Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba ... Mateo 5.1,2. Vosotros no habéis aprendido así de Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. Efesios 4.20,21
Su preparación
La
vida de nuestro Señor Jesucristo en Nazaret, antes de su bautismo en el Jordán
por Juan el Bautista y el comienzo de su ministerio público, fue como la de
otras personas (pecado aparte). Dice Lucas 2:40: “El niño crecía y se
fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él”.
Cuando tenía doce años El subió con
María y José a la fiesta en Jerusalén. Ellos dos, con el grupo de peregrinos de
Nazaret, emprendieron distraídamente su regreso, sin notar que el niño Jesús no
estaba entre la compañía. Al descubrir esto, demoraron tres días buscándole.
Por fin le hallaron en el templo, escuchando a los doctores de la Ley y
preguntándoles distintas cosas, pero sin enseñarles El nada a ellos. ¡Qué buen
ejemplo para los nuevos en la fe! “Pronto para oír, tardo para hablar”,
Santiago 1.19. Hay algunos que quieren ser maestros antes de aprobar el primer
grado en el colegio espiritual.
Cuando María le reclamó, Él contestó:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es
necesario estar?” Estas palabras comprueban que Cristo era Dios en su
encarnación, el Hijo manifestado en carne. El nunca renunció a ninguno de sus
atributos divinos, como algunos falsos maestros insinúan. Volvió con María y
José a Nazaret, y estaba sujeto a ellos, Lucas 2.51, un ejemplo para la
juventud cristiana en cuanto a la sujeción en el hogar. Leemos que crecía en
sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres.
Siendo verdadero Dios, estaban
escondidos en él todos los tesoros de sabiduría y conocimiento, pero, siendo
perfecto hombre y ejemplo para nosotros, su preparación fue acorde con su
humanidad. Isaías había profetizado: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios,
para saber hablar palabra al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará
mi oído para que oiga como sabios”, 50.4. José era carpintero, y Jesús cumplió
su aprendizaje, siendo conocido después como carpintero, hijo de María, Marcos
6.3.
Cristo honró el
trabajo con su propio ejemplo. Todo cristiano joven debe aplicarse en alguna
forma de empleo para ganarse la vida honradamente. El que no puede retener un
empleo no es una recomendación para el evangelio.
Como Cristo tenía su
oído abierto mañana tras mañana para recibir la Palabra de Dios, así nosotros
debemos empezar cada día con oír lo que nuestro Dios quiere decirnos en ella.
La migajita que conseguimos de esta manera, bien asimilada por meditación durante
el día, puede resultar en un pan grande antes de terminar el día. Cuando El
empezó su ministerio público, ya tenía la Palabra guardada en el corazón. “El
hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi
corazón”, Salmo 40.8.
Su
mensaje
“Viendo la multitud, subió al monte; y
sentándose, vinieron a él sus discípulos”. En esa elevación, su voz alcanzaría
a todos. Él se sentó, poniéndose al mismo nivel de sus oyentes y hablándoles
corazón a corazón para que hubiera una comprensión plena de sus enseñanzas.
También, “abrió su boca”, hablando con claridad para que todos entendiesen. Es
de inmensa importancia para los que quieren tomar parte, que hablen en “clara,
alta e inteligible voz” para la edificación de los presentes. “Sigamos ... lo que
contribuye a la mutua edificación”, Romanos 14.19.
El Señor empieza con
enseñar a sus discípulos; más tarde El llamaría a los demás, diciendo, “Entrad
por la puerta estrecha”. Al haber inconversos en un estudio bíblico, por
ejemplo, es recomendable decir algo que les sea de provecho, no despidiéndoles
sin nada del pan de vida. El finaliza su gran mensaje haciendo a todos sentir
la solemne responsabilidad de poner en práctica lo que habían escuchado.
El “Sermón” empieza con las nueve
bienaventuranzas, un número que nos hace pensar en Gálatas 5.22,23, donde
leemos del fruto del Espíritu en sus nueve aspectos. Es sólo por el Espíritu
Santo que el creyente puede alcanzar esta norma de espiritualidad. Nuestro
Señor era la personificación de estas beatitudes, las cuales constituyen leyes
del cielo para vida en la tierra. ¿Será que tenemos aquí en ellas la esencia
del código civil para el reino milenario?
“Aprended de mí”
En
este evangelio, al final del capítulo 11, encontramos una de las más hermosas
invitaciones de la Biblia: “Venid a mí, todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar”. Él es el Salvador, quien llevó nuestra carga
en la cruz para proporcionarnos el dulce descanso del alma que ningún otro
puede dar.
