Lucas 24:13-32
“Entonces los que temen a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y
Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de El para los que
temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre” Mal. 3.16. ¿Qué es lo que
Dios escribe en su libro de memoria cuando nos escucha y nos oye hablar con
nuestros compañeros? Nosotros que tenemos a Jehová ¿cómo usamos el tiempo que
Él nos ha dado? ¿Pasamos horas y días enteros hablando tonteras, contando
chistes, criticando a otros, murmurando, alabándonos a nosotros mismos o
hablamos de Él y de las cosas concernientes a Él? “Pero fornicación y toda
inmundicia, o avaricia, NI AUN SE NOMBRE entre vosotros, como conviene a
santos; ni palabras torpes, ni necedades, ni truhanerías (chistes o cuentos
obscenos o vulgares) que no convienen; sino antes bien acciones de gracias;
“Hablando entre vosotros con Salmos, y con himnos, y canciones espirituales,
cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” Ef. 5.3, 4,19.
En estas porciones el Espíritu nos enseña claramente las cosas que no
debemos hablar y las cosas que debemos hablar. ¡Pongamos atención! Al pueblo de
Israel, Dios le dijo, (y nosotros haremos bien de tomar las mismas
instrucciones a pecho):
“Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: y las
repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el
camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6, 7).
Hablando a las mujeres cristianas, el Espíritu las exhorta dos veces a
que sean CASTAS (Tito 2.4, 5; 1 Pedro 3:12). Hermana, ¿es tu conversación
casta? “casta” quiere decir pura, virtuosa, limpia, modesta. Si eres culpable
de hablar cosas que no convienen, confiésalo con vergüenza al Señor y apártate
del mal, para que en el futuro uses tus labios para el Señor. Hablando de la
mujer virtuosa, Proverbios 31:26 dice: “Abrió su boca con sabiduría: y la ley
de clemencia está en su lengua” ¿Podrían decir esto de ti, hermana? ¿Y tú,
hermano, no creas que porque esto fue escrito a las mujeres no se aplica a ti?
Dios espera que tú también seas santo y casto en tu vida y palabra.
El Salmista David ha de haber realizado el peligro que existe en hablar
lo que no conviene, porque en el Salmo 141:3, hablando a Dios, dice: “Pon, oh
Jehová, guarda a mi boca, guarda la puerta de mis labios” No cabe duda que
todos, en alguna ocasión, hemos hablado inadvertidamente y, al tener tiempo de
reflexionar, hemos experimentado una gran tristeza, pero una vez salidas las
palabras, como plumas, vuelan lejos y no se puede recogerlas. Entonces para
evitarlo, necesitamos como David, una guarda para nuestros labios. ¿Para qué
ponen guardas a la puerta de las cárceles? Para que no salgan los que están
cautivos. ¿Quién es capaz de cautivar nuestros pensamientos e imaginaciones
para que no se vuelvan palabras y salgan de nuestros labios? “Cautivando todo
intento (o imaginación) a la obediencia de CRISTO’’ (2 Corintios 10:5). Esto es
el Secreto, ser cautivos de Él, estar completamente rendidos y sujetos a Él. De
la abundancia del corazón habla la boca. "El hombre bueno del buen tesoro
del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas
cosas’’. Si nuestro corazón está lleno de Él, hablaremos de Él. “Más yo os
digo, que toda palabra ociosa (inútil) que hablaren los hombres, de ella darán
cuenta en el día del juicio”. Tendremos, un día no muy lejos, que estar delante
del Tribunal de Cristo para que cada uno dé cuenta de sí. Cuando Dios abra su
libro de memorias ¿Será para vergüenza y pérdida nuestra, o dirá: “Bien, buen
siervo y fiel”?
Todos tenemos aquel miembro pequeño (la lengua) que es tan poderosa para
causar bendición o maldición. El Apóstol Santiago escribe: “Si alguno no ofende
en palabra, éste es varón perfecto” (Santiago 3:2). Del VARON PERFECTO, el
Señor Jesús, leemos que “estaban maravillados de las palabras de gracia que
salían de su boca” (Lucas 4.22); "Quien cuando le maldecían, no retornaba
maldición” (1 Pedro 2:23). Ojalá que fuéramos más semejantes a Él en este
respecto. Que Dios nos dé el propósito de corazón que David tenía cuando dijo: Atenderé a mis caminos, para no pecar
con mi lengua guardaré mi boca con freno” (Salmo 39.1).
Dirá alguno: “Pero yo por naturaleza soy muy hablador”. Puede ser, pero
eso no excusa a nadie. Dios no dice que no hablemos, pero nos dice: “Presentaos
a Dios como vivos de los muertos, y vuestros miembros a Dios por INSTRUMENTOS
DE JUSTICIA” (Romanos 6.13); “En las muchas palabras no falte pecado: más el
que refrena sus labios es prudente”.
Todo lo “natural” es contra lo que es “espiritual”, entonces si es
natural hablar mucho, tal vez habrá necesidad de poner freno. “No reine pues el
pecado en vuestro cuerpo mortal” (Romanos 6.12).
La risa es efecto de las palabras. Dios no exige que seamos un pueblo
triste, no, al contrario nos manda ser gozosos, pero “en el Señor” (Filipenses
3:1). “¿Está alguno alegre? cante salmos” (Santiago 5.13); “Así que, ofrezcamos
por medio de él a Dios siempre, sacrificio de alabanza, es a saber, fruto de
labios que confiesen a su nombre” (Hebreos 13.15).
¡Hermanos!, hablemos de tal manera que si se acercara el Señor y nos
dijera: “¿Qué pláticas son estas que tratáis entre vosotros?”, podríamos
responder “de Jesús”. Entonces nuestros corazones en lugar de estar fríos, indiferentes
y vacíos, arderían de amor para el Señor, para su pueblo, y para los incrédulos
y otros serían edificados y bendecidos.
Que mi tiempo todo esté
Consagrado a tu loor;
Que mis labios al hablar
Hablen sólo de tu amor.
El Contendor por la Fe - Enero-Febrero-1969
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