domingo, 3 de marzo de 2013

EFESIOS


Capítulo 2
El poder de Dios trayendo las almas muertas al disfrute de los privilegios celestiales
          El capítulo 2 presenta más bien la operación del poder de Dios en la tierra[1], con el propósito de traer almas al disfrute de sus privilegios celestiales, y formar así la asamblea aquí abajo, que la revelación de los privilegios mismos, y por consiguiente la de los consejos de Dios. No son ni siquiera estos consejos; es la gracia y el poder que obran para su cumplimiento, guiando a las almas al resultado que este poder producirá según esos consejos. Cristo es visto primero, no como Dios bajando aquí y presentado a pecadores, sino como muerto, esto es, donde nosotros estábamos por el pecado, pero resucitado de allí mediante poder. Él murió por el pecado; Dios lo había resucitado de la muerte y lo había situado a Su diestra. Nosotros estábamos muertos en nuestros delitos y pecados: Él nos dio vida juntamente con Él. Pero como lo que está en cuestión es la tierra, y la operación del poder y gracia en la tierra, el Espíritu habla naturalmente de la condición de aquellos en quienes obra esta gracia, de hecho, habla de la condición de todos. Al mismo tiempo, en las formas terrenales de religión, en el sistema que existía en la tierra, existían aquellos que estaban cerca y los que estaban lejos. Ahora bien, hemos visto que en la plena bendición de la cual habla el apóstol, está implicada la naturaleza de Dios mismo, en vista de la cual, y para la gloria de la cual, fueron establecidos todos Sus consejos. Por lo tanto, formas externas, aunque algunas de ellas han sido establecidas provisionalmente en la tierra por la propia autoridad de Dios, no podrían tener valor ahora. Ellas habían servido para la manifestación de los modos de obrar de Dios como sombras de las cosas por venir, y habían sido relacionadas con la exhibición de la autoridad de Dios en la tierra entre los hombres, manteniendo algún conocimiento de Dios - cosas importantes en su lugar; pero estas figuras no podían hacer nada con respecto a traer almas a la relación con Dios, para disfrutar la manifestación eterna de Su naturaleza en corazones capacitados por la gracia, mediante su participación en esa naturaleza y reflejándola. Por esto, esas figuras no tenían valor alguno, no eran la manifestación de estos principios eternos. Pero las dos clases de hombres, Judíos y Gentiles, estaban allí y el apóstol habla de ambos. La gracia toma personas de ambos grupos para formar un cuerpo, un nuevo hombre, por medio de una nueva creación en Cristo.

El hombre distanciado de Dios bajo el poder de las tinieblas
          En los primeros dos versículos de éste capítulo él habla de aquellos que fueron sacados de entre las naciones que no conocían a Dios - Gentiles, como ellos son comúnmente llamados. En el versículo 3 él habla de los Judíos - dice, "también todos nosotros." Él no entra aquí en los terribles detalles contenidos en Romanos 3 porque su objeto no es convencer al individuo[2], a fin de mostrarle los medios de justificación, sino que exponer los consejos de Dios en la gracia. Aquí, entonces, él habla de la distancia que hay entre Dios y el hombre que se encuentra bajo del poder de las tinieblas. Con respecto a las naciones, él habla de la condición universal del mundo. El curso entero del mundo, el sistema completo, era según el príncipe de la potestad del aire; el mundo mismo estaba bajo el gobierno del que obró en los corazones de los hijos de desobediencia, quiénes por su propia voluntad evadieron el gobierno de Dios, aunque ellos no podían evadir Su juicio.

