Capítulo 2
El poder de Dios
trayendo las almas muertas al disfrute de los privilegios celestiales
El
capítulo 2 presenta más bien la operación del poder de Dios en la tierra[1], con el propósito de traer
almas al disfrute de sus privilegios celestiales, y formar así la asamblea aquí
abajo, que la revelación de los privilegios mismos, y por consiguiente la de
los consejos de Dios. No son ni siquiera estos consejos; es la gracia y el
poder que obran para su cumplimiento, guiando a las almas al resultado que este
poder producirá según esos consejos. Cristo es visto primero, no como Dios
bajando aquí y presentado a pecadores, sino como muerto, esto es, donde
nosotros estábamos por el pecado, pero resucitado de allí mediante poder. Él
murió por el pecado; Dios lo había resucitado de la muerte y lo había situado a
Su diestra. Nosotros estábamos muertos en nuestros delitos y pecados: Él nos
dio vida juntamente con Él. Pero como lo que está en cuestión es la tierra, y
la operación del poder y gracia en la tierra, el Espíritu habla naturalmente de
la condición de aquellos en quienes obra esta gracia, de hecho, habla de la
condición de todos. Al mismo tiempo, en las formas terrenales de religión, en
el sistema que existía en la tierra, existían aquellos que estaban cerca y los
que estaban lejos. Ahora bien, hemos visto que en la plena bendición de la cual
habla el apóstol, está implicada la naturaleza de Dios mismo, en vista de la
cual, y para la gloria de la cual, fueron establecidos todos Sus consejos. Por
lo tanto, formas externas, aunque algunas de ellas han sido establecidas
provisionalmente en la tierra por la propia autoridad de Dios, no podrían tener
valor ahora. Ellas habían servido para la manifestación de los modos de obrar
de Dios como sombras de las cosas por venir, y habían sido relacionadas con la
exhibición de la autoridad de Dios en la tierra entre los hombres, manteniendo
algún conocimiento de Dios - cosas importantes en su lugar; pero estas figuras
no podían hacer nada con respecto a traer almas a la relación con Dios, para
disfrutar la manifestación eterna de Su naturaleza en corazones capacitados por
la gracia, mediante su participación en esa naturaleza y reflejándola. Por
esto, esas figuras no tenían valor alguno, no eran la manifestación de estos
principios eternos. Pero las dos clases de hombres, Judíos y Gentiles, estaban
allí y el apóstol habla de ambos. La gracia toma personas de ambos grupos para
formar un cuerpo, un nuevo hombre, por medio de una nueva creación en Cristo.
El hombre
distanciado de Dios bajo el poder de las tinieblas
En
los primeros dos versículos de éste capítulo él habla de aquellos que fueron
sacados de entre las naciones que no conocían a Dios - Gentiles, como ellos son
comúnmente llamados. En el versículo 3 él habla de los Judíos - dice,
"también todos nosotros." Él no entra aquí en los terribles detalles
contenidos en Romanos 3 porque su objeto no es convencer al individuo[2], a fin de mostrarle los
medios de justificación, sino que exponer los consejos de Dios en la gracia.
Aquí, entonces, él habla de la distancia que hay entre Dios y el hombre que se
encuentra bajo del poder de las tinieblas. Con respecto a las naciones, él
habla de la condición universal del mundo. El curso entero del mundo, el
sistema completo, era según el príncipe de la potestad del aire; el mundo mismo
estaba bajo el gobierno del que obró en los corazones de los hijos de
desobediencia, quiénes por su propia voluntad evadieron el gobierno de Dios,
aunque ellos no podían evadir Su juicio.
