¡Ay, hombre
terco! ¡Cuántas veces has tropezado con
la misma piedra cayendo estrepitosamente!
Cada vez que pecas
voluntariamente, deshonras a tu Señor. No sabes que cada vez que lo haces cubres aquella lámpara
que debe alumbrar el camino a los pecadores perdidos y le das pie a que el enemigo le enrostre a tu
Señor tu conducta pecadora. ¿Cómo es posible, tú que fuiste rescatado quieras
volver a hacer lo que hacías cuando eras esclavo?
¡Arrepiéntete y
vuelve! Ve a los pies del Señor y confiesa tu falta. Él abogará por ti.
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