Todos, judíos y Gentiles, son por naturaleza hijos de ira
         Si los Judíos tenían privilegios externos, si ellos no estaban en un sentido directo bajo el gobierno del príncipe de este mundo (como era el caso de las naciones que se sumergieron en la idolatría, y se hundieron en toda la degradación de ese sistema en el que el hombre se revolcaba, en la lascivia en la que los demonios se deleitaban en sumirlo burlándose así de su sabiduría); si los Judíos no estaban, como los Gentiles, bajo el gobierno de demonios, no obstante, en su naturaleza ellos eran conducidos por los mismos deseos que aquellos por los cuales los demonios influyeron a los pobres paganos. Los Judíos llevaban la misma vida con respecto a los deseos de la carne; ellos eran hijos de ira, lo mismo que los demás, pues esta es la condición de los hombres; son hijos de ira por naturaleza (Efesios 2:3). En sus privilegios externos los Israelitas eran el pueblo de Dios, por naturaleza eran hombres como los otros. Y observen aquí estas palabras, "por naturaleza". El Espíritu no está hablando aquí de un juicio pronunciado de parte de Dios, ni de pecados cometidos, ni de Israel habiendo fracasado en su relación con Dios por caer en la idolatría y la rebelión, ni siquiera por haber rechazado al Mesías y haberse privado ellos mismos de todo recurso - todo lo cual Israel había hecho. Él tampoco habla de un juicio pronunciado por Dios sobre la manifestación del pecado. Ellos eran, como todos los otros hombres, por naturaleza hijos de ira. Esta ira fue la consecuencia natural del estado en el cual ellos estaban[3].

La misericordia, el amor y el poder de Dios hacia aquellos que estaban muertos en delitos y pecados; pasados de muerte a vida como una nueva creación, cesando todas las distinciones
          Efesios 2:4. El hombre tal como era, Judío o Gentil, y la ira, iban naturalmente juntos, así como hay un vínculo natural entre el bien y la justicia. Ahora bien, Dios en Su naturaleza está por sobre todo eso, aunque en juicio al tomar conocimiento de todo lo que es contrario a Su voluntad y gloria. A aquellos quiénes son dignos de ira Él puede ser rico en misericordia, porque Él lo es en Sí Mismo. El apóstol, por tanto, presenta a Dios aquí como actuando según Su propia naturaleza hacia los objetos de Su gracia. Nosotros estábamos muertos dice el apóstol - muertos en nuestros delitos y pecados. Dios viene, en Su amor, a librarnos por Su poder - "Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó". No había nada bueno obrando en nosotros: estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. El movimiento vino de Él, ¡alabado sea Su nombre! Él nos ha dado vida; no sólo eso - Él nos ha dado vida juntamente con Cristo. Él no había dicho en una manera directa, que Cristo había sido vivificado, aunque esto puede ser dicho, donde se habla el poder del Espíritu en Él mismo. Sin embargo, Él fue resucitado de entre los muertos; y, cuando se habla de nosotros, se nos dice que toda la energía por medio de la cual Él salió de la muerte es empleada también para nuestra vivificación; y no solamente eso, estamos asociados con Él incluso al ser vivificados. Él sale de la muerte - nosotros salimos con Él. Dios nos ha impartido esta vida. Es Su gracia pura, y una gracia que nos ha salvado, que nos encontró muertos en pecados y nos ha sacado de la muerte así como Cristo salió de ella, y por el mismo poder, y nos sacó con Él por el poder de vida en la resurrección con Cristo[4], para colocarnos en la luz y en el favor de Dios, como una nueva creación, así como Cristo está allí. Judíos y Gentiles se encuentran juntos en la misma nueva posición en Cristo. La resurrección ha puesto fin a todas esas distinciones; no tienen lugar en un Cristo resucitado. Dios le ha dado vida tanto al uno como al otro con Cristo.

