¡Cuán propensos
somos, en los momentos de apremio y dificultad, a volver nuestros ojos hacia
los recursos de los hombres! Nuestros corazones están llenos de confianza en la
endeble criatura, de esperanzas humanas y de expectativas terrenales. Sabemos
relativamente poco de lo bendito que es mirar simplemente a Dios. Somos rápidos
para mirar a cualquier parte antes que a él. Corremos hacia cualquier cisterna
rota y procuramos apoyarnos en algún báculo de frágil caña, cuando tenemos una
Fuente inagotable y la Roca de los siglos siempre cerca.
Sin
embargo, hemos probado un sinnúmero de veces que el hombre es cual tierra
árida, agotada, sin agua. Con total seguridad, cuando recurramos a él, no
dejará de defraudarnos. “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz;
porque ¿de qué es él estimado?” (Isaías 2:22). Y de nuevo: “Maldito el varón
que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de
Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien,
sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y
deshabitada” (Jeremías 17:5 y 6).
Tal
es el triste resultado de apoyarse en la criatura: aridez, desolación, desazón;
como la retama en el desierto. Ninguna lluvia refrescante, ningún rocío del
cielo, ningún bien, nada excepto sequedad y esterilidad. ¿Cómo podría ser de
otro modo cuando el corazón está apartado del Señor, única fuente de bendición?
No está al alcance de la criatura satisfacer el corazón. Sólo Dios puede
hacerlo. Él puede satisfacer cada una de nuestras necesidades y cada uno de
nuestros deseos. Dios nunca falla al corazón que confía en Él.
Pero
se debe confiar en él de veras. “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará
si alguno dice” que confía en Dios, si realmente no lo hace? Una fe
fingida no conducirá a nada. De nada vale confiar de palabra o de lengua. Es
menester que lo sea de hecho y en verdad. ¿Qué provecho tiene una fe que pone
un ojo en el Creador y el otro en la criatura? ¿Pueden Dios y la criatura
ocupar la misma plataforma? ¡Imposible! Debe ser Dios o la criatura, con la
maldición que siempre sigue cuando tiene lugar esta última opción.
Notad
el contraste: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es
Jehová. Pues será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la
corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja
estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”
(Jeremías 17:7 y 8).
¡Cuán
bendito! ¡Cuán brillante! ¡Cuán precioso! ¿Quién no pondría su confianza en un
Dios así? ¡Cuán placentero es que uno se halle completa y absolutamente en sus
brazos! Estar confinado a Él. Tenerle ocupando toda la
amplitud de visión del alma. Hallar todas nuestras fuentes en
él. Ser capaces de decir: “Alma mía, en Dios solamente reposa,
porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi
salvación. Es mi refugio, no resbalaré” (Salmo 62:5 y 6).
Nótese
esa palabra: “solamente”. Es muy escrutadora. De nada aprovechará que
digamos que confiamos en Dios, cuando estamos todo el tiempo mirando de reojo a
la criatura. Estar hablando frecuentemente de mirar al Señor cuando, en
realidad, estamos esperando que nuestros semejantes nos ayuden, es de temerse
sobremanera. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;
¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón,
para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías
17:9 y 10).
¡Cuánta
necesidad tenemos de juzgar en la presencia de Dios las más
profundas motivaciones que animan nuestro corazón! Somos muy propensos a
engañarnos a nosotros mismos por el uso de frases que, en lo que a nosotros
respecta, no tienen absolutamente ninguna fuerza, ningún valor, ninguna verdad.
El lenguaje de la fe podrá estar en nuestros labios, pero, en realidad, el
corazón está lleno de confianza en el hombre. Hablamos a los demás acerca de
nuestra fe en Dios, sólo con el propósito de que nos ayuden a salir de nuestras
dificultades.
Seamos
honestos. Caminemos a la clara luz de la presencia de Dios, en la que cada cosa
es vista tal como realmente es. No privemos a Dios de su gloria, ni a nuestras
almas de abundantes bendiciones, por una hueca profesión de dependencia en él,
cuando, en realidad, el corazón está yendo secretamente en pos de alguna fuente
humana. No perdamos tan grande gozo, paz y bendición, tan grande fuerza,
estabilidad y victoria que la fe siempre halla en el Dios viviente, en el
viviente Cristo de Dios y en la viviente Palabra de Dios. ¡Oh, tengamos fe en
Dios! (Marcos 11:22).
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