sábado, 3 de agosto de 2013

Meditaciones (II)

I.     “Dios... sabe todas las cosas” (1Juan 3:20).
            La omnisciencia de Dios significa que tiene un conocimiento perfecto de todas las cosas. Nunca le fue necesario aprender y jamás lo hará.
            Uno de los grandes pasajes sobre el tema es el Salmo 139:1-6, donde David escribió: “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender”.
            Del Salmo 147:4 aprendemos que Dios cuenta el número de las estrellas y las llama por nombre. La maravilla de esto se acrecienta cuando Sir James Geans nos informa que: “el número total de las estrellas en el universo es probablemente algo parecido al número total de granos de arena que hay en todas las playas del mundo”.
            Nuestro Señor les recordó a sus discípulos que ni un gorrión cae a tierra sin el consentimiento de nuestro Padre. Y en el mismo pasaje se señala que los cabellos de nuestra cabeza están contados (Mateo 10:29-30).
            Es evidente que: “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Esto hace que nos unamos con Pablo para exclamar: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).
            La omnisciencia de Dios está llena de significado práctico para cada uno de nosotros. Nos advierte: Dios ve todo lo que hacemos, no podemos hacer nada a Sus espaldas.
            En la omnisciencia de Dios hay consuelo. Conoce todas nuestras aflicciones, como dijo Job: “Mas él conoce mi camino” (Job 23:10). Cuenta nuestras huidas y pone nuestras lágrimas en su redoma (Salmo 56:8).
            En la omnisciencia de Dios hay ánimo. Nos conoce por completo, y a pesar de eso nos salvó. Percibe los sentimientos que no podemos expresar cuando oramos y adoramos.

            En la omnisciencia de Dios hay asombro. Aunque Dios es omnisciente, puede olvidar los pecados que ha perdonado. Como decía David Seamands: “No sé cómo la omnisciencia divina puede olvidar, pero lo hace”.

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