En Cristo en una nueva condición; todo es don de la gracia de Dios y no por obras
          Ahora bien, habiendo Cristo hecho esto, Judíos y Gentiles se encuentran juntos en el Cristo resucitado y ascendido, sentados juntos en Él en una nueva condición común a ambos, sin las diferencias que la muerte había abolido - una condición descrita por la del propio Cristo[5]. Pobres pecadores de entre los Gentiles y de entre los desobedientes y contradictores Judíos, son traídos a la posición donde Cristo está, por el poder que le levanto de la muerte y le sentó a la diestra de Dios[6], para mostrar en las edades venideras las inmensas riquezas de la gracia que lo había realizado. Una María Magdalena, un ladrón crucificado, compañeros en la gloria con el Hijo de Dios, y todos los que creemos, testificaremos de esto. Es por gracia que somos salvos. Ahora no estamos todavía en la gloria: ello es por medio de la fe. ¿Podría alguno decir que por lo menos la fe es del hombre? No[7], la fe tampoco es nuestra en este aspecto, pues todo es don de Dios y no por obras, para que nadie se gloríe, porque somos hechura Suya.
  
Creados de nuevo para buenas obras que concuerdan con la nueva creación
          ¡De qué manera poderosa el Espíritu nombra a Dios mismo como la fuente y realizador de todo, y el único! Es una creación, pero, como obra de Él, es de un resultado que está de acuerdo con Su propio carácter. Ahora bien, esto se hace en nosotros. Él toma a pobres pecadores para mostrar Su gloria en ellos. Si es la operación de Dios, con toda certeza será para obras buenas: Él nos ha creado en Cristo para ellas. Y observen aquí que si Dios nos ha creado para buenas obras, estas deben ser caracterizadas en su naturaleza por Aquel que las ha obrado en nosotros, creándonos según Sus propios pensamientos. No es el hombre quien procura acercarse a Dios, o satisfacerlo a Él por hacer obras que le agradan según la ley - es decir, según la medida de lo que el hombre debe ser; sino que es Dios quien nos toma en nuestros pecados, cuando no hay ni un movimiento moral en nuestros corazones ("no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios"), y nos crea de nuevo para obras que concuerdan con esta nueva creación. Es completamente una nueva posición en la que somos puestos, según esta nueva creación de Dios - un nuevo carácter que se nos confiere según la predeterminación de Dios. Las obras también son predeterminadas según el carácter con el que nos revestimos por medio de esta nueva creación. Todo es absolutamente según la mente de Dios mismo. No es el deber según la creación antigua[8]. En la nueva creación todo es el fruto de los propios pensamientos de Dios. La ley desaparece respecto a nosotros incluso con respecto a sus obras; junto con la naturaleza a la que ella fue aplicada. El hombre obediente a la ley era un hombre como debía ser según el primer Adán; el hombre en Cristo debe caminar según la vida celestial del segundo Adán, y andar digno de Él como Cabeza de una nueva creación, siendo resucitado con Él, y siendo el fruto de la nueva creación - digna de Él, quien lo ha formado precisamente para esto. (2 Corintios 5:5).

Judío y Gentil, un nuevo hombre; la enemistad es destruida y la paz es hecha y proclamada
          Por lo tanto, al gozar los Gentiles de este privilegio inefable - aunque el apóstol no reconoce al Judaísmo como una circuncisión verdadera - ellos debían recordar de dónde habían sido sacados; sin Dios y sin esperanza como ellos estaban en el mundo, ajenos a todas las promesas. Sin embargo, por lejos que hubieran estado, ahora fueron hechos cercanos por Su sangre. Él había derribado la pared intermedia, habiendo abolido la ley de los mandamientos por la que el judío, que era distinguido por estas ordenanzas, estaba separado de los Gentiles. Estas ordenanzas tenían su esfera de acción en la carne. Pero Cristo (como viviendo en relación con todo esto), estando muerto, ha abolido la enemistad para formar en Sí mismo de ambos - Judío o Gentil - un nuevo hombre (Efesios 2:15); los Gentiles son hechos cercanos por la sangre de Cristo, y la pared intermedia de separación ha sido derribada, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo; no solamente habiendo hecho la paz por la cruz, sino habiendo destruido - por la gracia que era común a ambos, y que ninguno podría reclamar más que el otro, puesto que era por el pecado - la enemistad que existía hasta entonces, entre el Judío privilegiado y el Gentil idólatra alejado de Dios, aboliendo en Su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas.

