I. “En esto consiste el amor: no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).
El
amor es esa cualidad de Dios que le hace prodigar ilimitadamente Su afecto a
los demás. Este amor se manifiesta dando buenas dádivas y dones perfectos a los
que ama.
He
aquí algunos versículos de los miles que hablan de ese amor: “Con amor eterno
te he amado; por tanto te prolongué mi misericordia (Jeremías 31:3). “Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros” (Romanos 5:8). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su
gran amor con que nos amó...” (Efesios 2:4). Y, por supuesto, el más conocido
de todos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Juan 3:16).
Cuando
Juan dice que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), es importante ver que él no está definiendo
a Dios, sino insistiendo en que el amor es uno de los elementos claves de la
naturaleza divina. No adoramos al amor, sino al Dios de amor.
Su amor no tuvo principio y tampoco tendrá fin. Es ilimitado en sus dimensiones, absolutamente puro y sin mancha de egoísmo o cualquier otro pecado. Es sacrificado y nunca repara en el coste. Busca solamente el bienestar de los demás, y no espera nada a cambio. Tiende su mano al agradable y al repugnante, al enemigo y al amigo. Este amor no se da como premio a las virtudes de aquellos que lo reciben; viene solamente de la bondad del Dador.
Las implicaciones prácticas de esta sublime verdad son evidentes: “Sed, pues, imitadores de Dios” dijo Pablo: “como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:1-2a). Nuestro amor debe ascender al Señor, fluir a nuestros hermanos, y extenderse al mundo perdido.
Su amor no tuvo principio y tampoco tendrá fin. Es ilimitado en sus dimensiones, absolutamente puro y sin mancha de egoísmo o cualquier otro pecado. Es sacrificado y nunca repara en el coste. Busca solamente el bienestar de los demás, y no espera nada a cambio. Tiende su mano al agradable y al repugnante, al enemigo y al amigo. Este amor no se da como premio a las virtudes de aquellos que lo reciben; viene solamente de la bondad del Dador.
Las implicaciones prácticas de esta sublime verdad son evidentes: “Sed, pues, imitadores de Dios” dijo Pablo: “como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:1-2a). Nuestro amor debe ascender al Señor, fluir a nuestros hermanos, y extenderse al mundo perdido.
La
contemplación de Su amor debe inspirar también la adoración más profunda.
Cuando caemos a Sus pies, debemos decir repetidamente:
¿Cómo puedes amarme como me amas
Y ser el Dios que eres?
Oscuridad es a mi razón
Pero sol a mi corazón.
Y ser el Dios que eres?
Oscuridad es a mi razón
Pero sol a mi corazón.
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