domingo, 3 de marzo de 2013

Discipulado: Yo Primero


EL AMO DE ESCLAVOS
El apóstol Pablo se llama a sí mismo siervo de Cristo Jesús en Romanos 1:1 y también en casi todas las epístolas que escribió. El significado de la palabra siervo es esclavo, o sea, una persona que es vendida a un amo y debe servirle a él, y no a otra persona. Un esclavo está completamente bajo la autoridad de su amo. Esto es importante y debemos entenderlo bien. Un esclavo ha sido comprado por su amo y pertenece a su amo. No se pertenece a sí mismo y no puede hacer lo que quiera. Un esclavo no puede abandonar su trabajo; no puede decir: "No trabajaré para mi amo." La ley lo mantiene bajo la autoridad de su amo.
El Nuevo Testamento enseña claramente cómo y por qué Pablo llegó a ser esclavo de Jesucristo. El Señor Jesús lo com­pró. El lo compró cuando murió en la cruz. Recordemos esto. Pablo se llama a sí mismo un esclavo de Jesucristo en Romanos 1:1 y en 6:14 dice: "...que el pecado no se enseñoree de vosotros." Este versículo significa que los creyentes en Roma habían sido esclavos del pecado. Ellos habían servido a Satanás pero ahora eran esclavos de Jesucristo. Por esto es que Pablo pudo escribir a los creyentes de Corinto: "No os pertenecéis a vosotros mismos sino a Dios, porque habéis sido comprados por precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo " 1 Corintios 6:19-20.
Los creyentes en Cristo pertenecen a Dios y por lo tanto deben servirle. No debemos servir a Dios solamente cuando nos sintamos inclinados a ello. Es bueno tener buenos senti­mientos y amor en nuestros corazones porque Dios así lo quiere. El quiere que nosotros lo amemos libremente. Cristo también tuvo sentimientos humanos como amor, ira, tristeza, etc. Pero el cristiano no debe amar a Dios solamente a causa de estos sentimientos.
El Padre dio a Cristo la autoridad sobre los hombres. El Señor Jesús dijo a su Padre en Juan 17:9, "Ruego por aquellos que me diste." Somos un regalo de Dios a su Hijo. Este es un hermoso pensamiento y significa que somos muy impor­tantes, que cada creyente es muy importante para Dios. Somos sus esclavos y le servimos porque pertenecemos a él. Éramos esclavos del pecado, estábamos perdidos en el mun­do y lejos de Dios, estábamos llenos de pecado, de suciedad y de error. Merecíamos castigo eterno pero Dios nos amó y nos salvó del castigo. Nos limpió y nos cambió y nos llenó con su Santo Espíritu para presentarnos como regalo a su Hi­jo. Así que somos propiedad suya porque el Padre nos com­pró y nos entregó como regalo al Hijo.
Dios nos ha dado una señal de que pertenecemos a su Hijo. El nos ha dado al Espíritu Santo, el cual vive en nosotros y nos dice que pertenecemos al Señor Jesucristo, Romanos 8:16. Estamos seguros de que el Espíritu de Dios vive en nosotros y esto es una bendición maravillosa. Sabemos que somos siervos de Cristo porque su Espíritu vive en nosotros. El Espíritu Santo nos ayuda a referirnos a Dios como Padre cuando oramos y la palabra Padre indica que estamos bajo su autoridad.
El Señor Jesús relató la historia de un hijo que no amaba a su padre. Un día, el hijo dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde y me iré. No quiero vivir bajo tú autoridad. Con gusto usaré tú dinero, pero no quiero estar en casa, ni obedecerte." Así, que el hijo se fue de la casa, Lucas 15:11-24. Cuando el hijo regresó dijo a su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y ya no soy digno de ser llamado tu hijo." Entonces el padre lo abrazó y lo besó y dijo a sus siervos, "sacad el mejor vestido y vestidlo."
El padre había preparado el mejor vestido para su hijo y lo tenía listo para cuando él regresara a casa. Al final de la historia, el hijo había regresado sentándose a la mesa con su padre y aceptando nuevamente su autoridad.
Dios quiere que seamos como el hijo de esta historia. El Espíritu Santo quiere que nosotros amemos a Dios nuestro padre y que sepamos que pertenecemos a Dios y al Señor Jesús y que somos sus esclavos. Que no nos pertenecemos a nosotros mismos. Luego, nos manda a vivir para él en este mundo. Somos extranjeros en este mundo, porque muchas personas no conocen el amor de Dios y no le sirven, pero nosotros sí conocemos su amor, le amamos y vivimos para él en este mundo.
En Génesis 37:8 leemos acerca de José y sus hermanos. En su sueño, José vio que sus hermanos se inclinaban delante de él. Sus hermanos le dijeron: "Tú nunca gobernarás sobre nosotros. Nunca nos inclinaremos delante de ti. Pero llegó el día cuando los hermanos de José se inclinaron delante de él. Ellos tenían hambre y sintieron tristeza por su pecado. Judá habló por todos los hermanos y dijo: "Oh, Señor, no tengas ira con nosotros. Somos tus siervos" (Génesis 44:16).
