sábado, 1 de noviembre de 2014

Meditación

“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).


Es excelente que un creyente renuncie a las grandes cosas de la vida por causa del Señor. Tenemos, por ejemplo, a un hombre cuyos talentos le han traído fama y riqueza y sin embargo, por obediencia al llamamiento divino, las pone a los pies del Salvador. O una mujer cuya voz le ha abierto las puertas de las grandes salas de concierto del mundo, pero ahora siente que debe vivir para otro mundo, así que rinde su carrera artística para seguir a Cristo. Después de todo, ¿qué es la reputación, la fortuna o las distinciones en el mundo cuando se comparan con la ganancia incomparable de ganar a Cristo?
Ian MacPherson pregunta: “¿Existe escena más profundamente conmovedora que la de un hombre colmado de dones, poniéndolos humildemente en adoración a los pies del Redentor? Después de todo, ese es el lugar donde se supone que deben estar. En las palabras de un viejo y sabio teólogo galés: “el hebreo, el griego y el latín están muy bien en su lugar; pero su lugar no es donde Pilato los puso, sobre la cabeza de Jesús, sino más bien a Sus pies”.
El apóstol Pablo renunció a la riqueza, la cultura y la posición eclesiástica y las estimó como pérdida por Cristo. Jowett comenta que “cuando el apóstol Pablo consideraba sus posesiones y aristocracia como grandes ganancias, no había visto aún al Señor; pero cuando “la gloria del Señor” resplandeció ante sus ojos asombrados, todo lo demás se desvaneció en sombras y aun se eclipsó. No era tan sólo que las ganancias anteriores se abarataron con la refulgencia del Señor y las pudo ver como deleznables en sus manos; sino que dejó de pensar en ellas por completo. Se esfumaron enteramente de la mente donde en otro tiempo habían sido apreciadas como depósitos supremos y sagrados”.
Es extraño, entonces, que cuando un hombre abandona todo para seguir a Cristo, algunos piensen que se ha vuelto loco. Algunos se escandalizan y quedan atónitos. Algunos lloran y ofrecen otras rutas alternativas. Otros argumentan sobre la base de la lógica y el sentido común. Unos pocos lo aprueban y se conmueven hasta lo más profundo. Pero cuando una persona camina por la fe, es capaz de valorar adecuadamente las opiniones de los demás.
C. T. Studd abandonó una fortuna privada y excelentes perspectivas en casa para dedicar su vida al servicio misionero. John Nelson Darby dio la espalda a una brillante carrera y llegó a ser un ungido evangelista, maestro y profeta de Dios. Los cinco mártires del Ecuador renunciaron a las comodidades y materialismo de los Estados Unidos para que la tribu Auca conociese a Cristo.
La gente lo llama un gran sacrificio, pero no es sacrificio. Cuando alguien trató de elogiar a Hudson Taylor por los sacrificios que había hecho por Cristo, le dijo: “Hombre, nunca he hecho un sacrificio en mi vida”. Y Darby manifestó en una ocasión: “No es ningún sacrificio dejar de negarse”.
William McDonald

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