Todos, judíos y
Gentiles, son por naturaleza hijos de ira
Si
los Judíos tenían privilegios externos, si ellos no estaban en un sentido
directo bajo el gobierno del príncipe de este mundo (como era el caso de las naciones
que se sumergieron en la idolatría, y se hundieron en toda la degradación de
ese sistema en el que el hombre se revolcaba, en la lascivia en la que los demonios
se deleitaban en sumirlo burlándose así de su sabiduría); si los Judíos no
estaban, como los Gentiles, bajo el gobierno de demonios, no obstante, en su
naturaleza ellos eran conducidos por los mismos deseos que aquellos por los
cuales los demonios influyeron a los pobres paganos. Los Judíos llevaban la
misma vida con respecto a los deseos de la carne; ellos eran hijos de ira, lo
mismo que los demás, pues esta es la condición de los hombres; son hijos de ira
por naturaleza (Efesios 2:3). En sus privilegios externos los Israelitas eran
el pueblo de Dios, por naturaleza eran hombres como los otros. Y observen aquí
estas palabras, "por naturaleza". El Espíritu no está hablando aquí
de un juicio pronunciado de parte de Dios, ni de pecados cometidos, ni de
Israel habiendo fracasado en su relación con Dios por caer en la idolatría y la
rebelión, ni siquiera por haber rechazado al Mesías y haberse privado ellos
mismos de todo recurso - todo lo cual Israel había hecho. Él tampoco habla de
un juicio pronunciado por Dios sobre la manifestación del pecado. Ellos eran,
como todos los otros hombres, por naturaleza hijos de ira. Esta ira fue la
consecuencia natural del estado en el cual ellos estaban[3].
La misericordia,
el amor y el poder de Dios hacia aquellos que estaban muertos en delitos y
pecados; pasados de muerte a vida como una nueva creación, cesando todas las
distinciones
Efesios
2:4. El hombre tal como era, Judío o Gentil, y la ira, iban naturalmente
juntos, así como hay un vínculo natural entre el bien y la justicia. Ahora
bien, Dios en Su naturaleza está por sobre todo eso, aunque en juicio al tomar
conocimiento de todo lo que es contrario a Su voluntad y gloria. A aquellos
quiénes son dignos de ira Él puede ser rico en misericordia, porque Él lo es en
Sí Mismo. El apóstol, por tanto, presenta a Dios aquí como actuando según Su
propia naturaleza hacia los objetos de Su gracia. Nosotros estábamos muertos
dice el apóstol - muertos en nuestros delitos y pecados. Dios viene, en Su
amor, a librarnos por Su poder - "Dios, que es rico en misericordia, por
su gran amor con que nos amó". No había nada bueno obrando en nosotros:
estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. El movimiento vino de Él,
¡alabado sea Su nombre! Él nos ha dado vida; no sólo eso - Él nos ha dado vida
juntamente con Cristo. Él no había dicho en una manera directa, que Cristo
había sido vivificado, aunque esto puede ser dicho, donde se habla el poder del
Espíritu en Él mismo. Sin embargo, Él fue resucitado de entre los muertos; y,
cuando se habla de nosotros, se nos dice que toda la energía por medio de la
cual Él salió de la muerte es empleada también para nuestra vivificación; y no
solamente eso, estamos asociados con Él incluso al ser vivificados. Él sale de
la muerte - nosotros salimos con Él. Dios nos ha impartido esta vida. Es Su
gracia pura, y una gracia que nos ha salvado, que nos encontró muertos en
pecados y nos ha sacado de la muerte así como Cristo salió de ella, y por el
mismo poder, y nos sacó con Él por el poder de vida en la resurrección con
Cristo[4], para colocarnos en la luz
y en el favor de Dios, como una nueva creación, así como Cristo está allí.
Judíos y Gentiles se encuentran juntos en la misma nueva posición en Cristo. La
resurrección ha puesto fin a todas esas distinciones; no tienen lugar en un
Cristo resucitado. Dios le ha dado vida tanto al uno como al otro con Cristo.
