Algunas
palabras tienen varios significados. Por cierto, el vocablo carne los tiene,
sobre todo en cuanto ocurre en la Biblia. Según su contexto, esta palabra puede
significar:
1. El cuerpo físico ("nadie jamás aborreció
a su propia carne" — Efesios 5:29).
2. La humanidad común ("toda carne es como
hierba" — 1 Pedro 1:24).
3. Las relaciones naturales ("mis parientes
según la carne" — Romanos 9:3).
4. La pecaminosa naturaleza humana ("el
deseo de la carne es contra el Espíritu" (Gálatas 5:17).
Generalmente cuando los cristianos
hablamos de la carne, pensamos en el último uso —y ¡con buena razón! Es esta
carne la que nos mete en líos con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Como el germen del mal en nosotros, la carne se hace a sí misma —en vez de
Dios— el centro de nuestro ser. Actúa como traicionera dentro de nuestras
vidas; manifiesta el deseo malvado en vez del amor, el egoísmo en vez del
servicio, y cualquiera otra cosa en vez de Dios.
Algunos
de los versículos que presentan a la carne en esta mala forma son los
siguientes:
"Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora
el bien" (Romanos 7:18).
"La ley... era débil por la carne" (Romanos
8:3).
"Dios... condenó al pecado en la carne"
(Romanos 8:3).
"Los que viven según la carne no pueden agradar a
Dios" (Romanos 8:8).
"El deseo de la carne es contra el Espíritu"
(Gálatas 5:17).
"Los que son de Cristo han crucificado la
carne" (Gálatas 5:24).
"Los deseos de la carne. . . no provienen del
Padre" (1 Juan 2:16).
Al
examinar estos versículos, pronto aprendemos varias características claves de
la carne:
·
No es buena ni se sujeta a Dios de ninguna manera.
·
Está llena de fuertes y malos deseos.
·
Por naturaleza responde al sistema mundial de Satanás.
·
Recibió su justa sentencia de condenación cuando Cristo
murió.
·
No tiene ningún derecho sobre los que pertenecen a Dios.
Ninguna alternativa
Antes de que la persona se convierta, no
tiene alternativa en cuanto a la carne. Esta domina sus pensamientos, sus
aspiraciones y sus actividades en oposición a Dios. La Escritura ve a tal
persona como "de la carne", "en la carne", o que "anda
según los deseos de la carne". Es por esto que la Palabra de Dios afirma
absolutamente que "los que viven según la carne no pueden agradar a
Dios".
Esta triste condición se aplica sin
excepciones a todo ser humano no convertido, sin consideración de su posición
en la sociedad, su riqueza, su preparación académica, su temperamento ni su comportamiento.
Algunos podrían discutir tal declaración con base en sus experiencias
personales. Ellos deben notar que las Escrituras no dicen que nosotros no podemos
agradarnos a nosotros mismos ni los unos a los otros; ni tampoco que no seamos
capaces de hacer cosas agradables y útiles a nivel humano. Sencillamente dice
que en la carne no podemos agradar a Dios. Es más, tenemos que reconocer que
tal evaluación fue hecha por ese Dios que conoce perfectamente la suma y el
todo de las experiencias humanas y todo móvil humano. A la luz de su evaluación
comenzamos a comprender las palabras que Jesús dirigió a un respetable líder
religioso llamado Nicodemo:
"Lo que es nacido de la carne, carne
es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te
dije: Os es necesario nacer de nuevo" (Juan 3:6-7).
Pero, ¿y qué de los que en verdad han
nacido de nuevo? ¿Qué de los que han sido reconciliados con Dios mediante la
muerte de su Hijo? (véase Colosenses 1:21-22). Tales personas encuentran que
tienen nueva vida en Cristo, nuevas metas y nuevos intereses. Habiendo sido
acercados a Dios mediante la sangre de Cristo y habiendo recibido el Espíritu
de adopción, comienzan a clamar, "Abba, Padre" (véase Romanos 8:15).
Como nacidos en la familia de Dios, se abrazan con otros miembros de la familia
como con sus hermanos en Cristo (1 Juan 3:14; 5:1). Toda una nueva perspectiva
se les va revelando ante sus ojos al reconocer que sus pecados han sido perdonados
(Juan 10:27-29), que están eternamente seguros en Cristo. ¿Será posible que
estos cristianos estén aún "en la carne"?
Una distinción vital
En este asunto la Palabra de Dios traza
una distinción vital —una que necesitamos comprender si hemos de conocer la
libertad práctica del poder del pecado en nuestras vidas; es esta: COMO CRISTIANOS
NO ESTAMOS EN LA CARNE, PERO LA CARNE (AUN) ESTA EN NOSOTROS. Noten con cuidado
las palabras de las Escrituras que establecen claramente esta distinción:
"Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora
el bien" (Romanos 7:18).
"Más vosotros no vivís según la carne, sino según
el Espíritu" (Romanos 8:9).
El escritor cristiano, H. A. Ironside,
describe vívidamente la lucha del cristiano que empieza a reconocer lo malo en
su persona y procura someterlo:
"Continuamente se halla en contra de
los más profundos deseos de su divinamente implantada naturaleza nueva. Practica
las cosas que no quiere hacer. Fracasa en llevar a cabo sus propósitos de bien.
