sábado, 3 de agosto de 2013

Meditaciones (IV)

I.                    “Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos; porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres”  (Sal 12:1).
Los fieles son una especie en peligro de extinción; están extinguiéndose rápidamente de la raza humana. Si David lamentaba su desaparición en aquellos días, a menudo nos preguntamos como se sentiría si viviera hoy.
Cuando hablamos de una persona fiel, nos referimos a aquella que es digna de confianza y segura. Si hace una promesa, la cumple. Si tiene una responsabilidad, la cumple, si tiene que ser leal, lo es inquebrantablemente.
El hombre infiel hace una cita y a la postre, o no la cumple o llega inexcusablemente tarde. Se compromete a enseñar en la clase de la escuela dominical y no previene quién le remplace cuando no puede estar presente. Nunca se puede depender de él. Su palabra no significa nada. No es de extrañar que Salomón dijera: “Como diente roto y pie descoyuntado es la confianza en el prevaricador en tiempo de angustia” (Pro 25:19).
Dios está buscando hombres y mujeres fieles. Desea administradores que sean fieles cuidando Sus intereses (1Co 4:2). Aspira a tener maestros que sean fieles transmitiendo las grandes verdades de la fe cristiana (2Ti 2:2). Anhela creyentes que sean fieles al Señor Jesús, compartiendo Su vituperio y llevando la cruz. Quiere gente que sea inflexiblemente fiel a Su Palabra inspirada, inerrante e infalible. Se complace en los cristianos que son fieles a la asamblea local, en vez de vagar de iglesia en iglesia como vagabundos religiosos. Dios ve con buenos ojos a los santos que son fieles a otros creyentes y fieles también a los que no son salvos.
Como en todas las otras virtudes, el Señor Jesús es nuestro ejemplo supremo. Él es el Testigo fiel y verdadero (Apo 3:14), un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere (Heb 2:17), fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1Jn 1:9). Sus palabras son verdaderas, Sus promesas son infalibles y Sus caminos son totalmente seguros.

Aunque los hombres no valoren suficientemente la lealtad, Dios sí. El Señor Jesús alababa la fidelidad de sus discípulos con las palabras: “Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi padre me lo asignó a mí” (Luc 22:28-29). Y la recompensa máxima a la fidelidad será escuchar Su alabanza: “Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor” (Mat 25:21).

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