombre, después que ha caído y ha complacido sus placeres carnales, dice: “El diablo me tentó, el diablo se me metió y cometí un disparate; es que no sé cómo el diablo me cegó y caí en sus trampas.” Alguno ha dicho que ninguno cae en público sin antes haber caído en secreto. Las Escrituras definen claramente cuál es el pecado del hombre, cuál la tentación del diablo y cuál la maldad de mundo.

Nunca leemos cuando el pecado de David de que Dios, o el profeta Natán, o el mismo David, acusaron al diablo de haberlo incitado a adulterar con Bath-sheba y a eliminar a Uría. No leemos que Acán haya sido impedido por el diablo a sustraer objetos del anatema en Jericó. Nada nos prueba que Esaú fue impulsado por el diablo a menospreciar su primogenitura; tampoco Nadab y Abiú a ofrecer fuego extraño en el altar; ni a Nabal para mostrarse tan avaro con David; y de otros tantos que por falta de espacio no podemos citar.

En cambio, hay pruebas contundentes en la Palabra de Dios de casos donde el diablo sí hizo directamente su nefanda obra. “Mas Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que contase a Israel.” (1 Crónicas 21:1) A Pedro Cristo dijo: “Apártate de mí Satanás, me eres escándalo.” “Satanás os ha pedido para zarandearos.” (Mateo 16:23, Lucas 22:31)

Satanás dijo a Eva: “Mas sabe Dios que el día que comiereis de él ...” (Génesis 3:5) Leemos que Caín era del maligno y mató a su hermano. (1 Juan 3:12) Satanás tentó al Señor: “Si eres hijo de Dios.” ((Lucas 4:3) Pablo dijo: “Me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee.” (2 Corintios 12:7) Pedro preguntó a Ananías: “Por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo?” (Hechos 5:3)

El diablo está enjuiciado y eternamente condenado, no por ser diablo, sino porque enseñó a los hombres a pecar y a dudar de la veracidad de la Palabra de Dios. El hombre se ha adelantado en la maldad, que ha perdido dos cosas que el diablo conserva: “Los demonios creen, y tiemblan.” (Santiago 2:19) El hombre moderno ha perdido las dos cosas.

Consideramos ahora que si el diablo tienta, la carne también tienta.

“Y el vulgo que había en medio tuvo un vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de Israel, y dijeron: “¡Quién nos diera a comer carne!” (Números 11:4) y dice la Palabra que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y cebado. (Santiago 1:14)

El incestuoso de la iglesia en Corinto fue tentado primero de la carne, entonces en la disciplina fue entregado a Satanás para la prueba de su fe con la muerte de la carne. El diablo le hizo la vida tan triste a aquel hermano que para siempre tendría el recuerdo de haber ofendido a su Señor. Aunque perdonado y restaurado, sentía con hondo pesar la mancha de su vestido.

Es notorio que hoy día son pocos los caídos que dan muestras y señales de la profunda gravedad de su pecado. Algunos se olvidan muy pronto y empiezan a ocupar el lugar de jueces, criticando y murmurando los errores de sus hermanos. Otros no tienen la suficiente prudencia para esperar unos años, sino que al poco tiempo empiezan a tomar parte en el ministerio desde la tribuna.

Y de la otra potestad leemos que “todo el mundo está puesto en maldad.” (1 Juan 5:19), y el mundo es el campo magnético de más grande tentación. En el mundo el diablo se pasea con su trío unificado: “La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida.” (1 Juan 2:16)

El mundo tiene sus riquezas y pasatiempos. Tiene sus modas y caprichos en las mujeres lo más deshonesto en los últimos tiempos, con sus faldas y pantalones que excitan la codicia y el deseo de la manera más vulgar. El mundo tiene sus cortes y composturas de cabello, sus pinturas extravagantes y sus pinturas llamadas naturales, pero que son pinturas que muchas hermanas usan para el cabello, para las uñas, para las mejillas, para las cejas. Todo esto junto con los “implantes” y sus vestidos de corte anatómico que exhiben las formas de la mujer, vienen del mundo que trabaja para la carne, y la carne y el mundo para el diablo.

