sábado, 1 de noviembre de 2014

Un Enemigo llamado Carne

Algunas palabras tienen varios significados. Por cierto, el vocablo carne los tiene, sobre todo en cuanto ocurre en la Biblia. Según su contexto, esta palabra puede significar:
1.   El cuerpo físico ("nadie jamás aborre­ció a su propia carne" — Efesios 5:29).
2.   La humanidad común ("toda carne es como hierba" — 1 Pedro 1:24).
3.   Las relaciones naturales ("mis parien­tes según la carne" — Romanos 9:3).
4.   La pecaminosa naturaleza humana ("el deseo de la carne es contra el Espíritu" (Gálatas 5:17).
      Generalmente cuando los cristianos hablamos de la carne, pensamos en el último uso —y ¡con buena razón! Es esta carne la que nos mete en líos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Como el germen del mal en nosotros, la carne se hace a sí misma —en vez de Dios— el centro de nuestro ser. Actúa como traicionera dentro de nuestras vidas; manifiesta el deseo malvado en vez del amor, el egoísmo en vez del servicio, y cualquiera otra cosa en vez de Dios.
Algunos de los versículos que presen­tan a la carne en esta mala forma son los siguientes:
"Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien" (Romanos 7:18).
"La ley... era débil por la carne" (Romanos 8:3).
"Dios... condenó al pecado en la carne" (Romanos 8:3).
"Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios" (Romanos 8:8).
"El deseo de la carne es contra el Espíritu" (Gálatas 5:17).
"Los que son de Cristo han crucificado la carne" (Gálatas 5:24).
"Los deseos de la carne. . . no provienen del Padre" (1 Juan 2:16).
Al examinar estos versículos, pronto aprendemos varias características claves de la carne:
·        No es buena ni se sujeta a Dios de nin­guna manera.
·        Está llena de fuertes y malos deseos.
·        Por naturaleza responde al sistema mundial de Satanás.
·        Recibió su justa sentencia de condena­ción cuando Cristo murió.
·        No tiene ningún derecho sobre los que pertenecen a Dios.

Ninguna alternativa
      Antes de que la persona se convierta, no tiene alternativa en cuanto a la carne. Esta domina sus pensamientos, sus aspira­ciones y sus actividades en oposición a Dios. La Escritura ve a tal persona como "de la carne", "en la carne", o que "anda según los deseos de la carne". Es por esto que la Palabra de Dios afirma absoluta­mente que "los que viven según la carne no pueden agradar a Dios".
      Esta triste condición se aplica sin excepciones a todo ser humano no conver­tido, sin consideración de su posición en la sociedad, su riqueza, su preparación académica, su temperamento ni su com­portamiento. Algunos podrían discutir tal declaración con base en sus experiencias personales. Ellos deben notar que las Escrituras no dicen que nosotros no pode­mos agradarnos a nosotros mismos ni los unos a los otros; ni tampoco que no seamos capaces de hacer cosas agradables y útiles a nivel humano. Sencillamente dice que en la carne no podemos agradar a Dios. Es más, tenemos que reconocer que tal evaluación fue hecha por ese Dios que conoce perfectamente la suma y el todo de las experiencias humanas y todo móvil humano. A la luz de su evaluación comen­zamos a comprender las palabras que Jesús dirigió a un respetable líder religioso llamado Nicodemo:
      "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíri­tu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo" (Juan 3:6-7).
      Pero, ¿y qué de los que en verdad han nacido de nuevo? ¿Qué de los que han si­do reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo? (véase Colosenses 1:21-22). Tales personas encuentran que tienen nueva vida en Cristo, nuevas metas y nuevos intereses. Habiendo sido acerca­dos a Dios mediante la sangre de Cristo y habiendo recibido el Espíritu de adopción, comienzan a clamar, "Abba, Padre" (véase Romanos 8:15). Como nacidos en la familia de Dios, se abrazan con otros miembros de la familia como con sus her­manos en Cristo (1 Juan 3:14; 5:1). Toda una nueva perspectiva se les va revelando ante sus ojos al reconocer que sus pecados han sido perdonados (Juan 10:27-29), que están eternamente seguros en Cristo. ¿Será posible que estos cristianos estén aún "en la carne"?