Pero es el Soberano también: “Llevad mi
yugo sobre vosotros”. Ahora es cuestión de señorío. El buey, animal de fuerza
formidable, doblega la cerviz para recibir el yugo porque reconoce el derecho
de su amo quien le ha comprado a precio y le da pasto; así nosotros con gozo
decimos: “Señor, estoy aquí a sus órdenes. ¿Qué quieres que yo haga?”
Hay algo más, porque sigue diciendo,
“Aprended de mí”. Es el Maestro. Desde el momento de creer estamos inscritos en
el colegio de Dios, donde hay provisión para cada uno según su capacidad. Hay
el kínder para los pequeños en Cristo, la escuela primaria para los que están
en la niñez espiritual, la secundaria para los que van adelantándose y la
universidad con sus especialidades para los maduros en las cosas del Señor.
Entendemos por Efesios 4.20,21 que
Cristo es el maestro principal: “Habéis sido por él enseñados, conforme a la
verdad que está en Jesús”. Pero Él tiene muchos instructores bajo su dirección:
“El mismo constituyó a unos ... pastores y maestros”, 4.11. Las Sagradas
Escrituras constituyen los libros de texto. Son sesenta y seis, todos
divinamente inspirados, y no sólo iluminan la inteligencia sino también
comunican vida espiritual al alma. Los libros de instrucción del mundo caducan
al cabo de unos años a causa del progreso en los conocimientos materiales, pero
los libros de Dios son inmortales y perpetuamente vigentes.
Recuerdo el caso de dos hermanos cuyo
padre era de recursos limitados. Con dificultad él compró los textos que el
mayor necesitaba para cursar estudios de medicina, y cuando el menor estaba por
entrar en los mismos estudios, el padre se contentó al pensar que podría
aprovechar los que el otro había usado. Pero no: ¡Llegó a casa el joven con una
lista de libros nuevos que habían reemplazado a los viejos!
No es así con la Biblia. Aunque el
modernismo y las especulaciones de falsos maestros la atacan y rechazan sus
doctrinas fundamentales, todavía es inmutable y cuenta con más circulación que
cualquier otro libro. La Biblia en sí nos proporciona una preparación
espiritual completa. Contamos a la vez con un supervisor divino, el Espíritu
Santo, que nos acompaña en todo momento y aplica eficazmente la Palabra a
nuestras almas: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en
mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he
dicho”, Juan 14.26.
El Señor ha dado dones a su Iglesia,
que son personas capacitadas para enseñarnos las cosas de Dios oralmente y
también por escrito. Creemos que una asamblea típica es la única escuela
bíblica reconocida en el Nuevo Testamento, y nos acordamos de un creyente que
al visitar a sus familiares asistió al estudio bíblico y dijo después de la
reunión, “Ahora entiendo por qué ustedes no mandan sus jóvenes a una escuela
bíblica; ¡tienen una en su propio local evangélico!”
En Hechos 1.1 leemos una referencia a
“todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar”. Este es el orden
correcto; Jesús practicaba primero y enseñaba después. Hay algunos que quieren
enseñar lo que ellos mismos no están practicando, que es una hipocresía.
El programa de estudios
Los varones más distinguidos de la
Biblia se graduaron de la “universidad” de Dios: La especialidad de Abraham fue
la fe, cual amigo de Dios, Santiago 2.23. Moisés llegó a ser “mi siervo”,
después de cuarenta años en un servicio de amor, Josué 1.2. El patriarca Job
aprendió los sufrimientos, y Dios le honró al evaluarle como varón perfecto y
recto, Job 1.1. David cursó estudios como militar y alcanzó ser “varón conforme
a mi corazón”, Hechos 13.22. Daniel se especializó en el testimonio y fue
designado como “muy amado”, Daniel 10.19.
Nuestra educación en
la escuela de Dios continúa durante la vida aquí, hasta el final de la
peregrinación. Conocí a un anciano muy espiritual, panadero de profesión, quien
aprendió hebreo y griego en su empeño por conocer más a fondo las Escrituras,
ya que en estos idiomas fueron escritos los manuscritos de la antigüedad.
Poseía mucha aptitud para enseñar, pero él manifestó públicamente cuán reducido
era su conocimiento de la Palabra. Verdaderamente, dijo, hay profundidades
insondables en la revelación divina. Esto es una prueba de que la Biblia no es
obra del cerebro humano, porque mientras más aprende uno, ¡más descubre que
todavía le queda mucho por aprender!
Moisés había sido
instruido en toda la sabiduría de los egipcios en los primeros cuarenta años de
su vida y luego pasó otros cuarenta en la soledad del desierto de Madián,
cuidando las ovejas de su suegro y perdiendo su importancia propia. Dios le
llamó más adelante “el hombre más manso de toda la tierra”. Ya estaba preparado
por Dios para la grandiosa obra de sacar a Israel de Egipto.