El mundo tiene su política que ofusca los ojos y la mente de muchos. Demas fue uno de estos. (2 Timoteo 4:10) Del mundo vienen los noviazgos impuros y vulgares, y los matrimonios fuera de los principios bíblicos. La ruina de muchos matrimonios se debe a que en el noviazgo han revuelto y ensuciado el agua que se han de beber. Del mundo vienen los cumpleaños, los balnearios, las excursiones bastardas y las reuniones sociales que terminan en la molicie.

Entonces ¿cuál será el remedio para resistir a estos tres enemigos? Bien:

·         lo del diablo:            “Al diablo resistid y de vosotros huirá. (Santiago 4:17)

·         lo de la carne: Huid la fornicación. (1 Corintios 6:18)

Huye también los deseos juveniles (2 Timoteo 2:22)

·         lo del mundo:  Aborreced – “No améis el mundo ni las cosas que están en el mundo.”  (1 Juan 2:15)

Crucificado al mundo

 

Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. Gálatas 6:14


El apóstol Pablo deseaba gloriarse únicamente en la cruz del Señor Jesucristo, por el cual el mundo le era crucificado para él y él para el mundo. La búsqueda de una apariencia positiva ante el mundo, incluso si se trata de una apariencia religiosa, equivale a buscar el reconocimiento de un mundo que ha deshonrado y crucificado a Aquel que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros (Ef. 5:2).

Para el cristiano, la cruz es la salvación, la demostración del infinito amor de Dios. Sin embargo, para el Señor de gloria, la cruz significó vergüenza, la cual soportó por nosotros (1 Co. 2:8). En la cruz, el mundo se condenó a sí mismo, pero Dios se glorificó en su amor. Pablo no deseaba el honor de un mundo que, en la cruz, había deshonrado a Aquel que tanto lo había amado; más bien, su única fuente de gloria residiría en aquella cruz, la demostración del amor del Señor y de su propia salvación. Identificándose con Cristo, se consideraba crucificado a aquel mundo que lo crucificó a él.

Un cristiano no debería buscar honores en un mundo que, a través de la cruz, ha demostrado su deshonra hacia aquel que nos ama. La pregunta crucial es si iremos con el mundo a crucificar a Cristo o nos apropiaremos del amor manifestado en esa cruz y lo amaremos allí, donde Dios nos mostró su amor.

La crucifixión de Cristo tiene otro efecto en nuestras vidas: ¿viviremos según la carne, satisfaciendo nuestros deseos internos, o viviremos por el Espíritu (Ro. 8:13), habiendo “crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24)? Lo que realmente importa es ser “una nueva creación” (v. 15; 2 Co. 5:17): “En Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión” (Gá. 5:6) –todo eso quedó atrás con la cruz, con la muerte al mundo y a sus elementos.

Vivir por el Espíritu es la norma para el cristiano; no se trata de vivir según la Ley, que se ajusta al hombre descendiente de Adán según la carne y que vive en el mundo. “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos” (v. 16).

J. N. Darby

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (15)

 

Jesucristo y la mujer

"Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre". (Mateo 12.50)


Cuando Jesucristo vivía en este mundo, las mujeres de las naciones paganas eran tratadas cruelmente. "La sociedad griega les mostraba a sus mujeres más consideración, tratándolas como esclavas. Pero aun en Roma la mujer era legalmente propiedad de su marido. Entre los judíos la mujer recibía un puesto de honor en su propio hogar, pero estaba excluida de las actividades excepto aquellas en las cuales su esposo estaba involucrado. La educación formal le estaba negada a la mujer judía y los hombres pensaban que sus mujeres no eran capaces de entender temas doctrinales"

La actitud de Cristo y la manera en que Él trataba a las mujeres eran completamente distintas al trato de la mayoría de los hombres de aquel entonces. Él se identificó con sus necesidades y su contacto con las mujeres fue siempre con dignidad, comprensión y compasión. Jamás habló mal de una mujer y respetaba la inteligencia de ellas. Su preocupación por la salvación del alma de las mujeres lo llevó a revelarles verdades profundas a algunas mujeres.

Pero Cristo primeramente le mostraba a la persona la seriedad de su vida pecaminosa antes de brindarle la salvación. Como escribió William MacDonald en su comentario: "Cristo nunca empleó su completo conocimiento de todas las cosas para avergonzar a nadie, pero lo empleó para librar a las personas de su culpabilidad"

Fue cuando la samaritana sintió la gravedad de su pecado que Él que era el Cristo, y ella lo reconoció como su Salvador. A la mujer pecadora que entró en la casa de Simón, Jesús le dio la seguridad de que su fe la había salvado y que ella podía ir en paz.

