sábado, 3 de agosto de 2013

Meditaciones (I)

I.     “Más Jehová estaba con José, y fue varón próspero” (Génesis 39:2)
He oído que una de las primeras versiones de la Biblia Inglesa traducía así este versículo: “Y el Señor estaba con José, y era un joven con suerte”. Quizás la expresión: “con suerte” en aquellos tiempos tenía un significado diferente. Pero nos alegramos de que los traductores posteriores hayan sacado a José del reino de la suerte.
Para el hijo de Dios la suerte no existe. Su vida está controlada, guardada y planeada por un amoroso Padre Celestial. Nada le sucede por casualidad.
Siendo esto así, es impropio que un cristiano le desee “buena suerte” a otro; tampoco debe decir “estoy de suerte”. Todas estas expresiones niegan la verdad de la providencia divina.
El mundo de los incrédulos asocia algunas cosas con la buena suerte: la pata de un conejo, el hueso del deseo, un trébol de cuatro hojas, la herradura de un caballo (¡siempre con los extremos apuntando hacia arriba para que la suerte no se escape!). La gente cruza los dedos y toca madera, como si estas acciones afectaran de manera favorable los eventos o apartaran la mala fortuna.
Estas mismas personas asocian también otras cosas con la mala suerte: un gato negro, el martes 13, pasar debajo de una escalera, el número 13 en la puerta de una habitación o sobre el piso de un edificio. Es triste pensar en todos los que viven bajo la esclavitud de estas supersticiones, una servidumbre innecesaria e infructuosa.
En Isaías 65:11 Dios amenazó con castigar a aquellos de Judá que adoraban a los dioses de la suerte y la fortuna: “Pero vosotros los que dejáis a Jehová, Que olvidáis mi santo monte, Que ponéis mesa para la Fortuna, Y suministráis libaciones para el Destino”.
No sabemos con seguridad el pecado particular que esto apunta, pero parece ser que la gente traía ofrendas a los ídolos asociados con la suerte y el azar. Dios lo aborrecía y hasta ahora lo aborrece.

Qué confianza nos da saber que no somos los juguetes impotentes del destino, del azar ciego o del giro caprichoso de imaginarios dados cósmicos. Todo en nuestra vida está planeado, lleno de significado y propósito. Para nosotros todo lo que sucede depende de nuestro Padre, no del destino; de Cristo, no de la casualidad; del amor, no de la suerte.

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