En Cristo en una
nueva condición; todo es don de la gracia de Dios y no por obras
Ahora
bien, habiendo Cristo hecho esto, Judíos y Gentiles se encuentran juntos en el
Cristo resucitado y ascendido, sentados juntos en Él en una nueva condición
común a ambos, sin las diferencias que la muerte había abolido - una condición
descrita por la del propio Cristo[5]. Pobres pecadores de entre
los Gentiles y de entre los desobedientes y contradictores Judíos, son traídos
a la posición donde Cristo está, por el poder que le levanto de la muerte y le
sentó a la diestra de Dios[6], para mostrar en las
edades venideras las inmensas riquezas de la gracia que lo había realizado. Una
María Magdalena, un ladrón crucificado, compañeros en la gloria con el Hijo de
Dios, y todos los que creemos, testificaremos de esto. Es por gracia que somos
salvos. Ahora no estamos todavía en la gloria: ello es por medio de la fe.
¿Podría alguno decir que por lo menos la fe es del hombre? No[7], la fe tampoco es nuestra
en este aspecto, pues todo es don de Dios y no por obras, para que nadie se
gloríe, porque somos hechura Suya.
Creados de nuevo
para buenas obras que concuerdan con la nueva creación
¡De
qué manera poderosa el Espíritu nombra a Dios mismo como la fuente y realizador
de todo, y el único! Es una creación, pero, como obra de Él, es de un resultado
que está de acuerdo con Su propio carácter. Ahora bien, esto se hace en
nosotros. Él toma a pobres pecadores para mostrar Su gloria en ellos. Si es la
operación de Dios, con toda certeza será para obras buenas: Él nos ha creado en
Cristo para ellas. Y observen aquí que si Dios nos ha creado para buenas obras,
estas deben ser caracterizadas en su naturaleza por Aquel que las ha obrado en
nosotros, creándonos según Sus propios pensamientos. No es el hombre quien
procura acercarse a Dios, o satisfacerlo a Él por hacer obras que le agradan
según la ley - es decir, según la medida de lo que el hombre debe ser; sino que
es Dios quien nos toma en nuestros pecados, cuando no hay ni un movimiento
moral en nuestros corazones ("no hay quien entienda, no hay quien busque a
Dios"), y nos crea de nuevo para obras que concuerdan con esta nueva
creación. Es completamente una nueva posición en la que somos puestos, según
esta nueva creación de Dios - un nuevo carácter que se nos confiere según la
predeterminación de Dios. Las obras también son predeterminadas según el
carácter con el que nos revestimos por medio de esta nueva creación. Todo es
absolutamente según la mente de Dios mismo. No es el deber según la creación
antigua[8]. En la nueva creación todo
es el fruto de los propios pensamientos de Dios. La ley desaparece respecto a
nosotros incluso con respecto a sus obras; junto con la naturaleza a la que
ella fue aplicada. El hombre obediente a la ley era un hombre como debía ser
según el primer Adán; el hombre en Cristo debe caminar según la vida celestial
del segundo Adán, y andar digno de Él como Cabeza de una nueva creación, siendo
resucitado con Él, y siendo el fruto de la nueva creación - digna de Él, quien
lo ha formado precisamente para esto. (2 Corintios 5:5).
Judío y Gentil, un
nuevo hombre; la enemistad es destruida y la paz es hecha y proclamada
Por
lo tanto, al gozar los Gentiles de este privilegio inefable - aunque el apóstol
no reconoce al Judaísmo como una circuncisión verdadera - ellos debían recordar
de dónde habían sido sacados; sin Dios y sin esperanza como ellos estaban en el
mundo, ajenos a todas las promesas. Sin embargo, por lejos que hubieran estado,
ahora fueron hechos cercanos por Su sangre. Él había derribado la pared
intermedia, habiendo abolido la ley de los mandamientos por la que el judío,
que era distinguido por estas ordenanzas, estaba separado de los Gentiles.
Estas ordenanzas tenían su esfera de acción en la carne. Pero Cristo (como
viviendo en relación con todo esto), estando muerto, ha abolido la enemistad
para formar en Sí mismo de ambos - Judío o Gentil - un nuevo hombre (Efesios
2:15); los Gentiles son hechos cercanos por la sangre de Cristo, y la pared
intermedia de separación ha sido derribada, para reconciliar con Dios a ambos
en un solo cuerpo; no solamente habiendo hecho la paz por la cruz, sino
habiendo destruido - por la gracia que era común a ambos, y que ninguno podría
reclamar más que el otro, puesto que era por el pecado - la enemistad que existía
hasta entonces, entre el Judío privilegiado y el Gentil idólatra alejado de
Dios, aboliendo en Su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados
en ordenanzas.