Cada mujer fue considerada como una persona con responsabilidad en su propia esfera. La mujer cananea era responsable por el bienestar de su hija. Aunque el Señor llevó a esta mujer a una completa dependencia en la gracia de Dios, Él sanó a su hija y también la alabó por su fe.

Del Salvador mismo Salomé aprendió la verdadera misión del Señor en este mundo: "de dar su vida en recate por muchos". Ella también aceptó el secreto de la grandeza espiritual, de servir en vez de ser servido. En vez de ofenderse, Salomé siguió a su Señor y Salvador hasta el fin.

A María y Marta Jesús les reveló la voluntad de Dios acerca de la resurrección y parece que ellas lo entendieron porque no fueron a su sepulcro, creyendo que Él iba resucitar. Cristo mostró su gran aprecio cuando fue ungido por María.

Las mujeres que vieron el sepulcro vacío y fueron a dar las nuevas a los discípulos se gozaron de la afirmación del Cristo resucitado que dijo: "No temáis, id, dad las nuevas". Cuán consoladoras fueron para María Magdalena sus palabras: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre".

Cuarenta días después Jesucristo fue llevado arriba al cielo y ahora está a la diestra de Dios. Su Persona y su obra son el tema de nuestra alabanza.

"En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en quien podamos ser salvos" (Hechos 4.12).

Por Rhoda Cumming


El monte de la tentación: Cristo el gran vencedor

 Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo, Mateo 4.8.

En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8.37


El Señor tentado

Se nota una diferencia en el orden de las tres tentaciones en este evangelio y el de Lucas. Parece que en Mateo tenemos el orden cronológico y en Lucas el moral.

La primera tentación fue dirigida contra el cuerpo de Jesús. Habiendo pasado cuarenta días y cuarenta noches sin comer, Él tenía gran necesidad de pan, pero rechazó la sugerencia del tentador con la misma palabra de Dios: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Esto sucedió en el desierto.

Luego el diablo le llevó al monte. Le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, ofreciéndole a la vez toda esa gloria si le adorara postrado a sus pies. ¡Cuán alto fue el precio exigido por el tentador! ¡Qué pretensión, siendo Jesús el digno objeto de adoración de toda criatura, tanto en el cielo como en la tierra! Esta tentación fue dirigida contra el alma de Cristo, el lugar de los deseos, afectos, ambiciones y culto. (“Bendice, alma mía, a Jehová”, Salmo 103.1,22). Por segunda vez El derrotó al tentador, citando la Palabra, ahora de Deuteronomio 6.13: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”.

La tercera tentación se le presentó sobre el pináculo del templo y fue contra el espíritu, la parte superior del ser. Es con el espíritu, el lugar de la inteligencia, que uno puede tener conocimiento de Dios. Esta vez el diablo citó de una manera incompleta un trozo de las Escrituras, pero el Señor tenía almacenada en su corazón la Palabra entera, la espada del Espíritu, y por tercera vez venció al enemigo, diciéndole: “No tentaréis al Señor tu Dios”, Deuteronomio 6.16.

Las tentaciones nuestras

Cada creyente es un vencedor o un vencido. ¡Es solemne pensar que habrá esta distinción delante del tribunal de Cristo una vez que el Señor haya venido! Hay tres enemigos:

Ø  la carne, contra el cuerpo

Ø  el mundo, contra el alma

Ø  el diablo, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, contra el espíritu

En la iglesia de Corinto se encontraban estos tres males: la fornicación, de la carne; la mundanalidad, o sean las inclinaciones del alma según las encontramos en 2 Corintios 6.14 al 18; y, la mala doctrina, un intento contra el espíritu, según sabemos por 1 Corintios 15. En la vida de David hubo estos tres fracasos: su pecado de la carne, contra Betsabé, 2 Samuel 11.4; su lapso de fe, contra el alma, al descender a los filisteos, 1 Samuel 27.1; y, su soberbia contra el espíritu al mandar a contar su ejército, 1 Crónicas 21.1.

El capítulo 10 de 1 Corintios trata del fracaso de Israel y las consecuencias fatales, siendo una advertencia para nosotros para no caer en tal desgracia. El versículo 12 — “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” — nos habla del peligro de la confianza propia. A veces cuando los ancianos amonestan a un creyente que está acercándose al borde de una caída, la respuesta es, “No tengan cuidado, yo estoy bien”, ¡pero la tal persona no está bien!