Una distinción vital
      En este asunto la Palabra de Dios traza una distinción vital —una que nece­sitamos comprender si hemos de conocer la libertad práctica del poder del pecado en nuestras vidas; es esta: COMO CRIS­TIANOS NO ESTAMOS EN LA CARNE, PERO LA CARNE (AUN) ESTA EN NOSOTROS. Noten con cuidado las pala­bras de las Escrituras que establecen claramente esta distinción:
"Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien" (Romanos 7:18).
"Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu" (Romanos 8:9).
      El escritor cristiano, H. A. Ironside, describe vívidamente la lucha del cristiano que empieza a reconocer lo malo en su persona y procura someterlo:
      "Continuamente se halla en contra de los más profundos deseos de su divina­mente implantada naturaleza nueva. Prac­tica las cosas que no quiere hacer. Fracasa en llevar a cabo sus propósitos de bien. Aborrece los pecados que comete. El bien que él ama, no tiene fuerzas para hacerlo. Es como un hombre vivo amarrado a un podrido cadáver pero que no tiene fuerzas para romper las cadenas. No puede hacer que el cadáver se limpie y se le someta de ninguna manera... Así llega al fin de sus recursos humanos".
      Cuando uno llega a tal punto, Dios se deleita en mostrarle la otra cara de la moneda: el que, aunque la carne aún está en nosotros, nosotros no estamos en la carne. ¿Por qué es tan importante esto? Pues, afirma que hemos sido introducidos en una posición completamente nueva delante de Dios. Él nos contempla "en Cristo Jesús" y "en el Espíritu", y ¡es su punto de vista el que vale! Otro escritor, J. T. Mawson, lo expresa así:
      "En la muerte de Cristo vemos a la carne completamente puesta a un lado, pues la muerte es el fin de ella —ha sido juzgada. Aunque no hemos muerto lite­ralmente, en el reconocimiento de Dios hemos pasado fuera del terreno de la carne ... Ya no estamos delante de Dios sobre el terreno de lo que somos, pues sobre tal terreno sólo podríamos ser condenados, sino que estamos delante de él en Cristo, y no hay sino aprobación".
En un comentario sobre Romanos 8, el erudito bíblico William Kelly, nos ayu­da más para comprender el significado de no estar "en la carne":
"Liberación es por la muerte —la muerte de Cristo, con el que nosotros hemos muerto. Pero estamos vivos para Dios en El (Cristo), y el Espíritu mora en nosotros. Podemos decir, entonces, sin presumir, que no estamos en la carne. No se nos contempla como a meros humanos, caracterizados por el estado y responsabi­lidad del primer Adán".

Y, ¿ahora qué?
Hasta aquí, pues, vamos bien. Estamos en Cristo Jesús fuera del alcance de la condenación, ya no más en la carne. Pero la carne aún está en nosotros. ¿Cómo lu­char con ella? En su buen librito sobre Romanos, L. M. Grant responde concisa­mente:
"Es el bendito privilegio del creyente olvidarse de sí mismo y apartarse entera­mente de la carne, y andar según el Espíritu. Así que, su objetivo ya es sola­mente Cristo —ya no más él mismo, ni su propia conducta. Pues el Espíritu de Dios pone a Cristo jesús preeminentemente delante del alma, y todo lo demás, por contraste, es vanidad".
"¿Nos atreveríamos a imponerle al Espíritu de Dios una ley de hacer bien? Semejante cosa sería necedad al extremo, pues sabemos que es imposible que él haga maldad. ¿Será posible, entonces, imponerles una ley a los que tienen el Espíritu de Dios, para demandar de ellos la justicia? Claro que no. Están libres —libres para ser siervos voluntarios de Cristo con todo su corazón. Esto es libertad en verdad, esclavitud eliminada, el alma libre ante la presencia de Dios. Que Dios en su misericordia ¡limitada haga de ésta una viva realidad en innumerables almas".

Tal y como el mono
      Se cuenta la historia de un monito al que le gustaban mucho las manzanas. Un día encontró una muy grande, roja y her­mosa en el suelo al alcance de su jaula. Triunfante la cogió con un grito de delicia y la acercó a la boca. Pero su delicia se tornó en desengaño al hallar que no la podía pasar por entre las varillas de la jaula.
      Observando con sumo interés, su amo acudió a la jaula y dijo: "Suelta la manza­na, y te la pasaré por la puerta arriba de la jaula". El mono ni oyó ni entendió. Agarrado de la manzana —poseyéndola, a la vez que no la poseía— se resistía a todo consejo de su amo.
      ¡Cómo nos parecemos a aquel monito! Agarrados a los pedacitos y a los restos de la vida con toda la energía de nuestra carne, qué fácilmente nos negamos los consejos y tiernos ruegos de nuestro Amo cuando nos dice, en efecto, "Deja tus es­fuerzos por lograr lo imposible. Suelta, y deja que yo te llene de la vida más abun­dante. Las "varillas" de la carne jamás cederán, pero yo puedo llenar tu vida con el fruto del Espíritu tan fácilmente como el hombre podría pasar la manzana al mono. Sólo necesitas reconocer que "ya no vivo yo, sino Cristo vive en mi"' (Gálatas 2:20).
      Concluyo con otra cita, llena de signi­ficado, por J. T. Mawson:
      "Me puedes decir que has tratado de juzgar la carne, y que has fracasado vez tras vez —que la carne es muy fuerte para ti; pero, seguramente te has olvidado que Dios ha enviado a su Espíritu a tu corazón, y que él está para desplazar la carne y hacer lugar a Cristo, y que ahora todo el asunto depende de tu deseo. ¿Es impres­cindible Cristo para ti? ¿Hallaste en El y en su amor tanta riqueza que tu alma cla­ma, "¡Sólo El me satisface!"? Entonces, pues, en dependencia del Espíritu, tu camino en verdad será resplandeciente. Pero no pierdas de vista jamás la muerte de Cristo. Que la cruz de Cristo sea tu gloria, pues aquella cruz es la senda de la victoria.         
Sendas de Vida, 1986, Volumen 4, Nº 1.

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