II. CONSECUENCIAS.
En el
Hombre
El origen del pecado no solo provocó un desastre en el Huerto del Edén
de proporciones inimaginables, sino que con anterioridad, en el cielo una
tercera parte (Apocalipsis 12:4a) de las huestes del celestiales cayeron junto
a Satanás, y son ellas las responsables de alentar la rebelión del hombre
contra Dios y su Ungido.
Las
consecuencias de la introducción del pecado en la vida del hombre son en sí
catastróficas. En relación con Dios
provocó que existiese un abismo infranqueable (muerte[1]
espiritual) entre Él y nosotros. Esa facultad que Adán tenía de poder caminar
al “aire del día” (Génesis 3:8) con Dios ya no existiría más, ya no habría más
esa comunión que existía entre el Creador y la criatura. Y la seguridad del huerto del Edén, ya no era
permitida; es más, dos querubines flanqueaban y prohibían el acceso (Génesis
3:24).
Cada uno de los actores sufrió el juicio de Dios. Cada uno debe llevar
las consecuencias de sus actos. Además, fue afectada la naturaleza (Génesis
3:17; vea también 4:11-12), y por causa del hombre esta gime con dolores de
parto (Romanos 8:22). Podemos ver que en un principio no existía la muerte y
esta se introdujo en todo ámbito, incluso modificando el comportamiento de los
mismos animales[2].
El hombre, tan
fuerte y vigoroso en un principio, al paso del tiempo comienza a decaer,
quedando en una condición tan patética, hasta que llega el tiempo de rendir
cuentas con Dios, en muchos casos, lleno de enfermedades y dificultades, que lo
único que “anhela es la muerte”, sin saber que su estado posterior será mucho
peor que el actual.
Las consecuencias del pecado no paran con la muerte física del hombre,
sino que en un futuro determinado, cuya fecha la sabe Dios, deberá, el hombre que no tiene a Cristo como
Salvador, enfrentar al juicio del Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15) y
allí no podrán exponer ninguna excusa como lo hizo Adán ante Dios mismo.
En relación a los ángeles caídos y Satanás, estos no tienen ninguna
excusa (cf. 2 Pedro 2:4), porque deliberadamente pecaron, no fueron engaños o
inducidos por alguien. Ellos irán directamente al lago de fuego como lo muestra
el libro de Apocalipsis: “Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago
de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados
día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20:10 cf. Mateo 25:41).
Al concluir esta sección no podemos dejar de ver que las enfermedades
producidas por esa naturaleza microscópica, como los virus, las bacterias y
otros, en su gran mayoría, es adversa a nosotros y esto es por causa del pecado[3]
en el hombre.
El pecado ha afectado todos los ámbitos de la vida del hombre. Nada ha
escapado de su efecto contaminante[4].
Por eso esta creación tiene fecha de caducidad. Dios tiene determinado hacer
una nueva Creación. Dice Pedro en su segunda carta: “Pero el día del Señor
vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande
estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras
que en ella hay serán quemadas“(2 Pedro 3:10). Y Juan lo expresa de otra
manera: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apocalipsis 21:1). Por
tanto, nada de la antigua creación quedará, todo será hecho de nuevo y no
existirá el pecado en ningún lado.
En Dios y su Hijo
Ya hemos visto
que todos los seres se vieron afectado por causa del pecado. Es decir, no sólo
se vio afectado el medio ambiente y el hombre por causa de la infracción cometida por nuestros padres, sino Dios
mismo.
En Génesis 2:2 dice que Dios “descansó” el séptimo día. Pero desde el
mismo instante que el hombre pecó, Dios comenzó a trabajar para obtener la
redención del Hombre. El mismo Señor Jesucristo nos atestigua esto diciendo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17; véase también
Juan 9:4; Filipenses 1:6).
Tal vez el
hecho de que alguien tenga que trabajar no sea en sí una tragedia. Pero el
motivo de porque es el trabajo es lo relevante. El Padre no trabajaba por hacer
un mundo nuevo, ya que ya lo había hecho, y perfecto. Trabajaba para retornar
al hombre a un camino nuevo, que lo llevase de retorno a Dios; y con Él
trabajaba el Hijo.