En el monte alto el diablo quiso llenar el alma de nuestro Señor Jesucristo por medio de sus ojos, mostrándole las glorias efímeras de este mundo malo. En el presente, este gran enemigo aún procura engañar a la humanidad por sus artimañas, valiéndose de los ojos que son como una avenida que va directamente al alma, llenándola de cosas mundanas. Uno de sus últimos inventos es la televisión. Hay creyentes que saben que no les conviene ir al cine o a las carreras de caballo, pero por medio del televisor estas cosas entran en su hogar. Además de contaminar el alma con cosas sensuales, el televisor les quita tiempo y apetito que bien podrían ser dedicados a la Palabra de Dios.

Cristo es nuestro ejemplo supremo. Con sus recursos, podemos ser vencedores, porque “de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”, Juan 1.16. La gracia no es grasa ni otra cosa lisa, sino una potencia divina de la cual Cristo es la fuente inagotable. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, dijo Pablo en Filipenses 4.13.

Ejemplos en la vida de Cristo

En la vida de nuestro Señor notamos prácticas para guiarnos en el camino a la victoria, como son la obediencia y la oración. Él siempre fue obediente a la voluntad de su Dios, aun “hasta la muerte, y muerte de cruz”. La oración era una parte integral de su vida. Por ejemplo, en la noche de su entrega Judas sabía dónde encontrarle, “porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”, Juan 18.2. Sin duda era un lugar de oración.

La exhortación a sus tres discípulos privilegiados, al encontrarlos dormidos en el Getsemaní, fue, “Velad y orad, para que no entréis en tentación”, Mateo 26.41.

Algunos recursos que tenemos

Junto con la oración el creyente debe hacerse siempre un examen propio, confesando su pecado. “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”, 1 Corintios 11.31. Aquí se trata de la necesidad del examen antes de la cena del Señor. Si el creyente sigue practicando, a sabiendas, lo que no es agradable a Dios, será cauterizada su conciencia y endurecido su corazón.

Se cuenta de una señora que consiguió un perrito como protección contra ladrones. Era buen perro casero y ladraba, día o noche, cada vez que alguien se acercaba. Pero ella sufría de los nervios y castigaba su perrito, con el resultado que éste dejó de ladrar. Por fin, cuando llegó un ladrón, él pudo llevar consigo todo, ya que el perro había aprendido quedarse callado.

¡Cuán importante es, entonces, obedecer la voz de alerta que es la conciencia! Al reconocer delante de Dios toda falta, recibiremos el perdón. Además, una buena conciencia nos indicará si es sincero nuestro motivo al hacer una cosa. Puede haber un motivo oculto, como la codicia, la soberbia o el agrado propio, en lugar de un deseo de agradar a Dios.

Cumpliendo la Palabra de Dios, Cristo crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría. La gracia de Dios estaba sobre él, y todos los que le oían se maravillaban de su inteligencia y sus respuestas. Lucas 2.40 al 47. “Tu ley está en medio de mi corazón”, de él dice proféticamente el salmista en el 40.8. En el 119.11 el escritor afirma: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. No hay arma tan eficaz contra el tentador como la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.

El Señor siempre tenía las manos tan ocupadas con su ministerio de amor a favor de la humanidad, que no tenía tiempo para otra cosa. En una ocasión Él le dijo a su madre, “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” El diablo siempre anda en busca de manos desocupadas para emplearlas en sus negocios nefandos, como cuando David “paseaba” en el techado de su palacio. Debemos redimir el tiempo sirviendo fielmente a nuestro Señor, y Él nos salvará del maligno.

Hay creyentes carnales que pasan largos ratos charlando, criticando y hasta propagando escándalos. Ellos caen en la red de Satanás. “En las muchas palabras no falta pecado”, Proverbios 10.19. El apóstol dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal”, y, “Sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”, Colosenses 4.6, Romanos 14.19.

Los cultos de la asamblea son una provisión de Dios para proteger al creyente. Cuando Pedro abandonó a su Señor para seguirle sólo de lejos, pronto se encontró sentado en la compañía de los enemigos suyos, calentándose las manos, para luego sufrir la derrota más ignominiosa de toda su vida cristiana. Oigamos, pues, la buena amonestación de Dios: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos, y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”, Hebreos 10.25.