Acceso a Dios como
nuestro Padre y como parte de Su familia; la verdadera casa de Dios contemplada
como siendo una obra progresiva al igual que siendo Su casa en la tierra en la
actualidad
Habiendo
hecho la paz, Él la anunció con este objetivo al uno y al otro, al que estaba lejos
y al que estaba cerca. Porque por Cristo todos nosotros - ya sea Judíos o
Gentiles - tenemos entrada por un solo Espíritu al Padre (Efesios 2:18). No es
el Jehová de los Judíos (cuyo nombre no fue invocado sobre los Gentiles); sino
que es el Padre de los Cristianos, de los redimidos por Jesucristo, que son
adoptados para formar parte de la familia de Dios (versículo 19). Así, aunque
uno sea Gentil, ya no es un extranjero ni advenedizo; uno tiene ciudadanía
cristiana y celestial; de la verdadera familia de Dios mismo. Así es la gracia.
Con respecto a este mundo celestial, siendo así incorporados en Cristo, esta es
nuestra posición. Todos, Judío o Gentil, así reunidos en un cuerpo, constituyen
la asamblea en la tierra. Los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento
forman el fundamento del edificio, siendo la principal piedra del ángulo
Jesucristo mismo. En Él, todo el edificio va creciendo para ser un templo,
teniendo los Gentiles su lugar, y formando con los otros la morada de Dios en
la tierra, quien está presente por Su Espíritu. Primeramente, él mira la obra
progresiva que estaba siendo edificada sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas del Nuevo Testamento, la totalidad de la asamblea según la mente de
Dios; y, en segundo lugar, él mira la unión que existía entre los Efesios y
otros creyentes Gentiles y los Judíos, como formando la casa de Dios en la
tierra en ese momento. Dios mora en ella por el Espíritu Santo[9].
Los temas de los capítulos 1 y
2
El
capítulo 1 había puesto ante nosotros los consejos y propósitos de Dios; comenzando
con la relación de los hijos y el Padre, y, cuando se menciona la operación de
Dios, la asamblea como el cuerpo de Cristo unida a Él, quien es Cabeza sobre
todas las cosas. El capítulo 2, tratándose de la obra que llama afuera a la
asamblea, que la crea aquí abajo por la gracia, pone ante nosotros a esta
asamblea por una parte, creciendo para ser un templo santo, y luego como la
morada actual de Dios aquí abajo por el Espíritu[10].
[1] Es el poder que, levantando a los santos con Cristo de la muerte del
pecado, y uniéndolos a Él quien es la cabeza, forma la relación de ellos con Él
como Su cuerpo. La primera parte del capítulo presenta nuestra relación
individual con el Padre, en la que Cristo es el Primogénito entre muchos
hermanos. Aquí venimos a la relación colectiva con Cristo, el postrer hombre y
el hombre resucitado. Hasta la segunda parte de la oración tenemos los consejos
de Dios. Desde la última parte tenemos las operaciones de poder para
realizarlos. Y es aquí donde nuestra unión con Cristo entra por primera vez, la
cual, aunque los consejos de Dios con respecto a ella son revelados, sin
embargo son efectuados ahora espiritualmente, como se ve en el capítulo 5.
[2] Noten especialmente aquí que en Efesios el Espíritu no describe la vida
del viejo hombre en pecado. Dios y Su propia obra son todo. El hombre es visto
como muerto en sus pecados; por lo tanto, lo que es producido es enteramente de
Dios, una nueva creación de Su parte. Un hombre que vive en pecado debe morir,
debe juzgarse a sí mismo, debe arrepentirse, debe ser limpiado por gracia; es
decir, se le trata como a un hombre vivo. Aquí el hombre está sin ningún
movimiento de vida espiritual: Dios lo hace todo; Él da vida y resucita. Es una
nueva creación.