Acceso a Dios como nuestro Padre y como parte de Su familia; la verdadera casa de Dios contemplada como siendo una obra progresiva al igual que siendo Su casa en la tierra en la actualidad
          Habiendo hecho la paz, Él la anunció con este objetivo al uno y al otro, al que estaba lejos y al que estaba cerca. Porque por Cristo todos nosotros - ya sea Judíos o Gentiles - tenemos entrada por un solo Espíritu al Padre (Efesios 2:18). No es el Jehová de los Judíos (cuyo nombre no fue invocado sobre los Gentiles); sino que es el Padre de los Cristianos, de los redimidos por Jesucristo, que son adoptados para formar parte de la familia de Dios (versículo 19). Así, aunque uno sea Gentil, ya no es un extranjero ni advenedizo; uno tiene ciudadanía cristiana y celestial; de la verdadera familia de Dios mismo. Así es la gracia. Con respecto a este mundo celestial, siendo así incorporados en Cristo, esta es nuestra posición. Todos, Judío o Gentil, así reunidos en un cuerpo, constituyen la asamblea en la tierra. Los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento forman el fundamento del edificio, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. En Él, todo el edificio va creciendo para ser un templo, teniendo los Gentiles su lugar, y formando con los otros la morada de Dios en la tierra, quien está presente por Su Espíritu. Primeramente, él mira la obra progresiva que estaba siendo edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento, la totalidad de la asamblea según la mente de Dios; y, en segundo lugar, él mira la unión que existía entre los Efesios y otros creyentes Gentiles y los Judíos, como formando la casa de Dios en la tierra en ese momento. Dios mora en ella por el Espíritu Santo[9].

Los temas de los capítulos 1 y 2
          El capítulo 1 había puesto ante nosotros los consejos y propósitos de Dios; comenzando con la relación de los hijos y el Padre, y, cuando se menciona la operación de Dios, la asamblea como el cuerpo de Cristo unida a Él, quien es Cabeza sobre todas las cosas. El capítulo 2, tratándose de la obra que llama afuera a la asamblea, que la crea aquí abajo por la gracia, pone ante nosotros a esta asamblea por una parte, creciendo para ser un templo santo, y luego como la morada actual de Dios aquí abajo por el Espíritu[10].


[1] Es el poder que, levantando a los santos con Cristo de la muerte del pecado, y uniéndolos a Él quien es la cabeza, forma la relación de ellos con Él como Su cuerpo. La primera parte del capítulo presenta nuestra relación individual con el Padre, en la que Cristo es el Primogénito entre muchos hermanos. Aquí venimos a la relación colectiva con Cristo, el postrer hombre y el hombre resucitado. Hasta la segunda parte de la oración tenemos los consejos de Dios. Desde la última parte tenemos las operaciones de poder para realizarlos. Y es aquí donde nuestra unión con Cristo entra por primera vez, la cual, aunque los consejos de Dios con respecto a ella son revelados, sin embargo son efectuados ahora espiritualmente, como se ve en el capítulo 5.

[2] Noten especialmente aquí que en Efesios el Espíritu no describe la vida del viejo hombre en pecado. Dios y Su propia obra son todo. El hombre es visto como muerto en sus pecados; por lo tanto, lo que es producido es enteramente de Dios, una nueva creación de Su parte. Un hombre que vive en pecado debe morir, debe juzgarse a sí mismo, debe arrepentirse, debe ser limpiado por gracia; es decir, se le trata como a un hombre vivo. Aquí el hombre está sin ningún movimiento de vida espiritual: Dios lo hace todo; Él da vida y resucita. Es una nueva creación.