Aquí podemos
ver el segundo afectado en las personas de la Trinidad. A causa del pecado, el Hijo, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como
cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres…” (Filipenses 2:6-7). Nació de una virgen en un
humilde lugar en Belén de Judea (Lucas 2:1-7). Trabajó haciendo la voluntad del
Padre porqué así le agradaba (cf. Juan 4:34; 5:30).
Dado
que no hay ningún hombre apto (cf. Romanos 3:10) para que cumpliese los planes
de Dios. Dios proveyó de un cordero perfecto
(Juan 1:29,36; 1 Pedro 1:19) para que fuese sacrificado en lugar del hombre. En
la ley ceremonial encontramos muchas de las figuras que representan la obra que
Dios esperaba que su Hijo cumpliese (Lea Levítico capítulo 1 al 7).
Este cordero de Dios, su Hijo, tuvo que morir para que pudiésemos ser redimidos. Su Justicia y Santidad
requerían que el hombre fuese juzgado (cf. Habacuc 1:13a), pero la Misericordia
y el Amor de Dios proveyeron de un medio de Salvación (Juan 3:16). El salmista ya lo había profetizado cientos
de años antes: “Ciertamente cercana está su
salvación a los que le temen, para que habite la gloria en nuestra tierra. La
misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz se besaron”
(Salmo 85:9-10).
El único medio
para satisfacer la Justicia Divina era que un ser perfecto, sin mancha
(representado por un cordero sin tacha en el antiguo testamento) diese la vida
por el hombre, que alguien pagase la deuda que el hombre tiene con Dios. Dicho
de otro modo, que todo el juicio Divino cayese sobre ese sustituto
nuestro. Como no se encontrase ningún
hombre (porque todos era considerado no aptos, véase Isaías 1:6), Dios mismo,
la segunda persona de la Divinidad, vino a este mundo para nacer en forma de
hombre, sin perder ninguno de sus atributos Divinos. El Hijo se humilló hasta
el extremo, hasta la muerte de cruz, para salvar al hombre, para proveerle un
medio para retornar a Dios.
Es
responsabilidad del hombre escoger si acepta el Sacrificio de su Hijo o si lo
rechaza. La misma Palabra lo expresa claramente: “El que en él cree, no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el
nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18). El mismo Señor lo expresa de
otro modo en Juan 12: 48: “El que me rechaza, y
no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella
le juzgará en el día postrero.”
Desde el momento en que nos reconocimos como pecadores, como hombres que
no aborrecimos la luz (cf. Juan 3:20), que nos acercamos a la cruz para que
nuestros pecados sean juzgados en Cristo crucificado (Romanos 6:6; Gálatas
2:20), desde ese mismo instante el acta que nos condenaba fue clavada en cruz
(Colosenses 2:14), porque el Mesías crucificado declaró en la cruz “Consumado
es” (Juan 19:30), indicando con ello que la deuda estaba salda. La obra de cruz no es un simple perdón de
pecado y una vida nueva, sino que implica que hemos sido santificados,
justificados (1 Corintios 6:11), adoptados (Efesios 1:5; Gálatas 4:5; Romanos
8:15), hechos hijos de Dios (Juan 1:12).
La obra de Cristo es completa y elimina de raíz el “problema” del
pecado, de modo que todo aquel que “nazca de nuevo” (Juan 3:3), de aquel
nacimiento que viene de arriba, ya no está sujeto al pecado, ya no es esclavo
del pecado (Romanos 6:22), pues no lo practica (1 Juan 3:6,8; Romanos 6:1,2;
cf. Juan 8:34).
[2] Entendemos que el principio, antes del pecado, no había animales
carnívoros de ninguna especie, la muerte entró con el pecado.
[3] El Señor, en Juan 5:14, le dice a un hombre paralítico que había sanado:
“Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa
peor”. Dando a entender que el
pecado era el originador de su mal, por lo cual podemos afirmar que la
inclusión de este en la vida del hombre da origen a las enfermedades.
[4] Incluso el Cielo está afectado por el pecado. Recuerden que Satanás aun
llega allá (vea Job 1:6, Apocalipsis 12:9), por lo cual será parte de esa nueva
creación.
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