domingo, 2 de marzo de 2014

“TENED FE EN DIOS”

¡Cuán propensos somos, en los momentos de apremio y dificultad, a volver nuestros ojos hacia los recursos de los hombres! Nuestros corazones están llenos de confianza en la endeble criatura, de esperanzas humanas y de expectativas terrenales. Sabemos relativamente poco de lo bendito que es mirar simplemente a Dios. Somos rápidos para mirar a cualquier parte antes que a él. Corremos hacia cualquier cisterna rota y procuramos apoyarnos en algún báculo de frágil caña, cuando tenemos una Fuente inagotable y la Roca de los siglos siempre cerca.
          Sin embargo, hemos probado un sinnúmero de veces que el hombre es cual tierra árida, agotada, sin agua. Con total seguridad, cuando recurramos a él, no dejará de defraudarnos. “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” (Isaías 2:22). Y de nuevo: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (Jeremías 17:5 y 6).
          Tal es el triste resultado de apoyarse en la criatura: aridez, desolación, desazón; como la retama en el desierto. Ninguna lluvia refrescante, ningún rocío del cielo, ningún bien, nada excepto sequedad y esterilidad. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando el corazón está apartado del Señor, única fuente de bendición? No está al alcance de la criatura satisfacer el corazón. Sólo Dios puede hacerlo. Él puede satisfacer cada una de nuestras necesidades y cada uno de nuestros deseos. Dios nunca falla al corazón que confía en Él.
          Pero se debe confiar en él de veras. “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice” que confía en Dios, si realmente no lo hace? Una fe fingida no conducirá a nada. De nada vale confiar de palabra o de lengua. Es menester que lo sea de hecho y en verdad. ¿Qué provecho tiene una fe que pone un ojo en el Creador y el otro en la criatura? ¿Pueden Dios y la criatura ocupar la misma plataforma? ¡Imposible! Debe ser Dios o la criatura, con la maldición que siempre sigue cuando tiene lugar esta última opción.
          Notad el contraste: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Pues será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:7 y 8).
          ¡Cuán bendito! ¡Cuán brillante! ¡Cuán precioso! ¿Quién no pondría su confianza en un Dios así? ¡Cuán placentero es que uno se halle completa y absolutamente en sus brazos! Estar confinado a Él. Tenerle ocupando toda la amplitud de visión del alma. Hallar todas nuestras fuentes en él. Ser capaces de decir: “Alma mía, en   Dios  solamente reposa, porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré” (Salmo 62:5 y 6).
          Nótese esa palabra: “solamente”. Es muy escrutadora. De nada aprovechará que digamos que confiamos en Dios, cuando estamos todo el tiempo mirando de reojo a la criatura. Estar hablando frecuentemente de mirar al Señor cuando, en realidad, estamos esperando que nuestros semejantes nos ayuden, es de temerse sobremanera. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9 y 10).
          ¡Cuánta necesidad tenemos de juzgar en la presencia de Dios las  más profundas motivaciones que animan nuestro corazón! Somos muy propensos a engañarnos a nosotros mismos por el uso de frases que, en lo que a nosotros respecta, no tienen absolutamente ninguna fuerza, ningún valor, ninguna verdad. El lenguaje de la fe podrá estar en nuestros labios, pero, en realidad, el corazón está lleno de confianza en el hombre. Hablamos a los demás acerca de nuestra fe en Dios, sólo con el propósito de que nos ayuden a salir de nuestras dificultades.

          Seamos honestos. Caminemos a la clara luz de la presencia de Dios, en la que cada cosa es vista tal como realmente es. No privemos a Dios de su gloria, ni a nuestras almas de abundantes bendiciones, por una hueca profesión de dependencia en él, cuando, en realidad, el corazón está yendo secretamente en pos de alguna fuente humana. No perdamos tan grande gozo, paz y bendición, tan grande fuerza, estabilidad y victoria que la fe siempre halla en el Dios viviente, en el viviente Cristo de Dios y en la viviente Palabra de Dios. ¡Oh, tengamos fe en Dios! (Marcos 11:22).

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