Otra protección es la de vivir en la plena expectativa de la venida del Señor. Esto inspira devoción y constancia: “... la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”, 1 Tesalonicenses 1.3. Esta epístola a los tesalonicenses se caracteriza por la referencia a la segunda venida de Cristo en cada capítulo.

Entendemos que el nombre de la ciudad significa “el que gana la victoria”. Es la única epístola en la cual se habla de los creyentes como “en Dios y en el Señor Jesucristo”, donde otros dirían “en tal ciudad”. Era un modelo la iglesia en Tesalónica, y recibió la recomendación apostólica. Claro es que la promesa de la segunda venida de Cristo había tenido una influencia poderosa en la espiritualidad de aquellos santos, y ellos estaban ganado la victoria.

Es de suma importancia para todo creyente, y en especial para la juventud, asegurarse de la voluntad del Señor antes de tomar un paso o una decisión, bien sea en cuanto al matrimonio, el empleo o dónde vivir. Muchos han hecho un naufragio de su vida espiritual por tomar un paso falso. “En la multitud de consejeros hay seguridad”. Cristo es el gran consejero — y lleva ese nombre en Isaías 9.6 — y El escoge ancianos espirituales para dar un buen consejo a tiempo, basándose en las Escrituras.

Cristo es el gran intercesor de su pueblo. En Hebreos 7 le vemos como el sumo sacerdote, viviendo siempre para interceder por nosotros, “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios”. Esto no es en cuanto a ser salvos del infierno sino de fracasar en la vida cristiana.

“Os escribo a vosotros ...”

¡Seamos vencedores! En 1 Juan 2.13,14 el apóstol Juan se dirige a los jóvenes diciendo: “Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno”, y, “porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros”. Cada una de las siete cartas a las iglesias en Asia termina con la promesa de recompensa que el Señor ofrece al vencedor. En Apocalipsis 5.5 se le ve, cual León de la tribu de Judá, como vencedor, y en el 12.11 El habla de “nuestros hermanos” que han vencido al diablo por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos.

Por ser estos postreros días tiempos peligrosos, sentimos una preocupación por nuestros hermanos y hermanas jóvenes, pero no debemos ignorar las maquinaciones de Satanás en busca de la caída de los que son columnas en las iglesias. Un ejemplo histórico lo tenemos en el caso de Ben-adad, rey de Siria, quien salió con su ejército contra Israel. Dio órdenes a sus capitanes: “No peleéis ni con grande ni con chico, sino sólo contra el rey de Israel”, 1 Reyes 22.31. Era la clave para lograr la derrota de Israel; al morir el rey, su ejército fue esparcido.

La caída moral de un anciano u otra persona de responsabilidad tiene una repercusión grave en el testimonio y el estado espiritual de la asamblea. El enemigo no sólo ataca al individuo, sino también al conjunto de los santos. “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad?”

Pero el creyente no tiene razón alguna por qué ser derrotado por Satanás y sufrir pérdida ante el tribunal de Cristo. Al contrario, tiene todo a su favor para vencer el mal y triunfar en la buena lucha de la fe. “En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, Romanos 8.37.

Santiago Saword


Viviendo por encima del promedio (24)

 John Nelson Darby no era un adulador; no lisonjeaba a los ricos y famosos. Eso era algo fuera de lo normal puesto que había sido criado en un hogar pudiente y en una sociedad clasista. Hubiera sido natural que favoreciera la relación con la clase alta y prefiriera habitaciones donde su comodidad se viera maximizada.

Pero no, él amaba a los pobres y lo hacía saber en formas tan poco convencionales que no daba lugar a dudas en las mentes de las personas. Una vez, cuando se encontraba ministrando la Palabra en el Continente [Europa], llegó en tren a un pueblo donde se suponía que estaría por varios días en reuniones. La gran multitud de cristianos que se reunieron en la estación para recibirlo incluía a algunas damas de 'sangre azul' que competían por el honor de hospedar al distinguido predicador. Si hubiera ido a sus hogares palaciegos, hubiese tenido a disposición la mejor comida y alojamiento. Y ellos, en cambio, habrían tenido la oportunidad de jactarse frente a su familia y amigos por haber alojado al ilustre Sr. Darby.