[3] La fe, cuando es enseñada por la Palabra, siempre regresa a esto: el
juicio se refiere a actos hechos en el cuerpo. Pero nosotros estábamos muertos
en pecados - sin ningún movimiento vital hacia Dios. Nosotros no venimos a
juicio (Juan 5), sino que hemos pasado de muerte a vida.
[4] Aquí hay una
creación totalmente nueva, y el nuevo estado es contemplado sencillamente en sí
mismo. Estábamos muertos para Dios en nuestro viejo estado. Aquí no se
contempla al hombre como viviendo en pecados y siendo responsable, sino que se
lo contempla como estando totalmente muerto en ellos y creado de nuevo: por
eso, en esta parte de la epístola, nosotros no tenemos el perdón, ni la
justificación. El hombre no es contemplado como un hombre vivo y responsable.
En Colosenses nosotros somos resucitados con Cristo, pero "perdonándoos
todos los pecados", los cuales Cristo había llevado descendiendo a la
muerte. Tampoco tenemos aquí al viejo hombre, y la muerte aplicada a él, aunque
ambos, el andar y el viejo hombre, son reconocidos como hechos, aunque no en
relación con la resurrección. En Colosenses tenemos que, aun cuando se habla de
"muertos en pecados", se añade "y en la incircuncisión de
vuestra carne" (Colosenses 2:13), porque es muerte para con Dios. La
epístola a los Romanos considera al hombre responsable en el mundo; por esta
razón ustedes tienen la plena justificación, muerto al pecado y no la
resurrección con Cristo. El hombre es un hombre vivo aquí, aunque justificado,
y vivo en Cristo.
[5] Esto no es meramente vida comunicada (de la que leemos en Romanos), sino
que un lugar y una posición totalmente nuevos que hemos tomado, una vida
teniendo el carácter de resurrección desde un estado de muerte en pecados. Y
aquí no se nos ve como vivificados por Cristo, sino que vivificados con Él. Él
es el hombre resucitado y glorificado.
[6] En Colosenses los santos se ven solamente resucitados con Cristo, con
una esperanza guardada para ellos en el cielo, y son llamados a poner la mira
en las cosas de arriba, donde están escondidos Cristo y la vida de ellos con
Él. Además, su resurrección con Cristo es sólo de carácter administrativo para
este mundo en el bautismo, en relación con la fe en el poder que levantó a
Cristo. No tenemos la unión de judíos y Gentiles en Él como resucitados y en
lugares celestiales. En realidad en Colosenses, solamente los Gentiles están en
los pensamientos del apóstol.
[7] Estoy bastante consciente de lo que los críticos dicen aquí con respecto
al género gramatical de la palabra utilizada, pero esto es igualmente cierto
con respecto a la gracia, y al decir "por gracia. . . y esto no de
vosotros", es simplemente un absurdo; pero 'por medio de la fe' puede
suponerse que es de nosotros mismos, aunque no se puede suponer lo mismo de la
gracia. Por lo tanto, el Espíritu de Dios agrega, "y esto no de vosotros,
pues es don de Dios." Es decir, el hecho de creer es don de Dios, no de
nosotros mismos. Y esto es confirmado por lo que sigue: "No por
obras." Pero el objeto del apóstol es mostrarnos que todo era por gracia y
una nueva creación - hechura de Dios - de Dios. Hasta aquí van juntos la gracia,
la fe y todo.
[8] No es que Dios no reconoce las relaciones que Él había formado
originalmente - Él lo hace plenamente cuando estamos en ellas; pero la medida
de la nueva creación es otra cosa.
[9] Es extremadamente importante ver en estos días la diferencia entre esta
edificación progresiva, nunca completa hasta que todos los creyentes que han de
formar el cuerpo de Cristo sean reunidos, y el templo actual de Dios sobre la
tierra. En lo primero, Cristo es el constructor. Él la lleva adelante sin fracaso,
y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Esto no está completo
aún, ni contemplado como un todo hasta que esté terminado. De ahí que nosotros
nunca encontramos en las Epístolas un edificador en este caso: en Pedro leemos:
"allegándoos a él, como a piedra viva, ...vosotros también, como piedras
vivas sois edificados. . ."(1 Pedro 2:5 - VM); de igual modo aquí, en
Efesios, leemos que este edificio crece para ser un templo santo en el Señor.