Ellos habían dicho que José nunca gobernaría sobre ellos, pero ahora Judá llama a José Señor Mío. El quería decir: "Tú eres mi amo, yo soy tu siervo." Entonces José les dijo que él era su hermano y luego los bendijo. Ahora, él no era su her­mano menor sino su Señor.
José usó vestiduras de rey. Tenía la cadena real de oro alrededor de su cuello y tenía autoridad sobre los habitantes de Egipto. Cuando los hermanos de José se inclinaron ante él, no pensaron que fuera su hermano. Ellos lo habían echado en una cisterna y después lo habían vendido como esclavo y ahora le decían: "Eres como el rey de Egipto”, Génesis 44:18 y José decía: "Es verdad, tengo tanta autoridad como el rey de Egipto."
Los hermanos de José se inclinaron ante él y estuvieron de acuerdo que él tenía autoridad. Entonces José les ordenó hacer algo. De la misma manera Cristo nos dice lo que debemos hacer cuando entendemos y aceptamos que él es nuestro amo. José dijo a sus hermanos; "Volved a vuestro país e informad a mi padre acerca de mi gloria " (Génesis 45:13). Nosotros también debemos contar acerca de las glorias del Señor Jesús. Generalmente decimos muy poco acerca de su gloria.
José dijo: "Regresad a mi padre y contadle de mi gloria." Sus hermanos obedecieron y regresaron a su tierra, Canaán. José les había dado grandes cantidades de alimentos para sus familias. Ellos hubieran podido vender ese alimento a la gente y atesorar gran cantidad de dinero y volverse ricos. In­clusive hubieran podido llegar a ser gobernadores de Canaán porque ellos sí consiguieron alimentos en Egipto.
Pero José nos los había enviado a Canaán para que fueran ricos y poderosos. Más bien, los hermanos de José dijeron: "No hemos regresado para quedarnos, ya no pertenecemos a esta tierra, fuimos a Egipto y vimos a José como gobernador de la tierra y nos inclinamos delante de él y vamos a regresar porque él nos ha dado un nuevo país. Ya no viviremos más en Canaán, sino haremos lo que José quiere." El Señor quiere que nosotros hablemos a otros de su gloria para que aban­donen sus propias cosas y vengan a Cristo a recibir las suyas.
Somos siervos de Cristo porque él nos compró y nos envió a vivir para él en este mundo. Todos los hijos de Dios son sus siervos. Algunos de sus siervos hacen grandes cosas y otros, cosas que podríamos llamar sin importancia, pero todos somos igualmente siervos de Cristo. Y somos sus siervos por­que él nos compró para sí y tiene el derecho de enviarnos a este mundo. José envió a sus siervos de regreso a la tierra de Canaán no para que permanecieran allí, no para que llegaran a ser ricos e importantes, sino para que vivieran para él y hablaran acerca de él. Así, el Señor Jesús nos ha enviado a este mundo para que le sirvamos.
El Señor Jesús encontró a Saulo en el camino a Damasco y Saulo le dijo: "¿Quién eres tú, Señor?" Hechos 9:1-19. El Señor le respondió: "Yo soy Jesús." Luego Saulo dijo: "¿Qué quieres que yo haga?" Jesús le dijo que fuera a la ciudad donde alguien le diría lo que debería hacer. Saulo fue a la ciudad y pensaba acerca del Señor Jesús y de lo que el había estado haciendo al pueblo de Dios. Entonces el Señor habló a un hombre llamado Ananías y lo envió a Saulo con el mensa­je de Dios. Ananías era una persona humilde, no era muy conocido, pero era un siervo de Dios. También Saulo llegó a ser un siervo de Dios. Todos los siervos de Dios son lo mismo en la casa del Padre. Ninguno es más importante que otro, sino que todos son igualmente servidores.
El Señor le dijo a Ananías: "Quiero que lleves este mensaje a Saulo." Ananías le dijo: "Tengo miedo de Saulo." Pero el Señor dijo: "Saulo ha cambiado, quiero que le lleves mi men­saje porque lo he escogido para que haga conocer mi nom­bre." El nombre de Dios significa todo lo que él es, su poder, su amor, su santidad y todas las demás cosas que Dios nos dice acerca de sí mismo. El Señor dijo: "Yo le he escogido para que hable a las gentes de las naciones acerca de mí y le mostraré que debe sufrir mucho por mi causa." No es fácil hablar a la gente acerca de Dios y mostrarles como es él. La mayor parte de la gente es como aquellos que mataron al Hi­jo de Dios, no quiere oír acerca de él. La mayor parte de la gente no nos querrá y nos odiará. Ellos odiaron a nuestro amo el Señor Jesucristo y nos odiarán a nosotros. El Señor Jesús dijo que el siervo no es más que su amo, Juan 15:20.
            Mucha gente no nos querrá y nos rechazará porque somos siervos de Jesucristo. Ojalá el Señor nos ayude para serle fieles.

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