“Salid de en
medio de ellos y apartaos, dice el Señor”. (2 Cor. 6:17).
El versículo que encabeza esta página
trata de un tema de suma importancia: la gran obligación que pesa sobre el
creyente de separarse del mundo. Este tema requiere la máxima atención por
parte de todos aquellos que profesan ser cristianos. En cualquier época de la
Iglesia, el separarse del mundo ha constituido una de las evidencias más
convincentes de que una obra de gracia ha tenido lugar en un corazón. Todo
aquel que ha nacido realmente del Espíritu y ha sido hecho una nueva criatura
en Cristo Jesús, se ha esforzado siempre en “salir del mundo” y en vivir una
vida de separación. Aquellos que solamente son cristianos de nombre, se han
negado siempre a “salir” y a apartarse del mundo.
Quizá nunca ha sido
este tema de tanta actualidad como ahora. En todas partes se observa el deseo
de hacer las cosas fáciles en la profesión cristiana, como si se pretendiera
eliminar los ángulos y asperezas de la cruz y evitar, en lo posible, la
abnegación. Personas que profesan ser cristianas nos exhortan a que no seamos
tan cerrados y exclusivistas, ya que en realidad no hay nada malo en muchas de
las cosas que los creyentes del pasado consideraban como malas para el alma.
Según tales personas, al creyente le está permitido ir a cualquier sitio, hacer
cualquier cosa, emplear el tiempo en lo que sea, leer cualquier libro,
compartir cualquier compañía, y aun así, ser un buen cristiano; miles de
personas piensan de esta manera. Es, pues, conveniente, creo yo, levantar una
voz de aviso para exhortar a las gentes a que escuchen las enseñanzas de la
Palabra de Dios y consideren la exhortación que se nos da en nuestro versículo.
I. El mundo constituye una gran amenaza para el alma.
Al usar la palabra mundo no me refiero al mundo material sobre el que
vivimos y nos movemos. Sería absurdo y también un sin sentido, insinuar que
cualquier cosa que Dios ha creado sea, de por sí, mala para el alma. Lo
contrario es cierto: el sol, la luna, las estrellas, las montañas, los valles,
las llanuras, los vegetales y animales, fueron creados “buenos en gran manera”
(Génesis 1:31.) Toda la creación encierra y proclama diariamente el poder y la
sabiduría de Dios. Aquella idea de que la materia es de por sí mala, es en
realidad una loca herejía.
Con la palabra mundo me refiero a aquellos que solamente piensan y se
preocupan de las cosas terrenas y descuidan la vida venidera; me refiero a
aquellas personas que vuelcan su atención en las cosas de la tierra y no en las
del cielo; que piensan más en lo que es pasajero que en lo que es eterno; que
se ocupan más del cuerpo que del alma y de agradarse a sí mismas más que de
agradar a Dios. Usando la palabra mundo me re fiero, pues, a su manera de ser,
hábitos, costumbres, opiniones, prácticas, gustes, ideales, etcétera. Este es
el mundo del cual San Pablo nos dice: “Salid y apartaos”. Y en este sentido, el
mundo es un enemigo del alma. Escudriñemos lo que nos dicen las Sagradas
Escrituras sobre el mundo.
San Pablo nos dice:
·
“No os conforméis a este siglo (mundo), sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. (Romanos
12:2).
·
“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo,
sino el Espíritu que proviene de Dios.” (I Corintios 2:12.)
·
“Cristo se dio a sí mismo por nuestros pecados para
librarnos del presente siglo (mundo) malo.” (Gálatas 1:4).
·
“En otro tiempo anduvisteis siguiendo la corriente de
este mundo.” (Efesios 2:2).
·
“Demas me ha desamparado, amando este mundo.” (II
Timoteo 4:10.)
Santiago nos dice:
·
“La religión pura y sin mácula delante de Dios el
Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y
guardarse sin mancha del mundo.” (Santiago 1:17).
·
"¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad
contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye
enemigo de Dios.” (Santiago 4:4).
San Juan nos dice:
·
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el
mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo
que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la
vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo se
pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre.” (I Juan 2:15 17).
·
“El mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.”
(I Juan 3:1).
·
“Ellos son del mundo, por eso hablan del mundo y el
mundo los oye”. (I Juan 4:5).
·
“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo.”
(1 Juan 5:4).
·
“Sabemos que somos de Dios y el mundo entero está bajo
el maligno.” (1 Juan 5:19).
El Señor Jesucristo nos dice:
·
“El afán de este siglo (mundo) y el engaño de las
riquezas ahogan la palabra y la hacen infructuosa.” (Mateo 13:22).
·
“Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este
mundo.” (Juan 8:23.)
·
“El Espíritu de verdad, el cual el mundo no puede
recibir porque no le ve ni le conoce.” (Juan 14:17).
·
Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha
aborrecido antes que a vosotros”. (Juan 15:18.)
·
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría a lo suyo, pero
porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os
aborrece.” (Juan 15:19.)
·
“En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he
vencido.” Juan (16:33).
·
“No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
(Juan 17:16.)
No es necesario que haga comentarios sobre estos versículos, pues hablan
por sí mismos con suficiente claridad. Nadie puede leerlos con atención y dejar
de percatarse de que el mundo constituye una amenaza para el alma y de que
existe una oposición radical entre la amistad del mundo y la amistad de Cristo.
Dejemos ahora el testimonio de la Escritura y apelemos al testimonio de
la experiencia. ¿No es cierto que lo que más echa a perder la causa del
Evangelio es la influencia del mundo? Más que el pecado manifiesto o la
incredulidad declarada, lo que lleva afrenta a Cristo en el amor al mundo, el
temor del mundo, las preocupaciones del mundo, los negocios del mundo, el
dinero del mundo, los placeres del mundo, el deseo de estar a buenas con el
mundo, etc., que tan a menudo manifiestan los que profesan seguir al Salvador.
Estos son los grandes obstáculos contra los cuales se ha estrellado y
naufragado la vida espiritual de tamos jóvenes.
Estos no tienen ninguna objeción en contra de las doctrinas de la fe
cristiana, ni escogen lo malo de una manera deliberada; tampoco se rebelan
abiertamente contra Dios ni se oponen a una profesión religiosa; y de alguna
manera esperan entrar en el cielo. Sin embargo, no pueden abandonar su ídolo;
el mundo. En su temprana edad corrieron bien por los senderos que conducen a la
gloria, pero al alcanzar los años pletóricos de la juventud, encauzaron sus
vidas por el amplio sendero que conduce a la destrucción. Empezaron con Moisés
y Abraham, pero terminaron con Demas y con la mujer de Lot.
El gran día del Juicio Final revelará cuantas almas se perdieron a causa
del mundo; entonces se descubrirá la triste suerte de miles y miles de hombres
y mujeres que, después de haber sido educados en hogares cristianos y haber
conocido el Evangelio desde la infancia, jamás llegaron a las puertas del
cielo. Zarparon del puerto del hogar con rumbo esperanzador y se embarcaron en
el océano de la vida con la bendición paterna y las oraciones de la madre, pero
por la seducción del mundo, se desviaron del rumbo y terminaron su viaje en
aguas de la miseria y de la trivialidad. Es en verdad una historia triste de referir,
pero por desgracia, ¡es tan común! No me extraña, pues, la exhortación del
apóstol, “Salid y separaos”.
El Contendor por la Fe (3) Mayo-Junio, 1970
(Continuará)