Pero, además de esto, el actual cuerpo profesante manifestado es considerado
como un todo en la tierra; y el hombre es visto como edificador. "Vosotros
sois. . .edificio de Dios"(1a. Corintios 3). "Yo como perito
arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire como
sobreedifica." La responsabilidad del hombre entra, y la obra es sujeta a
juicio. Es el atribuir a esto los privilegios del cuerpo, y de aquello que
Cristo edifica, lo que ha producido el catolicismo y todo lo que es semejante.
La cosa corrupta que caerá bajo juicio está falsamente vestida con la seguridad
de la obra de Cristo. Aquí en Efesios 2 no solamente encontramos la obra
construida en forma progresiva y segura, sino el edificio actual como un hecho
en la bendición de este, sin referencia a la responsabilidad humana de
edificar.
[10] Es verdad que el capítulo 2 habla del cuerpo (v. 16); pero la introducción
de la casa es un elemento nuevo y requiere algún desarrollo. Aunque la obra que
se lleva a cabo en la creación de los miembros que han de componer el cuerpo es
totalmente de Dios, ella se realiza en la tierra. Los consejos de Dios tienen
en consideración, en primer lugar, a individuos para ponerlos cerca de Sí
mismo, tal como Él querría tenerlos; entonces, habiendo enaltecido a Cristo
sobre todo nombre que se nombra, ahora o de aquí en adelante, le otorga a Él
ser cabeza del cuerpo, formado por individuos unidos a Cristo en el cielo sobre
todas las cosas. Ellos serán perfectos según su Cabeza. Pero la obra sobre la
tierra, si reúne a los recién nacidos, los reúne en la tierra. Lo que ahora
responde aquí abajo a la presencia de Cristo en el cielo es la presencia del
Espíritu Santo en la tierra. El creyente individual es, desde luego, el templo
de Dios, pero en este capítulo, de lo que se habla es del cuerpo completo de
Cristianos formado en la tierra; ellos llegan a ser la casa, la morada, de Dios
en la tierra. Verdad maravillosa y solemne. Inmenso privilegio y fuente de
bendición; pero igualmente implica gran responsabilidad. Se observará que,
hablando del cuerpo de Cristo, hablamos del fruto del propósito eterno de Dios
y de Su propia operación; y, aunque el Espíritu puede aplicar este nombre a la
asamblea de Dios en la tierra, considerada como estando compuesta por
verdaderos miembros de Cristo, no obstante, el cuerpo de Cristo, así como es
formado por el poder vivificante de Dios según Su propósito eterno, está compuesto
de personas unidas a la Cabeza como miembros verdaderos. La casa de Dios, tal
como está establecida ahora en la tierra, es el fruto de una obra de Dios,
encomendada aquí a hombres, no es el objeto apropiado de Sus consejos (aunque
la ciudad en Apocalipsis responde en alguna medida a ella). Entre tanto sea la
obra de Dios, es evidente que esta casa está compuesta por aquellos que son
llamados verdaderamente por Dios, y Dios la estableció así, y como es
mencionada aquí (comparen con Hechos 2: 47). Pero no debemos confundir el
resultado práctico de esta obra, realizado en manos de hombres, y bajo su responsabilidad
(1a. Corintios 3), con el objeto de los consejos de Dios. Nadie puede ser un
miembro verdadero de Cristo, ni ser una piedra verdadera en la casa, sin estar
realmente unido a la Cabeza; pero la casa puede ser la morada de Dios, aunque
aquella que no es una piedra verdadera pueda entrar en su construcción. Pero es
imposible que uno que no haya nacido de Dios pueda ser miembro del cuerpo de
Cristo. Vean la nota anterior.
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