Él había perdido la
confianza en sí, y procuró sacarle el cuerpo al asunto con varias excusas. Cada
vez Dios le quitó su excusa hasta que Moisés regresó por fin a Egipto.
Supongamos que estuviésemos allí, contemplando la escena. Se nos acerca un
anciano de ochenta años con barba blanca; le acompañan una mujer trigueña y dos
chicos. Atraviesan el desierto con su burro, y les preguntamos: “¿Adónde van?”
La contesta nos hubiera asombrado: “¡Para sacar a los israelitas de su
esclavitud, y llevarlos a su tierra prometida!”
El apóstol Pablo, antes Saulo de Tarso,
recibió en su juventud una preparación esmerada a los pies de Gamaliel, un
maestro renombrado de Jerusalén. Este Saulo llegó a ser un fariseo destacado,
creyendo que estaba haciendo la voluntad de Dios al perseguir hasta la muerte a
los inocentes creyentes en Cristo. Una vez convertido, confesó que lo había
hecho por ignorancia, 1 Timoteo 1.13.
Creemos que los tres años de silencio
que él pasó en Arabia fueron para el tocayo de aquel soberbio y cruel Saúl, rey
de Israel, una oportunidad de deshacerse de su pretensión de fariseo. Ahora
tendría otro nombre, Pablo, o el pequeño.
Él pudo humillarse ahora a los pies del Señor cual dueño nuevo de su vida. El
Filipenses 3.4 al 7 él nos da una lista de sus credenciales según la carne y
termina diciendo: “Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como
pérdida por amor de Cristo ... y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.
Juan el Bautista, aquel precursor fiel
de nuestro Señor, manifestó su propia humildad aun en la etapa de su vida
cuando era objeto de la admiración de las multitudes. Dijo: “Yo no soy digno de
desatar la correa de su calzado.”, y, “Es necesario que él crezca pero que yo
mengue”.
La doctrina tripartita
Las Sagradas Escrituras presentan la
doctrina en tres aspectos que corresponden a las tres partes del cordero de la
pascua según se las especifican en Éxodo 12.9. En ese versículo la orden para
Israel es de comer el animal, “su cabeza con sus pies y sus entrañas”.
La cabeza del cordero
pascual nos habla de Cristo como Cabeza de la Iglesia, señalando la voluntad,
inteligencia y propósitos eternos de Dios. En esto tenemos la doctrina
profética, el cordero ya destinado desde antes de la fundación del mundo, 1
Pedro 1.20. El Señor les dijo a sus discípulos: “Os he llamado amigos, porque
todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”, Juan 15.15.
El creyente que está comiendo de la
cabeza del cordero está adquiriendo inteligencia en cuanto a los propósitos de
Dios. La profecía ocupa un lugar esencial en la estructura de la Santa Palabra,
empezando en Génesis 3 con palabras pronunciadas cuatro mil años antes de
cumplirse en la persona de nuestro Señor.
Los pies nos hablan del andar. En esto
tenemos la doctrina práctica, la que se refiere a nuestra conducta. “Cristo
padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”, 1 Pedro
2.21. Lo que aprendemos de él con la cabeza debe manifestarse en el
comportamiento y el servicio.
Las entrañas del cordero corresponden a
la doctrina devocional. Es la vida interior de nuestro Señor, la oración,
alabanza y la comunión con el Padre, que es un aspecto que ocupa mucho lugar en
los Salmos.
En esta dieta espiritual de tres
componentes el creyente encuentra un perfecto equilibrio para su alimentación
espiritual. Si pone más atención en uno que otro, sufrirá trastornos
espirituales que le van a quitar el gozo del Señor, y será de menos utilidad en
el servicio.
En
apoyo de estas recomendaciones, llamamos la atención del lector a Colosenses
1.9 al 14:
Ø “que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en
toda sabiduría e inteligencia espiritual” — la cabeza del cordero
Ø “para que andéis como es digno del Señor — llevando
fruto en toda buena obra” — los pies del cordero
Ø “con gozo dando gracias al Padre” —las entrañas del
cordero
En cuanto a este último punto, las
gracias al Padre, el pasaje en Colosenses ofrece razones por que estar
agradecidos:
Ø nos hizo aptos para participar de la herencia
Ø nos ha librado de la potestad de las tinieblas
Ø nos ha trasladado al reino de su amado Hijo
Ø nos ha dado redención y perdón.
Santiago Saword
No hay comentarios:
Publicar un comentario