Aborrece los pecados que comete. El bien que él ama, no tiene fuerzas para
hacerlo. Es como un hombre vivo amarrado a un podrido cadáver pero que no tiene
fuerzas para romper las cadenas. No puede hacer que el cadáver se limpie y se
le someta de ninguna manera... Así llega al fin de sus recursos humanos".
Cuando uno llega a tal punto, Dios se
deleita en mostrarle la otra cara de la moneda: el que, aunque la carne aún
está en nosotros, nosotros no estamos en la carne. ¿Por qué es tan importante
esto? Pues, afirma que hemos sido introducidos en una posición completamente
nueva delante de Dios. Él nos contempla "en Cristo Jesús" y "en
el Espíritu", y ¡es su punto de vista el que vale! Otro escritor, J. T.
Mawson, lo expresa así:
"En la muerte de Cristo vemos a la
carne completamente puesta a un lado, pues la muerte es el fin de ella —ha sido
juzgada. Aunque no hemos muerto literalmente, en el reconocimiento de Dios
hemos pasado fuera del terreno de la carne ... Ya no estamos delante de Dios
sobre el terreno de lo que somos, pues sobre tal terreno sólo podríamos ser
condenados, sino que estamos delante de él en Cristo, y no hay sino
aprobación".
En
un comentario sobre Romanos 8, el erudito bíblico William Kelly, nos ayuda más
para comprender el significado de no estar "en la carne":
"Liberación
es por la muerte —la muerte de Cristo, con el que nosotros hemos muerto. Pero
estamos vivos para Dios en El (Cristo), y el Espíritu mora en nosotros. Podemos
decir, entonces, sin presumir, que no estamos en la carne. No se nos contempla
como a meros humanos, caracterizados por el estado y responsabilidad del
primer Adán".
Y, ¿ahora qué?
Hasta
aquí, pues, vamos bien. Estamos en Cristo Jesús fuera del alcance de la
condenación, ya no más en la carne. Pero la carne aún está en nosotros. ¿Cómo
luchar con ella? En su buen librito sobre Romanos, L. M. Grant responde
concisamente:
"Es
el bendito privilegio del creyente olvidarse de sí mismo y apartarse enteramente
de la carne, y andar según el Espíritu. Así que, su objetivo ya es solamente
Cristo —ya no más él mismo, ni su propia conducta. Pues el Espíritu de Dios
pone a Cristo jesús preeminentemente delante del alma, y todo lo demás, por
contraste, es vanidad".
"¿Nos
atreveríamos a imponerle al Espíritu de Dios una ley de hacer bien? Semejante
cosa sería necedad al extremo, pues sabemos que es imposible que él haga
maldad. ¿Será posible, entonces, imponerles una ley a los que tienen el
Espíritu de Dios, para demandar de ellos la justicia? Claro que no. Están
libres —libres para ser siervos voluntarios de Cristo con todo su corazón. Esto
es libertad en verdad, esclavitud eliminada, el alma libre ante la presencia de
Dios. Que Dios en su misericordia ¡limitada haga de ésta una viva realidad en
innumerables almas".
Tal y como el mono
Se cuenta la historia de un monito al que
le gustaban mucho las manzanas. Un día encontró una muy grande, roja y hermosa
en el suelo al alcance de su jaula. Triunfante la cogió con un grito de delicia
y la acercó a la boca. Pero su delicia se tornó en desengaño al hallar que no
la podía pasar por entre las varillas de la jaula.
Observando con sumo interés, su amo acudió
a la jaula y dijo: "Suelta la manzana, y te la pasaré por la puerta
arriba de la jaula". El mono ni oyó ni entendió. Agarrado de la manzana
—poseyéndola, a la vez que no la poseía— se resistía a todo consejo de su amo.
¡Cómo nos parecemos a aquel monito!
Agarrados a los pedacitos y a los restos de la vida con toda la energía de
nuestra carne, qué fácilmente nos negamos los consejos y tiernos ruegos de
nuestro Amo cuando nos dice, en efecto, "Deja tus esfuerzos por lograr lo
imposible. Suelta, y deja que yo te llene de la vida más abundante. Las
"varillas" de la carne jamás cederán, pero yo puedo llenar tu vida
con el fruto del Espíritu tan fácilmente como el hombre podría pasar la manzana
al mono. Sólo necesitas reconocer que "ya no vivo yo, sino Cristo vive en
mi"' (Gálatas 2:20).
Concluyo con otra cita, llena de significado,
por J. T. Mawson:
"Me
puedes decir que has tratado de juzgar la carne, y que has fracasado vez tras
vez —que la carne es muy fuerte para ti; pero, seguramente te has olvidado que
Dios ha enviado a su Espíritu a tu corazón, y que él está para desplazar la
carne y hacer lugar a Cristo, y que ahora todo el asunto depende de tu deseo.
¿Es imprescindible Cristo para ti? ¿Hallaste en El y en su amor tanta riqueza
que tu alma clama, "¡Sólo El me satisface!"? Entonces, pues, en
dependencia del Espíritu, tu camino en verdad será resplandeciente. Pero no
pierdas de vista jamás la muerte de Cristo. Que la cruz de Cristo sea tu
gloria, pues aquella cruz es la senda de la victoria.
Sendas de Vida, 1986, Volumen 4, Nº 1.