J. N. D. examinó la multitud y encaró la situación. Les preguntó a quienes parecían ser los líderes: "¿Quiénes suelen alojar a los predicadores que vienen al pueblo?" Señalaron a un hombre que apenas se veía, obviamente de modestos recursos, y que estaba parado al fondo del gentío. Darby fue con el hombre y le preguntó si se podía quedar en su casa. El humilde hermano estaba encantado, y se apresuró a recoger la maleta de Darby. Uno de los biógrafos de J. N.D. escribió: "Entonces el hospedador de desconocidos itinerantes se convirtió en anfitrión del gran hombre." Darby explicó su amor por los pobres:

Cristo amó a los pobres; desde que me convertí, también lo he hecho. Que a los que les agrada más la sociedad, la tengan. Si alguna vez me involucro en ella, y se ha cruzado en mi camino en Londres, vuelvo con el corazón enfermo, Voy a los pobres; encuentro la misma naturaleza maligna que en los ricos, pero hallo esta diferencia: los ricos, y los que guardan sus comodidades y su sociedad, juzgan y miden cuánto de Cristo pueden tomar y mantenerse sin tener que comprometerse ellos mismos; los pobres [miden] cuánto de Cristo pueden tener para consolarlos en sus angustias.

Es interesante que, en Su entrenamiento de los setenta discípulos, Cristo mencionara el tema de la hospitalidad.

"En cualquier casa donde entréis, primeramente, decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros. Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. NO os paséis de casa en casa" (Lucas 10:5-7).

Aquí Él estaba enseñando que debían aceptar la hospitalidad que les ofrecía una persona abierta al mensaje de pazo Pero que no debían dejar una casa por otra con esperanzas de un alojamiento más cómodo o mejor comida.

No era exactamente la misma situación que enfrentó Darby. Aquí debían aceptar lo que se les ofrecía. En su so, pidió abiertamente vivir con los pobres. Pero el principio es el mismo. No deberían andar buscando el alojamiento más lujoso. Nótense los mandatos, "Posad en aquella misma casa. No os paséis de casa en casa.

William MacDonald

Las últimas palabras de Cristo (18)

 Cristo glorificado en los santos (Juan 17:6-21)


El primer deseo que el corazón de Cristo antepone a todos los otros deseos es asegurar la gloria del Padre. Este es el objetivo importante en la primera parte de la oración. El segundo deseo del corazón de Cristo es que Él sea glorificado en sus santos: «He sido glorificado en ellos». Al parecer, este subyace a las peticiones en este nuevo apartado de la oración.

En su andar en la tierra el Señor glorificó al Padre en el cielo. Ahora, cuando toma su lugar allí, desea que los discípulos le glorifiquen en su camino terrenal, así que pone felizmente sus pies en el camino que Sus pasos habían hollado anteriormente delante del Padre.

vv. 6-8. En los versículos de esta parte de la oración el Señor llama por su nombre a quienes Él pone en oración, y presenta las características que los hace tan estimados haciendo la oración en su honor.

Ellos son una compañía de gente que ha sido sacada del mundo y dada a Cristo por el Padre, y a raíz de ello son amados por Cristo como el don que el Padre le ha dado. El Señor también manifestó a esta compañía el nombre del Padre. En las Escrituras, el nombre nos habla de la personalidad de la persona que es portadora del mismo. Cuando Moisés es enviado por Jehová a Israel, él alega que le preguntarán sobre el nombre del que le envía, lo que equivale decir que si les decía Su nombre ellos sabrían quién era el que le enviaba.

Así, manifestar el nombre del Padre es declarar a todo el mundo lo que Él es. No solo ha declarado el Señor al Padre, sino que además dio a sus discípulos las palabras que su padre le dio a Él. Compartió con ellos las comunicaciones que recibió del Padre para que supieran cómo es en todo su amor y santidad, además de conocer su mente a través de estas palabras. Si la palabra revela lo que es Él, las palabras revelan su mente y pensamientos.

Son una compañía que por gracia ha respondido a estas revelaciones. El Señor dice de ellos que «han guardado tu palabra»; «han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti»; «les he dado las palabras que me diste, y ellos las recibieron».

vv. 9-11. Habiendo nombrado así a quienes son objeto de su oración, el Señor nos revela por qué ruega por ellos. Teniendo siempre al Padre presente, el Señor declara tuyos son como la primera razón para rogar por ellos. Antes ya había dicho: «Tuyos eran, y me los diste», pero sigue diciendo tuyos son. Nunca cesaron de ser del Padre porque Él se los hubiera dado al Hijo, todo lo contrario.

«Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío». Sobre esta doble afirmación rica en significado se sabe que Lutero dijo una vez: «todos podrían correr a decir a Dios “todo lo mío es tuyo”, pero ningún ser creado podría ir más allá y decir “todo lo que es tuyo es mío”. Son palabras solo para Cristo».

Una segunda razón importante para rogar por sus discípulos fue que Él dijo: «He sido glorificado en ellos». Nosotros somos dejados en este mundo como representantes de Aquel que ha ido a la gloria, y la medida con que su pueblo le ve a Él es la medida con la que Él es glorificado ante el mundo.

Hay otra razón que suscita la oración del Señor. Cristo ya no está en el mundo para proteger a los suyos con su presencia real. Él va al Padre mientras ellos son dejados en medio de un mundo de maldad que odia a Cristo. Por lo tanto, es necesaria la oración que el Señor hace en nombre de ellos.

v. 11. En la última parte del versículo pasamos de escuchar las razones para la oración del Señor a escuchar determinadas peticiones que le hace al Padre, y que tienen cuatro rasgos principales. En primer lugar, se desea que los discípulos sean guardados en santidad; en segundo lugar, que sean uno, y después guardados del mal; y por último, que sean santificados. Al instante nos damos cuenta de lo necesarias que son estas peticiones, pues si Cristo tiene que glorificarse en los suyos es preciso que ellos sean de una naturaleza santa, unidos de corazón y separados del mal, santificados para el uso que el Señor quiera hacer de ellos.

La primera petición es que sus discípulos sean guardados de acuerdo al nombre del Padre Santo. Esto implica el mantenernos en la santidad que demanda su naturaleza. Pedro, en su epístola, debió pensar en ello al exhortar a quienes invocan al Padre para que sean santos en todas las esferas de su vida.

Con el segundo deseo que expresan las palabras «que también ellos sean uno en nosotros», se insta a recordar que la santidad precede a la unidad, pues existe el peligro de buscar la unidad sacrificando la santidad. Esta es la primera de las tres unidades a las que hace referencia el Señor en la oración. Se trata, ante todo, de la unidad de los apóstoles. El Señor desea que ellos sean «uno como Nosotros». Esta es una unidad de objetivos, pensamientos y propósitos, como la que existía entre el Padre y el Hijo.

vv. 12-14. Entre la segunda y tercera petición se nos permite escuchar al Señor presentando al Padre las razones por su intercesión. Mientras estaba en el mundo, Él guardó a los discípulos en el nombre del Padre y de todo el poder del enemigo. Ahora que el Señor iba al Padre, Él permite que escuchemos sus palabras y nos demos cuenta de que no levanta su guardia, aunque sí cambie de método.

Antes de ir al Padre, Él quiere que sepamos que somos puestos bajo el cuidado tierno del amor paterno, lo cual lograría que el gozo de Cristo se cumpliera en los discípulos. Así como Él anduvo gozando descubiertamente del amor del Padre, quiere que nosotros andemos gozándonos también de saber que el Padre nos cuida y nos ama con el mismo amor inmutable y eterno con que nos ha amado el Hijo.

El Señor ofrece a los discípulos la palabra del Padre, la revelación de Sus consejos eternos. Al entrar nosotros en estos consejos bebemos del manantial de sus delicias, que al ensanchar su cauce nos transporta a través de las edades milenarias hasta llegar al océano de la eternidad. Los discípulos no solamente se gozarían de saber, como el Hijo, que estaban bajo el amor protector del Padre, sino que también iban a conocer la bendición que ese amor se ha propuesto darles.

Si ellos gozaron de la porción del Hijo ante el Padre, también gozarían de su porción en relación con el mundo. El mundo odiaba a Cristo porque no era de él, ya que Él y el mundo no tenían nada en común. Fue un extraño motivado y gobernado por objetivos totalmente ajenos a este mundo. Si le odiaron y no le comprendieron, nosotros también seremos odiados por el mundo si seguimos Su camino.

