“Pero
cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de
Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he
perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).
Es excelente que un
creyente renuncie a las grandes cosas de la vida por causa del Señor. Tenemos,
por ejemplo, a un hombre cuyos talentos le han traído fama y riqueza y sin
embargo, por obediencia al llamamiento divino, las pone a los pies del
Salvador. O una mujer cuya voz le ha abierto las puertas de las grandes salas
de concierto del mundo, pero ahora siente que debe vivir para otro mundo, así
que rinde su carrera artística para seguir a Cristo. Después de todo, ¿qué es
la reputación, la fortuna o las distinciones en el mundo cuando se comparan con
la ganancia incomparable de ganar a Cristo?
Ian MacPherson pregunta:
“¿Existe escena más profundamente conmovedora que la de un hombre colmado de
dones, poniéndolos humildemente en adoración a los pies del Redentor? Después
de todo, ese es el lugar donde se supone que deben estar. En las palabras de un
viejo y sabio teólogo galés: “el hebreo, el griego y el latín están muy bien en
su lugar; pero su lugar no es donde Pilato los puso, sobre la cabeza de Jesús,
sino más bien a Sus pies”.
El apóstol Pablo renunció a
la riqueza, la cultura y la posición eclesiástica y las estimó como pérdida por
Cristo. Jowett comenta que “cuando el apóstol Pablo consideraba sus posesiones
y aristocracia como grandes ganancias, no había visto aún al Señor; pero cuando
“la gloria del Señor” resplandeció ante sus ojos asombrados, todo lo demás se
desvaneció en sombras y aun se eclipsó. No era tan sólo que las ganancias
anteriores se abarataron con la refulgencia del Señor y las pudo ver como
deleznables en sus manos; sino que dejó de pensar en ellas por completo. Se
esfumaron enteramente de la mente donde en otro tiempo habían sido apreciadas
como depósitos supremos y sagrados”.
Es extraño, entonces, que
cuando un hombre abandona todo para seguir a Cristo, algunos piensen que se ha
vuelto loco. Algunos se escandalizan y quedan atónitos. Algunos lloran y
ofrecen otras rutas alternativas. Otros argumentan sobre la base de la lógica y
el sentido común. Unos pocos lo aprueban y se conmueven hasta lo más profundo.
Pero cuando una persona camina por la fe, es capaz de valorar adecuadamente las
opiniones de los demás.
C. T. Studd abandonó una
fortuna privada y excelentes perspectivas en casa para dedicar su vida al
servicio misionero. John Nelson Darby dio la espalda a una brillante carrera y
llegó a ser un ungido evangelista, maestro y profeta de Dios. Los cinco
mártires del Ecuador renunciaron a las comodidades y materialismo de los
Estados Unidos para que la tribu Auca conociese a Cristo.
La gente lo llama un gran
sacrificio, pero no es sacrificio. Cuando alguien trató de elogiar a Hudson
Taylor por los sacrificios que había hecho por Cristo, le dijo: “Hombre, nunca
he hecho un sacrificio en mi vida”. Y Darby manifestó en una ocasión: “No es
ningún sacrificio dejar de negarse”.
William McDonald
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