[3] La fe, cuando es enseñada por la Palabra, siempre regresa a esto: el juicio se refiere a actos hechos en el cuerpo. Pero nosotros estábamos muertos en pecados - sin ningún movimiento vital hacia Dios. Nosotros no venimos a juicio (Juan 5), sino que hemos pasado de muerte a vida.

[4]  Aquí hay una creación totalmente nueva, y el nuevo estado es contemplado sencillamente en sí mismo. Estábamos muertos para Dios en nuestro viejo estado. Aquí no se contempla al hombre como viviendo en pecados y siendo responsable, sino que se lo contempla como estando totalmente muerto en ellos y creado de nuevo: por eso, en esta parte de la epístola, nosotros no tenemos el perdón, ni la justificación. El hombre no es contemplado como un hombre vivo y responsable. En Colosenses nosotros somos resucitados con Cristo, pero "perdonándoos todos los pecados", los cuales Cristo había llevado descendiendo a la muerte. Tampoco tenemos aquí al viejo hombre, y la muerte aplicada a él, aunque ambos, el andar y el viejo hombre, son reconocidos como hechos, aunque no en relación con la resurrección. En Colosenses tenemos que, aun cuando se habla de "muertos en pecados", se añade "y en la incircuncisión de vuestra carne" (Colosenses 2:13), porque es muerte para con Dios. La epístola a los Romanos considera al hombre responsable en el mundo; por esta razón ustedes tienen la plena justificación, muerto al pecado y no la resurrección con Cristo. El hombre es un hombre vivo aquí, aunque justificado, y vivo en Cristo.

[5] Esto no es meramente vida comunicada (de la que leemos en Romanos), sino que un lugar y una posición totalmente nuevos que hemos tomado, una vida teniendo el carácter de resurrección desde un estado de muerte en pecados. Y aquí no se nos ve como vivificados por Cristo, sino que vivificados con Él. Él es el hombre resucitado y glorificado.

[6] En Colosenses los santos se ven solamente resucitados con Cristo, con una esperanza guardada para ellos en el cielo, y son llamados a poner la mira en las cosas de arriba, donde están escondidos Cristo y la vida de ellos con Él. Además, su resurrección con Cristo es sólo de carácter administrativo para este mundo en el bautismo, en relación con la fe en el poder que levantó a Cristo. No tenemos la unión de judíos y Gentiles en Él como resucitados y en lugares celestiales. En realidad en Colosenses, solamente los Gentiles están en los pensamientos del apóstol.
[7] Estoy bastante consciente de lo que los críticos dicen aquí con respecto al género gramatical de la palabra utilizada, pero esto es igualmente cierto con respecto a la gracia, y al decir "por gracia. . . y esto no de vosotros", es simplemente un absurdo; pero 'por medio de la fe' puede suponerse que es de nosotros mismos, aunque no se puede suponer lo mismo de la gracia. Por lo tanto, el Espíritu de Dios agrega, "y esto no de vosotros, pues es don de Dios." Es decir, el hecho de creer es don de Dios, no de nosotros mismos. Y  esto es confirmado por lo que sigue: "No por obras." Pero el objeto del apóstol es mostrarnos que todo era por gracia y una nueva creación - hechura de Dios - de Dios. Hasta aquí van juntos la gracia, la fe y todo.

[8] No es que Dios no reconoce las relaciones que Él había formado originalmente - Él lo hace plenamente cuando estamos en ellas; pero la medida de la nueva creación es otra cosa.