Los discípulos son felizmente puestos ante el Padre en la misma posición que ocupaba el Hijo delante de Él como Hombre en la Tierra. El nombre del Padre se revela a ellos, la palabra del Padre les es ofrecida y el cuidado paterno es otorgado como garantía. El gozo de Cristo es también el de ellos. El desprecio y la extranjería de Cristo son su porción en este mundo.

vv. 15-16. El Señor continúa con sus peticiones. Las dos primeras están relacionadas con cosas que Él desea que los discípulos hagan suyas: la santidad y la unidad. Las dos últimas están más relacionadas con cosas que Él desea que ellos rehúyan. Ruega por que los discípulos sean guardados del mal del mundo, no que sean sacados de él (pues el momento no había llegado aún), y Él tenía trabajo que darles. Sin embargo, la maldad del mundo será siempre un peligro constante para ellos, por eso ruega que los guarde del mal.

v. 17. Una separación del mal real no es suficiente, y por eso el Señor ruega también por nuestra santificación. La verdad determinante de la santificación no es meramente la separación del mal, sino más bien la devoción y disponibilidad que se tienen para Dios. La santificación por la que Él ruega no es la santificación absoluta que Su muerte nos asegura y que nos es presentada en la epístola a los Hebreos. En la oración vemos que se trata de la santificación práctica que nos hace desposeernos de todo aquello que no es propio de Dios en nuestros pensamientos, costumbres y maneras prácticas, a fin de poder ser «santificados, útiles para el Dueño» (2ª Tim. 2:21). Deducimos de las palabras del Señor que hay dos maneras de efectuar en la práctica esta santificación. Primero, es por la verdad.

El Señor habla de ella como su palabra, es decir, la palabra del Padre. Toda la Escritura es la Palabra de Dios, pero la palabra del Padre es más probable que tenga en vista el Nuevo Testamento, que revela el nombre, la mente y el consejo del Padre. Toda declaración del nombre de Dios exige una correspondiente separación del mundo y la santificación para Él. Dios declaró a Abraham: «Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto» (Gén. 17:1). A Israel se le reveló como Jehová, y Dios miró que los caminos de Israel se correspondieran con este nombre. Tenían que temer este nombre «glorioso y terrible» (Dt. 28:58). ¡Con razón de más debía haber una santificación que se correspondiera con la plena revelación de Dios como Padre!

v. 18. Esta separación del mal y la santificación para Dios tienen como propósito que el servicio de los discípulos sea moralmente apropiado a la hora de desempeñar su misión. Esto es lo que interpretamos por las palabras del Señor: «Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo». El Señor veía a los discípulos como Él en Su posición delante del Padre; ahora los ve ocupando Su lugar delante del mundo.

v. 19. Hay otra forma con la que el Señor efectúa nuestra santificación práctica. El versículo 17 nos explica el efecto santificador de la verdad. Aquí habla de santificarse a sí mismo para que nosotros seamos santificados por la verdad. El Señor se separa en la gloria para convertirse en el objeto que atrae nuestros corazones fuera de este mundo presente. Poseemos no solamente la verdad que ilumina nuestras mentes, que escudriña nuestras conciencias y nos da ánimos en el camino, sino que también tenemos con Cristo en la gloria a una Persona divina que ejerce un poderoso control en nuestros corazones. Atraídos por sus excelencias y guardados por su amor, nos veremos cada vez más santificados por la verdad que se manifiesta en Él de manera tan expresiva.

vv. 20-21. Llegados a este punto de la oración, el Señor piensa en todos aquellos que creerán en Él por la palabra de los apóstoles. Contempla todas las épocas y reúne bajo la esfera de sus peticiones a aquellos que formarán su asamblea. En relación con este círculo mayor el Señor añade una segunda petición de unidad, algo diferente de la primera, donde la unidad quedaba limitada a los apóstoles e instaba a que fueran «uno como Nosotros». Esta vez se contempla un círculo más amplio, para que ellos puedan ser «uno en Nosotros». Es una unidad formada por el común interés de ellos en el Padre y el Hijo. En la posición social que ocupen, y entre sus capacidades intelectuales y posesiones materiales podrán existir, y de hecho existirán, grandes diferencias, pero el Señor ruega que «en Nosotros» —en el Padre y el Hijo— ellos puedan ser uno. Esta unidad tenía que ser un testimonio al mundo y una prueba evidente de que el Padre tuvo que haber enviado al Hijo para efectuar un resultado así. ¿No fue Pentecostés, en parte, una respuesta a esta oración cuando «la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma»?

H. Smith