Los santos glorificados con Cristo (Juan 17:22-26)
Al comenzar su oración, el Señor ruega
por la gloria del Padre. Más adelante piensa en los suyos rogando porque en el
tiempo de su ausencia ellos puedan ser guardados para Su gloria, y que Él sea
glorificado en los santos. Al concluir la oración el Señor lleva sus pensamientos
a la gloria que ha de venir y ruega que los Suyos sean glorificados con Él.
v.
22. Con este fin en vista, el Señor dice: «Yo les he dado la gloria que me
diste». La gloria que se da a Cristo como Hombre es la que Él asegura y
comparte con los suyos. Es la gloria que Él les ha dado para que sean una
unidad, que de tan perfecta como es nada menos que la unidad entre el Padre y
el Hijo puede serles de modelo. Dice el Señor: «Para que sean uno, así como
nosotros somos uno».
v.
23. Las palabras que vienen ahora nos explican cómo los santos llegan a ser
perfectamente uno (versión «Dios Habla Hoy»), y también la gran meta para la
que ellos son hechos uno. El Señor indica cómo se realiza la unidad: «Como tú,
oh Padre, en mí, y yo en ti». Estas palabras nos dirigen a la gloria cuando
Cristo será perfectamente manifestado en los santos de igual manera que el
Padre es manifestado perfectamente en el Hijo. ¿Qué es lo que ha echado a
perder la unidad de los santos de Dios dividiéndolos y dispersándolos por toda
la tierra? ¿No lo ha causado la permisividad de nuestras vidas con todo aquello
que no es de Cristo? Si en un momento dado todos los santos hubieran expresado
solamente a Cristo apenas se habría notado lo suficiente la unidad de la que
habla el Señor en estos versículos, ya que se necesitará nada menos que la
compañía entera de los santos en la gloria para manifestar de manera apropiada la
plenitud de Cristo (Ef. 1:22,23). Cristo, y solamente Él, será así visto en su
pueblo hasta que todos nosotros «lleguemos a la unidad de la fe y del pleno
conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida
de la edad de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13). Los santos que estuvieron
alejados y divididos en la Tierra serán «perfectamente uno» en la gloria.
«Juntamente dan voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que Jehová retorna a
Sión» (Is. 52:8).
La gran meta de esta unidad perfecta es
la manifestación de la gloria de Cristo ante el mundo como Aquel que el Padre
envió, así como el amor del Padre por los discípulos. Cuando el mundo vea a
Cristo exhibido en gloria, y en su pueblo, sabrán que al que ellos despreciaron
y aborrecieron era realmente quien el Padre envió, y se darán cuenta de que los
santos de Cristo a los que ellos rechazaron y persiguieron son amados por el
Padre con el mismo amor con que el Padre ama a Cristo.
v.
24. Hay una gloria que está más allá de la gloria que se manifestará al mundo y
de la bendición milenaria de la tierra. Es la gloria de un círculo íntimo de
bendición celestial, donde los santos tendrán su parte. El Señor dice de ellos:
«Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos
estén conmigo». El Señor había revelado muy anteriormente en sus discursos el
gran deseo de su corazón para recibirnos, para que donde Él está podamos
nosotros estar. Y una vez más, al tocar la oración a su fin, se nos recuerda el
deseo de su corazón.
Aunque será nuestro el privilegio de
estar con Él allí, siempre habrá una gloria personal que pertenecerá a Cristo,
y que nosotros contemplaremos, pero nunca compartiremos. Cristo, en calidad de
Hijo, siempre tendrá su lugar exclusivo con el Padre. Es una gloria y un amor
especiales para Cristo, el amor que Él gozó antes de la fundación del mundo. El
conocimiento de esto es especial, pues el Señor dice: «Padre justo, el mundo no
te ha conocido, pero yo te he conocido».
Los santos conocerán que Aquel al que
pertenecen esta gloria, amor y conocimiento especiales es el mismo que fue
enviado por el Padre para darle a conocer. Lo que los distingue de este mundo
decadente es que ellos saben discernir que el Hijo fue quien el Padre envió.
v.
26. El Señor declara a los suyos el nombre del Padre, y la declaración del
nombre del Padre revela el amor paterno, así como el conocimiento de que este
amor, siempre disfrutado y conocido por el Señor en su camino, pueden conocerlo
y disfrutarlo sus discípulos.
Si este amor está en ellos, Cristo
—aquel que declara el amor del Padre— tendrá un lugar en sus afectos y Él
estará en ellos. Al escuchar la última expresión de esta oración, el deseo que
tiene Cristo de estar en su pueblo llena nuestros pensamientos. No hay ninguna
duda de que el deseo de Su corazón será satisfecho en la gloria venidera. Pero,
además, por todo aquello que se desprende de los últimos discursos y de su
última oración, Cristo debería ser vivamente manifestado en su pueblo incluso
ahora. Para este fin son lavados nuestros pies y consolados nuestros corazones,
llevan fruto nuestras vidas y son instruidas nuestras mentes. Por ello, el
Señor nos permite que escuchemos su última oración, que termina con las
palabras YO EN ELLOS.
Traducción: D. Sanz
H. Smith
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