[9] Es extremadamente importante ver en estos días la diferencia entre esta edificación progresiva, nunca completa hasta que todos los creyentes que han de formar el cuerpo de Cristo sean reunidos, y el templo actual de Dios sobre la tierra. En lo primero, Cristo es el constructor. Él la lleva adelante sin fracaso, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Esto no está completo aún, ni contemplado como un todo hasta que esté terminado. De ahí que nosotros nunca encontramos en las Epístolas un edificador en este caso: en Pedro leemos: "allegándoos a él, como a piedra viva, ...vosotros también, como piedras vivas sois edificados. . ."(1 Pedro 2:5 - VM); de igual modo aquí, en Efesios, leemos que este edificio crece para ser un templo santo en el Señor. Pero, además de esto, el actual cuerpo profesante manifestado es considerado como un todo en la tierra; y el hombre es visto como edificador. "Vosotros sois. . .edificio de Dios"(1a. Corintios 3). "Yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire como sobreedifica." La responsabilidad del hombre entra, y la obra es sujeta a juicio. Es el atribuir a esto los privilegios del cuerpo, y de aquello que Cristo edifica, lo que ha producido el catolicismo y todo lo que es semejante. La cosa corrupta que caerá bajo juicio está falsamente vestida con la seguridad de la obra de Cristo. Aquí en Efesios 2 no solamente encontramos la obra construida en forma progresiva y segura, sino el edificio actual como un hecho en la bendición de este, sin referencia a la responsabilidad humana de edificar.

[10]  Es verdad que el capítulo 2 habla del cuerpo (v. 16); pero la introducción de la casa es un elemento nuevo y requiere algún desarrollo. Aunque la obra que se lleva a cabo en la creación de los miembros que han de componer el cuerpo es totalmente de Dios, ella se realiza en la tierra. Los consejos de Dios tienen en consideración, en primer lugar, a individuos para ponerlos cerca de Sí mismo, tal como Él querría tenerlos; entonces, habiendo enaltecido a Cristo sobre todo nombre que se nombra, ahora o de aquí en adelante, le otorga a Él ser cabeza del cuerpo, formado por individuos unidos a Cristo en el cielo sobre todas las cosas. Ellos serán perfectos según su Cabeza. Pero la obra sobre la tierra, si reúne a los recién nacidos, los reúne en la tierra. Lo que ahora responde aquí abajo a la presencia de Cristo en el cielo es la presencia del Espíritu Santo en la tierra. El creyente individual es, desde luego, el templo de Dios, pero en este capítulo, de lo que se habla es del cuerpo completo de Cristianos formado en la tierra; ellos llegan a ser la casa, la morada, de Dios en la tierra. Verdad maravillosa y solemne. Inmenso privilegio y fuente de bendición; pero igualmente implica gran responsabilidad. Se observará que, hablando del cuerpo de Cristo, hablamos del fruto del propósito eterno de Dios y de Su propia operación; y, aunque el Espíritu puede aplicar este nombre a la asamblea de Dios en la tierra, considerada como estando compuesta por verdaderos miembros de Cristo, no obstante, el cuerpo de Cristo, así como es formado por el poder vivificante de Dios según Su propósito eterno, está compuesto de personas unidas a la Cabeza como miembros verdaderos. La casa de Dios, tal como está establecida ahora en la tierra, es el fruto de una obra de Dios, encomendada aquí a hombres, no es el objeto apropiado de Sus consejos (aunque la ciudad en Apocalipsis responde en alguna medida a ella). Entre tanto sea la obra de Dios, es evidente que esta casa está compuesta por aquellos que son llamados verdaderamente por Dios, y Dios la estableció así, y como es mencionada aquí (comparen con Hechos 2: 47). Pero no debemos confundir el resultado práctico de esta obra, realizado en manos de hombres, y bajo su responsabilidad (1a. Corintios 3), con el objeto de los consejos de Dios. Nadie puede ser un miembro verdadero de Cristo, ni ser una piedra verdadera en la casa, sin estar realmente unido a la Cabeza; pero la casa puede ser la morada de Dios, aunque aquella que no es una piedra verdadera pueda entrar en su construcción. Pero es imposible que uno que no haya nacido de Dios pueda ser miembro del cuerpo de Cristo. Vean la nota anterior.

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